Decisiones de un director

Una de las mejores sorpresas de la hornada de cine independiente americano del a?o 2017 fue La gran enfermedad del amor. Coescrita y protagonizada por el comediante de origen paquistan¨ª Kumail Nanjiani, la pel¨ªcula obtuvo una nominaci¨®n al Oscar en una de las categor¨ªas m¨¢s reputadas, la de guion original, y destacaba sobre todo por la dificultad para aunar comedia rom¨¢ntica, drama con enfermedad al borde de la muerte y comedia negra sobre el choque de culturas, sin perder la delicadeza aunque con chistes de enormes riesgo y crueldad.

Del director de aquella sorpresa, Michael Showalter, que ya hab¨ªa obtenido una buena recepci¨®n cr¨ªtica con su anterior obra, Hola, mi nombre es Dios (2015), no se pod¨ªa decir que engrandeciera con su puesta en escena el magn¨ªfico libreto de Nanjiani y de su esposa, Emily V. Gordon, con evidente toque autobiogr¨¢fico. Pero tampoco hac¨ªa nada especialmente tosco o vulgar, algo que augurara el desastre que es su nueva pel¨ªcula, la infame Los tortolitos, protagonizada precisamente por Nanjiani, esta vez fuera de la escritura, lo que se nota a la legua.

Comedia despendolada de sucesivos encuentros nocturnos que llevan a pensar en ?Jo, qu¨¦ noche! y Eyes Wide Shut como lejanos modelos a los que emular o parodiar, Los tortolitos intenta asentarse en la violencia del slapstick y en las situaciones de denuncia xen¨®foba o de guerra de sexos, pero cada secuencia es peor que la anterior, y sin que tengan apenas que ver las unas con las otras. Como una suma de malas ideas plasmadas en un revoltijo.

Que alguien tan prometedor como Showalter decida ponerse al frente de una pel¨ªcula as¨ª es descorazonador. Que adem¨¢s caiga en los peores vicios de una parte de los productos de Netflix, tanto en series como en largometrajes, resulta revelador: planos siempre muy cortos, claridad expositiva hasta lo pedestre e iluminaci¨®n exagerada incluso en las secuencias nocturnas. La orden parece meridiana: que todo se vea y se entienda bien clarito.