La condesa sangrienta se qued¨® sin suministros
Considerada la Dr¨¢cula femenina, la arist¨®crata h¨²ngara a la que se atribuye ba?arse en sangre de doncellas fue emparedada en su castillo
Es tentador decir que la condesa sangrienta se qued¨® durante su confinamiento sin productos de ba?o, pero probablemente ser¨ªa una broma gruesa y adem¨¢s no del todo exacto. La arist¨®crata h¨²ngara Elizabeth B¨¢thory (Nyirb¨¢tor, 1560-Csejthe, 1614), tambi¨¦n conocida como la Alima?a y la Loba, que son motes como para ir a visitarla, ha pasado a la historia por los horrendos cr¨ªmenes de que la acusaron y en general se la recuerda sobre todo en la imaginaci¨®n popular por ba?arse en sangre de doncellas para mantenerse joven. Condenada en 1610 al confinamiento para el resto de sus d¨ªas en su castillo de Csejthe, actual Chactice, Eslovaquia -muri¨® cuatro a?os despu¨¦s, con el aburrimiento que hoy no nos cuesta nada imaginar-, evidentemente dej¨® de poder echar mano de las j¨®venes con las que daba salida a sus pulsiones criminales. Pero en realidad, aunque nos fascine la imagen de la mujer solaz¨¢ndose en su rojo ba?o producto del asesinato, no est¨¢ acreditado que ese fuera uno de los delitos que cometi¨® y por los que la castigaron.
La inmersi¨®n en sangre es de hecho una adherencia posterior a su leyenda, un siglo despu¨¦s de su muerte, que no aparece en las acusaciones de su tiempo ni en los documentos procesales de su caso. Seg¨²n los testimonios usados en su contra, la noble h¨²ngara ser¨ªa una asesina en serie s¨¢dica que torturaba y mataba por placer a las chicas que eran sus v¨ªctimas (se lleg¨® a citar la cifra de 650 muertes), pero no hab¨ªa en ello componente vamp¨ªrico ni cosm¨¦tico (lo que no empeque?ece sus cr¨ªmenes). No obstante, la imagen, alimentada por el cine y la literatura (Valentine Penrose ha evocado en La condesa sangrienta, que ahora ha reeditado WunderKammer, como nadie a la arist¨®crata ¡°orde?ando la sangre para recibirla en su est¨¢tica belleza¡±), es tan poderosa que resulta igual de imposible sacar a Elizabeth B¨¢thory de su ba?o de sangre como a Cleopatra del suyo de leche de burra. No sabr¨ªa decir si ba?arse en sangre tiene alg¨²n beneficio real; en leche, al parecer s¨ª: no hace falta que sea de burra, ni tampoco verter 300 cartones en la ba?era, basta con tres tazas, eso s¨ª, ha de ser leche entera.
Elizabeth o Erzs¨¦bet B¨¢thory pertenec¨ªa a una de las familias de m¨¢s a?eja nobleza de Europa. Proced¨ªan de Suabia, pero la leyenda les supon¨ªa descendientes de los m¨ªticos siete jefes magiares que llevaron a sus tribus hasta las llanuras h¨²ngaras y cuya patria era la b¨¢rbara Escitia. Algunos remontaban su origen hasta el mism¨ªsimo Atila, significativamente el ancestro que reivindica el conde Dr¨¢cula en la novela de Bram Stoker. Los destinos de ambos, el conde vampiro y la condesa sangrienta, se han mezclado de manera f¨¦rtil en la ficci¨®n. En Countess Dracula, producci¨®n cl¨¢sica de la Hammer de 1971, por ejemplo, una turgente Ingrid Pitt (sic) era una trasunta de Elizabeth B¨¢thory que sin su ba?o de sangre deven¨ªa una anciana con una fea verruga en la barbilla, a veces en pleno acto amoroso, lo que resultaba un engorro. La arist¨®crata h¨²ngara fue posiblemente una influencia en la creaci¨®n del escritor irland¨¦s, y ella misma se ha puesto la capa del pr¨ªncipe de los no muertos adquiriendo connotaciones vamp¨ªricas que jam¨¢s tuvo en vida. En realidad, el mundo de Dr¨¢cula, el de los voivodas tardomedievales como Vlad Tepes (Vlad Dracula o Vlad el empalador), es anterior al de Elizabeth B¨¢thory. Curiosamente, en este mundo de influencias y mezclas de sangre (valga la palabra) hist¨®ricas y literarias, Dr¨¢cula y Vlad Tepes tambi¨¦n han cruzado influencias: el primero adquiriendo carta de nobleza transilvana y el segundo una relaci¨®n con el vampirismo que tampoco tuvo nunca (y mira que no ser¨ªa porque no cometi¨® barbaridades el voivoda).
