Poes¨ªa y arquitectura: de la mano de Joan Margarit
Babelia adelanta un fragmento del libro que recoge los escritos del ¨²ltimo Premio Cervantes
Poes¨ªa y arquitectura
La arquitectura es un oficio que he ejercido siempre con mi amigo y tambi¨¦n arquitecto Carles Buxad¨¦. La palabra socios ¡ªque tambi¨¦n lo ¨¦ramos¡ª desdibuja, con un tono comercial que nunca ha tenido, nuestra relaci¨®n. Trabajamos, durante casi cuarenta a?os, desde la docencia y la investigaci¨®n hasta el proyecto de direcci¨®n de grandes y peque?as obras, pasando por todo tipo de refuerzos, restauraciones y rehabilitaciones. Se trata de mi vida profesional, econ¨®mica y social, profundamente ligada, pues, a mi poes¨ªa. La influencia de la arquitectura en mi vida es profunda y muchas veces ha sido dentro del ambiente de mi trabajo donde he escrito mis poemas. Algunos de ellos son consecuencia directa de la labor llevada a cabo en el refuerzo y remodelaci¨®n de edificios habitados situados en barrios, que entonces eran perif¨¦ricos, de Barcelona. Otros poemas surgieron durante el refuerzo y la restauraci¨®n de monumentos que estaban al l¨ªmite de su derrumbe, como el que se levanta en memoria de Crist¨®bal Col¨®n desde la Exposici¨®n Universal de Barcelona de 1888: una columna de bronce de sesenta metros all¨ª donde la Rambla desemboca en el puerto, que el a?o 1982 se inclinaba peligrosamente dejando atascado el ascensor interior. Tambi¨¦n los sesenta metros de altura de la filigrana modernista de la torre de entrada al Hospital de Sant Pau, donde recuerdo como, en mi primera inspecci¨®n, mientras estaba arriba tomando notas en solitario, sal¨ª precipitadamente, asustado al percibir bajo mis pies el excesivo movimiento del edificio bajo el viento. Poemas tambi¨¦n escritos al mismo tiempo que levant¨¢bamos grandes conjuntos deportivos o universitarios. Incluso los hay escritos durante actuaciones periciales con motivo de derrumbamientos de edificios, ese lado oscuro de nuestra profesi¨®n.
Hay poemas que son homenajes a arquitectos cuya obra ¡ªy la persona en el caso de Josep Antoni Coderch¡ª me ha conmovido especialmente. Otros hablan de mi ¨¦poca de estudiante, de los esfuerzos para ingresar en aquella dif¨ªcil escuela: cuando aprob¨¦ el examen m¨¢s duro, el dibujo de estatua, lo hicimos tan solo siete de los trescientos que pasamos una semana dibujando en nuestros caballetes alguna de las Venus de Milo o de C¨¢nova plantadas en medio de nuestra multitud en aquella gran sala. Primeros poemas, pues, escritos durante los tres absurdos a?os que necesit¨¦ para superar los obst¨¢culos con los que el poder pol¨ªtico proteg¨ªa ¡ªya desde antes de la Rep¨²blica, en una ¨¦poca en la que el ascenso social era posible sobre todo a trav¨¦s de cursar una carrera universitaria¡ª a las ingenier¨ªas, consideradas como las profesiones del futuro, para que quedaran en manos de las clases altas. Por esto tan solo en Madrid se pod¨ªan cursar todas las ingenier¨ªas (?hasta la de puertos y la naval!), y tres en Barcelona: arquitectura, industrial y textil, y si un muchacho de provincias (las mujeres no exist¨ªan todav¨ªa en estas escuelas) iniciaba esta aventura su familia deb¨ªa mantenerlo en una de estas dos ciudades una media de diez a?os.
Y un ¨²ltimo ejemplo de la efectividad de aquellas medidas: mis abuelos, pobres y sin estudios, al vivir en Barcelona, lograron que su hijo mayor, mi padre, estudiara arquitectura: durante todos los a?os que necesit¨® hasta obtener su t¨ªtulo, nunca llev¨® a su casa, ni una sola vez, a ning¨²n compa?ero de estudios.
