Dos modelos de familia

Chris Sanders, forjado en Disney y que hab¨ªa fichado por DreamWorks unos a?os antes, logr¨® en 2013 con Los Croods uno de los productos m¨¢s s¨®lidos en materia animada de la firma de Steven Spielberg y Jeffrey Katzenberg. Un estupendo retrato de personajes en torno a una familia cavern¨ªcola que bien podr¨ªa ser la de cualquiera, un buen reguero de estrambote c¨®mico y de estupendos di¨¢logos, y un interesante subtexto relacionado con la sobreprotecci¨®n de los hijos por parte de ciertos padres contempor¨¢neos la convert¨ªan en una pel¨ªcula con (aparentes) menos pretensiones que las obras de Pixar, pero de una l¨²dica convicci¨®n en su comicidad, su ritmo y su mensaje.

Desde entonces, con t¨ªtulos menores como Las aventuras de Peabody y Sherman, Los Trolls y Abominable, y un pu?ado de secuelas inferiores a las primeras entregas de cada una de las sagas, DreamWorks parece haber perdido pie respecto a sus competidores. Con Los Croods: una nueva era, pese a tratarse de otra secuela, pilotada ahora por Joel Crawford, la productora levanta un tanto el vuelo aunque sea a trav¨¦s de la repetici¨®n de lo bueno que ya ten¨ªa la obra original: velocidad de v¨¦rtigo en los chistes y la acci¨®n; notable gracia en los personajes secundarios y una tronchante vuelta de tuerca a los modos de educaci¨®n de nuestros hijos. Y ello a pesar de que el trecho final, el de la aventura pura y dura y la lucha contra los monos enemigos, tenga infinito menor inter¨¦s que los dos primeros actos.

Ahora que el amor rom¨¢ntico parece estar de capa ca¨ªda para una parte de la sociedad, que arquea la ceja ante cualquier representaci¨®n desaforada de la pasi¨®n compartida, los primeros minutos de historia resultan chocantes con su descripci¨®n de lo que antes tildar¨ªamos, en todo caso, de baboseo adolescente y ahora en cambio reluce como visi¨®n casi a contracorriente de la adoraci¨®n. Una osad¨ªa que se completa con el singular y arriesgado retrato de las dos familias: una supuestamente m¨¢s moderna que, sin embargo, puede desprender una despreciable superioridad moral; y otra, la de los cavern¨ªcolas, mucho m¨¢s espont¨¢nea y libre. Al final ambos extremos encuentran una particular concordia, pero la nota, casi pol¨ªtica, queda para el que la quiera recoger.