Un festival con vistas
Philippe Herreweghe hace m¨²sica en Toscana rodeado de amigos, m¨²sicos y compatriotas
Italia ha ejercido siempre una atracci¨®n irresistible para los habitantes del norte de Europa. Los innumerables alicientes del pa¨ªs y su historia han sido como un im¨¢n para varias generaciones de escritores, artistas, compositores o, simplemente, personas adineradas para las que Italia constitu¨ªa una parte insoslayable del Grand Tour. El pa¨ªs dej¨® una huella indeleble en todos ellos y algunos plasmaron por escrito las experiencias de sus viajes (Goethe, nuestro Leandro Fern¨¢ndez de Morat¨ªn) o describieron las maravillas que aqu¨ª vieron (John Ruskin). Antes de escribir su pionera Historia General de la M¨²sica, desde los tiempos m¨¢s antiguos hasta la actualidad, Charles Burney puso tambi¨¦n rumbo al sur en 1770 para ver y o¨ªr de primera mano, desde G¨¦nova hasta N¨¢poles, la m¨²sica que aqu¨ª se hac¨ªa. Durante siglos Italia hab¨ªa sido la patria de acogida de multitud de compositores: aqu¨ª vivi¨® durante buena parte de su vida profesional Josquin Desprez, el tiempo pasado en ¡°la tierra donde florece el limonero¡± molde¨® para siempre, y de manera indeleble, el estilo de Heinrich Sch¨¹tz o George Frideric Handel y, mucho despu¨¦s, Hans Werner Henze encontrar¨ªa aqu¨ª durante d¨¦cadas su hogar de adopci¨®n. Incluso estancias mucho m¨¢s breves inspiraron retratos musicales del pa¨ªs en Felix Mendelssohn (Cuarta Sinfon¨ªa), Richard Strauss (Aus Italien) o Edward Elgar (In the South). Todos ellos experimentaron la sensaci¨®n de lo que Henry James, en sus Italian Hours, llam¨® ¡°el lujo de amar Italia¡±.
El director Philippe Herreweghe, haciendo buena la m¨¢xima de Goethe (¡°todos somos peregrinos en busca de Italia¡±), es un asiduo visitante y vecino del pa¨ªs, donde tiene una casa no lejos de Chiusure, un pueblo situado en las cercan¨ªas de la impresionante abad¨ªa de Monte Oliveto Maggiore. Y desde el a?o 2001 viene organizando en la zona lo que fue primero una academia que acab¨® deviniendo en un festival bautizado con el nombre de una peculiaridad geol¨®gica de esta regi¨®n situada a pocos kil¨®metros de Siena, las Crete Senesi, as¨ª llamadas por la presencia s¨²bita en el paisaje de terrenos arcillosos de apariencia lunar, en medio de los cuales se yergue en ocasiones ¨Ccasi milagrosamente¨C un ¨¢rbol solitario. El festival ya es, por tanto, mayor de edad y tiene como escenarios de los conciertos varias de las iglesias de la zona. Pero desde el principio la idea era no solo ofrecer conciertos aqu¨ª y all¨¢, como es norma de cualquier festival, sino tambi¨¦n, como recordaba estos d¨ªas uno de sus fundadores, Carol Van Wonterghem, fomentar la sociabilidad y la camarader¨ªa entre los asistentes. Por eso los conciertos se ven precedidos o sucedidos de grandes cenas colectivas al aire libre en escenarios ¨²nicos y cargados de historia, como la Piazza del Grano de Asciano o los jardines del antiguo monasterio benedictino de Sant¡¯ Anna in Camprena (situado en lo alto de un promontorio y desde donde se divisa un vasto panorama), de aperitivos gratuitos al pie de las iglesias o de conciertos nocturnos en plena calle a fin de que este intercambio sea posible.