Muchos de mis poemas de los a?os ochenta y noventa del siglo XX est¨¢n escritos durante la construcci¨®n de grandes edificios a lo largo de mucho tiempo, como el caso de los ocho a?os del Estadio Ol¨ªmpico de Montju?c, o los treinta a?os en el equipo que calculaba y constru¨ªa la Sagrada Familia, otros a gran velocidad, como la Villa Universitaria de la Universidad Aut¨®noma, y algunos a trav¨¦s de dif¨ªciles sutilezas bajo tierra como el Museo de la Ciencia de Tarrasa o los once s¨®tanos en plena Rambla, con el agua sub¨¢lvea ya al nivel del segundo s¨®tano.
He vivido la ¨¦poca de la pura creatividad del c¨¢lculo debido a la poca normativa existente, mucho tiempo sin ordenadores o con los primeros, con muy poca potencia todav¨ªa, y con toda la responsabilidad, es decir, toda la libertad. Supon¨ªamos, pero no con la inminencia con la que se produjo, el advenimiento de la ¨¦poca del ?todo es posible? del C¨¢lculo de Estructuras. A veces siento que una cierta responsabilidad indirecta tuvimos tambi¨¦n con nuestros trabajos de investigaci¨®n sobre c¨¢lculos matriciales de estructuras en los a?os sesenta: que colaboramos de alg¨²n modo a esta arquitectura de gran formato que a veces representa las carencias human¨ªsticas de esta ¨¦poca y que ha venido a probar que Napole¨®n no ten¨ªa raz¨®n, que casi siempre es mentira que si c¡¯est grand, c¡¯est beaux.
A m¨ª la arquitectura me emociona en contados casos. Recuerdo una de estas ocasiones, mientras asist¨ªa a una representaci¨®n de la Ant¨ªgona de S¨®focles en una planta baja, desnuda y sin utilizar, de la Biblioteca de Catalunya, que fue en la Edad Media el Hospital de la Santa Creu. Se trata de una sala g¨®tica alargada, impecable, construida con un techo bajo abovedado de piedra y los cerramientos de muros tambi¨¦n de piedra. La arquitectura no lo ha superado nunca. Pilastras, losas, pilares, todo el resto, no alcanza nunca la potencia del muro y la b¨®veda en solitario. Mientras segu¨ªa a los actores, me di cuenta de que estaba tan emocionado por aquellos elementos constructivos como por lo que all¨ª se escenificaba. Pero en la mayor parte de los edificios, la arquitectura no me causa experiencias de este tipo. Solo en una obra propia he sentido esta emoci¨®n: se trata de la que figura en la portada de mi libro de poemas C¨¢lculo de estructuras, una c¨²pula met¨¢lica de gran luz que Carles Buxad¨¦ y yo proyectamos, calculamos y construimos en Vitoria. Esta fue la obra en la que, trabajando de arquitecto, he estado m¨¢s cerca de sentir que hac¨ªa algo parecido a un poema.
Fue la obra ¡ªSagrada Familia aparte¡ª cuya construcci¨®n ha durado m¨¢s tiempo de mi vida profesional, porque la empezamos a proyectar el a?o 1974 para cubrir un mercado de ganado y la terminamos de construir en 1998. Es una historia complicada: la c¨²pula, esf¨¦rica, pero muy plana, de planta circular, comenz¨® teniendo ochenta metros de luz de di¨¢metro, una luz dif¨ªcil de alcanzar en aquellos d¨ªas, y al terminar de construirla se puso de manifiesto un error de planteamiento del Ayuntamiento de Vitoria: all¨ª no hab¨ªa apenas movimiento ganadero, la administraci¨®n franquista se hab¨ªa equivocado absurdamente en su evaluaci¨®n. Tampoco supo encontrar uso alternativo alguno. Empez¨® entonces una larga etapa de abandono, porque su derribo ¡ªborrar el pecado¡ª lo evit¨® el hecho de que la estructura obtuviera en 1977 unos prestigiosos premios de arquitectura met¨¢lica, el nacional primero y el europeo despu¨¦s, puesto que, entre otros valores, ten¨ªa el de su dise?o de canto variable no llevado nunca a cabo hasta entonces y ser una de las m¨¢s ligeras del mundo atendiendo a la relaci¨®n entre el peso del acero empleado y la luz que salvaba. A finales de los a?os ochenta se nos encarg¨®, conjuntamente con el arquitecto de la Diputaci¨®n de ?lava, ampliar la c¨²pula a cien metros de luz y elevarla veinte metros, de manera que en su interior, al quedar un espacio mucho mayor, pudi¨¦ramos construir un pabell¨®n deportivo, que funcion¨® hasta que fue derribado en 2011 para construir otro en su lugar, del cual nosotros dos quedamos al margen. Yo amaba esta estructura, y en mi libro Se pierde la se?al (2012) hay este poema:
Una estructura
Cuando era un hombre joven
levant¨¦ la estructura de hierro de una c¨²pula.
