Un muerto en el escenario y la ikurri?a que asust¨® a la mujer de Franco
Emilio Guti¨¦rrez Caba repasa la historia de su famosa saga familiar en un libro que recoge tambi¨¦n momentos hist¨®ricos del teatro espa?ol
?Qu¨¦ demonios se me ha perdido a m¨ª en un escenario? ?Qu¨¦ hago yo aqu¨ª? ?Qui¨¦n me mand¨® meterme en este l¨ªo del teatro? Esto es lo que suele pasar por la mente de un actor en los instantes previos a un estreno. P¨¢nico esc¨¦nico. Unas ganas terribles de salir huyendo, abandonar el oficio. Preguntas sobre el sentido de la vida y de la profesi¨®n. A Emilio Guti¨¦rrez Caba le pasa siempre, lo que le lleva a menudo a recordar a su familia: hijo, hermano, t¨ªo, nieto y bisnieto de actores, en su caso lo dif¨ªcil era no acabar subido a las tablas. As¨ª que no es raro encontrarle entre bambalinas antes de una representaci¨®n evocando a alguno de sus antepasados: ¡°?Por qu¨¦ no estudi¨¦ m¨¢s y mejor Historia, que es lo que me ha apasionado siempre, en vez de arriesgarme a mostrarme ante un p¨²blico que es notario de ¨¦xitos y fracasos, de mi envejecimiento, de mi manera de vestir, de mis actitudes, de mi car¨¢cter, de mis opiniones? ?Por qu¨¦ decidir¨ªa mi bisabuelo dedicarse al teatro? ?Por qu¨¦ no pudo seguir siendo impresor? ?Qu¨¦ motivos le impulsaron a dejar Valencia y lanzarse a esta aventura?¡±.
Muchas vueltas le ha dado a estas cuestiones Emilio Guti¨¦rrez Caba a lo largo de su extensa vida teatral, que podr¨ªamos decir que empez¨® en el momento mismo de su nacimiento, en Valladolid hace 77 a?os. Tantas veces se ha preguntado lo mismo desde entonces que ha acumulado bastantes respuestas. Muchas las encontr¨® rebuscando en papeles y cartas de sus parientes. Otras surgieron de los recuerdos de sus hermanas o sus t¨ªas. E incluso lleg¨® a encerrarse en alguna hemeroteca para comprobar fechas o rellenar lagunas de la memoria familiar. Era inevitable que todo eso acabara reunido en un libro. ¡°Llevo 40 a?os anotando en una base de datos toda la documentaci¨®n que iba encontrando. Siempre supe que terminar¨ªa orden¨¢ndolo y ese momento, por fin, ha llegado¡±, explica el actor a este diario.
El libro acaba de publicarse con el t¨ªtulo El tiempo heredado (Aguilar) y no solo recoge con detalle la historia de su familia, especialmente las mujeres, sino que es un compendio del devenir del teatro espa?ol de los ¨²ltimos 75 a?os. No el teatro que se estudia en los libros o queda recogido en las cr¨ªticas de prensa, sino el que se vive a pie de escenario. Ese que ¡°huele a madera reci¨¦n barnizada y pintura fresca¡± cuando todo est¨¢ a¨²n oscuro y las butacas vac¨ªas. Ese otro que suena a ¡°envoltorios de caramelos, toses y tel¨¦fonos m¨®viles¡±. Aquel que arde por el fuego de un foco recalentado o la chispa de un cable viejo. ¡°Un rel¨¢mpago entre dos oscuridades¡±, como lo define Guti¨¦rrez Caba en el libro, reutilizando un verso de Vicente Aleixandre.
El bisabuelo
Empecemos por el principio: Pascual Alba Sors, nacido el 12 de mayo de 1843 en Navajas, provincia de Castell¨®n. Hijo de una familia de agricultores, vivi¨® en ese pueblo hasta que muri¨® su padre en 1855 y se traslad¨® con su madre a Valencia, donde empez¨® a compaginar un modesto empleo en una imprenta con su gusto por el teatro, que desarrollaba en cuadros aficionados interpretando ¡°barbas¡±, es decir, personajes de ¡°car¨¢cter¡±. Tan bien se le daba esa faceta que acab¨® siendo contratado por una compa?¨ªa profesional que le pagaba m¨¢s que en cualquiera de sus otros empleos. Se cas¨® en 1865 con Irene Abad, con la que se traslad¨® a Madrid para tener m¨¢s posibilidades de trabajo. Pero enviud¨® pronto, as¨ª que no tard¨® en llevar consigo a sus tres hijos al teatro. Las dos chicas, Leocadia e Irene Alba, no tuvieron en reparos en subirse al escenario cuando hizo falta alg¨²n personaje infantil. As¨ª empez¨® la saga.
