F¨¦lix de Az¨²a: ¡°Nuestra ¨¦poca oculta la muerte¡±
El escritor aborda los a?os setenta en ¡®Tercer acto¡¯, una nueva entrega de su falsa autobiograf¨ªa
F¨¦lix de Az¨²a (Barcelona, 76 a?os) acaba de publicar Tercer acto (Literatura Random House), la cuarta entrega de esa falsa autobiograf¨ªa en la que ha procurado entender, a trav¨¦s de distintas estrategias, el mundo tal como lo ha conocido. De lo que trata en este caso, explica, es de ¡°la despedida de ese falso yo, un repaso a varios modos de aproximarse a la muerte, una ense?anza para morir bien¡±.
Tercer acto arranca en un ¨¢tico de Vallvidrera, un barrio de Barcelona, donde unos j¨®venes se han tomado un ¨¢cido y est¨¢n alucinando. El cap¨ªtulo, como todos los del libro, est¨¢ encabezado por una fecha: 1971. Los setenta son la sustancia de esta heterodoxa exploraci¨®n literaria alrededor de esa generaci¨®n que rondaba los 30 a?os cuando muri¨® Franco, pero una y otra vez hay saltos a otros momentos: 1963, 1981, 2007. El pasado y el presente: d¨®nde y c¨®mo se armaron los prop¨®sitos de unos muchachos, en qu¨¦ anduvieron entonces, de qu¨¦ manera cambiaron, d¨®nde desembocaron. El exilio en Par¨ªs, la tertulia convocada por un fil¨®sofo contestatario, las drogas, una visita a Ernst J¨¹nger, una gruta en Port Lligat, el Ser de Heiddeger, la facultad de filosof¨ªa de Zorroaga, y as¨ª: la novela va de un lado a otro, sigue a unos personajes, frecuenta el sexo y la muerte, reconstruye un mundo medio oculto, aquel en el que deambulaban los que se encontraron con la muerte de un dictador y emprendieron el camino a la democracia.
Los setenta. ¡°Son a?os muy convulsos. En Barcelona se produce una verdadera explosi¨®n de ludibrio, lujuria y foll¨®n, de gran jolgorio, es el entierro de la sardina. En Madrid est¨¢ la movida. Son fen¨®menos paralelos: dos estallidos brutales despu¨¦s de 40 a?os de represi¨®n. Me meto en esos a?os porque son los que conozco mejor, pero el asunto de la novela es c¨®mo se muere uno. Nuestra ¨¦poca oculta la muerte. Lo que se ense?a a los ni?os es que se trata de un esqueletito muy mono dibujado por Walt Disney. Para nosotros la muerte era un cad¨¢ver clavado en un madero, ensangrentado¡±.
Las drogas. ¡°Mucha gente de mi generaci¨®n entr¨® en la realidad verdadera, cuando muri¨® Franco, a trav¨¦s de las drogas. La entrada a la realidad de nuestro pa¨ªs fue a trav¨¦s de la alucinaci¨®n. En mi grupo, lo que trabajamos m¨¢s fue el ¨¢cido lis¨¦rgico, el LSD, como algo realmente cotidiano. No ten¨ªa nada que ver con las cositas que se toman ahora, la nuestra era feroz: como m¨ªnimo el viaje era de 8 horas, y pod¨ªan ser 12, con alucinaciones verdaderas, algunas irreales y otras muy tremendas. No me meto mucho en ese mundo, pero lo he tra¨ªdo a cuenta por eso, porque est¨¢bamos profundamente distorsionados, y con la convicci¨®n de la juventud de que tienes la raz¨®n y los dem¨¢s est¨¢n equivocados. Junto a la alucinaci¨®n f¨ªsica estaba la filos¨®fica. Era la ¨¦poca de Deleuze, Foucault, Derrida. Una filosof¨ªa absolutamente nihilista, que negaba la existencia de lo humano. Entonces nos parec¨ªa muy elegante, el horror vino despu¨¦s. Es ese mundo el que he querido mostrar en peque?os trozos. He troceado el tiempo tal como se trocea en la memoria, donde no hay ninguna continuidad. Los recuerdos nos vienen cuando les da gana y de la manera m¨¢s inesperada, como la magdalena de Proust¡±.
