Clavile?os de papel
Cuando las calles se abran de nuevo, buscaremos en librer¨ªas y bibliotecas los hallazgos, los recuerdos y las historias que nos ense?ar¨¢n a galopar por las regiones del ma?ana
Esta primavera celebramos los libros al estilo cervantino: encerrados en nuestros cuartos, engalanando las horas con imaginaci¨®n y lecturas. En nuestros anaqueles, en nuestras fieles bibliotecas, cada volumen es un umbral que ning¨²n confinamiento impide traspasar. Don Quijote y Sancho montaron en el inm¨®vil Clavile?o, un m¨¢gico caballo de madera, y so?aron que galopaban por el firmamento entre reba?os de estrellas. A lomos de nuestros clavile?os de papel, cabalgamos desde el sill¨®n hacia desconocidas lejan¨ªas. En la literatura exploramos nuestros deseos y todas las vidas posibles, pero tambi¨¦n las cicatrices que deja cada crisis, cada epidemia, cada desgracia que hiere la piel de los sue?os humanos. En ella aprendemos que no hay nada nuevo bajo las sombras, tampoco hoy.
Apenas podemos reconstruir el mundo previo a los libros, el paisaje anterior a las letras. Y, sin embargo, la etapa oral de la humanidad fue much¨ªsimo m¨¢s larga que nuestra vida entre libros, que por ahora dura solo unos cinco mil a?os. Antes de la invenci¨®n de la escritura, el ¨²nico archivo posible era la memoria. Durante los largos milenios de oralidad, cada persona pose¨ªa un peque?o bagaje de informaci¨®n y relatos: era en s¨ª mismo una biblioteca m¨ªnima. Nuestros antepasados cultivaban memorias prodigiosas, eran atletas del recuerdo. Pero los conocimientos que la mente puede albergar son limitados y, por eso, la escritura se invent¨® para retar al olvido, para evitar que cada generaci¨®n tuviera que volver a empezar fatigosamente desde el principio, inventando sus leyes y sus leyendas, sus creencias, sus conocimientos t¨¦cnicos: su identidad.
En la literatura exploramos nuestros deseos y todas las vidas posibles, pero tambi¨¦n las cicatrices que deja cada crisis, cada epidemia, cada desgracia que hiere la piel de los sue?os humanos. En ella aprendemos que no hay nada nuevo bajo las sombras, tampoco hoy
Cuando los ojos aprendieron a escuchar las palabras escritas, empez¨® una nueva era. En las tempranas civilizaciones, la utilidad originaria de la escritura fue la contabilidad palaciega. M¨¢s adelante los escribas se ocupar¨ªan tambi¨¦n de los relatos y mitolog¨ªas. Somos seres econ¨®micos y simb¨®licos: primero llegaron los libros de cuentas; despu¨¦s, los libros de cuentos. Se inici¨® entonces una fabulosa b¨²squeda del material m¨¢s duradero y el formato m¨¢s pr¨¢ctico para los libros: las tablillas de barro, los rollos de papiro, los c¨®dices manuscritos de pergamino, los impresos en papel, hasta las p¨¢ginas de luz del presente. A esta cadena de mejoras contribuyeron numerosas mentes brillantes, la mayor¨ªa an¨®nimas. En cada avance, este asombroso invento se volvi¨® m¨¢s ligero, m¨¢s transportable, m¨¢s resistente, m¨¢s barato. Tan codiciado que, seg¨²n los poetas Catulo y Marcial, hace alrededor de dos mil a?os naci¨® la costumbre de regalar libros en las fiestas Saturnales de los romanos.
La aventura de leer es la historia de la expansi¨®n del conocimiento. Gracias a los libros, que permiten preservar el saber, la humanidad ha vivido una fabulosa aceleraci¨®n del desarrollo y el progreso. Las primeras civilizaciones vislumbraron algunas de nuestras mejores ideas. En un viaje de milenios, esos cofres de reflexi¨®n encontraron cobijo en bibliotecas, librer¨ªas, monasterios y colecciones privadas. La imprenta difundi¨® los logros de la ciencia y las humanidades, cimientos de los mejores siglos de nuestra especie.
La aventura de leer es la historia de la expansi¨®n del conocimiento. Gracias a los libros, que permiten preservar el saber, la humanidad ha vivido una fabulosa aceleraci¨®n del desarrollo y el progreso
Recorriendo caminos de tinta hemos aprendido a afrontar juntos duelos y quebrantos. Por Tuc¨ªdides conocemos la epidemia de Atenas, por Boccaccio la peste negra, Mary Shelley conjetur¨® una plaga letal, Gald¨®s escribi¨® sobre el c¨®lera, Pardo Baz¨¢n sobre la lepra, Thomas Mann narr¨® la tuberculosis, Philip Roth la polio. Sus relatos albergan la huella colectiva de nuestra supervivencia. Frente a agoreros y apocal¨ªpticos, los libros nos susurran que la humanidad siempre renace tras los inviernos de nuestro desaliento. La imaginaci¨®n es el lugar donde primero construimos el futuro, y para lograrlo contamos con una feliz herramienta de eficacia probada: los libros. Hoy los celebraremos en los balcones y, cuando las calles se abran de nuevo, buscaremos en librer¨ªas y bibliotecas los hallazgos, los recuerdos y las historias que nos ense?ar¨¢n a galopar por las regiones del ma?ana.
Irene Vallejo es autora de ¡®El infinito en un junco: La invenci¨®n de los libros en el mundo antiguo¡¯ (Siruela).
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