Desenfocados
El exilio distorsiona el trato con el mundo
El exilio al principio no es nada m¨¢s que unas cuantas maletas, luego se transforma en una condici¨®n y, muchas veces, en una condena. No hay exilio, lo que existen son los exilios, cada uno distinto. Est¨¢n todos ellos atados por un par de hilos invisibles: el del desgarro y, tambi¨¦n, el de la perplejidad. Las circunstancias te arrancan de un mundo y te llevan a otro, que no terminas de entender, que nunca entender¨¢s del todo. As¨ª que el exiliado no tiene otra que emprender la tarea de coser los trozos partidos que lleva consigo, de aprender una nueva lengua (aunque sea la misma), de hacerse a otro paisaje y a otra gente. Luego siempre hay un agujero por el que se conectan las nuevas experiencias con lo que se vivi¨® anteriormente y no siempre se comprende el sentido de las cosas. As¨ª que hace falta buscar el cada vez m¨¢s p¨¢lido reflejo de lo que alguna vez se fue para intentar saber qu¨¦ es lo que uno es, en qu¨¦ se ha ido transformando.
Pero eso no es siempre f¨¢cil y, en realidad, de eso trata el exilio. De reinventarse. La aventura de ser otro puede convertirse en un fracaso. O, tal vez, se tiene ¨¦xito a la hora de conquistar un nuevo rostro. La ambig¨¹edad empieza a ser la caracter¨ªstica del nuevo territorio que se habita: nunca se sabe muy bien de qu¨¦ lado quedas. Y es que nunca se conoce a fondo lo que est¨¢ sucediendo porque la continuidad se rompi¨® un d¨ªa y lo que se percibe, de aqu¨ª y de all¨ª, siempre tiene un punto de artificio.
El exiliado sabe que form¨® parte de una corriente hasta que se produjo la grieta que lo cambi¨® todo y lo sac¨® fuera
En el mundo al que se llega las cosas se ven mientras se las nombra y eso establece siempre una tr¨¢gica distancia. Pueden llegar a ser nuestras pero porque han sido ajenas. El exiliado sabe que form¨® parte de una corriente hasta que se produjo la grieta que lo cambi¨® todo y lo sac¨® fuera, rumbo a lo desconocido. Es verdad que antes, cuando flu¨ªa, ignoraba lo que le esperaba, pero estaba dentro, como ajustado a su tiempo, y ahora sabe que est¨¢ fuera, desajustado, y es as¨ª como ha de empezar a vivir. En el l¨ªmite, todos somos de alguna forma exiliados. Un d¨ªa nos expulsaron de la vida verdadera y ahora la estamos buscando.
La idea de ruptura y de desgarro. La de perplejidad ante un nuevo mundo que se desconoce. El peso de las alforjas, de lo que se lleva dentro, y la obligaci¨®n de reinventarse. La complicaci¨®n de reconocerse, ?qui¨¦n soy, el de antes o el de ahora?, y de establecer las referencias con qu¨¦ mirarse. De todo eso va la experiencia del exilio. Cambian las coordenadas espaciales y eso provoca otra manera de tratar el tiempo.
Primera estaci¨®n: los exilados de 1848, en Ginebra
Quiz¨¢ todas estas consideraciones resulten muy abstractas, pero alrededor de ellas se articula la vida de quienes un d¨ªa se ven obligados a abandonar el mundo donde viv¨ªan y tienen que trasladarse, y adaptarse, a uno distinto. Y seguir adelante. Para entenderlo igual sea bueno dar un inmenso salto temporal. Hacia otra realidad, otras circunstancias, otros personajes, otra atm¨®sfera hist¨®rica, otras preocupaciones. Lo que se mantiene es la ruptura: toda esa gente que se ve obligada a salir de la ciudad en la que viv¨ªa e instalarse en otra.
Es el a?o 1848 y en distintos lugares de Europa ha estallado la revoluci¨®n. Y ha sido derrotada. Par¨ªs ha quedado sometida a una estrecha vigilancia policial. Los rebeldes en Roma han fracasado bajo el fuego de los franceses. En Prusia, el hermano del rey consigui¨® sofocar el estallido de Baden. Tambi¨¦n en Budapest la iniciativa ha quedado en nada, y los rusos han conseguido ah¨ª enga?ar a quienes movilizaban los hilos. El viejo r¨¦gimen ha resistido los embates.
Ginebra se llen¨® entonces de exiliados. Uno de ellos fue el escritor ruso Aleksandr Herzen, que recogi¨® en ¡®El pensamiento y las ideas¡¯, una suerte de memorias un tanto particulares, sus impresiones de lo que sucedi¨® entonces. ¡°Con todo, todav¨ªa hoy debo decir que los exilios emprendidos sin un objetivo preciso y m¨¢s bien como consecuencia de la victoria de una fuerza opositora cortocircuitan el desarrollo de los hombres y los apartan de toda actividad viva para empujarlos al reino de la fantas¨ªa¡±, escribi¨® sobre aquellos d¨ªas en que los refugiados iban en Ginebra del Hotel des Bergues al Caf¨¦ de la Poste. ¡°Salidos de la patria con la rabia en el pecho y la permanente convicci¨®n del regreso inmediato, los exiliados no avanzan, sino que vuelven al pasado una y otra vez; la esperanza concebida en el regreso les impide asentar las ideas y emprender una obra duradera; la irritaci¨®n y las encendidas disputas entre ellos les impiden escapar de un reducido n¨²mero de cuestiones por resolver, ideas y recuerdos, que conforman un duro yugo que los aherroja¡±.