Por otro lado, la celebraci¨®n de los conciertos en distintas localidades (Asciano, Castelmuzio, Pienza) comporta la feliz obligaci¨®n de desplazarse de una a otra, lo que permite admirar este paisaje ¨²nico, incansablemente ondulado, una sucesi¨®n constante de colinas y suaves laderas, con hileras de cipreses demarcando a lo lejos los caminos que conducen a casas centenarias, olivares, robledales, iglesias y peque?os pueblos. Aqu¨ª no caben quejas como la que expresa Miss Bartlett al comienzo de la novela de E. M. Forster Una habitaci¨®n con vistas tras llegar a su pensi¨®n en Florencia y serle asignada una habitaci¨®n que da a un patio interior. Aqu¨ª las vistas est¨¢n garantizadas y por eso este es un festival con decenas de paisajes incorporados y cuya peculiaridad m¨¢s llamativa es probablemente que el numeroso p¨²blico que asiste a los conciertos es, de manera abrumadora, belga, la patria de Philippe Herreweghe, natural de Gante. Es dif¨ªcil escuchar en las cenas, o antes o despu¨¦s de los conciertos, otro idioma que no sea el flamenco: un poco de franc¨¦s, el italiano de los camareros, el ingl¨¦s espor¨¢dico de alg¨²n m¨²sico, el espa?ol de un par de personas (con fuertes conexiones belgas, eso s¨ª) et voil¨¤!
Como alma mater y director art¨ªstico del festival, Herreweghe invita, por supuesto, al grupo que fund¨® en su juventud, el hist¨®rico Collegium Vocale de Gante, que ser¨¢ cincuentenario el a?o que viene y cuya reputaci¨®n lo sit¨²a en lo m¨¢s alto del escalaf¨®n, que tiene reservados dos de los principales conciertos, incluido el de clausura del viernes por la tarde. Junto a ellos, m¨²sicos que tocan en sus grupos instrumentales (el Cuarteto Edding), antiguos compa?eros de viaje (Christoph Pr¨¦gardien, tantas veces su Evangelista en las Pasiones de Bach), amigos admirados, como el violonchelista holand¨¦s Pieter Wispelwey, o ilustres compatriotas, como el gran acordeonista Philippe Thuriot. Tras el triple concierto inaugural del domingo, cuya cena se vio alterada por una tremenda tormenta de verano, el lunes la iglesia de San Francesco de Asciano, del siglo XIII, acogi¨® a cinco mujeres instrumentistas de la Orquesta Sinf¨®nica de Amberes (tambi¨¦n muy vinculada a Herreweghe), que tocaron un programa franc¨¦s muy bien construido: Syrinx (para flauta sola) y el Cuarteto op. 10 de Debussy (tocadas sin ninguna cesura, a modo de d¨ªptico), el Tr¨ªo op. 40 de Albert Roussel (para flauta, viola y violonchelo) y uno de los grandes cuartetos de cuerda legados por el tramo final del siglo XX, Ainsi la nuit, de Henri Dutilleux. Todas fueron pulcramente ejecutadas, pero la interpretaci¨®n m¨¢s redonda, y la mejor estructurada, fue la de la neocl¨¢sica partitura de Roussel, en la que Edith Van Dyck, Barbara Giepner y Claire Beumer parecieron sentirse especialmente c¨®modas. En Debussy y Dutilleux, sin embargo, faltaron m¨¢s contrastes, una din¨¢mica m¨¢s detallada y, en el caso del segundo, mayor precisi¨®n y definici¨®n r¨ªtmica. Pero s¨ª que supieron plasmarse las siete atm¨®sferas nocturnas y casi on¨ªricas, separadas por lo que Dutilleux califica en la partitura de "parenth¨¨ses": todo un descubrimiento para muchos de los asistentes, que la escucharon a buen seguro por primera vez.
Al d¨ªa siguiente, el Cuarteto Edding, del que forma parte el violista madrile?o Pablo de Pedro, toc¨® en la peque?a iglesia de Santo Stefano, en las afueras de Castelmuzio, el Cuarteto op. 127 de Beethoven, explicado con detalle y enorme entusiasmo por el primer viol¨ªn, Baptiste Lopez, antes del concierto. El uso de cuerdas de tripa y la familiaridad con el estilo cl¨¢sico de los cuatro instrumentistas se tradujo en una versi¨®n de texturas mucho m¨¢s transparentes de las que estamos acostumbrados a escuchar a los cuartetos modernos. No ayud¨® el calor (el concierto se celebr¨® a mediod¨ªa, y aqu¨ª las puertas de las iglesias se dejan abiertas durante los conciertos), pero lo escuchado bast¨® sobradamente para constatar que el Edding es un grupo que apunta excelentes maneras: cada movimiento est¨¢ perfectamente entendido y planificado, y no se eluden los riesgos, con un ¨¦nfasis constante en la articulaci¨®n y tempi por regla general vivos, aunque el movimiento m¨¢s redondo fue el extraordinario Adagio, una de las mayores creaciones del ¨²ltimo Beethoven. Al d¨ªa siguiente, esta vez pasada la medianoche, el Edding volvi¨® a lucir hechuras de muy alto nivel en uno de los cuartetos de Mozart dedicados a Haydn, el K. 428, tambi¨¦n en Mi bemol mayor. A pesar de la hora, no se dej¨® en el tintero ni una sola de las repeticiones y la fuerte personalidad de Baptiste Lopez, la manera de tocar elegante y precisa de Caroline Bayet, la viola m¨¢s libre y creativa de Pablo de Pedro y el violonchelo sobrio y seguro de Ageet Zweistra volvieron a regalarnos una versi¨®n enormemente disfrutable. Es un grupo a seguir en condiciones m¨¢s id¨®neas de las que han acompa?ado estos d¨ªas su doble participaci¨®n en el festival.
