Viernes de silencio y espera en la Puerta del Sol
Para entrar a esta plaza, cuenta un funcionario del Ayuntamiento, ¡°aqu¨ª hab¨ªa que sacar n¨²mero¡±. Y ah¨ª la ves ahora, ¡°desangelada, esperando a los turistas¡±
Tanta historia negra y sin embargo qu¨¦ luminosa la Puerta del Sol. Grimau, Enrique Ruano, la matanza de la calle del Correo, la oscuridad que ensombreci¨® el sol de la plaza. A primera hora, ayer viernes, el suelo parec¨ªa recuperar la brillantez de los adoquines, pero sobrevuela el actual silencio deshabitado. Los transe¨²ntes, los sanitarios, los polic¨ªas, los compradores de oro, los quiosqueros, los dependientes de los bares que defienden sus mesas con gel, dudan antes de nombrar el nombre propio de la desgracia, hasta que una chica que sirve caf¨¦ donde hace siglos estuvo la hermosa librer¨ªa de Fernando Fe dice el seud¨®nimo: ¡°Lo que est¨¢ pasando¡±.
Lo que est¨¢ pasando ha disminuido negocios y esperanzas en el kil¨®metro cero. Unos chicos bolivianos, Jos¨¦ Brian y Alejandro, de Cochabamba, esperan all¨ª a los amigos que les faltan para hacer la pandilla. Acostumbrados a que ahora este lugar se vac¨ªe, saben que, por la tarde, habr¨¢ un enjambre en torno al estanque circular. Francisco, vecino antiguo de la plaza, lee sentado aqu¨ª su diario deportivo, y sobre las campanadas de las 9.30 reclama el orgullo de ser parte de este paisaje al que, dice, le faltan los bancos que prometieron alcaldes sucesivos: ¡°No hicieron nada por nosotros¡±.
La soledad marca ahora las primeras horas de este antiguo epicentro del tumulto
Nosotros es una palabra que se apropia del lugar que, desde fuera, se dir¨ªa una estaci¨®n de tren. Esta gente es de esta plaza aunque aqu¨ª pase un rato al d¨ªa. Es su lugar, su respiradero. Carlos Pe?a, abogado, se para en el quiosco cada d¨ªa a recoger su peri¨®dico; durante el confinamiento ese fue su salvoconducto para caminar como siempre al aire de la plaza, su vecina. A ¨¦l y a su quiosquero, Jos¨¦ Antonio Guti¨¦rrez, les ped¨ª palabras para el presente calvario: ¡°Yo estoy deprimido¡±, dice Carlos, ¡°como Michelle Obama¡±. Jos¨¦ Antonio junta dos palabras gemelas: ¡°Tristeza, pena¡±.
Jos¨¦ Antonio conoce este quiosco desde chico; ahora tiene 63 a?os y despacha peri¨®dicos desde hace cuarenta. Conoci¨®, pues, aquel viejo quiosco que no cerraba nunca y era destino de los noct¨¢mbulos que abundaban en la noche que ¨¦l m¨¢s ama: las noches de la Transici¨®n: ¡°Cuando descubr¨ª el entusiasmo de votar¡±. Ahora, dice, la sociedad ¡°est¨¢ dopada¡±, y tras el confinamiento los negocios van ¡°al ralent¨ª, como el mundo¡±. ¡°Mi sue?o es que tu peri¨®dico me despierte un d¨ªa diciendo: 'Esto se acab¨® del todo¡±.
Para entrar a esta plaza, cuenta un funcionario del Ayuntamiento, ¡°aqu¨ª hab¨ªa que sacar n¨²mero¡±. Y ah¨ª la ves ahora, ¡°desangelada, esperando a los turistas¡±. Almudena, que ha viajado como auxiliar de vuelo por plazas llenas y ha regresado a esta ¡°para disfrutar de sus alrededores y de su arquitectura¡±, es consciente del ¡°desastre social y econ¨®mico que supone este drama¡±, pero abraza el silencio y la soledad que ahora marcan las primeras horas de este antiguo epicentro del tumulto.
Este hombre compra oro, ¡°cuando hay crisis es lo que hay¡±, y no tiene m¨¢s que decir. ¡°?Porque mi tiempo es oro, ja, ja ja!¡± Al dejar la plaza, ah¨ª est¨¢ la estatua de Carlos III. Dice un transe¨²nte: ¡°?Por qu¨¦ ser¨¢ que de las estatuas siempre me fijo m¨¢s en el caballo?¡± Una plaza es un mundo esperando a que venga otro mundo. Y ah¨ª ves la Puerta del Sol cubierta del silencio que aguarda a que, finalmente, se vaya lo que est¨¢ pasando que la atosiga y deprime.
Babelia
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