Herzen se refer¨ªa a los exiliados del a?o 1848 y 1849, pero sus palabras sirven perfectamente para describir lo que ocurr¨ªa con los espa?oles que salieron al final de la guerra y que se reun¨ªan en los de caf¨¦s de las distintas ciudades en las que pretend¨ªan probar fortuna para salir adelante. Herzen observa que los que cre¨ªan que no hab¨ªa ya nada que hacer en Europa en 1848 se fueron a Am¨¦rica. Los exiliados espa?oles, en cambio, so?aron al otro lado del Atl¨¢ntico con la idea de regresar y acabar con la pesadilla. Herzen de nuevo: ¡°Enajenados del entorno natural al que pertenec¨ªan, todos los exiliados cierran los ojos a las amargas verdades y prefieren habitar los predios de un c¨ªrculo cerrado y fant¨¢stico que se alimenta de recuerdos inertes y de esperanzas irrealizables¡±.
¡°A¨²n no los hab¨ªa abandonado la embriaguez de sus victorias recientes, ni olvidaban las canciones del pueblo enardecido¡±
Cerrar los ojos a las verdades amargas, dejarse mecer por un pu?ado de esperanzas irrealizables. Los exiliados, observaba aquel escritor ruso que con el entusiasmo rom¨¢ntico propio de su tiempo quiso transformar el mundo y la vida, no cre¨ªan que el triunfo de sus enemigos iba a ser perdurable. ¡°A¨²n no los hab¨ªa abandonado la embriaguez de sus victorias recientes, ni olvidaban las canciones del pueblo enardecido; sus aplausos todav¨ªa les acariciaban los o¨ªdos. A¨²n cre¨ªan firmemente que su derrota no hab¨ªa sido m¨¢s que una calamidad fortuita y se negaban a vaciar sus ba¨²les para guardar la ropa en los armarios¡±. As¨ª ocurri¨® tambi¨¦n con todos esos espa?oles que, durante la larga guerra, pensaron alguna vez que iban a derrotar a Franco.
Segunda estaci¨®n: febrero 1939, camino de Francia
Para entender ¡°la magnitud del desastre¡± quiz¨¢ sirvan unas cuantas palabras que Manuel Aza?a escribi¨® cuando hab¨ªa dejado ya de ser el presidente de la Rep¨²blica. El 29 de junio de 1939 le envi¨® desde un rinc¨®n de Francia, en La Prasle (Collonges-sous-Sal¨¨ve), una carta a su amigo ?ngel Ossorio y Gallardo, que resid¨ªa en Buenos Aires, donde hab¨ªa sido hasta hace poco embajador de Espa?a. Ah¨ª describ¨ªa una escena que sirve para resumir lo que significa la derrota:
¡°Estando ya los facciosos en Arenys y Granollers, la desbandada cobr¨® una magnitud inmensurable¡±, le contaba. ¡°Una muchedumbre enloquecida atasc¨® las carreteras y los caminos, se desparram¨® por los atajos, en busca de la frontera. Paisanos y soldados, mujeres y viejos, funcionarios, jefes y oficiales, diputados, y personas particulares, en toda suerte de veh¨ªculos: camiones, coches ligeros, carritos tirados por mulas, portando los ajuares m¨¢s humildes, y hasta piezas de artiller¨ªa motorizadas, cortaban una inmensa mesa a pie, agolp¨¢ndose todos contra la cadena fronteriza de La Junquera. El tap¨®n humano se alargaba quince kil¨®metros por la carretera. Desesperaci¨®n de no poder pasar, p¨¢nico, saqueos, y un temporal deshecho. Algunas mujeres malparieron en las cunetas. Algunos ni?os perecieron de fr¨ªo o pisoteados. Un funcionario de la Presidencia, que volv¨ªa de Francia, pas¨® diecisiete horas dentro de su autom¨®vil, preso en el atasco. Se tard¨® dos o tres d¨ªas en restablecer la circulaci¨®n. Las gentes quedaron acampadas al raso, y sin comer, en espera de que Francia abriera la puerta. A¨²n no hab¨ªa llegado a la raya el alud de los combatientes. El 15 de enero quedaban en l¨ªnea y encuadrados setenta y ocho mil hombres. Seg¨²n los datos oficiales, han pasado a la frontera 220 mil soldados de todas las armas. Estas cifras le permitir¨¢n a usted formarse idea de la magnitud del desastre¡±.
En otro rinc¨®n de Francia, en Vernet-les-Baines, y acaso en una fecha muy pr¨®xima a aquella en la que Aza?a escribi¨® a Ossorio, el general Vicente Rojo, jefe del Estado Mayor del Ej¨¦rcito Republicano, redactaba sus reflexiones sobre la campa?a de Catalu?a que terminar¨ªan convirti¨¦ndose en su libro ¡®?Alerta los pueblos!¡¯ e inclu¨ªa una descripci¨®n muy parecida al narrar uno de los p¨¢nicos que se produjo en Girona ante el avance de las tropas franquistas.
¡°Por todas las carreteras van procesiones de gentes, autom¨®viles, camiones; los que no tienen posibilidad de ir en coche y disponen de armas, asaltan a los que no las llevan, obligan a bajar a sus ocupantes y siguen ellos en el veh¨ªculo. Mujeres, ni?os, viejos, hombres, carros, coches de todas clases, impedimenta, ambulancias, camiones, todo revuelto; algunos que viajan en coche, viendo la imposibilidad de avanzar r¨¢pidamente por la larga caravana que se forma y los atascos que se producen, abandonan el veh¨ªculo para seguir a pie...¡±.
¡°Algunas mujeres malparieron en las cunetas. Algunos ni?os perecieron de fr¨ªo o pisoteados¡±
Y luego se preguntaba:
¡°?A d¨®nde van? Se detendr¨¢n en el primer bosque o en cualquier refugio donde encuentren otras gentes serenadas y capaces de tranquilizarlas, o seguir¨¢n haciendo jornadas inveros¨ªmiles hasta caer deshechos, sin alimentaci¨®n, fuera de todo cobijo, en el lindero mismo del camino¡±.