La verbena de la paloma
A finales del siglo XIX las hermanas Leocadia e Irene Alba son ya cantantes y actrices reputadas, trabajan juntas con su padre hasta la muerte de este en 1895 y participan en hitos como la primera representaci¨®n de La verbena de la Paloma, que ese a?o logr¨® un ¨¦xito sin precedentes. Cuando Irene muri¨® en 1930 estando de gira en Barcelona, una de las actrices que actu¨® con ellas en aquel estreno, la catalana Pilar Vidal, ofreci¨® su sepultura a la familia para que no tuviera que trasladarla a Madrid y pudiera ser enterrada. ¡°Pilar Vidal falleci¨® en 1932 y est¨¢ tambi¨¦n enterrada all¨ª, como es l¨®gico. Y otra int¨¦rprete de aquel estreno, Luisa Campos, tambi¨¦n barcelonesa, dej¨® este mundo en 1946 y su cuerpo fue sepultado junto a los de Pilar e Irene: en el cementerio viejo de Montjuic una preciosa tumba alberga los restos de la Se?¨¢ Antonia, la Casta y la Susana¡±, escribe Emilio Guti¨¦rrez Caba en su libro.
Un muerto en el escenario
Tras fallecer el bisabuelo, Irene Alba se cas¨® con otro actor, Manuel Caba, con el que se traslad¨® a trabajar a Buenos Aires. De esa ¨¦poca, Emilio Guti¨¦rrez Caba rescata varias an¨¦cdotas que muestran c¨®mo era el oficio en esos a?os. Como la que recuerda la noche en que el p¨²blico crey¨® que Irene hab¨ªa asesinado a su compa?ero de reparto en la obra El chirip¨¢ rojo, de Enrique Garc¨ªa Velloso, que falleci¨® de un infarto fulminante justo en el momento en el que la abuela le asestaba una cuchillada con una daga trucada. ¡°El rumor se propag¨® por todo Buenos Aires y mis abuelos tuvieron que esforzarse mucho para desmentir esa falsedad. Incluso las tres empleadas que ayudaban a la familia en casa se despidieron¡±.
La madre
En 1915 naci¨® una nueva actriz, Irene Caba Alba, que entr¨® a trabajar en la compa?¨ªa de sus padres. No ten¨ªa otro remedio.¡°Mi madre no tuvo nunca verdadera vocaci¨®n teatral, se vio arrastrada a esa profesi¨®n porque las circunstancias mandaban, porque en casa hab¨ªa muchos gastos diarios y hab¨ªa que aportar algo de dinero, porque ya hab¨ªa terminado los estudios b¨¢sicos y porque mandaba mi abuela¡±, escribe Emilio Guti¨¦rrez Caba, desmitificando el oficio. A su t¨ªa Julia le pasar¨ªa lo mismo cinco a?os despu¨¦s. ¡°En aquellos tiempos el silencio de las mujeres en Espa?a era evidente. Estaban subordinadas totalmente a padres o maridos y solo las muy valientes, las muy inteligentes, las muy independientes econ¨®micamente pod¨ªan meditar sobre su futuro y condici¨®n, y elegir llegado el caso. En mi familia no fue as¨ª¡±.
La censura
¡°A medida que avanza la d¨¦cada de los cuarenta se acent¨²a el hambre y el atraso espantoso que el pa¨ªs arrastra tras la Guerra Civil y que, naturalmente, acusan tambi¨¦n la cultura y el teatro. Las obras que m¨¢s p¨²blico atraen son las m¨¢s simplistas, las m¨¢s obvias. (¡) Las obras en las que participaban mis padres no eran una excepci¨®n (¡) Mi hermana Irene se hartaba de representar doncellas, hijas de buena familia y chicas de buen coraz¨®n (¡) La f¨¦rrea censura nacional-cat¨®lica hac¨ªa del teatro un mero objeto para distraer o pasar el rato, salvo que sirviera para hacer propaganda del r¨¦gimen o contentase a los amigos del mismo¡±.
