La amenaza de la cultura
El sector del arte, que vive en estado de alarma desde hace muchos a?os, sabe que ha hecho, como suele decirse de manera insidiosa, los deberes. Y ahora le toca al Estado mover pieza
En Espa?a se teme a la cultura. Lo prueba, en primer lugar, que en los planes educativos de bachillerato las humanidades han sido arrinconadas: la filosof¨ªa ha desaparecido de las pruebas de selectividad, y la literatura (la nacional, tan solo) sobrevive esquilmada como un ap¨®sito del examen de Lengua. Los alumnos espa?oles llegan a la universidad con pocas probabilidades de haber o¨ªdo hablar de Virginia Woolf, Nicanor Parra, Carmen Mart¨ªn Gaite o Marta Sanz, si no es por el entusiasmo particular de algunos profesores.
Este desprecio, mayoritario en nuestra sociedad, lo percibe cualquier televidente. Los canales privados no dedican ning¨²n espacio a la cultura, si no es entendida como entretenimiento en su forma m¨¢s perversa: competici¨®n y ejercicio disciplinario. Las televisiones privadas tienen la libertad de retratarse en sus elecciones y nosotros, por ¡°suerte¡±, contamos con una televisi¨®n p¨²blica en la que apenas hay programa dedicado a las artes pl¨¢sticas (de madrugada y en d¨ªas impares, si se me permite la broma) y ninguno de filosof¨ªa. El ¨²nico programa literario sobrevive gracias a un dif¨ªcil equilibrio entre las entrevistas a escritores, el apoyo a la industria del libro y unos rutilantes formatos visuales. Porque la televisi¨®n p¨²blica exige a los programas culturales que no parezcan culturales. La cultura se vive como amenaza. En primer lugar, amenaza de aburrimiento; en segundo lugar, de pesimismo. O, quiz¨¢, en orden inverso: primero se la amordaza y despu¨¦s se la acusa de sosa. Porque si una de las virtudes la cultura es no poner pa?os calientes, parece que de ella se espera, por el contrario, una anestesia arcaica y sentimentaloide.
Ruego al lector que me perdone si, como escritor que iba a retratar la precariedad de su d¨ªa a d¨ªa, me he dejado llevar por lo abstracto y he mezclado los conceptos literatura y cultura como si fueran equivalentes. Pero mi situaci¨®n no es exclusiva. ¡°Soy artista, cuidadora, evaluadora, teleoperadora, profesora, escritora, camarera, lectora...¡±, escribe Remedios Zafra en el clarividente ensayo El entusiasmo. Precariedad y trabajo creativo en la era digital. Cultura es una palabra de doble filo que se vuelve compacta por fatalidad: de un lado goza de un prestigio social amorfo; de otro, engloba a numeros¨ªsimos trabajadores intermitentes, irregulares y pobres, al m¨¢s modesto librero y a la novelista de ¨¦xito, pudiendo darse la circunstancia de que ambos sean la misma persona precaria.
La cultura se vive como amenaza. En primer lugar, amenaza de aburrimiento; en segundo lugar, de pesimismo. O, quiz¨¢, en orden inverso: primero se la amordaza y despu¨¦s se la acusa de sosa
Entre los escritores es dif¨ªcil reconocer una solidaridad sindical como la de otros gremios culturales, y por eso nuestra voz nunca resuena m¨¢s all¨¢ de la promoci¨®n del ¨²ltimo libro. Hemos interiorizado una idea competitiva de un ¨¦xito escaso y confundido la excelencia con la refundaci¨®n neoliberal del mito del genio rom¨¢ntico. Adem¨¢s, contribuimos al runr¨²n de un capitalismo happy con esl¨®ganes pseudo democr¨¢ticos (todos somos artistas) que deval¨²an la especificidad del trabajo cultural bien hecho.
Si el mundo de la cultura reaccion¨® con incomodidad a las palabras del ministro Jos¨¦ Manuel Rodr¨ªguez Uribes, quiz¨¢ se deba, m¨¢s all¨¢ de lo afortunado o no de sus palabras, a la manera de emplazar a los sectores culturales para escuchar sus demandas. No es necesario empezar de cero con ideas exigidas a unos pocos con m¨¢s voz que otros. En septiembre de 2018 el Congreso de los Diputados aprob¨® por unanimidad las conclusiones de una Subcomisi¨®n del Estatuto del Artista y del Profesional de la Cultura que, durante m¨¢s de un a?o, hab¨ªa debatido medidas concretas que pon¨ªan en com¨²n las necesidades del trabajador cultural: una fiscalidad pertinente, un modelo de tributaci¨®n acorde con la intermitencia e irregularidad de las contrataciones, unos tipos de IVA y unas deducciones que cuidaran un bien vulnerable de suma importancia, la cultura, reconocido como un derecho constitucional.
Si el mundo de la cultura reaccion¨® con incomodidad a las palabras del ministro Jos¨¦ Manuel Rodr¨ªguez Uribes, quiz¨¢ se deba, m¨¢s all¨¢ de lo afortunado o no de sus palabras, a la manera de emplazar a los sectores culturales para escuchar sus demandas
Lo maravilloso de esta subcomisi¨®n es que sumaba los diferentes enfoques de cada gremio y se emancipaba de la tendencia sectorial, superaba los azarosos modelos de subvenci¨®n y ayudaba a entender unas nuevas herramientas de acci¨®n sindical. La transversalidad del enfoque, lejos de diluir las reivindicaciones las volvi¨® m¨¢s concretas y ambiciosas.
Nota: un amigo galerista me comenta que no hab¨ªa o¨ªdo hablar de la subcomisi¨®n. Nota 2: un amigo escritor tampoco sabe nada del estatuto del artista. Fue noticia fugaz en los peri¨®dicos. Las televisiones no le dedicaron el mismo espacio que a otras reivindicaciones de sectores vulnerables: limpiadoras, agricultores... De nuevo el doble filo del t¨¦rmino cultura, su prestigio social y su arrinconamiento pr¨¢ctico. Y el desprecio a un sector que no s¨®lo aporta al estado un 3,2 % de PIB, sino un valioso ¡°capital¡± educativo, simb¨®lico y cr¨ªtico. Y profundamente vital.
Por eso evito la negrura. La presencia de la ministra de Hacienda en la reuni¨®n con los trabajadores culturales supone un gran paso. Por decirlo en t¨¦rminos literarios: aporta idealismo y realismo a la vez. Y la cultura, que vive en estado de alarma desde hace muchos a?os, sabe que ha hecho, como suele decirse de manera insidiosa, los deberes. Y ahora le toca al Estado mover pieza.
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