Tercera estaci¨®n: la urgencia por sobrevivir
?A d¨®nde van? ?Que va a ser de sus vidas? Se habla de exilio, pero hace falta poner la lupa para escuchar c¨®mo lat¨ªan los corazones de todos los que sal¨ªan por las carreteras, y por los barcos y los aviones. Y, seguramente, lo que se escuchaba ah¨ª al fondo ten¨ªa que ver con el dolor, el miedo y la desesperaci¨®n. Los gobernantes, en medio de aquel caos de finales de la guerra, intentaban buscar salidas a lo que estaba sucediendo. El presidente del Consejo de Ministros, Juan Negr¨ªn, cre¨® el 1 de febrero de 1939 el Servicio de Emigraci¨®n de Republicanos Espa?oles (SERE), un organismo que deb¨ªa ocuparse de la situaci¨®n y ordenaci¨®n de todos aquellos que no iban a tener m¨¢s remedio que emigrar. ?l mismo presidi¨® su Consejo Ejecutivo, donde estuvieron representadas todas las tendencias del bando republicano. Ten¨ªa ya el aire de un Gobierno en el exilio y estaba compuesto por distintos ministros: ?lvarez del Vayo (de Estado), Tom¨¢s Bilbao (sin cartera), Segundo Blanco (de Instrucci¨®n P¨²blica), Ram¨®n Gonz¨¢lez Pe?a (de Justicia), Francisco M¨¦ndez Aspe (de Hacienda) y Josep Moix Reg¨¢s (de Trabajo).
Pongamos la lupa sobre uno de ellos: Tom¨¢s Bilbao. Hace unos a?os, Marina Pino y Jon Juaristi contaron sus peripecias en ¡®A cambio del olvido¡¯, un ensayo que daba cuenta de las historias de tres familias (los Ynsa, los Pino, los Bilbao) que discurren de manera independiente hasta que terminan cruz¨¢ndose en la Guerra Civil y que constituyen una suerte de peculiar resumen de algunas cuitas de este pa¨ªs entre 1872 y 1942. Marina Pino hab¨ªa estado rastreando las cosas de su pasado cuando descubri¨® que su abuelo, Tom¨¢s Bilbao, era el t¨ªo abuelo de Jon Juaristi. As¨ª que lo convenci¨® para realizar el viaje juntos. El resultado: un fascinante periplo donde escuchamos de multitud de vidas, m¨¢s o menos an¨®nimas, que permiten reconstruir la Espa?a anterior al estallido de la guerra y, sobre todo, iluminan ese tr¨¢gico periodo desde perspectivas muy diferentes: la del militar republicano que muere en el frente, la del polic¨ªa que es asesinado en Paracuellos, la de la mujer que termina en la c¨¢rcel por la denuncia interesada de quien quiere apoderarse de sus bienes, la del pol¨ªtico vasco que se compromete a fondo con el proyecto de Negr¨ªn. Ese es Tom¨¢s Bilbao.
Fue arquitecto, particip¨® en la fundaci¨®n de Acci¨®n Nacionalista Vasca (ANV), se incorpor¨® al Gobierno de Negr¨ªn como ministro sin cartera en agosto de 1938. El cabeza de su familia consideraba la guerra como un asunto entre espa?oles donde los vascos no deb¨ªan entrar. Pero Tom¨¢s Bilbao decidi¨® comprometerse con la Rep¨²blica y estuvo al lado de Negr¨ªn hasta el final: hab¨ªa que hacer los posible por resistir. Fue de los pocos, cuenta Jon Juaristi, que durante el avance de los franquistas por Catalu?a consigui¨® mantener la calma. ¡°Ninguna situaci¨®n, por dif¨ªcil o desesperada que sea, justifica la p¨¦rdida del decoro¡±. ?sa era su manera de ver las cosas.
El 23 de marzo de aquel a?o aciago en que estaba terminando la guerra lleg¨® a Veracruz el yate ¡®Vita¡¯. Llevaba ¡°un cargamento de ciento cincuenta bultos de alhajas y valores incautados a particulares¡± con los que el SERE pretend¨ªa financiar los primeros traslados a M¨¦xico de contingentes de exiliados. El caso es que la persona a la que Negr¨ªn hab¨ªa encargado la misi¨®n de recoger aquel delicado env¨ªo no se present¨® en el puerto, y aquel ¡®tesoro¡¯ termin¨® en manos de Indalecio Prieto, otra de las grandes figuras socialistas que estaba ya en el exilio y que se apropi¨® del mismo. No tardar¨ªa en crear, en julio de 1939, la Junta de Auxilio a los Republicanos (JARE). De esa manera tan prosaica nacieron el prietismo y el negrinismo, las dos corrientes del socialismo que siguieron enfrentadas tras la guerra. El n¨²mero de evacuados por el SERE y el JARE vino a ser el mismo, unas 7.000 personas en ambos casos. Apenas un 7% de los fugitivos del franquismo en 1939. Escribe Jon Juaristi sobre su t¨ªo abuelo:
¡°Luego, algo tremendo, espantoso sucede: ¡®se ha perdido la guerra¡¯, o¨ªamos entre llantos. Y vamos a Par¨ªs¡±
¡°Entre marzo de 1939 y junio de 1940, la entereza y el ¨¢nimo de que Tom¨¢s hab¨ªa dado prueba durante los ¨²ltimos a?os de la guerra ir¨ªan disolvi¨¦ndose en medio de la amargura de la derrota y de las feroces disputas entre camarillas del exilio: prietistas, negrinistas, nacionalistas vascos y catalanes, comunistas y anarquistas se culpaban unos a otros del desastre, excluy¨¦ndose mutuamente del reparto de los recursos que cada grupo controlaba. El exilio no fue una fiesta, sino una pat¨¦tica ceremonia de revanchismo y confusi¨®n entre los vencidos¡±.
