El oto?o de las rosas
Toda la l¨ªrica de Francisco Brines abarca aurora y ocaso, y mantiene en su desarrollo un tono unitario que la hace reconocible
Los poetas de los cincuenta quedaron retratados, con foto fija de canon literario, en 1978, en sendas antolog¨ªas de Garc¨ªa Hortelano y de Antonio Hern¨¢ndez. En ambas figur¨® Brines, ganador hoy lunes del Premio Cervantes, aunque su incorporaci¨®n al n¨²cleo duro de aquellos poetas no fue ni f¨¢cil ni inmediata, pues su primer libro no sali¨® hasta 1960, m¨¢s tard¨ªo que los de otros coet¨¢neos, y porque, frente al realismo cr¨ªtico dominante en aquellos, cultivaba Brines una poes¨ªa sensualista y elegiaca, m¨¢s cerca de Gil-Albert que de Cernuda. De este tomaba su idea de la poes¨ªa como un precipitado biogr¨¢fico en que se sustancia un discurso de la memoria, desplegado en consideraciones de car¨¢cter moral. Aunque hay en su escritura confesionalismo, los aspectos biogr¨¢ficos quedan abstra¨ªdos aleg¨®ricamente o trascendidos en una construcci¨®n simb¨®lica, o en una propuesta reflexiva que adopta una determinada formulaci¨®n moral, dentro de un orden epic¨²reo o, dicho sea sin mayores precisiones, ¡°pagano¡±.
La singularidad de su condici¨®n temporalista radica en que, en vez de sostenerse en un pasado de oro evocado nost¨¢lgicamente, su n¨²cleo an¨ªmico es la apelaci¨®n al presente en sus aspectos sensuales y er¨®ticos, la entrega a las pasiones como una invitaci¨®n existencial y, solo a partir de ella, el recuerdo punzante de las experiencias en que la plenitud se produjo. De esta invitaci¨®n a la vida, a su consumaci¨®n y a su consumici¨®n, han bebido muchos de los poetas que, m¨¢s j¨®venes que ¨¦l, han dado realce a una eleg¨ªa contempor¨¢nea, tales como, unos nombres entre varios, Eloy S¨¢nchez Rosillo, Carlos Marzal o Juan Antonio Gonz¨¢lez-Iglesias.
Toda la l¨ªrica de Brines abarca aurora y ocaso, y mantiene en su desarrollo un tono unitario que la hace reconocible. Las brasas (1960), libro con el que obtuvo el premio Adon¨¢is del a?o anterior, recrea en armoniosos endecas¨ªlabos blancos a un personaje que torna la mirada a una vida que queda atr¨¢s. Y todo ello sobre un lecho moral en que, a la manera de algunos poetas de C¨¢ntico, manifiesta la a?oranza de un mundo sin ataduras judeocristianas, donde sea alcanzable la dicha individual sin tener que atravesar desiertos purgativos o penar por ajenas intransigencias dogm¨¢ticas.
Aquel estado de plenitud, que tiene la dimensi¨®n m¨ªtica de un ideal antehist¨®rico, sufre los embates sucesivos del curso civilizatorio. La historia es la constataci¨®n de un error tr¨¢gico, pues el ideal termina capitulando ante la apisonadora de las convenciones, las restricciones, la calcificaci¨®n program¨¢tica de los credos. De ello da cuenta el alegorismo culturalista de El santo inocente (1965), donde su poes¨ªa alcanza una espesura pesimista y moral de la que ya no se desprender¨ªa el autor. En Palabras a la oscuridad (1966) el poeta lima las aristas de toda truculencia y somete el sentimiento de la desolaci¨®n a la serenidad de quien asume las p¨¦rdidas. Las humillaciones de la existencia encuentran alivio, ya que no reparaci¨®n, en el para¨ªso terrenal de Elca, una transcripci¨®n valenciana de la Arcadia.
En la primera madurez se intensifican las corrientes pesimistas. As¨ª en A¨²n no (1971), un libro de cierto laconismo, alguna vez de car¨¢cter epigram¨¢tico aprendido en los cl¨¢sicos grecolatinos, que le sirve para volver a sus temas de siempre: amor homoer¨®tico, pugna entre vitalismo gozoso y tribulaci¨®n por su fugacidad, serenidad sentenciosa cuando se trata el tema de la desaparici¨®n y la nada. Frente a la aflicci¨®n y la angustia de tantos poetas culturalmente cristianos, Brines elige la f¨®rmula de la imperturbabilidad atar¨¢xica, propia de los epic¨²reos de cuna.
Tras Insistencias en Luzbel (1977), un libro de flancos nuevos para temas conocidos, salen de su pluma dos t¨ªtulos que acaso sean lo mejor del poeta: El oto?o de las rosas (1986) y La ¨²ltima costa (1995). El primero responde a una visi¨®n netamente elegiaca, en que la consciencia de la inmediata vejez proyecta luces vespertinas sobre un universo de p¨¦rdidas y consolaciones. El s¨ªmbolo de la rosa, nunca ajado en los grandes poetas por m¨¢s que muy manoseado, adquiere aqu¨ª una severidad apod¨ªctica que, si no choca con la fluencia de los versos, s¨ª les confiere una gravedad lapidaria. Pero es en La ¨²ltima costa donde las iluminaciones declinantes de Brines adquieren una hondura y consciencia de la finitud asombrosas. Un poema majestuoso y espectral como La ¨²ltima costa es antologable en la m¨¢s restrictiva selecci¨®n que quepa hacer de la poes¨ªa contempor¨¢nea. Un conjunto de componentes referenciales conforman un escaparate l¨²gubre donde se dibuja discontinuamente el viaje hacia el T¨¢rtaro. Si toda la escritura de Brines hab¨ªa dado una entonaci¨®n iridiscente a la experiencia, seg¨²n corresponde a una felicidad evocada, el presente de La ¨²ltima costa expresa, como nunca en otro sitio, un silencio aflictivo y una tristeza funeral que, misterios parad¨®jicos de la poes¨ªa, nos invitan a vivir a tumba abierta.
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