Entre sus dos actuaciones lleg¨® el turno del primero de los conciertos del Collegium Vocale, en el que estaba previsto que sonara la pr¨¢ctica totalidad de la op. 1 de Heinrich Sch¨¹tz, una colecci¨®n de madrigales italianos que da fe de su rapid¨ªsima y genial absorci¨®n de las peculiaridades del g¨¦nero durante su primera estancia en Venecia. No pod¨ªa ser completa porque el ¨²ltimo de los 19 madrigales, Vasto mar, el cl¨ªmax de la colecci¨®n, la declaraci¨®n de "Estos son mis poderes" por parte del entonces muy joven compositor alem¨¢n, est¨¢ escrito a ocho voces y Herreweghe contaba tan solo con seis cantantes (el resto est¨¢n compuestos todos a cinco voces). En el programa final, sin embargo, acabaron qued¨¢ndose otros seis por el camino, ya que la tormenta del domingo trastoc¨® los planes de viaje de varios de los m¨²sicos, con la consiguiente influencia en los ensayos previos al concierto. Del sexteto destacaron la mezzosoprano checa Barbora Kabatkova y el tenor belga Tore Denys, m¨¢s fieles a las antiguas esencias y las se?as de identidad m¨¢s identificables del Collegium Vocale que los otros cuatro cantantes, todos brit¨¢nicos. Pero el principal problema del concierto fue la ac¨²stica, ya que la extraordinaria iglesia de Sant¡¯ Anna in Camprena, demasiado resonante por sus dimensiones y su altura, no favorece la clara audibilidad del texto y las infinitas sutilezas musicales de estos madrigales. Aun en las primeras filas, era dif¨ªcil percibir con nitidez las diferentes voces y los constantes recovecos de la polifon¨ªa italianizante de Sch¨¹tz. Por eso result¨® parad¨®jico que lo mejor fueran las piezas instrumentales, estrictamente contempor¨¢neas de los madrigales, que toc¨® en solitario a la tiorba Matthias Spaeter (de Johannes Kapsberger, italiano a pesar de su apellido) y, sobre todo, el d¨²o de c¨¢mara Torna l¡¯inverno frigido, de Biagio Marini, una presencia un tanto ahist¨®rica en el contexto del programa (es treinta a?os posterior a los madrigales y ya abiertamente barroco), pero que fue admirablemente cantado por el citado Tore Denys, Thomas Hobbs y el propio Matthias Spaeter.
El mi¨¦rcoles, aparte del breve concierto nocturno del Cuarteto Edding, depar¨® dos excelentes confirmaciones protagonizadas por otros tantos artistas consumados. Por la ma?ana, de nuevo en Castelmuzio, un recital de violonchelo solo del violonchelista Pieter Wispelwey. ?l mismo present¨® las dos primeras obras del programa, la Suite op. 72 de Britten y la juvenil Sonata para violonchelo solo de Ligeti. Ambas conocieron excelentes versiones, acompa?adas en varios momentos de especial intensidad por incontrolables efusiones vocales ¨Crozando los rugidos en ocasiones¨C del holand¨¦s. Lo m¨¢s emocionante fue, quiz¨¢s, el breve Canto Secondo de la obra de Britten, tocado como solo pueden hacerlo los grandes maestros del instrumento y los m¨²sicos que logran habitar verdaderamente los compases en vez de visitarlos meramente desde fuera.