Afortunadamente, en medio de este desgraciado sino, los m¨¢s j¨®venes estaban tocados por la gracia de ver las cosas de otra manera. La hija de Tom¨¢s Bilbao, Mari Carmen, entonces una cr¨ªa, recordaba as¨ª los primeros momentos del exilio en Francia:
¡°Mi padre ya no es c¨®nsul, ahora es ministro. Oigo decir que ¡®ministro sin cartera¡¯. No s¨¦ qu¨¦ es, pero trae otro cambio. Dejamos el consulado. Luego, algo tremendo, espantoso sucede: ¡®se ha perdido la guerra¡¯, o¨ªamos entre llantos. Y vamos a Par¨ªs. Otra vez gozo de una temporada de juegos entre mis hermanos, los patines, el cine y la escuela. Las monjas-maestras tienen alas en la cabeza. Es la toca de San Vicente de Paul. Me gustan. No estamos internos, como en Biarritz. Aquello hab¨ªa sido otra separaci¨®n necesaria. ?ramos tantos en la familia que mi madre no encontraba apartamento. ¡®No quer¨ªan ni?os, prefer¨ªan perros¡¯, nos dec¨ªa¡±.
Cuarta estaci¨®n: los perdedores en una Europa en guerra
?D¨®nde termin¨® Ferran Planes cuando lleg¨® a Perpi?¨¢n tras salir de Espa?a al terminar la guerra? ?D¨®nde pod¨ªa ser?, en un caf¨¦. En el Caf¨¦ del Castellet, ah¨ª hab¨ªa una tertulia de refugiados. ¡°Todos eran pol¨ªticos de secano: alcaldes de nuestra comarca, gente ilusa, pr¨®fugos que se cre¨ªan en su casa, megal¨®manos y resentidos, charlatanes, rentistas sin dinero, residuos de una convulsi¨®n... Yo era como ellos y uno m¨¢s¡±, escribi¨® en ¡®El desbarajuste¡¯, donde cuenta sus peripecias en el exilio.
Planes lleg¨® durante la guerra a ser teniente de la Comandancia de Artiller¨ªa del IX Cuerpo de Ej¨¦rcito. Cuando todo termin¨® se encontraba en Guadix, en la provincia de Granada. Al poco de instalarse all¨ª el nuevo r¨¦gimen sali¨® hacia Barcelona, escap¨® por el campo a Francia (¡°saltamos una acequia de un metro de ancho, bordeada de ¨¢rboles¡±, eran libres) y busc¨® la manera de llegar hasta Perpi?¨¢n, ¡°despu¨¦s a Alsacia y Lorena, entonces integrada en Alemania¡±, cuenta en su libro. ¡°Y aparte de alg¨²n intento de entrada a Suiza¡±, su periplo termin¨® en julio de 1943, ¡°cuando entr¨¦ supreticiamente en Ll¨ªvia, enclave espa?ol rodeado por la Catalu?a francesa, desde donde fui a parar a casa de mi familia¡±.
¡°Todos eran pol¨ªticos de secano: alcaldes de nuestra comarca, gente ilusa, pr¨®fugos que se cre¨ªan en su casa¡±
Unos cuantos a?os, unos cuantos lugares, y volver. Planes lo pas¨® rematadamente mal, y eso que ten¨ªa mucho ingenio para sortear las complicaciones y era h¨¢bil en el arte de la supervivencia. Era mediados de julio de 1939 cuando intentaba armar su futuro en Perpi?¨¢n. Segu¨ªa all¨ª cuando Alemania invadi¨® Polonia en septiembre. Acababa de empezar otra guerra, y a Planes se les estaban acabando sus ahorros. ¡°Fui a la oficina del SERE (Servicio de Emigraci¨®n de los Refugiados Espa?oles) para pedir la subvenci¨®n que, seg¨²n me hab¨ªan dicho, daban a todos los que hab¨ªan servido en el ej¨¦rcito republicano. Al entrar volv¨ª a sentir el tufo de la burocracia¡±. No ten¨ªa los suficientes papeles para justificar su condici¨®n, le comentaron que igual pod¨ªa ser un esp¨ªa, no le dieron un c¨¦ntimo. Las cosas empezaron a ponerse feas.
A veces el exilio se explica tras el envoltorio del hero¨ªsmo, y entonces lo que se dice es que a los combatientes republicanos les toc¨® volver a defender la democracia en los frentes europeos donde se batallaba para frenar el avance de los nazis. Y es verdad. Suele hablarse entonces de los tanques de la Novena Compa?¨ªa de Reconocimiento de la II Divisi¨®n blindada de la Francia Libre, a la que se conoce como La Nueve y que tiene la aureola m¨ªtica de haber estado integrada casi exclusivamente por combatientes espa?oles exiliados. Fueron los primeros en entrar en Par¨ªs tras su liberaci¨®n al final de la guerra.
Otras veces lo que se recuerda es el horror. Es lo que ha ocurrido hace no mucho cuando, en agosto, se public¨® en el Bolet¨ªn Oficial del Estado el listado de los 4.427 espa?oles que murieron en los campos de concentraci¨®n nazis de Mauthausen y Gusen. Y tambi¨¦n es verdad. Esa fue tambi¨¦n la terrible suerte de muchos de los que fueron al exilio cuando las tropas franquistas se impusieron en la Guerra Civil.
