Diario dibujado de un genio maldito
Se edita en espa?ol ¡®Pompeo¡¯, el testamento art¨ªstico de Andrea Pazienza, creador de culto que muri¨® a los 32 a?os
Con 12 a?os, Andrea Pazienza dibuj¨® su funeral. Retrat¨® los rostros de sus padres, excavados por el dolor. Esboz¨® un ata¨²d llevado a hombros, mientras varios cuervos y un buitre lo sobrevolaban. Y a?adi¨® un mensaje inequ¨ªvoco: ¡°Andrea ha muerto¡±. Aunque, entre la multitud desesperada, tambi¨¦n dise?¨® m¨¢s de una cara sonriente. Su madre, confusa, le pregunt¨® por qu¨¦.
¡ªMam¨¢, siempre hay alguien que se alegra.
Cuando Giuliana Di Cretico confes¨® aquel recuerdo al semanario Il Venerd¨¬, en 2013, asegur¨® que era ¡°un dibujo prof¨¦tico¡±. En efecto, ayuda a explicar qui¨¦n fue Andrea Pazienza: ah¨ª est¨¢n el talento innato, la iron¨ªa, la fe en s¨ª mismo o el destino sentenciado. Sin embargo, no hay marco que encierre un retrato completo del artista. Entre otras cosas, porque dedic¨® su carrera a superar cualquier l¨ªmite: se mantuvo fiel solo a su canon, mientras demol¨ªa todos los dem¨¢s. ¡°Desbordante¡±, lo define al tel¨¦fono la que fue su esposa, Marina Comandini. Junto con el trabajo art¨ªstico, los viajes o la pasi¨®n por los animales, ambos compart¨ªan el d¨ªa de nacimiento: 23 de mayo. Ayer s¨¢bado, pues, Pazienza hubiera cumplido 64 a?os. La vida, sin embargo, solo le concedi¨® la mitad. La hero¨ªna se lo llev¨® una noche de junio de 1988. Sus tebeos y su figura crearon un mito, un culto que resiste y se refuerza. Aunque tambi¨¦n queda una duda: a saber qu¨¦ habr¨ªa hecho Paz con algo m¨¢s de tiempo.
¡°Representa una mezcla de genio superior, excesivo, total, con una expresividad verbal, visual y po¨¦tica de una fuerza sobrenatural¡±, sostiene C¨¦sar S¨¢nchez, responsable de la editorial Fulgencio Pimentel y difusor de la obra de Pazienza en Espa?a. Tras Zanardi y Corre, Zanardi, centrados en su personaje m¨¢s c¨¦lebre, un estudiante tan salvaje y violento como libre, publica ahora Pompeo, considerado el testamento art¨ªstico del creador. ¡°Andrea era uno de esos casos raros en los que la figura p¨²blica coincide mucho con la privada. Le gustaba provocar cada vez m¨¢s, sin miedo a quien le pudiera juzgar. Arriesgaba siempre, y esta es la obra m¨¢s importante que haya hecho¡±, aclara Comandini. Ella estaba ah¨ª cuando su marido la dibujaba y pon¨ªa sus ¡°entra?as encima de la mesa¡±, como dijo una vez. ¡°A Marina¡±, reza la primera p¨¢gina.
He aqu¨ª uno de los ¨²ltimos trabajos de Pazienza y el ¨²nico que su madre nunca se atrevi¨® a leer, como relat¨® a Il Venerd¨¬. No es de extra?ar: Pompeo puede verse como el diario desnudo de un hombre y sus tormentos. Aunque, como siempre en Pazienza, cada vi?eta es un oc¨¦ano donde bucear en busca de m¨¢s significados. Hay referencias a Maiakovski y Borges, gui?os a la vida y la obra de Paz y sus habituales juegos ling¨¹¨ªsticos. Todo, en un estilo crudo y sencillo, en blanco y negro, a veces incluso sobre folios cuadriculados. Para S¨¢nchez, Pompeo resuena como una larga y melanc¨®lica canci¨®n.
¡°Es un poema, puede recordar el Ulises de Joyce. Son fuegos artificiales de imaginaci¨®n, y un pu?etazo en el est¨®mago. Lo que cuenta, en realidad, es el malestar del artista¡±, considera Comandini. ¡°Es emblem¨¢tico¡±, a?ade, ¡°que sea muy requerido en el extranjero a pesar de que su complejidad lo hace pr¨¢cticamente intraducible¡±. Tanto que el traslado al castellano gener¨® un conflicto entre esposa y editor: finalmente, Pompeo se publica en Espa?a con una pegatina que avisa de que ¡°la traducci¨®n [de C¨¦sar Palma] no fue aprobada ni revisada¡± por Comandini, que hoy retiene los derechos sobre la mayor¨ªa del legado de su marido. Los dos hermanos de Pazienza, Michele y Mariella, gestionan otra parte.
¡°Nunca he pensado en la pasta, al menos mientras dibujaba. Si acaso antes, o despu¨¦s, nunca durante. Quiero decir que al final he hecho siempre lo que me dio la gana¡±, escribe Paz en Pompeo, que lanz¨® por entregas en 1985 en la revista Alter alter, hasta que el auge del sida recomend¨® a los editores apartar aquel material explosivo. A esas alturas, estaba acostumbrado a que su obra sembrara el caos. Finalmente, se public¨® en Editori del Grifo, en 1987, un a?o antes de su muerte.
