Entre poetas
Christoph Pr¨¦gardien y Julius Drake imparten una clase magistral en el Teatro de la Zarzuela
M¨²sicos y poetas se buscan y acaban encontr¨¢ndose. Durante sus 31 a?os de vida, a Franz Schubert la buena poes¨ªa le atrajo como un im¨¢n. Siendo a¨²n un adolescente, los primeros versos que sacaron lo mejor de ¨¦l fueron, claro, los de Goethe y milagros como los de Gretchen am Spinnrade o Erlk?nig, dos canciones compuestas por el austr¨ªaco con 17 y 18 a?os, respectivamente, solo se comprenden como el fruto genial de un deslumbramiento po¨¦tico. A?os despu¨¦s, los versos reci¨¦n escritos de Wilhelm M¨¹ller dar¨ªan lugar a dos ciclos de canciones (para entonces, todav¨ªa algo muy novedoso) no menos portentosos, Die sch?ne M¨¹llerin y Winterreise. Y, como si el destino se hubiera puesto de parte de uno y otro, la publicaci¨®n en Hamburgo del Buch der Lieder de Heinrich Heine en 1827 hizo posible que, casi en el ¨²ltimo suspiro, en el oto?o de 1828, y muy lejos de all¨ª, en Viena, Schubert compusiera pocas semanas antes de morir seis canciones sobre otros tantos de sus poemas, entre ellos el sobrecogedor Der Doppelg?nger. Todos fueron publicados, ya p¨®stumamente, dentro de la colecci¨®n Schwanengesang, el canto del cisne de un compositor que no hab¨ªa dejado de cantar, y hacer cantar a otros, desde que tuvo uso de raz¨®n.
Schubert: Canciones sobre poemas de Ernst Schulze. Schumann: Liederkreis op. 39. Christoph Pr¨¦gardien (tenor) y Julius Drake (piano). Teatro de la Zarzuela, 2 de diciembre.
Entre 1825 y 1826, Schubert hab¨ªa puesto m¨²sica a diez poemas del mucho menos conocido Ernst Schulze, cuyo Poetisches Tagebuch (Diario po¨¦tico) hab¨ªa aparecido tambi¨¦n de manera p¨®stuma en 1822: su vida hab¨ªa sido a¨²n m¨¢s breve que la del compositor austr¨ªaco, ya que muri¨® en 1817 con tan solo 28 a?os. Hu¨¦rfano desde muy ni?o, de constituci¨®n enfermiza y con un marcado complejo de inferioridad respecto a su hermano mayor, Ernst encontr¨® en la poes¨ªa el refugio que necesitaba para seguir viviendo entre sue?os y amores imaginados, estos ¨²ltimos aventados por una pasi¨®n igual de intensa por dos hermanas, Adelheid y C?cile Tychsen, ninguna de las cuales respondi¨® a sus muestras de cari?o, el combustible perfecto para que diera rienda suelta a sus sentimientos en poemas dolientes, transidos de desamor y reveladores de lo que podr¨ªa calificarse sin ambages de una aut¨¦ntica psicopat¨ªa rom¨¢ntica.
El mismo Heine que hab¨ªa espoleado el estro del Schubert mortalmente enfermo fue, pocos a?os despu¨¦s, el que activar¨ªa la f¨¢cil espoleta emocional de Robert Schumann, que pose¨ªa tambi¨¦n una importante cultura literaria. De hecho, durante alg¨²n tiempo dud¨® entre ser m¨²sico o escritor. ¡°Ni yo mismo tengo a¨²n claro lo que soy realmente¡±, escribi¨® en su diario a los diecisiete a?os. ¡°Ser¨¢ la posteridad quien decida si soy un poeta, porque no es algo que se pueda llegar a ser¡±. Autor ¨¦l mismo de poemas en su juventud, sinti¨® verdadera pasi¨®n por Jean Paul, por E. T. A. Hoffmann, por Joseph von Eichendorff, por Friedrich R¨¹ckert y, quiz¨¢s el primero de todos, por Heinrich Heine, una compa?¨ªa constante no solo en una vida que ¨¦l mismo gustaba de literaturizar, sino tambi¨¦n en su obra. Aunque la ficci¨®n literaria y los mundos imaginados impregnan ya de uno u otro modo muchas de sus obras juveniles para piano, su alianza natural con la voz se demor¨® hasta 1840: ¡°Ah, Clara, escribir canciones es realmente una bendici¨®n¡±, le confiesa un Schumann ya irremediablemente atrapado por el g¨¦nero a la que acabar¨ªa siendo su mujer en aquel derroche febril de creatividad. ¡°Ah, no puedo hacer otra cosa, me gustar¨ªa cantar hasta morir como un ruise?or¡±, puede leerse en una carta fechada el 15 de mayo de aquel a?o. ¡°El ciclo de Eichendorff es probablemente la m¨¢s rom¨¢ntica de todas mis obras, y en ¨¦l hay mucho de ti, mi querida y amada prometida. Hoy me sent¨ªa tan feliz y tan triste¡±, escribi¨® tambi¨¦n Schumann a Clara el 22 de mayo de id¨¦ntico a?o.