Son situaciones extremas, esa del desembarco triunfal en Par¨ªs o aquella de la muerte en las peores condiciones a manos de la brutalidad nazi. Luego est¨¢n las historias corrientes. ?Corrientes? Mejor, las historias de los muchos exilios. Sin m¨¢s. Ferran Planes y su mujer y unos cuantos amigos consiguieron trabajo en la vendimia en el Rosell¨®n. Pero aquello acab¨® un d¨ªa. Se presentaron entonces en la JARE (Junta de Ayuda a los Refugiados Espa?oles). Rellenaron unos cuantos papeles, les dijeron que no se hiciera muchas ilusiones. Tuvieron que tomar algunas decisiones dr¨¢sticas. La mujer de Planes regres¨® a Espa?a.
Los que se quedaron fueron a la polic¨ªa a pedir que los metieran en alguna parte. Los condujeron al campo de Saint Cyprien. No mucho despu¨¦s se apuntaban a una Compa?¨ªa de Trabajadores Extranjeros que iba a colaborar en la construcci¨®n de una suerte de ¡°segunda l¨ªnea Maginot¡± para frenar el avance del nazismo en tierras francesas. A Planes le toc¨® vigilar vigilar el trabajo de su secci¨®n junto a un tipo que proced¨ªa de Breta?a. ¡°Y el caso es que yo¡±, escribe en ¡®El desbarajuste¡¯, ¡°que no era franc¨¦s, me interesaba apasionadamente por aquella guerra, con la que vinculaba el porvenir del mundo¡±, Su compa?ero, explica, ¡°s¨®lo so?aba con el regreso al hogar¡±.
Uno de sus colegas espa?oles era muy bueno dibujando: ¡°Me convert¨ª en un comerciante de dibujos pornogr¨¢ficos¡±
?Qu¨¦ ten¨ªa Ferran Planes en la cabeza durante aquella temporada? ¡°Yo segu¨ªa en mis trece¡±, confiesa en su cr¨®nica: ¡°democracia de tipo occidental, antifascismo, y me opon¨ªa al marxismo, porque no admit¨ªa la falta de libertad ni clase alguna de dogmatismo¡±. La misi¨®n en la que su compa?¨ªa trabajaba no sirvi¨® de gran cosa. Los alemanes avanzaron como una tromba y las fuerzas francesas salieron escopetadas. La compa?¨ªa de Sales tuvo suerte: casi todos sobrevivieron. Iban escapando como pod¨ªan bajo el fuego alem¨¢n de la aviaci¨®n y la artiller¨ªa. Francia se hab¨ªa desplomado. Planes y otros cuatro espa?oles intentaron pasar a Suiza. En Berna revisaron sus papeles, los devolvieron al lugar de donde hab¨ªan huido.
Bueno, terminaron en manos de los alemanes. Tras pasar un peque?o infierno en unos barracones llegaron a su destino final, un campo de prisioneros en Belfort, el Fort Hatry. Una imagen que acaso sirva para resumir lo que tambi¨¦n significa el exilio, algunos exilios, el de Ferran Sales. Lo pasaban rematadamente mal, y hab¨ªa que ingeni¨¢rselas. Uno de sus colegas espa?oles era muy bueno dibujando, as¨ª que empez¨® a garabatear algunos desnudos y a concebir escenas obscenas. ¡°Me convert¨ª en un comerciante de dibujos pornogr¨¢ficos¡±, cuenta Sales. Termin¨® abordando a los oficiales alemanes. ¡°Fueron los mejores clientes. Uno tra¨ªa a otro. Pagan en marcos, la divisa fuerte, reguladora, del campo¡±.
Quinta estaci¨®n: partidos por el eje junto al r¨ªo de la Plata
El exilio rompe algo, el exilio te desconecta. Se deja un mundo atr¨¢s, que era de una determinada manera, y caes en otra parte. Y ah¨ª no sabes nada, y no es un simplemente un viaje que tenga su fecha de retorno. Es otra cosa. El escritor Francisco Ayala lleg¨® a Argentina al terminar la guerra, estuvo all¨ª diez a?os. Se busc¨® la vida haciendo colaboraciones en la revista ¡®Sur¡® y en el diario ¡®La Naci¨®n¡¯. Fue uno de los fundadores de la revista ¡®Realidad¡¯, y tambi¨¦n ech¨® un cable de tanto en tanto en ¡®Pensamiento Espa?ol¡¯, la publicaci¨®n que puso en marcha el general Rojo con otros amigos en Buenos Aires.
¡°Llegado yo a sus m¨¢rgenes tras el naufragio de la guerra, me encontraba ah¨ª ahora a la intemperie, frente a horizontes huidizos, en un espacio abierto y, como tal, desoladoramente inseguro¡±, escribi¨® Ayala a prop¨®sito de su llegada a la vera del r¨ªo de La Plata. ¡°S¨²bitamente, todo el laborioso proyecto de mi vida se me mostraba ahora impracticable, inv¨¢lido, nulo. De repente me hab¨ªa quedado sin expectativas claras, sin puntos de apoyo conocidos, sin un suelo firme en el que apoyar los pies ni caminos trazados por donde adelantar mis pasos. Para m¨ª ¨Ccomo para cuantos a lo largo de la historia lo han sufrido¨C el exilio implicaba nada menos que la manera de improvisar una manera por completo nueva de hallarme instalado en el mundo¡±.
Ayala ten¨ªa ya alguna experiencia de lo que supone un cambio existencial. A los diecis¨¦is a?os lleg¨® a vivir con su familia a Madrid procedente de Granada. Pero aquello era distinto: la capital de Espa?a era entonces una tierra de promisi¨®n para el aquel muchacho de provincias que so?aba con convertirse en escritor. Viv¨ªan all¨ª otros andaluces ilustres: Juan Ram¨®n Jim¨¦nez, Rafael Alberti, Federico Garc¨ªa Lorca. Eran los llamados a?os de plata de la cultura espa?ola. ¡°M¨¢s que sentir que todo era posible pens¨¢bamos que todo estaba ya pr¨¢cticamente en marcha hacia la felicidad universal¡±, escribi¨® despu¨¦s Ayala en alguno de sus libros.