Una tertulia en Par¨ªs. ¡°Todo es ficci¨®n. En la tertulia que re¨²ne a un mont¨®n de j¨®venes exiliados en un caf¨¦ de Par¨ªs hay un personaje que se parece a Agust¨ªn Garc¨ªa Calvo, pero solo se parece. No hay nada que coincida con la persona civil. Eso hay que ponerlo en claro, porque no quiero ofender a nadie, y menos a sus hijos. Es la versi¨®n en espa?ol de los fil¨®sofos franceses de entonces. Y lo que les ocurre a los que est¨¢n all¨ª es que no acaban de creerse la muerte de Franco. Estaba ya muerto antes. Lo que segu¨ªa vivo era el franquismo, que no fue una red feroz de polic¨ªas, curas y banqueros: el franquismo estaba dentro de la poblaci¨®n espa?ola. La oposici¨®n era muy minoritaria. Ten¨ªa raz¨®n Manuel V¨¢zquez Montalb¨¢n cuando afirm¨® que contra Franco viv¨ªamos estupendamente¡±.
Realidad y ficci¨®n. ¡°Algunos lectores pr¨®ximos me comentaron, antes de que se publicara el libro, que hab¨ªa incluido personajes reales. Son veros¨ªmiles pero no son verdaderos. Hay un error en pensar que tal personaje corresponde a tal persona. Ahora mismo hay una avalancha de novelas biogr¨¢ficas o biograf¨ªas noveladas: no es el caso. Evidentemente, hay personajes que recuerdan a personajes reales. Es como si hiciera esta descripci¨®n, ¡®son unas monta?as muy peladas, unas rocas grises, sin ¨¢rboles¡¯. Y alguien dijera: ¡®Ah, los Dolomitas¡¯. Podr¨ªan serlo, pero a lo mejor no. Hay personajes que pueden recordar a un personaje real, pero del mismo modo que la descripci¨®n de un paisaje con pinos te recuerda la Costa Brava¡±.
Ernst J¨¹nger. ¡°Es la contrafigura de los fil¨®sofos de aquella ¨¦poca. Tambi¨¦n hace uso de los alucin¨®genos, pero lo hace de manera estrictamente literaria. La escena de la novela es una ficci¨®n: nunca fue una mujer a la visita a su casa en Wilflingen. En la novela hay mucho sexo, lo hubo en aquellos a?os tras la muerte de Franco. El sexo se convirti¨® en algo simp¨¢tico, y la gente fornicaba en p¨²blico. Un personaje del libro lo advierte, que eso iba a ser a partir de entonces lo normal. En vez de pan y circo, f¨²tbol y sexo. Ahora mismo, zapeando, he observado que cientos de miles de personas est¨¢n muy interesadas viendo en televisi¨®n qui¨¦n copula con qui¨¦n¡±.
Europa. ¡°La Europa de hoy no tiene nada que ver con la de entonces. Los que hoy tienen menos de 50 a?os no tienen ya ni idea de lo que fue aquello. El tiempo es inflexible, estamos entrando en otro mundo. El antiguo se va a ir desmenuzando hasta desaparecer, lo mismo que pas¨® con el mundo griego y latino cuando empez¨® el cristianismo. Se fue convirtiendo en polvillo hasta que dej¨® de existir. Es lo que est¨¢ pasando hoy con Europa y Am¨¦rica, con Occidente. De nuevo la muerte. El narrador no muere en la novela, pero en cierto sentido ha aprendido a morir. Ya mi vida ha pasado, ya nada me queda. Pero no soy el que se va, es el mundo el que se aleja¡±.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.