Hace unos meses que la derribaron.
Vista desde el lugar en donde va acab¨¢ndose,
la vida es absurda.
Pero el sentido se lo da el perd¨®n.
Cada vez pienso m¨¢s en el perd¨®n.
Vivo bajo su sombra.
Perd¨®n por una c¨²pula de hierro.
Y perd¨®n para quienes ahora la han destruido
Un cap¨ªtulo importante de la relaci¨®n entre la poes¨ªa y el oficio de arquitecto fue el del refuerzo y reparaci¨®n de los edificios construidos bajo la presi¨®n de la avalancha de inmigrantes de habla castellana que llegaban a Barcelona desde los a?os cincuenta y sesenta del siglo XX. Impresionados por las condiciones en las que muchos de ellos trabajaban y viv¨ªan, el cantante Enric Barbat y yo (¨¦l la m¨²sica y yo la letra) hab¨ªamos compuesto en 1966 la canci¨®n ?Els qui venen? (Los que vienen), que despu¨¦s ¨¦l cant¨®, y que Paco Ib¨¢?ez a¨²n canta, a veces, en catal¨¢n. Reencontr¨¦ el esp¨ªritu de aquella letra y lo actualic¨¦ en el poema ?Inmigrantes? del libro Estaci¨®n de Francia, del a?o 1999.
Los que vienen
Van cargados de fardos y maletas.
La larga noche va arrastrando el sue?o,
tristes, sudados, notan vac¨ªo el vientre,
un rancio olor sale de los vagones.
De madrugada, el tren se detendr¨¢
lleno de hombres dormidos sin trabajo.
Perdidos quedar¨¢n en los andenes:
son muchas manos buscando una herramienta.
Desterrados de campos que en verano
segaban bajo el sol, quemado el cuerpo,
y por las plazas los corros en invierno
de todos los que esperan un trabajo cualquiera.
Ahora empiezan las otras andaduras
vagando sin oficio a trav¨¦s de la ciudad,
llevando en su mirada una antigua se?al:
aquel miedo del perro apedreado.
Van por las obras, por muelles y mercados,
por los helados talleres de extrarradio
gast¨¢ndose los pobres huesos ya muy gastados
por pedregales de an¨®nimos salarios.
Los a?os que vendr¨¢n ser¨¢n para olvidar
los campos, los corrales, olores de tabernas,
los m¨¢rgenes, la hierba, aquel rumor del viento.
A veces escribir con mala letra.
Tranv¨ªas llenos entre nieblas y humo
cuando al anochecer regresan fatigados
y, en la alta mar de extranjeras costumbres,
un antiguo sudor de muchos siglos.
Hasta que sea el tiempo del reposo
el d¨ªa en que vendr¨¢ el ¨²ltimo jornal
y ya en el sindicato de los muertos
descansar¨¢n al fin en suburbiales m¨¢rgenes.
Nadie sabr¨¢ si al fin sus pensamientos
volaron hacia atr¨¢s, hacia los campos
cuando los arroj¨® la vida al hoyo
de orines y basuras que es la muerte.
Se ha echado mucha tierra sobre el hombre
sobre el dolor antiguo antepasado
y hoy el descendiente del pobre todav¨ªa
con la cabeza gacha carga el saco.
Sabemos callar llenos de impotencia
cuando en nombre de un nuevo renacer
se escupe a las frentes humilladas
el antiguo gargajo volvi¨¦ndoles la espalda.
Cuando cada alba sigue
llegando en largos trenes
esos que han de escribir pero no saben.
Muchos de aquellos edificios ¡ªa veces pol¨ªgonos enteros¡ª mostraron a partir de los a?os ochenta graves deficiencias que, en ocasiones, eran verdaderas urgencias estructurales. Para reforzarlos y darles la seguridad adecuada era preciso, en primer lugar, avisar a quienes all¨ª viv¨ªan de que un d¨ªa se llevar¨ªa a cabo la inspecci¨®n previa. Si un bloque de aquellos ten¨ªa, pongamos, cincuenta o setenta viviendas, hab¨ªa que entrar en todas ellas y ver qu¨¦ grietas hab¨ªa, d¨®nde estaban, de qu¨¦ problema eran s¨ªntomas, etc., para poder plantear el correspondiente proyecto de refuerzo. Ese d¨ªa todos los vecinos estaban esperando y abr¨ªan su casa al arquitecto. Se parec¨ªa a una escena que hab¨ªa imaginado muchas veces desde Montju?c: ?destapar? los edificios de la ciudad y ver lo que estaba ocurriendo en su interior. Hay un poema en el libro Los motivos del lobo, de 1993, que se titula ?Recordar el Bes¨°s? y que llega desde aquellas ma?anas:
Recordar el Bes¨°s
Las ventanas, de noche, su luz amarillenta,
son ojos que se pintan con r¨ªmel del asfalto.