En el linaje de los B¨¢thory, del nombre de su propiedad pero tambi¨¦n del h¨²ngaro ¡°b¨¢tor¡±, valiente, por un antecesor que habr¨ªa matado un drag¨®n en los predios familiares de Ecsed, se cuentan grandes y acreditados guerreros, famosos castellanos y palatinos, voivodas y pr¨ªncipes de Transilvania y hasta un rey de Polonia y Gran Duque de Lituania. El escudo de armas de la familia muestra tres colmillos de drag¨®n de plata sobre fondo rojo y est¨¢ rodeado por otro drag¨®n que se muerde la cola. Vamos, que quedar¨ªa estupendamente en el castillo de Dr¨¢cula. En la ¨¦poca de Elizabeth B¨¢thory los dientes del blas¨®n habr¨ªan pasado a ser de lobo, que no s¨¦ yo si no es a¨²n m¨¢s inquietante.
La condesa siempre manifest¨® un altivo orgullo por esa herencia, un punto salvaje y tenebrosa, considerando que su linaje, como era lo corriente en la alta aristocracia de la ¨¦poca, la hac¨ªa estar por encima de la moral tradicional y la justicia: una mentalidad feudal. Los B¨¢thory no eran gente f¨¢cil. En la rama de nuestra condesa, los Ecsed, hab¨ªa una cierta predisposici¨®n a la locura -resultado sin duda de tanto matrimonio consangu¨ªneo-, los comportamientos extra?os y la violencia (lo normal cuando tus antepasados han ido en primera l¨ªnea a guerrear desde la batalla de Moh¨¢cs). Un t¨ªo de Elizabeth, Istv¨¢n, estaba tan pirado que confund¨ªa el verano con el invierno y se hac¨ªa llevar en trineo por avenidas cubiertas con arena blanca para simular nieve.
En su maravilloso libro, que pese a contar con infinidad de datos, hay que leer como creaci¨®n literaria y para nada como una biograf¨ªa hist¨®rica, Valentine Penrose se deja llevar por la leyenda para aflorar una narraci¨®n de una arrebatadora belleza siniestra. Se mete en el alma de la condesa (o el esp¨ªritu de esta posee a la escritora) convirti¨¦ndose pr¨¢cticamente en ella y reinventando su car¨¢cter y sus cr¨ªmenes. En manos de Penrose, la historia de la B¨¢thory se reviste de brujer¨ªa y erotismo, de mandr¨¢goras y perlas, con grandes ba?os de sangre. La escritora la pone bajo el influyo de la luna y dibuja una arist¨®crata decadente, narcisista, melanc¨®lica y cruel, de monstruosa lascivia, incapaz de culpa o remordimiento, hija de su raza, lesbiana y tremendamente sugerente. Presa de arrebatos de ira desenfrenada, verdaderas crisis de posesi¨®n, torturaba a varias chicas a la vez para desfogarse. No le gustaban bajitas. Recoge Penrose el dato de que ten¨ªa un espejo con forma humana, para poder pasar largas horas frente a ¨¦l contempl¨¢ndose apoyada. Y la describe en su castillo favorito de Csejthe, aquejada de ese espl¨ªn tan habitual ahora en nuestra vidas confinadas, ¡°aburrida de forma tremenda¡±, cambi¨¢ndose continuamente de vestido. ¡°Ella de terciopelo rojo, ella de blanco, de negro con perlas, ella pintada bajo la gran frente p¨¢lida como una raja de fruta blanca y perversa. En el coraz¨®n de su cuarto, en el centro de los candelabros, solo ella; ella por siempre inalcanzable y cuyas m¨²ltiples facetas no pod¨ªa reunir en una sola mirada¡±.