El pasado lunes, en el Ciclo de Lied del Teatro de la Zarzuela, Christoph Pr¨¦gardien y Julius Drake interpretaron nueve de esas diez canciones de Schubert sobre poemas de Schulze (las mismas que ofrecieron hace dos a?os en un recital en la Fundaci¨®n Juan March) y la totalidad del Liederkreis op. 39, que es justamente ese ciclo de Eichendorff al que se refer¨ªa Schumann en la carta reci¨¦n citada. Un programa, por tanto, compacto y coherente, muy lejos de una selecci¨®n m¨¢s o menos arbitraria de canciones, como suele ser lo habitual en estos recitales. Pr¨¦gardien ha cimentado su mod¨¦lica carrera sobre dos bases: el repertorio barroco (ha sido durante a?os el Evangelista de referencia de las Pasiones de Bach) y el Lied, un ¨¢mbito en el que su familiaridad con los instrumentos originales y la pr¨¢ctica interpretativa hist¨®rica le hicieron ser, junto a Andreas Staier, uno de los pioneros en proponer versiones mucho m¨¢s fieles a la que debi¨® de ser su fisonom¨ªa t¨ªmbrica y estil¨ªstica original. Ya tiene sucesor en su hijo Julian, un tenor claramente al alza, y a sus 63 a?os, y tras haber cantado much¨ªsimo, su voz se halla irremediablemente desgastada, pero la maestr¨ªa en todos los ¨¢mbitos (dicci¨®n, expresividad, afinaci¨®n, construcci¨®n de las frases) permanece intacta, como qued¨® demostrado, de maneras muy diferentes, en las dos partes de su recital.
Las canciones de Schubert/Schulze, muy inteligentemente ordenadas (empezaron y concluyeron con dos Lieder que ya desde sus t¨ªtulos hac¨ªan referencia a ubicaciones geogr¨¢ficas muy concretas, Auf der Bruck y ?ber Wildemann): entre una y otra va desfilando un resumen de la iconograf¨ªa rom¨¢ntica alemana m¨¢s caracter¨ªstica, con referencias a estrellas, bosques, noches, monta?as, anhelos, primaveras, pesares y corazones que sufren por desamor. Son canciones t¨¦cnicamente dif¨ªciles, que Pr¨¦gardien cant¨® inusualmente con partitura (aunque apenas la mir¨®, lo que hizo pensar m¨¢s bien en una red de seguridad), y en las que qued¨® claro que el tenor alem¨¢n hizo lo que pudo, que no equivale exactamente a lo que quiso. Su voz ya no tiene la flexibilidad o la agilidad de anta?o (algo patente, por ejemplo, en An mein Herz), una carencia que supo suplir con la sabidur¨ªa de los veteranos. La zona de paso le jug¨® a veces malas pasadas, porque la voz llegaba tensa, quebradiza y al l¨ªmite de sus posibilidades actuales, hasta el punto de que, en un inc¨®modo Sol bemol al final de la primera estrofa de Lebensmut, estuvo a punto de romperse. Sorprendi¨® tambi¨¦n no solo que Pr¨¦gardien omitiera algunos versos en canciones parcialmente estr¨®ficas (Um Mitternacht o Lebensmut) sino que, cuando s¨ª respetaba la prescripci¨®n schubertiana de repetir id¨¦ntica m¨²sica con un texto diferente (como en Im J?nner 1817), no introdujera peque?as variantes u ornamentaciones, algo que viene defendiendo hacer desde hace a?os y que hizo, sin ir m¨¢s lejos, el pasado verano, en el festival Crete Senesi, cuando cant¨® Die Sch?ne M¨¹llerin.