Recuerdo el piso: una bombilla enferma,
perros y ni?os juntos, un colch¨®n en el suelo.
En aquella cocina sin puerta, envenenada,
junto a un mont¨®n de platos descompuestos,
pone un joven sus discos de trapero
en un viejo pick-up.
Y todos son de Bach.
La luna hace brillar los cables negros,
de alta tensi¨®n, que pasan sobre el r¨ªo.
En la tierra de nadie que hay bajo la autopista
duermen los coches de segunda mano.
?nicamente Bach:
este mundo no tiene otro futuro.
He hablado muchas veces en mis recitales ¡ªespecialmente por Andaluc¨ªa¡ª sobre lo ocurrido aquellos a?os, siempre para aclarar que aquel capitalismo catal¨¢n que propici¨® y recibi¨® a aquellos inmigrantes andaluces era de habla sobre todo castellana, como ha sido tradicionalmente en Barcelona. En la parte alta, en los barrios ricos, donde siempre se ha hablado en mayor proporci¨®n el castellano, es donde viv¨ªan aquellos ?pijos? adinerados que en la posguerra consideraron una lengua de segunda clase el catal¨¢n y no sufrieron lo m¨¢s m¨ªnimo con la prohibici¨®n de nuestra lengua durante el franquismo. Fueron los mismos que humillaron a la vez la lengua catalana y a los emigrantes andaluces, aquellos que empezaron viviendo en las barracas que constituyeron aut¨¦nticos barrios en Montju?c, el Carmel, Can Tunis, el Camp de la Bota... Una explotaci¨®n que se llev¨® a cabo, la mayor parte de las veces, en castellano.
La arquitectura es, fundamentalmente, el arte de la distribuci¨®n de los pesos. La poes¨ªa tambi¨¦n lo es, aunque metaf¨®ricamente. La arquitectura ha de llevar las cargas al terreno y, si no las conduce correctamente, se pueden producir lesiones e, incluso, el derrumbamiento. En cualquier estancia de cualquier edificio, el forjado lleva el peso a los pilares, que lo bajan hasta los cimientos y, de ah¨ª, al terreno. En general, estos forjados no conducen el peso con la suavidad y la gracia de las b¨®vedas y los muros de aquella sala g¨®tica del Hospital de la Santa Creu. Normalmente, su camino es m¨¢s violento y vulgar. Se podr¨ªa hacer un paralelismo con la poes¨ªa, que trata de conducir unos pesos sentimentales de una manera sutil, compleja, intensa, nunca vulgar. La poes¨ªa y la arquitectura tienen un punto de confluencia que es su car¨¢cter abstracto. La palabra es abstracta. Casi no es nada: un sonido, unas l¨ªneas en un papel. El espacio tambi¨¦n es abstracto. En principio, no es nada tampoco, pero de pronto ambos se cierran como un buen poema o una catedral.
