Dos tardes con Bioy
La creencia en la profundidad de la literatura remite al drama cotidiano de tantos que empezaron por suponer que crear a la hora de escribir era ir m¨¢s all¨¢ de todos los esquemas
En lugar de ¡°una experiencia que nos ha hecho m¨¢s ricos¡±, ?no podr¨ªamos decir a veces que ¡°una experiencia nos ha hecho m¨¢s pobres¡±? La pregunta es de Peter Handke y, dadas las circunstancias actuales, cada d¨ªa la veo m¨¢s sensata. Pero no s¨¦ si estoy hablando influido por la excesiva resonancia de algunas frases que sobre la pandemia han dejado caer ¨²ltimamente algunos. Unas cuantas frases que nos han empobrecido, casi todas de escritores, a los que se acude suponi¨¦ndoles confabulados con el aislamiento cuando en realidad muchos no est¨¢n hechos para meditar, la actividad m¨¢s imprescindible si quiere uno aislarse en una ¡°caba?a para pensar¡±. Tambi¨¦n se recurre a ellos por otro equivoco, por su sobrevalorada capacidad para profetizar, y as¨ª estos d¨ªas hemos tenido que enterarnos, por ejemplo, de que, ¡°despu¨¦s del confinamiento, el mundo ser¨¢ igual, solo que un poco peor¡±. Sin embargo, todos sabemos que no hay que pensar mucho para profetizar esto ¨²ltimo. Porque lo que viene a decir esa frase que ha dado la vuelta medi¨¢tica al mundo es tan obvio como que los loros solo hablan en su lengua materna.
En Neuros Aires, el ¨¢gil libro del barcelon¨¦s Marc Caellas, he encontrado unas palabras muy atinadas de Bioy Casares sobre el mito de la inteligencia de los escritores: ¡°La gente cree que las obras literarias est¨¢n llenas de ideas profundas. Lo que es raro es que tambi¨¦n se dejen enga?ar los escritores: deber¨ªan saber que no es para tanto¡±. Ya es divertido, bien mirado, que esto lo diga Bioy, que fue precisamente una inteligencia superior. El caso es que la creencia en la profundidad de la literatura remite al drama cotidiano de tantos que empezaron por suponer que crear a la hora de escribir era ir m¨¢s all¨¢ de todos los esquemas (auscultaci¨®n, por ejemplo, de la verdad profunda que hay en nosotros) y acabaron descubriendo que la verdad m¨¢s honda que poseemos es precisamente ese esquema que nosotros mismos nos hemos construido, y que no hay m¨¢s. Su drama recuerda al del chimpanc¨¦ al que dieron papel y l¨¢piz para que demostrara lo artista que era y no pas¨® de dibujar los barrotes de su propia jaula.
Pero, qui¨¦n sabe, quiz¨¢s como dec¨ªa aquel castizo, lo que en verdad importa en este mundo es pasar el rato. A¨²n recuerdo las dos tardes que pas¨¦ con Bioy en la terraza del Felipe II, en El Escorial. En una de ellas me habl¨® de un periodista amigo que un d¨ªa, a traici¨®n, le pregunt¨® directamente por el sentido de su obra. Bioy me dijo que acus¨® el golpe y no supo ni qu¨¦ contestarle, pero por la noche en su casa volvi¨® a pensar en la tremenda pregunta y decidi¨® que si se la volv¨ªan a hacer, recurrir¨ªa al sentido del humor, que era muy ¨²til porque permit¨ªa soltar una temible verdad por la v¨ªa de la comicidad. Le pregunt¨¦ a qu¨¦ verdad se estaba refiriendo. Y por momentos vi que Bioy dudaba, como si le hubieran vuelto a preguntar por el sentido de la obra. ¡°A la ausencia general de profundidad¡±, dijo finalmente, con tanta ligereza que todav¨ªa ando preocupado.
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