A la saz¨®n, Pazienza era un gigante. Aunque las sombras empezaban a apagar su existencia deslumbrante. ¡°Era un hombre solar, alegre. Y luego ten¨ªa su parte negra del alma, que se puede encontrar en Zanardi. Uno con esa energ¨ªa no muere a 90 a?os. De alguna forma, ya preanunciaba malamente su futuro¡±, afirma Comandini.
Nacido en San Benedetto del Tronto, en el centro de Italia, en 1956, hijo de dos profesores, su madre contaba que se estren¨® con 18 meses, dibujando un oso. De ni?o prodigio, quem¨® las etapas hasta artista celebrado: todav¨ªa adolescente, ya expon¨ªa en una galer¨ªa, y a los 21 public¨® su debut en el c¨®mic, Las extraordinarias aventuras de Pentothal. ¡°Empez¨® como pintor, pero se dio cuenta de que no quer¨ªa que su obra terminara en el sal¨®n de un dentista¡±, explica Comandini. El tebeo le ofrec¨ªa un veh¨ªculo m¨¢s libre para sus ideas. Y Pazienza las volc¨® sobre la realidad a la que se hab¨ªa mudado, una Bolonia convulsa por los choques entre estudiantes y polic¨ªa y la muerte del joven Francesco Lorusso en las protestas, en 1977.
La apuesta por el c¨®mic y por la izquierda le cost¨® conflictos con su padre. Y le alej¨® de una universidad que nunca termin¨®. Pero, a cambio, le abri¨® el camino hacia el triunfo: protagoniz¨® revistas que revolucionaron el c¨®mic italiano y europeo, de Frigidaire a Il male, y cre¨® a Zanardi, ¨¢lter ego tan rebelde que en una vi?eta hasta masacraba a su autor. Se convirti¨®, as¨ª, en el cantor de una generaci¨®n atrapada entre el nihilismo y la utop¨ªa. Daba clases de ilustraci¨®n, pintaba, realizaba dibujos animados, dise?¨® el cartel de La ciudad de las mujeres para Fellini. En sus ¨²ltimos d¨ªas, fantaseaba con rodar una pel¨ªcula. Aunque el cine terminar¨ªa homenaje¨¢ndole en 2002, con Paz!, de Renato de Maria. ¡°Es el Caravaggio de nuestros d¨ªas¡±, afirm¨® Milo Manara. ¡°Soy el mejor dibujante vivo¡±, escribi¨® ¨¦l. Quiz¨¢s la en¨¦sima provocaci¨®n. O una constataci¨®n sincera.
¡°Me considero buena en lo m¨ªo. ?l, sin embargo, era otra cosa: yo podr¨ªa haber sido incluso Frida Kahlo, pero Andrea era Picasso¡±, recuerda Comandini. La mujer lleva tres d¨¦cadas cuidando la memoria de Paz, aunque la herencia de tama?o personaje tambi¨¦n tiene un coste: entre muestras y nuevas ediciones, a Comandini le resulta m¨¢s dif¨ªcil centrarse en sus propios dibujos. ¡°Hemos compartido un viaje incre¨ªble. Pero me he impuesto una disciplina durante 30 a?os para no pensar demasiado en ¨¦l, para defenderme¡±, reconoce.
Los l¨¢pices de Pazienza repel¨ªan y escandalizaban, asombraban y enamoraban. Una vez retrat¨® al papa Juan Pablo II mirando al cielo con un c¨®ctel y soltando: ¡°Imag¨ªnate si existiera de verdad¡±. Dise?¨® incestos, violaciones y asesinatos, pero tambi¨¦n poes¨ªa, risas y esperanzas. Y viv¨ªa como dibujaba: pod¨ªa marcharse al bosque con arco y flechas, anunciando que iba a cazar jabal¨ªes. Aunque siempre volv¨ªa con las manos vac¨ªas. Y tambi¨¦n se entregaba a fondo con sus amigos, incluso econ¨®micamente. ¡°Nuestra casa parec¨ªa la corte de los milagros¡±, se r¨ªe Comandini.
Habitaban en Montepulciano, en la Toscana. Y confiaban en que, tal vez, el campo curar¨ªa las toxinas de la ciudad. Para entonces, el artista hab¨ªa vivido tanto que le apodaban ¡°el viejo Paz¡±. Y eso que ten¨ªa 29 a?os. ¡°Andrea sinti¨® una gran pasi¨®n por la hero¨ªna y en esa ¨¦poca se puso de moda. Te aisla, no necesitas a nadie ni nada: al principio es todo bonito; despu¨¦s, terrible. ?l se arriesg¨® muchas veces con la droga, intent¨® incluso suicidarse. Y, en cambio, le sucedi¨® en una noche cualquiera. No te puedes descuidar, y ¨¦l muri¨® as¨ª. La hero¨ªna lo cogi¨® de rebote, como la ¨²ltima bala de una guerra ya terminada¡±, defiende Comandini. Paz siempre vivi¨® adelantado. Tal vez por eso tambi¨¦n lleg¨® antes al ep¨ªlogo.
Babelia
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