Hace ya un siglo que la ciencia y la t¨¦cnica se desenvuelven en un universo probabil¨ªstico, pero la sociedad contin¨²a viviendo, en muchos de sus aspectos, en un mundo determinista. Me viene a la memoria aquella comunidad religiosa propietaria de un convento en cuya ampliaci¨®n intervine. Cuando al atardecer la obra quedaba desierta, introduc¨ªan crucifijos de madera dentro de los encofrados de los pilares para ?santificar? el futuro edificio desde sus cimientos, intentando as¨ª conjurar con un acto determinista el insalvable riesgo de nuestro universo probabilista. Lo que s¨ª lograron fue hacer descender la seguridad del edificio al debilitar sus pilares. Para el arquitecto a veces es terror¨ªfico ?sentir? este determinismo en la sociedad y, sobre todo, en jueces y fiscales. Recuerdo el caso del derrumbamiento del Hotel Bah¨ªa de Santander, donde intervine de perito. Hab¨ªa habido varios muertos entre los obreros que lo estaban desguazando antes de reformarlo. Para quitar las viejas ba?eras de cada cuarto de ba?o, derribaban la parte baja del tabique junto al que estaban asentadas para as¨ª poder sacarlas directamente al pasillo. Pero aquellos tabiques, con los a?os, hab¨ªan acabado haci¨¦ndose cargo de una parte importante de la capacidad portante de la estructura del edificio, porque los pilares de hormig¨®n eran antiguos y de mala calidad. Cuando aquellos pilares quedaron sin la ayuda de los tabiques, cedieron y el edificio se derrumb¨®. El derribo se hac¨ªa sin t¨¦cnico responsable, pero hab¨ªa un encargo paralelo a unos arquitectos para la reorganizaci¨®n interior, pr¨¢cticamente la decoraci¨®n, tan solo del ¨¢tico del edificio, y ellos fueron los imputados. A lo largo de los a?os que dur¨® la causa, uno de ellos falleci¨® de un c¨¢ncer, seguramente no del todo ajeno a las angustias vividas.
Pesadillas de grietas, derrumbamientos, jueces y juicios sorprenden siempre on¨ªricamente al arquitecto. El aumento de conocimiento y honestidad no libran de estas hostilidades de la conciencia, y los vicios ocultos acechan como sombras. Y estas sombras no son ociosas sino que ¡ªsi se me permite la expresi¨®n¡ª tienen s¨®lidos fundamentos aleatorios.
Una medianoche de marzo de 1984 fui despertado por mi compa?ero con la noticia del hundimiento s¨²bito de un bloque de setenta viviendas plenamente ocupado del que est¨¢bamos reparando ciertas deficiencias en sus cimientos y estructura. Uno de los aparejadores de nuestro equipo tuvo que buscar una farmacia de turno para comprar un medicamento para su hijo peque?o. Durante el trayecto puso la radio y escuch¨® la noticia, donde mencionaban el hundimiento y la situaci¨®n del edificio: se trataba de un programa de mucha audiencia (conocido como ?Encarna de noche?) y explotaba a fondo la noticia. Cada uno de nosotros recogi¨® lo que mejor se le ocurri¨®, dinero, ropa de abrigo, etc., y nos reunimos, despu¨¦s de despedirnos de nuestras familias, en el despacho. Llamamos a la polic¨ªa municipal, que confirm¨® el siniestro y su localizaci¨®n. Decidimos aplicar las reglas que, para estos casos, suelen recomendar los abogados en nuestra profesi¨®n: desaparecer en los primeros momentos para evitar linchamientos, serenarse, ponerse en contacto con ellos y, finalmente, entregarse y hacer frente a la situaci¨®n. ?En torno a qu¨¦ gir¨®, sobre todo, nuestra conversaci¨®n aquellas primeras horas? Pues, en primer lugar, en torno a la propia responsabilidad: no se nos ocultaba la magnitud de un derrumbe de setenta viviendas en mitad de la noche de un d¨ªa laborable. Tener algo as¨ª en la conciencia era espantoso. El segundo tema era consecuencia del primero: ?c¨®mo pod¨ªa haber ocurrido? Conoc¨ªamos el edificio perfectamente. ?D¨®nde pod¨ªamos habernos equivocado tanto? ?Qu¨¦ hab¨ªamos pasado por alto? Por desgracia no es dif¨ªcil imaginarse una secuencia de intervenciones interiores de los propios vecinos, en un ambiente de obras clandestinas, sin permiso, que por entonces era habitual en los barrios m¨¢s marginados. Con muchas de ellas ¡ªsupresi¨®n de muros de carga para comunicar habitaciones, eliminaci¨®n de partes de un pilar para el paso de tuber¨ªas, etc.¡ª nos encontr¨¢bamos con frecuencia en nuestras inspecciones. Bastaba una adecuada sucesi¨®n de este tipo de hechos para que pudiera ocurrir lo peor, y entonces, ?qui¨¦n podr¨ªa hallar un resto de informaci¨®n entre los cascotes?