Las cosas cambiaron en la segunda parte, cuando, con la voz ya caliente, se enfrent¨® sin atril ni partitura a las doce canciones del Liederkreis op. 39 de Schumann, mucho menos exigentes t¨¦cnicamente y que parten de poemas m¨¢s concisos y sustanciales que los de Schulze. Aqu¨ª los detalles de gran clase fueron sucedi¨¦ndose sin cesar. Empez¨® con una versi¨®n lent¨ªsima de la canci¨®n inicial, In der Fremde, que expresa la turbaci¨®n de ese viajero que vuelve a su lugar de origen, pero en el que nada es ya como sol¨ªa ser. En Mondnacht dio vida a la delicadeza y el secretismo (Zart, heimlich) que indica Schumann en la partitura con un canto terso que parec¨ªa mantener en todo momento la tensi¨®n m¨ªnima para no quebrarse. Sch?ne Fremde fue, quiz¨¢, demasiado lenta, alejada del Bewegt (agitado) que escribe Schumann como referencia, aunque el tempo justo s¨ª se alcanz¨® finalmente en la ¨²ltima estrofa. Auf einer Burg es uno de los grandes Lieder schumannianos, una canci¨®n arcaizante, casi modal, vagamente can¨®nica, que lleva la ¨²nica indicaci¨®n en italiano de todo el ciclo (Adagio), y para la que Schumann reserva un lacerante un¨ªsono de voz y piano al final del ¨²ltimo verso, en ¡°die weinet¡±, referido al llanto de una novia (lo que era a¨²n, su prometida, Clara Wieck, en mayo de 1840, cuando Schumann compuso el ciclo). En Zwielicht, tenor y pianista dibujaron con los colores justos esa intimidad crepuscular que describe Eichendorff en una interpretaci¨®n extraordinaria que acogi¨® una de las joyas de la tarde, por la que ya habr¨ªa valido la pena desplazarse el lunes al Teatro de la Zarzuela: el verso ¡°sinnt er Krieg im t¨¹ck¡¯schen Frieden¡± (¡°planea la guerra en enga?osa paz¡±). En Im Walde, Pr¨¦gardien logr¨® apianar y graduar la din¨¢mica dentro de una misma frase con la maestr¨ªa de sus mejores d¨ªas y el ciclo se cerr¨® por fin con una plasmaci¨®n perfecta del ¨¦xtasis amoroso largamente demorado de Fr¨¹hlingsnacht, que refleja mejor quiz¨¢ que ninguna otra canci¨®n del ciclo ese aut¨¦ntico frenes¨ª que se apoder¨® de Schumann en aquellos meses de paroxismo amoroso y creativo previos y posteriores a su boda con Clara en septiembre de 1840.
Responsable, quiz¨¢s incluso en mayor medida que Pr¨¦gardien, del alt¨ªsimo voltaje po¨¦tico y expresivo del recital fue la actuaci¨®n de Julius Drake, un pianista que va creciendo m¨¢s y m¨¢s con los a?os y que parece instalado en el cenit de su arte. Con una articulaci¨®n prodigiosa en todo momento, con una transparencia absoluta en las voces y en la planificaci¨®n sonora de la m¨²sica confiada a cada mano, con una gama din¨¢mica ampl¨ªsima (en el umbral m¨¢s bajo, el milagroso pianissimo entre las dos ¨²ltimas estrofas de Im Fr¨¹hling de Schubert), con una pasmosa seguridad t¨¦cnica de principio a fin, con destellos geniales en solitario (el ep¨ªlogo pian¨ªstico de Mondnacht de Schumann), con arranques puntuales de originalidad (el attacca para unir el ¨²ltimo acorde In der Fremde y el primero de Wehmut) y con momentos de aut¨¦ntica exhibici¨®n t¨¦cnica (los tresillos de Fr¨¹hlingsnacht como motor del desafuero expresivo final del ciclo de Schumann), en Drake no hubo distinciones entre poder y querer: ambos verbos se conjugaron como si fueran sin¨®nimos exactos.
Pr¨¦gardien y Drake se fundieron en un sincero abrazo tras rematar por todo lo alto la interpretaci¨®n del ciclo de Schumann y, para entonces, el p¨²blico fiel del Ciclo de Lied era ya plenamente consciente de que hab¨ªa asistido a un recital de dos aut¨¦nticos maestros. Los regalos fuera de programa no se demoraron mucho: primero, St?ndchen, una de las canciones de Schubert publicadas p¨®stumamente en la ya citada colecci¨®n Schwanengesang (a partir de un poema de Ludwig Rellstab); despu¨¦s, Nacht und Tr?ume, uno de los milagros del ¨²ltimo Schubert, en el que Pr¨¦gardien atac¨® en un pianissimo inconcebible el Re sostenido con que se inicia la ¡°noche sagrada¡± que describe el poema de Matth?us von Collin. Al traducir el estatismo de la m¨²sica de Schubert, Pr¨¦gardien y Drake lograron suspender el tiempo durante los casi cuatro minutos que dura la canci¨®n, por lo que habr¨ªan hecho bien en poner aqu¨ª punto final al concierto. Pero los aplausos segu¨ªan arreciando y acabaron interpretando, en un tono m¨¢s optimista, Der Musensohn, uno de esos poemas de Goethe que alentaron el genio mel¨®dico de Schubert. Escribi¨® en cierta ocasi¨®n su amigo Eduard von Bauernfeld sobre ¨¦l que ¡°un hombre que entiende as¨ª a los poetas es, tambi¨¦n ¨¦l, un poeta¡±. Valga id¨¦ntico s¨ªmil para quienes, como Christoph Pr¨¦gardien y Julius Drake, pueden y saben dar vida a versos y m¨²sica como lo hicieron ambos en este gran recital el pasado lunes.
Babelia
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