En el cine, Elizabeth B¨¢thory ha tenido rostros tan conocidos como el de Luc¨ªa Bos¨¦ y el de Paloma Picasso. La primera la encarn¨® -en puridad a una supuesta descendiente en el siglo XIX- en Ceremonia sangrienta, de Jorge Grau, en la que Espartaco Santoni hac¨ªa de marido de la arist¨®crata convertido en vampiro. La hija de Picasso fue la condesa en Erzs¨¦bet B¨¢thory, la tercera historia de los c¨¦lebres Cuentos inmorales, de Walerian Borowczyk, un ejercicio de estilo con mucha jovencita desnuda a lo Bilitis y con la protagonista dej¨¢ndose arrancar orgi¨¢sticamente por las ninfas el vestido entretejido de perlas antes de ba?arse en su espesa sangre (la matanza, a espada, ten¨ªa lugar fuera de campo). En The Countess, drama hist¨®rico de 2009, se visualizaba la famosa escena can¨®nica de la leyenda en la que al golpear a una criada por peinarla mal la sangre salpica la cara de la condesa y esta descubre que en esa zona la piel se le vuelve m¨¢s tersa¡ Otras apariciones de la condesa en pantalla han sido en B¨¢thory (2008), de Juraj Jakubisko, Le rouge aux levres (1970), encarnada por Delphine Seyrig, nada menos, o la rar¨ªsima Necr¨®polis (1970) de Franco Broncani que juntaba a la condesa (la actriz de Warhol Viva), Atila, el monstruo de Frankenstein y Carmelo Bene.
Los datos biogr¨¢ficos de que disponemos parecen indicar que la condesa sufr¨ªa desde ni?a alguna enfermedad, quiz¨¢ epilepsia y se ha sugerido que el uso tradicional en la ¨¦poca de la ingesta de sangre para tratarla podr¨ªa haber tenido que ver con la mala fama que adquiri¨®. En su mundo se mezclaban brutalidad y refinamiento, superstici¨®n y ciencia. Elizabeth B¨¢thory hablaba h¨²ngaro, alem¨¢n, lat¨ªn y griego y disfrutaba de todos los privilegios de su poderosa familia. Desde ni?a, a los 10 a?os, acordaron su matrimonio con un miembro de otra familia de raigambre, Ferenc N¨¢dasdy, hijo del bar¨®n Tam¨¢s N¨¢dasdy de N¨¢dasd et Fogarasf?ld, cuyo apellido lo dice todo. Se casaron cuando la chica cumpli¨® los 15 y parece que ella hab¨ªa tenido un hijo ileg¨ªtimo a los 13. Dado que la familia B¨¢thory era sin embargo de m¨¢s alta cuna todav¨ªa, Elizabeth conserv¨® su apellido. El regalo de bodas de N¨¢dasdy a la novia fue el castillo de Csejhte, en los peque?os C¨¢rpatos, que se convertir¨ªa en su lugar favorito, el escenario principal de sus cr¨ªmenes, y donde ser¨ªa confinada hasta su muerte con 54 a?os.
N¨¢dasdy pasaba largas temporadas guerreando como comandante de las fuerzas h¨²ngaras contra los turcos y la condesa se dedicaba a administrar las tierras y fincas. La pareja tuvo tres hijas y un hijo, el heredero Paul N¨¢dasdy (nada que ver con Paul Naschy que por cierto enlazar¨ªa a su hombre lobo Waldemar Damsky con la condesa sangrienta en El retorno de Walpurgis, de 1973 en el que encarnar¨ªa a la B¨¢thory Mar¨ªa Silva). El marido muri¨® en 1604 tras 29 a?os de matrimonio en los que si apreci¨® cosas raras en su mujer se guard¨® los comentarios para ¨¦l mismo. Ya antes de la muerte de N¨¢dasdy corr¨ªan rumores sobre las actividades de la condesa, no solo en Hungr¨ªa sino en la corte en Viena. Pero, fueron silenciados en virtud de los grandes servicios de los B¨¢thory y los N¨¢dasdy, y no fue sino en 1610 que se abri¨® una investigaci¨®n oficial que reuni¨® declaraciones de m¨¢s de 300 testigos.