Hacia las tres de la madrugada, el alcalde ¡ªentonces era Pasqual Maragall¡ª habl¨® por la radio y aventur¨® que podr¨ªa tratarse de una explosi¨®n de gas. El siniestro manten¨ªa su magnitud, pero comenzaba a desaparecer nuestra culpabilidad. Quedaba el horror y los innumerables quebraderos de cabeza que nos esperaban, pero desaparec¨ªa la imparable corrosi¨®n de la culpa y de la ruina personal y profesional. Hacia las cuatro la noticia se concret¨® y se corrigi¨® la localizaci¨®n de la explosi¨®n, que result¨® ser al otro lado de la calle y en una vivienda unifamiliar ocupada por una sola persona que, lamentablemente, falleci¨®. Hab¨ªa explotado una bombona de butano. La explosi¨®n afect¨® a nuestro edificio, situado enfrente, pero sin causar v¨ªctimas. A las ocho de la ma?ana nos encontr¨¢bamos ya en la obra donde alguien nos recibi¨® con un ?nos han hecho madrugar...? que me supo al cari?oso recibimiento de la vida cotidiana. Me sent¨ªa como supongo que deben sentirse aquellos que han sido v¨ªctimas de un simulacro de fusilamiento.
A¨²n imperan las sombras de las antiguas legislaciones caldeas y medievales. El primer c¨®digo civil de la humanidad, que debi¨® empezar a imaginarse en el largo periodo de tiempo que medi¨® entre la vida en cuevas, retir¨¢ndose forzosamente al lugar donde se abr¨ªan sus bocas, a poder construirse una casa junto a un r¨ªo. Quiz¨¢ el advenimiento hist¨®rico de m¨¢s trascendencia para el ser humano. Ah¨ª est¨¢n la arquitectura, la pintura y la poes¨ªa acompa?ando a su supervivencia, ese recorrido en el cual miles de a?os despu¨¦s todav¨ªa pienso cosas como que la civilizaci¨®n es el esfuerzo para que se produzca la interpenetraci¨®n entre las ciencias y las letras, para que todos sepamos que aquel que piensa, y a veces dice, que las matem¨¢ticas no sirven para nada, tiene raz¨®n: las que ¨¦l sabe no sirven para nada. Que no puede ser uno un razonable arquitecto si cree que la Tierra es plana, aunque a primera vista no parece que pueda influir una cosa en la otra. Que no hay investigaci¨®n humana que no se pueda explicar a alguien que quiera comprenderla, pero que quien la explica debe haberla comprendido antes. Y que pienso que, de alguna manera, cuando hablo de arquitectura tambi¨¦n hablo de poes¨ªa. Al menos de lo que yo entiendo por poes¨ªa y por arquitectura.
La vida surge de la materia y todav¨ªa no se sabe hasta qu¨¦ punto por azar o por necesidad. Pero lo que s¨ª sabemos por experiencia directa es que la vida se da en un entorno hostil al cual ella responde, en un primer estadio, con la multiplicaci¨®n de sus individuos a un ritmo superior al de su destrucci¨®n. El ser humano, la vida en su nivel de m¨¢xima complejidad, tambi¨¦n ha hecho m¨¢s compleja ¡ªy m¨¢s efectiva¡ª su respuesta a esa hostilidad. La cultura ¡ªy la poes¨ªa como parte de ella¡ª es tambi¨¦n esa respuesta al continuo ataque de la intemperie donde se desarrolla la vida. Pero hay una parte de la acci¨®n de la intemperie, de este fr¨ªo o fuego universal en el que vivimos, que lo que intenta destruir o lesionar es el Ser, algo fundamental pero poseedor de una base material inexistente o, al menos, tan sutil para no habernos acercado ni remotamente a ella. Esta necesidad imperiosa y cotidiana de una protecci¨®n m¨¢s all¨¢ del hambre, el fr¨ªo o las enfermedades suele quedar en manos de los planteamientos fundamentales: las ciencias puras, el arte, la literatura, la poes¨ªa y la filosof¨ªa. No importa que sean exactamente estas o que se a?ada alguna m¨¢s. No es esta una precisi¨®n relevante aqu¨ª. Quiero ir a parar a que cuando decimos ?cultura? es, en general, en estas cosas en las que pensamos, con la idea de englobar todo aquello que nos puede proporcionar un refugio inmaterial frente a las acciones, a veces tambi¨¦n inmateriales pero terribles, que amenazan al Ser.
Pero la cultura es un asunto casi exclusivamente individual, su manejo colectivo solo puede afectar a aspectos importantes pero secundarios para el Ser amenazado, como escuelas, libros, etc.
