As¨ª perdimos las cintas
El incierto destino de los originales de las grabaciones de m¨²sica espa?ola
Preparando la selecci¨®n de reediciones discogr¨¢ficas de 2020 para Babelia, advert¨ª una ausencia triste: no han salido, o no fui capaz de detectar, lanzamientos espa?oles destacables. Puede que la pandemia, con su consiguiente caos laboral, haya impedido que prosperen los rescates de material hist¨®rico.
Cierto que en Espa?a resulta ut¨®pico realizar esas reediciones que suman maquetas, tomas alternativas y dem¨¢s rarezas. Con honrosas excepciones, nuestras discogr¨¢ficas tienden a descuidar la enojosa tarea del mantenimiento de archivos exhaustivos. Requieren espacios con temperatura y humedad controladas. Requieren personal especializado, o al menos gente con sentido del orden. Requieren finalmente la convicci¨®n de que se trata de arte, digno de ser conservado.
Por el contrario, los archivos han ido adelgazando con cada mudanza, venta o fusi¨®n. En los a?os sesenta y setenta, comienzo de la Era Imperial, se estableci¨® un modelo de sede de discogr¨¢fica: grandes edificios en la periferia urbana, a veces con estudio, f¨¢brica y almac¨¦n. Parad¨®jicamente, los archivos estuvieron protegidos hasta que, con la implantaci¨®n del CD, llegaron las vacas gordas. La gesti¨®n se separ¨® de la fabricaci¨®n y la log¨ªstica; las discogr¨¢ficas adelgazaron y se trasladaron a inmuebles menos ostentosos.
La tragedia: los archivos tambi¨¦n encogieron. Cuando se estaba vaciando el recinto madrile?o de Polygram. el productor Ricardo Pach¨®n descubri¨®, en un contenedor de basura rebosante de cintas profesionales, la grabaci¨®n de los ensayos de Camar¨®n con grupo el¨¦ctrico, preparando la presentaci¨®n de La leyenda del tiempo. Igual destino esperaban los elementos gr¨¢ficos de miles de lanzamientos.
La digitalizaci¨®n promet¨ªa maravillas: librarse de la variedad de cintas m¨¢ster, incluyendo las voluminosas multipistas. No era tarea f¨¢cil: muchas cintas estaban deterioradas y requer¨ªan ¨Cninguna broma- su paso por un horno, antes de poder ser reproducidas. En realidad, esas precauciones se aplicaron a los grandes vendedores. Los registros de la serie B, los artistas que no arrasaron en listas, se fueron estropeando o se extraviaron en cualquier traslado.
Nos enteramos cuando se descubri¨® que aquella segunda divisi¨®n pod¨ªa ser rentabilizada. Enti¨¦ndase: se puede recuperar la m¨²sica de cualquier soporte comercial, con las limitaciones evidentes. Aparte, aparecieron nuevas posibilidades de negocio: la inclusi¨®n de, digamos, H¨¦roes del Silencio en el videojuego Guitar hero requer¨ªa una determinada remezcla. Que no cunda el p¨¢nico, respond¨ªan: los estudios conservan los masters de lo que all¨ª se grab¨®. Hasta que los estudios echaron el cierre y plantearon a las disqueras recobrar esas cintas, pagando una tasa por almacenamiento. En muchos casos, no se lleg¨® a un acuerdo y terminaron¡en el basurero.
Estamos en territorio espinoso: las empresas no quieren reconocer sus huecos. Recuerden el precedente del incendio de 2008 en Universal City, en Los ?ngeles: se inform¨® que ¡°no se perdi¨® nada irreemplazable¡±. Once a?os despu¨¦s, el New York Times revel¨® que desaparecieron decenas de miles de masters, de Louis Armstrong a Nirvana. Gran esc¨¢ndalo y amenazas de litigios hasta que Universal Music pact¨® con los artistas m¨¢s protestones. La ley del silencio.
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