Luego llam¨® la atenci¨®n ver a Wispelwey, uno de los int¨¦rpretes m¨¢s cualificados de las Suites para violonchelo solo de Bach con instrumento y maneras historicistas, tocar la obra que cierra la colecci¨®n, escrita originalmente para un violoncello piccolo de cinco cuerdas, con un instrumento moderno de cuatro. Aun as¨ª, y a diferencia, por ejemplo, de la impresi¨®n que caus¨® hace pocas semanas Alisa Weilerstein en el Festival de Aldeburgh cuando toc¨® esta misma Suite, Wispelwey supo adecuar con mucha m¨¢s naturalidad la partitura a un medio extra?o y, en ocasiones, casi hostil, que obliga a encarmarse constantemente a lo alto del m¨¢stil y al frecuente uso del pulgar. Wispelwey se mostr¨® un tanto an¨¢rquico e imprevisible en el respeto a las indicaciones de repetici¨®n (a veces las obviaba en las dos secciones, mientras que en otras se decantaba por solo una) y su aportaci¨®n m¨¢s original lleg¨® en la primera secci¨®n de la Sarabande, en la que toc¨® de entrada ¨²nicamente el tiple, la voz m¨¢s aguda, para, a continuaci¨®n, incorporar los acordes completos escritos por Bach (luego opt¨® por no repetir, en cambio, la segunda secci¨®n).
Otro veterano maestro, Christoph Pr¨¦gardien, imparti¨® una lecci¨®n de inteligencia y sensibilidad en la que debi¨® de ser su en¨¦sima interpretaci¨®n de La bella molinera, el primero de los dos grandes ciclos de Lieder de Franz Schubert. Con su fiel Michael Gees al piano, el tenor alem¨¢n lo hizo todo bien: contar la historia del joven molinero, empatizar con sus sufrimientos, sus alegr¨ªas y sus temores, hacernos part¨ªcipes de sus obsesiones (como en Mein!, con id¨¦ntica rima en todos y cada uno de los versos) y trasladarnos la desolaci¨®n que lo conduce finalmente al suicidio. Ya sexagenario, pero a¨²n en excelente forma vocal, Pr¨¦gardien adecua el ciclo a sus condiciones actuales y lo que ha perdido (esmalte, frescura, fiato, fuerza en los graves) lo suple con un despliegue de sabidur¨ªa y experiencia.
Fiel a sus convicciones (fue uno de los primeros en defenderlo), introdujo peque?os adornos o variantes en las canciones pertinazmente estr¨®ficas, como Morgengruss o Des Baches Wiegenlied, una licencia interpretativa perfectamente justificada y en la que cont¨® con la complicidad, antes o despu¨¦s que ¨¦l, de Michael Gees, otro maestro del g¨¦nero. Fueron siempre peque?os detalles (una inversi¨®n del curso mel¨®dico ¨Cdescendente, en vez de ascendente, por ejemplo¨C, unas notas de paso, un leve adorno, un retardo en la armon¨ªa) y ni uno solo son¨® caprichoso o fuera de lugar. Interpretaciones como las que escuchamos de Danksagung an den Bach, Eifersucht und Stolz (afrontado con enorme valent¨ªa) o Trockne Blumen est¨¢n solo al alcance de los m¨¢s grandes y los m¨¢s sabios. El p¨²blico as¨ª lo percibi¨® y los aplausos llevaron a Pr¨¦gardien y Gees a ofrecer dos canciones fuera de programa: Liebesbotschaft (de Schwanengesang) y Der Lindenbaum (de Winterreise), completando as¨ª los tres v¨¦rtices del tri¨¢ngulo de grandes colecciones de canciones de Schubert.
No puede dejar de mencionarse el placer que es escuchar, m¨¢s a¨²n al aire libre, con una bebida en la mano y con el ambiente definitivamente refrescado, al acordeonista Philippe Turiot, que, junto con el trompetista Carlo Nardozza, toc¨® m¨²sica de impronta italiana el lunes por la noche en la Piazza Garibaldi, junto al Bar Herv¨¦, cuyo nombre parece casi una contracci¨®n inintencionada de Herreweghe. Y es que el esp¨ªritu del m¨²sico belga ha invadido estos pueblos toscanos durante toda la semana. El a?o que viene se conmemorar¨¢n los primeros veinte a?os del Festival Crete Senesi y el primer medio siglo de vida del Collegium Vocale. Un motivo m¨¢s para dejarse caer por aqu¨ª y, sobre todo si no se es belga (ni italiano), aportar una nota de color en ambas efem¨¦rides.
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