La ikurri?a
¡°En verano de 1954, a finales de julio, se representaba en funci¨®n de tarde una obra de Benavente en el teatro Pr¨ªncipe de Madrid y yo, como siempre que pod¨ªa, me empe?¨¦ en ayudar a bajar el tel¨®n al finalizar el espectaculo [ten¨ªa 12 a?os]. Pero ese d¨ªa era especial: asist¨ªa a la representaci¨®n nada menos que Carmen Polo [esposa del dictador Franco] acompa?ada de su corte de amigas, aduladores y guardaespaldas. La do?a ocupaba, como siempre, un palco platea y, como siempre, todas las entradas que se pon¨ªan a su disposici¨®n eran gratuitas, faltar¨ªa m¨¢s, o sea que a sus muchas virtudes acumulaba la de gorrona de mucho cuidado a la que hab¨ªa que obsequiar, adem¨¢s, con bombones y flores, ya que un par de d¨ªas antes se recib¨ªa una carta de la casa civil de Franco sugiri¨¦ndolo as¨ª. Vamos, una desverg¨¹enza notable. En la carta tambi¨¦n se dec¨ªa que en cualquiera de los entreactos la se?ora pod¨ªa requerir la presencia de la primera actriz para saludarla en su palco (¡) Sonaron los aplausos finales y se ilumin¨® la bombilla roja que indicaba que el tel¨®n deb¨ªa bajar; este empez¨® a hacerlo, pero enseguida notamos algo raro, parec¨ªa que algo se trababa justo en su mitad y entorpec¨ªa su bajada (¡) mir¨¦ por la embocadura y vislumbr¨¦ una extra?a bandera medio desplegada que se hab¨ªa enganchado en uno de los pliegues del tel¨®n. El maquinista me grit¨®: ¡®Vete de aqu¨ª, corre, vete a los camerinos¡¯ (¡) Alguien hab¨ªa colgado una bandera vasca en el tel¨®n como protesta contra Franco (¡) Creo que ese d¨ªa supe lo que era el miedo¡±.
La espantada
Viernes Santo de 1970. Ensayo general de Olivia, de George Bernard Shaw, en el teatro Club de Madrid. Protagonizada por Manuel Collado y los hermanos Julia y Emilio Guti¨¦rrez Caba. ¡°Una comedia brit¨¢nica ligera, bien escrita y poco m¨¢s. Sin trascendencia alguna¡±, seg¨²n recuerda este ¨²ltimo. Sin embargo, acabado el pase, a las once de la noche, Emilio vuelve a casa muy inquieto. No hab¨ªa una causa concreta, pero la responsabilidad de estrenar en Madrid junto a su hermana pesaba en su ¨¢nimo. ¡°De pronto, tuve la idea de subirme a mi coche, un humilde Seat 850, y huir, marcharme de Madrid, abandonar la profesi¨®n, alcanzar por la ma?ana la frontera francesa y perderme en Europa, quiz¨¢s en la misma Francia, quiz¨¢s en Italia¡. Me ir¨ªa sin una sola maleta, una bolsa de mano con lo estrictamente necesario y nada m¨¢s. Baj¨¦ a la calle. Me mont¨¦ en el veh¨ªculo y poco despu¨¦s, muy poco despu¨¦s, enfilaba la carretera de Burgos. Al llegar a El Molar par¨¦ a repostar (¡) Unos kil¨®metros m¨¢s all¨¢, de pronto, me acord¨¦ de cuando era ni?o, de la playa de la Concha de San Sebasti¨¢n (¡) record¨¦ a mi madre, a mis hermanas j¨®venes, llenas de vida (¡) y aquellos recuerdos hicieron que empezara a serenarme, que aceptase que para vivir hay que vestirse de cierta responsabilidad (¡) de manera que desist¨ª de mi huida hacia Francia, hacia Europa, y olvid¨¦ aquella decisi¨®n absurda tomando el primer cambio para regresar a Madrid¡±.
El futuro
¡°El 19 de octubre de 1988 nace Irene Escolar Navarro, nieta de mi hermana Irene. Cuando la ni?a, de la mano de su madre o de su padre, va a ver a mi hermana a cualquiera de los teatros de Madrid, pocos a?os despu¨¦s, donde esta trabaje, la diminuta Irenita acaricia con respeto los tubos de maquillaje, reconoce l¨¢pices de ojos, barras de labios, disfruta viendo a su abuela maquillarse y le pide, incluso, que tambi¨¦n la maquille a ella. Esa relaci¨®n secreta, subterr¨¢nea, entre una actriz y su nieta no es nueva en la familia (¡) Ese instante de juego propiedad del teatro, esa magia que tal vez solo los ni?os entienden y m¨¢s una ni?a hija, nieta, bisnieta, tataranieta de actrices¡±.
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