El auge de una industria muy modesta hasta hace medio siglo pero hoy d¨ªa preponderante, la industria del entretenimiento, ha sido un arma letal en manos de un poder econ¨®mico y pol¨ªtico cuya relaci¨®n con la cultura es cada vez m¨¢s d¨¦bil. El entretenimiento, lo dice el propio t¨¦rmino, persigue solo peque?os saltos en el tiempo en una situaci¨®n lo m¨¢s placentera posible pero in¨²til. In¨²til en el sentido de que nada ha cambiado para la persona ¡ªni para bien ni para mal¡ª a su salida del proceso. Todo lo contrario a lo que ocurre despu¨¦s de leer un buen poema o escuchar una buena pieza de m¨²sica, que el grado de orden interior, felicidad, consuelo o como quiera que lo llamemos, aumenta. Poco, muy poco si se quiere, pero aumenta. Y esta es la m¨ªnima repercusi¨®n favorable de la cultura. Muy importante a la larga. Hoy el entretenimiento intenta sustituir a la cultura. Pienso que el mayor de los errores que mi generaci¨®n cometi¨®, ocupada como estaba en resolver la peligrosa opci¨®n entre capitalismo y marxismo, fue la de no pensar en la relaci¨®n del individuo con la cultura m¨¢s all¨¢ de aquel horizonte perentorio de la igualdad de clases y de oportunidades de escuela, atenci¨®n m¨¦dica, etc. D¨¢bamos por descontado que esta relaci¨®n entre individuo y cultura no ofrecer¨ªa en su d¨ªa, m¨¢s o menos resueltas las cuestiones de aquel horizonte, mayores dificultades.
A esto contribu¨ªa una visi¨®n hist¨®rica generalizada ¡ªy yo creo que bastante realista¡ª del respeto que el proletariado con poco o nulo acceso a la cultura sent¨ªa por ella. Esta visi¨®n ven¨ªa de lejos, desde los mismos or¨ªgenes de los movimientos revolucionarios. Ven¨ªa desde lo que se llam¨® la cultura obrera, con sus visiones m¨¢s o menos idealizadas, desde la ?caseta i l¡¯hortet? del catalanismo de Maci¨¤, o los ateneos obreros, hasta las visiones novelescas del trabajador con un libro en el bolsillo dentro de la f¨¢brica o por la noche, leyendo a la luz de una vela en su pobre casa. O aquellos libros del Servei de Cultura al Front que le¨ªan los soldados en las trincheras de nuestra Guerra Civil. Nunca nos ocupamos en valorar cu¨¢nto hab¨ªa en todo esto de mera andadura en el camino del ascenso en la escala social que, con raz¨®n en aquellos tiempos, las clases m¨¢s bajas identificaban con los t¨ªtulos universitarios y, desde all¨ª, con la cultura. Envidi¨¢bamos los recitales de Evtushenko en los estadios sovi¨¦ticos, y no dud¨¢bamos de que la poes¨ªa estaba en la izquierda, entre otras cosas porque esto cre¨ªan la mayor parte de los poetas, y como realmente hab¨ªa sucedido, por ejemplo, en aquella Guerra Civil nuestra.
La mezcla de certezas que no ten¨ªan otra base que la fugacidad de una ideolog¨ªa y su triunfalismo militante, que pretend¨ªa, ni m¨¢s ni menos, que conocer de antemano la imparable marcha de la historia, lleg¨® a oscurecer nuestro entorno intelectual y a muchas conciencias. El hecho es que acab¨® cre¨¢ndose una aceptaci¨®n no formulada de que, al igual que el acceso de las masas a la igualdad social era algo a lo que el individuo no pod¨ªa oponerse, de la misma manera, una vez alcanzado este estadio, se producir¨ªa el acceso natural de estas masas a la cultura. A este error es al que nos enfrentamos en nuestra madurez, cuando se puso de manifiesto que era mucho m¨¢s f¨¢cil el acceso a la igualdad de oportunidades econ¨®micas que a las culturales. No he olvidado aquellos a?os sesenta y setenta, con la Escuela de Arquitectura en plena ebullici¨®n antifranquista. Mi clase de C¨¢lculo de Estructuras la interrump¨ªa a veces un joven activista, te¨®ricamente pr¨®ximo a mi manera de pensar, para proclamar que impartir una buena clase a los alumnos era trabajar a favor del dictador. El sentido com¨²n imperante en la votaci¨®n en la que sol¨ªan desembocar aquellas algaradas hizo que siempre fuese ¨¦l solo quien abandonase el aula. Pero ya casi hab¨ªamos gastado el tiempo de clase para resolver la cuesti¨®n.