Lo que sali¨® a la luz era tremendo: Elizabeth B¨¢thory llevaba largos a?os asesinando a j¨®venes campesinas que hac¨ªa conducir a sus propiedades, especialmente a Csejthe, para emplear como sirvientas. Ayudada por varios c¨®mplices siniestros la condesa, en ataques de rabia, torturaba a sus v¨ªctimas propin¨¢ndoles mordiscos, azotes, quemaduras, cortes, pinchazos con largos alfileres en los pezones, mutilaciones y despellejamientos. Las acusaciones inclu¨ªan canibalismo y diversas otras perversiones y un grado elevad¨ªsimo de sadismo incluso para aquellos tiempos en los que era costumbre maltratar al servicio. Las chicas muertas eran enterradas discretamente en campos y jardines y se las sustitu¨ªa por carne fresca. A tenor de la documentaci¨®n, a la arist¨®crata la pillaron con las manos en la masa por as¨ª decirlo, con una joven a medio torturar y otra acabada de fallecer de sus heridas.
Es dif¨ªcil decir qu¨¦ hab¨ªa de verdad en todo aquello. En la actualidad hay historiadores que sostienen que fue un montaje para eliminar a un personaje poderoso e influyente, y excesivamente independiente, como era Elizabeth B¨¢thory y apoderarse de sus grandes propiedades. Algunas acusaciones recuerdan a las de los procesos de brujer¨ªa y no hay duda de que algunos testimonios se lograron bajo tortura. Hay quien sostiene que quiz¨¢ gestos y comportamientos de la condesa se interpretaron mal. Pero es bastante probable que hubiera algo de base. Se ha sostenido tambi¨¦n que B¨¢thory se pas¨® de la raya al empezar a asesinar a j¨®venes de la nobleza rural. Una cosa era matar campesinas y otra a reto?os de la gente acomodada. Penrose sugiere que dej¨® de hacerle efecto la sangre roja y pas¨® a la azul.
Sea como fuera, el juicio p¨²blico de una mujer tan poderosa como Elizabeth estaba descartado, como tambi¨¦n su ejecuci¨®n, algo reservado en su clase para las conspiraciones pol¨ªticas. En primera instancia se pens¨® internar a la condesa en un convento, pero la gravedad del caso llev¨® a condenarla a un encierro de por vida en el castillo de Csejhte, su guarida en un espol¨®n de monta?a. ¡°Vas a desaparecer de este mundo y no volver¨¢s jam¨¢s a ¨¦l¡±, le comunicaron, con un tono que hoy nos estremece m¨¢s que nunca. En 1611 se la confin¨® en una habitaci¨®n de la que tapiaron con piedras y mortero ventanas y puertas dejando solo una peque?a abertura para pasarle comida. En las cuatro esquinas del castillo se levantaron cuatro cadalsos para se?alar que dentro viv¨ªa una condenada a muerte. En esa situaci¨®n extrema, sin posibilidad alguna de desescalada, estuvo hasta el 21 de agosto de 1614, cuando un guardia que se asom¨® por la rendija la vio muerta. La enterraron en la cripta familiar de los B¨¢thory en Ecsed, pero hoy se desconoce el paradero de su cuerpo.
Elizabeth B¨¢thory, la Jezabel transilvana, nunca pidi¨® perd¨®n, ni mostr¨® arrepentimiento alguno. Esas minucias no iban con ella. Podemos imaginarla en su confinamiento sola y despojada de su cruel y voluptuoso pasatiempo favorito, escuchando con nostalgia los gritos de agon¨ªa que todav¨ªa parec¨ªan resonar en los s¨®tanos del castillo. En la actualidad la fortaleza de Csejhte est¨¢ en ruinas pero hasta hace poco pod¨ªa verse en los lavaderos una tina usada, se dec¨ªa, para la sangre. ¡°Prisionera, escuchaba los ruidos, esos ruidos del fr¨ªo en el tejado y las almenas, anta?o ahogado por las voces y el traj¨ªn cotidianos¡±, escribe Penrose. ¡°A lo lejos, los lobos. Su cuarto segu¨ªa siendo el mismo, con los grandes espejos bajo la luz gris de enero. ?Qui¨¦n vendr¨ªa? O¨ªa pisadas de hombres y de caballos en los patios. ?Ten¨ªa sentido todo aquello, todo lo que tal vez iba a desvanecerse como los otros sue?os?¡±. Detr¨¢s de los viejos paramentos batidos por el viento debe seguir melanc¨®lica la condesa, aguardando vanamente a que alguien le traiga compa?¨ªa y tenga el detalle de prepararle un ba?o.
Babelia
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