Le toc¨® padecer la dictadura de Primo de Rivera, luego celebr¨® la llegada de la Rep¨²blica. Aquel joven descubri¨® en aquella ¨¦poca las vanguardias, y anduvo de caf¨¦ en caf¨¦, atento a lo que se cocinaba en las tertulias: ¡°...prevalec¨ªa la ¡®boutade¡¯, el rasgo ingenioso, la noticia curiosa o deformada, el comentario malicioso y a¨²n maligno¡±, cont¨® alguna vez tiempo despu¨¦s.
Fue ese mundo cargado de esperanzas e ilusiones, donde reinaba esa atm¨®sfera de modernidad que la Rep¨²blica hab¨ªa tra¨ªdo, el que vino a destruir el golpe de Estado de julio de 1936. Ayala se afili¨® durante esa temporada a Acci¨®n Republicana. Eso s¨ª, no lleg¨® a asistir ni siquiera a una sola reuni¨®n del partido de Manuel Aza?a. No era lo suyo. Fue letrado de las Cortes tras doctorarse en Derecho. Estaba dando unas conferencias por Sudam¨¦rica cuando estall¨® la Guerra Civil. Volvi¨® inmediatamente a Espa?a para ayudar en lo que fuera necesario y trabaj¨® como funcionario del Ministerio de Estado hasta el final de la contienda.
¡°A todos los escritores e intelectuales en general, y sobre todo a los de mi generaci¨®n, la Guerra Civil nos parti¨® por el eje --nunca mejor empleada esta frase. Mi carrera qued¨® cortada; en cuanto hombre de letras, perd¨ª el contacto con el p¨²blico de este pa¨ªs, que es el m¨ªo, donde ya mi nombre gozaba de cierta reputaci¨®n¡±, le cont¨® Ayala en 1969 al periodista Miguel Fern¨¢ndez-Braso.
Tras los a?os en Argentina, Ayala se traslad¨® a Puerto Rico y de ah¨ª a Estados Unidos, donde imparti¨® clases de literatura espa?ola en las universidades de Princeton, Rudgers, Nueva York y Chicago. La suerte de los exiliados, lo explic¨® alguna vez el propio escritor, depende del momento en que se encuentre el pa¨ªs de llegada. En Francia nada era posible. En M¨¦xico, en cambio, los que llegaban se encontraron con una ¨¦poca de crecimiento, que los favoreci¨®. Chile y Argentina aceptaron a los exiliados de mala gana mientras que la Rep¨²blica Dominicana del dictador Trujillo abri¨® sus puertas a los espa?oles ¡°para que aplicar¨¢n sus energ¨ªas a la tarea de blanquear la raza¡±. No hay reglas, el azar marca el destino de cuantos se ven obligados a dejar su pa¨ªs. Poco amigo de las leyendas, Ayala fue muy rotundo en su libro de memorias ¡®Recuerdos y olvidos¡¯ cuando tuvo que pronunciarse sobre lo que significaba vivir en otro mundo y tener que reconstruirse de nuevo:
¡°Lo de la hospitalidad general con que tal o cual pa¨ªs acogi¨® a los exiliados espa?oles es, ha llegado a ser, un lugar com¨²n que, como tantos otros tantos t¨®picos, cualquiera fuera su base de realidad, resulta en ¨²ltimo an¨¢lisis falso, y hasta un poco irritante. En mi personal experiencia, tengo yo que agradecer a varios amigos su buena voluntad, su generosa disposici¨®n de ¨¢nimo en circunstancias tales o cuales; pero frente a los pa¨ªses donde he vivido no me creo obligado a la menor gratitud ni, por supuesto, autorizado tampoco a emitir la menor queja¡±.
¡°Yo me desentend¨ª de todo lo que fue pol¨ªtica en el exilio. Pensaba que uno ten¨ªa que reconstruir su vida personal¡±
Volvi¨® a Espa?a por primera vez en 1960, y visit¨® el pa¨ªs durante cada verano desde entonces hasta que se instal¨® en Madrid definitivamente en 1976. En una larga entrevista que le hizo el historiador Santos Juli¨¢ en 1992, Ayala le explic¨®:
¡°Yo me desentend¨ª por completo de todo lo que fue pol¨ªtica en el exilio. Pensaba que uno ten¨ªa que reconstruir su vida personal en las circunstancias en las que cada cual pudiera hallarse. Porque sent¨ªa que en tales expectativas hab¨ªa un modo de autoenga?o y hasta la justificaci¨®n de la inercia mental , aferr¨¢ndose al pasado para vivir de ¨¦l. No quiero juzgar a nadie, cada cual es due?o de su conciencia; hablo de m¨ª. Yo pens¨¦ que deb¨ªa seguir viviendo y no so?ar con una Espa?a ya inexistente. ?C¨®mo ilusionarse con una vuelta a Espa?a cuando Espa?a era ya otra cosa, y esa cosa era lo que era!¡±.
Reconstruir la propia vida en otras circunstancias. A algunos les fue bien, otros sucumbieron en el empe?o. Muchos de los exiliados tuvieron que cambiar de trabajo, otros quedaron presos de esa suerte de maleficio que los sigui¨® amarrando a su recuerdo de Espa?a. Pero cada a?o que pasaba el franquismo fue transformando el pa¨ªs en otra cosa. Y no ten¨ªa nada que ver con ¡°esa marcha hacia la felicidad universal¡± que Ayala hab¨ªa barruntado a su llegada de Granada cuando era un muchacho. La Espa?a que surgi¨® de la guerra fue la Espa?a del nacionalcatolicismo, que se llev¨® por delante los grandes proyectos que se hab¨ªan entrevisto durante la Rep¨²blica.