El razonamiento justificando la dificultad del acceso a la cultura es sencillo y se me hace dif¨ªcil entender la magnitud de nuestro error al suponer lo contrario: el acceso a los bienes de consumo puede planearse utilizando toda la potencia tecnol¨®gica de nuestras sociedades, y hacer llegar estos bienes a la vez a millones de personas. Esto puede tener un grado, el que fuere, de dificultad, pero es que el verdadero acceso a la cultura no puede ser m¨¢s que individual, persona a persona, y el grado de dificultad aumenta much¨ªsimo al ser imposible planearlo masivamente. Cada uno de los alumnos de aquella aula ya estaba solo con su c¨¢lculo de estructuras y su poes¨ªa, y le resultaba extra?o ligarlo a cualquier posibilidad de actuaci¨®n comunitaria.
Al hablar de cultura he empleado el adjetivo verdadero, cuyo uso implica la posibilidad de falsedad. Y no hablo de falsificaci¨®n en el sentido de falsificar un cuadro, no me refiero a repetir algo que ya existe, sino a escribir un poema que parezca un poema, pero que no es un poema, la m¨¢s peligrosa de las falsificaciones porque est¨¢ al alcance de muchas fortunas, no hay m¨¢s que verlo. ?F¨¢cil de detectar? Depende de por qui¨¦n, y esta es la cuesti¨®n de la cultura. Ser culto es reconocer un buen poema entre suced¨¢neos de poema, es reconocer la diferencia entre Lao Tse y un gur¨² de cantantes famosos, es distinguir entre Montaigne y un libro de autoayuda. Es saber distinguir la medicina del placebo. Y una vez rechazado lo que es falso, proceder a escoger lo que uno necesita en aquel momento entre lo verdadero a su alcance. La falsificaci¨®n directa no tiene sentido m¨¢s que en las artes pl¨¢sticas, y no tiene importancia. ?Qu¨¦ m¨¢s da estar mirando un Mir¨® aut¨¦ntico que una copia del gran falsificador que fue Ory? A ¨¦l y a Orson Welles, que nos lo descubri¨®, les debemos una buena dosis de sentido com¨²n al enfrentarnos al arte como mercado.
La libertad de elecci¨®n solo es posible desde la cultura, pero la cultura se adquiere de forma no solo individual sino solitaria. Bien es verdad que un primer estadio puede socializarse en la escuela, aunque seguramente ah¨ª estar¨ªamos hablando solo de conocimiento, que no es m¨¢s que una peque?a parte, aunque b¨¢sica y necesaria, de la cultura. Necesaria, pero no suficiente. La cultura es precisamente nuestra individualidad: la creamos, la perfeccionamos, la mantenemos. Ning¨²n tonto bueno, como ya pensaba S¨®crates. El cerebro humano tiene una potencia muy superior a la del animal, pero un cerebro humano sin cultura puede llegar a ser como una fiera siempre hambrienta de algo que no sabe qu¨¦ es. Inteligencia a la vez que bondad implica siempre cultura, llenar de sentido lo que no parece tenerlo.
En el caso de la poes¨ªa, pienso que es fundamental reconocer este car¨¢cter individual y solitario de la penetraci¨®n en su universo y facilitar solo un m¨ªnimo de indicaciones de qu¨¦ puede encontrarse en ese universo y, por descontado, sin descender a los extenuantes detalles t¨¦cnicos a los que a veces son sometidos los estudiantes. El joven debe saber que existe el arte y para qu¨¦ sirve, pero nada puede sustituir el hecho de que el arte debe ser su personal descubrimiento.
Adem¨¢s, a mi entender, la diferencia estructural entre la poes¨ªa y la literatura es muy grande. El car¨¢cter abierto de un poema est¨¢ m¨¢s cerca de la m¨²sica que de la poes¨ªa, y no me refiero a algo tan trivial como lo que se suele conocer como ?la m¨²sica del poema?. En las novelas, tanto los personajes como su entorno han de quedar ?suficientemente descritos? a un nivel distinto y superior a los de un poema. En cambio, la obligada libertad interpretativa del lector de poes¨ªa solo es comparable a la del int¨¦rprete musical, y el poeta est¨¢ m¨¢s cerca del compositor que del novelista.
Consigue 'Po¨¦tica'
Autor: Joan Margarit.
Editorial:?Arpa, 2020.
Formato:?400 p¨¢ginas. 21,90 euros.
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