La secta del blues
M¨²sicos y aficionados blancos fueron decisivos en el rescate de este arte afroamericano
Fue un suceso extra?o. Hace ahora 50 a?os, apareci¨® el cad¨¢ver de Alan Wilson en una ladera de Topanga Canyon, en su saco de dormir y junto a la casa del otro cantante de Canned Heat, Bob El Oso Hite. La zona, verdadero ed¨¦n para la aristocracia hippy de Los ?ngeles, no estaba habituada a la irrupci¨®n de la muerte.
Sobredosis de barbit¨²ricos, dictamin¨® el forense. Pudo ser un suicidio, ya lo hab¨ªa intentado anteriormente, pero los que le vieron aquella noche prefirieron callar. Resultaba habitual que Wilson durmiera al raso: le encantaba conectar as¨ª con la madre naturaleza. Al mismo tiempo, se sab¨ªa que era infeliz: en aquellos a?os de amor libre, hab¨ªa sido incapaz de establecer relaciones estables, algo que se filtr¨® en alguna de sus letras.
Sabemos que tambi¨¦n fue una tragedia musical. Alan ten¨ªa o¨ªdo absoluto y la capacidad de sacar rendimiento a cualquier instrumento. Hab¨ªa sido responsable de los dos grandes ¨¦xitos de Canned Heat, On The Road Again y Goin¡¯ Up The Country, reconstrucciones audaces de a?ejos blues, reconvertidos en himnos generacionales por su voz aguda y penetrante, derivada del gran Skip James.
Wilson pertenec¨ªa a la secta del blues. Un joven ac¨®lito: sus mayores, a partir de los a?os cuarenta, establecieron los cimientos de la apreciaci¨®n del blues rural, los blues mayormente creados en el delta del Misisip¨ª con poco m¨¢s que guitarras ac¨²sticas. Su revalorizaci¨®n fue un fen¨®meno internacional pero algunos n¨²cleos de aficionados estadounidenses dieron un paso adelante. Dado que se hab¨ªan perdido o destruido los masters originales, se lanzaron a la b¨²squeda de copias de aquellas fr¨¢giles pizarras que giraban a 78 r.p.m. que fueran aptas para escuchar y, eventualmente, reeditar.
Peinaron los barrios negros, ofreciendo comprar ¡°discos viejos¡±; terminaron viajando al Sur, uno de los mercados naturales para lo que la industria llam¨® Race records. Hasta que surgi¨® la chispa: dado que los artistas eran veintea?eros que grabaron, en el periodo de entreguerras, pod¨ªan seguir vivos. Se inici¨® as¨ª la Gran Caza del Bluesman Perdido (y si preguntan por las blueswomen, debemos recordar que ellas hab¨ªan sido mayores vendedoras y, en general, se conoc¨ªa su paradero).
Hubo qui¨¦n fue localizado simplemente enviando cartas a las oficinas de Correos de los pueblos que mencionaba en sus discos. Otros requirieron expediciones peligrosas. A principios de los sesenta, unos blancos norte?os o californianos en el Sur Profundo pod¨ªan ser confundidos por agitadores de los derechos civiles; algunos de aquellos detectives musicales terminaron durmiendo en calabozos. Tambi¨¦n eran recibidos con sospecha en los barrios negros: unos blancos con acentos extra?os solo pod¨ªan ser hombres del gobierno, sobre todo si preguntaban por vecinos que no hab¨ªan llevado precisamente vidas intachables.
La cosecha result¨® extraordinaria: de Bukka White a Sleepy John Estes. Pero no fue f¨¢cil devolverlos a la m¨²sica: aparte del deterioro tras d¨¦cadas de pobreza, muchos no ten¨ªan ni instrumento. Seg¨²n la leyenda, fue el propio Alan Wilson qui¨¦n tuvo que instruir a Son House en c¨®mo tocar su repertorio. El reverendo Robert Wilkins se hab¨ªa pasado a la m¨²sica religiosa, aunque tonto no era: logr¨® que los Rolling Stones reconocieran su autor¨ªa de Prodigal Son, inicialmente atribuida a Jagger-Richards.
Ahora, alguien hubiera gritado ¡°?Apropiaci¨®n cultural!¡±. Cierto: dejando aparte a los buitres, que nunca faltan cuando huelen dinero fresco, hubo una indudable romantizaci¨®n del sufrimiento negro y una simplificaci¨®n de su papel social. Pero, aparte de aquellos coleccionistas, nadie hubiera intentado semejante operaci¨®n rescate: el p¨²blico negro urbano exige novedades sonoras y rechaza instintivamente una m¨²sica que recuerde los ¡°viejos malos tiempos¡±. En los guetos del Norte se usa el despectivo bama (derivado de Alabama) para alguien sin estilo, evidentemente menesteroso.
La desaparici¨®n de Alan Wilson fue un golpe duro para Canned Heat. Una banda que luego cont¨® con m¨²sicos valiosos, como el guitarrista Harvey Mandel, pero que terminar¨ªa derivando hacia el boogie de batalla. Una banda t¨®xica, con demasiadas muertes prematuras. Aunque ¨Ctodo hay que decirlo- Canned Heat continua en activo, con Adolfo de la Parra, su segundo baterista, como ¨²nico v¨ªnculo con un pasado brevemente glorioso.
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