La figura de Ayala, como la de tantos otros, da noticia de cuantos tuvieron en un momento dado el coraje de romper amarras. Se acab¨® lo que se daba. Espa?a quedaba as¨ª enterrada en el pasado, tocaba vivir unas nuevas circunstancias, hacer nuevas amistades, aprender otra lengua, conocer otros rituales. Santos Juli¨¢, y seguramente por la capacidad que tuvo Ayala de cambiar de eje, ha escrito que ¡°era el mejor equipado para continuar, de vuelta a Espa?a, aquella tarea de escritor p¨²blico que consist¨ªa en ¡®rendir testimonio del presente, procurar orientarnos en su caos, se?alar sus tendencias profundas y tratar de restablecer dentro de ellas el sentido de la existencia humana¡±. Todav¨ªa no se ha sabido reconocer en sus justos t¨¦rminos lo que trajeron aquellos espa?oles trasterrados que regresaron para empujar tambi¨¦n ellos a que este pa¨ªs cambiara y conquistara la democracia.
Sexta y ¨²ltima estaci¨®n: dos mujeres que van de un sitio a otro
Una de ellas es conocida; la otra, no tanto. La primera se llama Mar¨ªa Zambrano, la otra es su hermana Araceli. Juntas hicieron la mayor parte del trayecto por ese otro mundo al que las empuj¨® el final de la guerra. Una pudo volver, la otra muri¨® en un hospital de Ginebra.
¡°Se?or, se?or, ?qu¨¦ ha hecho mi pueblo?¡±, escribi¨® Mar¨ªa Zambrano a finales de enero y comienzos de febrero de 1939, ya en Francia. ¡°?Contra qu¨¦ rostro alto e imposible ha arrojado su piedra? ?Qu¨¦ monstruo lleva en sus entra?as que as¨ª ha aterrado al mundo?¡±.
Ah¨ª est¨¢ toda la perplejidad, acaso una de las primeras sacudidas que afectan a cuantos acaban de abandonar su patria. ?Qu¨¦ ha ocurrido? ?C¨®mo dar nombre a esa quiebra brutal, a ese desgarro? ?C¨®mo aceptar la derrota? ?C¨®mo nombrarla?
En 1940, en La Habana, Mar¨ªa Zambrano volv¨ªa a hacer cuentas consigo misma y con lo que hab¨ªa ocurrido. Siempre Espa?a, la tragedia de Espa?a, la guerra, los errores que se cometieron, la herida que segu¨ªa abierta:
¡°Porque esto s¨ª. Es imposible pretender haber quedado limpio despu¨¦s de haber estado, no ya con el pueblo, sino dentro del pueblo y su contienda¡±. Y dec¨ªa: ¡°no cabe tampoco hip¨®critamente desconocer la locura que se apoder¨® de ¨¦l, dejando intactas peque?as islas de buen sentido¡±. Con qu¨¦ dolor tuvo que haber escrito unas l¨ªneas m¨¢s adelante: ¡°...lo dem¨¢s era locura, delirio, desesperaci¨®n...¡±.
La guerra. E insist¨ªa con esa extra?a lucidez que da el coraje de tener que seguir adelante: ¡°Hab¨ªa que apurarlo todo hasta el final, para que nuestro testimonio fuese v¨¢lido, ver¨ªdico; para que nuestra palabra no resuene en nuestros o¨ªdos ni en los ajenos, jam¨¢s, como una impostura¡±.
¡°Porque lo esencial ha sido que todos, absolutamente todos los espa?oles conscientes, hemos participado en una forma u otra en la tragedia. Nadie ha podido quedar exento¡±, escribi¨® en aquellas notas deslavazadas. ¡°Porque la verdad absoluta es incompatible con el hecho de estar vivo. Lo ¨²nico que podemos pretender es haber tenido nuestra verdad y haberle [s] sido fiel [es] hasta el fin, seguir si¨¦ndolo, ya que el fin, claro es, no ha llegado¡±.
Mar¨ªa Zambrano sali¨® de Espa?a al poco de capitular Barcelona el 26 de enero de 1939. Parti¨® con su madre y su hermana Araceli y otros familiares. Figueras, La Junquera, Le Perthus. All¨ª se encontr¨® con su marido, Alfonso Rodr¨ªguez Aldave, y juntos partieron hacia Par¨ªs. De ah¨ª viajaron a M¨¦xico. Mar¨ªa empez¨® trabajando en la universidad de Morelia, luego estuvieron dando saltos entre San Juan de Puerto Rico y La Habana hasta que, el 6 de septiembre de 1946, regresaron a Europa, a Par¨ªs. La madre de Mar¨ªa Zambrano acababa de morir, su hermana estaba hecha polvo. Su historia hab¨ªa sido mucho m¨¢s dura. Casada con un militar y pol¨ªtico republicano, Manuel Mu?oz Mart¨ªnez, que fue Director de Seguridad Nacional durante la guerra, estuvo en el punto de mira de los nazis cuando se instalaron en Francia. La Gestapo detuvo a su marido, que fue enviado a Espa?a y fusilado por la dictadura franquista en 1942, mientras que a ella la sigui¨® persiguiendo porque sospechaba que estaba vinculada a la Resistencia. No pasar¨ªa mucho tiempo para que las hermanas unieran su suerte y permanecieran juntas hasta el final. Mar¨ªa Zambrano termin¨® separ¨¢ndose de su marido. Aquellas dos mujeres fueron dando saltos: Cuba, M¨¦xico, vuelta Europa, pasaron una temporada en Roma, regresaron a Par¨ªs. A partir de 1953 se instalaron una larga ¨¦poca en Roma, hasta 1964.
¡°El exilio que me ha tocado vivir es esencial¡±, escribi¨® Mar¨ªa Zambrano en un art¨ªculo que public¨® en ¡®ABC¡¯ el 28 de agosto de 1989, ya instalada en Espa?a despu¨¦s de su regreso en 1984. ¡°Yo no concibo mi vida sin el exilio que he vivido. El exilio ha sido como mi patria, o como una dimensi¨®n de una patria desconocida pero que una vez que se conoce, es irrenunciable¡±.
Una patria, pero una patria dura. Mar¨ªa y Araceli dieron ese a?o de 1964 el gran salto y decidieron empezar a vivir en una casa aislada en La Pi¨¨ce, en el Jura franc¨¦s. Llegaron all¨ª el 3 de septiembre, y en ese rinc¨®n apartado del mundo estuvieron catorce a?os, hasta 1978. Bueno, en 1972 muri¨® Araceli, as¨ª que qued¨® solo Mar¨ªa, aunque desde ese momento pasara algunas temporadas fuera. Las auxiliaron, ese especie de ¨¢ngeles guardianes que acompa?aron a tantos de los exiliados, dos primos de las hermanas: Rafael y Mariano Tomero. ¡°Solo otros tres vecinos viv¨ªan aislados en aquel mismo paraje boscoso¡±, ha recordado el poeta Antonio Colinas en unos de los muchos textos que dedic¨® a la pensadora. Mar¨ªa, y su hermana, encontraron en La Pi¨¨ce esa soledad tanto tiempo buscada. La muerte de Araceli fue para Mar¨ªa un golpe terrible. Lo reflej¨® en una carta que escribi¨® a Jos¨¦ Lezama Lima, el poeta cubano y uno de sus grandes amigos:
¡°Era la misma criatura, inocente, casta, majestuosa ahora, bell¨ªsima, como si la historia no hubiera existido¡±
¡°Ara, mi ¨²nica hermana, se fue de este mundo el 20 de febrero, pasado domingo. Sin m¨ª al lado, en una cl¨ªnica de Ginebra, donde tuve que llevarla catorce d¨ªas antes. No estaba, no, de lejos previsto, pero ella, s¨ª, lo sab¨ªa y yo no pod¨ªa creerlo. Yo estaba tranquila, la hab¨ªa visto el d¨ªa antes y hac¨ªa una hora que por tel¨¦fono hab¨ªa o¨ªdo las noticias mejores de todas cuando son¨® el tel¨¦fono con la llamada del m¨¦dico [...]. As¨ª que la vi una hora despu¨¦s de su muerte, como la vi inolvidablemente una hora despu¨¦s de su nacimiento. Hab¨ªa una adecuaci¨®n perfecta, era la misma criatura, solo criatura de nuevo, inocente, casta, majestuosa ahora, bell¨ªsima, como si la historia ¡ªde la que muri¨®, pues su dolencia mortal fue la historia¡ª no hubiera existido¡±.
Su dolencia mortal fue la historia. Y es que, seguramente, es esa la dolencia principal de cada exiliado. El golpe de los militares rebeldes vino de pronto como una tromba, luego la guerra, y todo termin¨® cambiando. No hay margen de maniobra. Un poco, quiz¨¢, en la manera de hacerse a otra realidad. Igual ayuda la suerte, que a algunos favoreci¨®. La colaboraci¨®n desinteresada de unos cuantos amigos o familiares o desconocidos, todos aquellos que se solidarizaron con los que tuvieron que salir de Espa?a.
No se puede hablar del exilio, solo existen los exilios. Cada uno distinto. Ahora que han pasado ochenta a?os despu¨¦s del final de la guerra y cuando toca volver la mirada atr¨¢s, quiz¨¢ sirva poner el foco en esas dos hermanas. En un lugar monta?oso, en la m¨¢s profunda soledad. Golpeadas por la dolencia mortal de la historia. Como tantos otros.
Texto le¨ªdo en la inauguraci¨®n de las jornadas Arag¨®n desgajado. El exilio republicano de 1939, celebradas en Huesca en octubre de 2019.
Bibliograf¨ªa:
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Marina Pino y Jon Juaristi. A cambio del olvido. Una indagaci¨®n republicana (1872-1942). Tusquets. Barcelona, 2011. 504 p¨¢ginas.
Ferr¨¢n Planes. El desbarajuste. Traducci¨®n de Carlos Manzano. Libros del Asteroide. Barcelona, 2013. 332 p¨¢ginas.
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Francisco Ayala. Confrontaciones y otros escritos 1923-2006. Obras completas VIII. Edici¨®n de Carolyn Richmond. Pr¨®logo de Jos¨¦ Carlos Mainer. Galaxia Gutenberg / C¨ªrculo de Lectores. Barcelona, 2013. 1.697 p¨¢ginas.
Mar¨ªa Zambrano. La raz¨®n en la sombra. Antolog¨ªa del pensamiento de Mar¨ªa Zambrano. Edici¨®n a cargo de Jes¨²s Moreno Sanz. Siruela. Madrid, 1993. 653 p¨¢ginas.
Mar¨ªa Zambrano. Obras Completas VI. Escritos autobiogr¨¢ficos. Delirios. Poemas (1928-1990). Delirio y destino. Director y coordinador: Jes¨²s Moreno Sanz. Galaxia Gutenberg / C¨ªrculo de Lectores. Barcelona, 2014. 1.607 p¨¢ginas.
Antonio Colinas. Sobre Mar¨ªa Zambrano. Misterios encendidos. Siruela. Madrid, 2019. 399 p¨¢ginas. ?
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