El Caf¨¦ Lehmitz revisitado
Una exposici¨®n re¨²ne im¨¢genes in¨¦ditas de la famosa serie fotogr¨¢fica, as¨ª como las hojas de contactos marcadas por su autor
¡°En el cielo no hay cerveza, por eso la tomamos aqu¨ª¡±, se le¨ªa en un cartel situado en la entrada del Caf¨¦ Lehmitz. La noche encerraba un sinf¨ªn de promesas para la clientela habitual de uno de los tugurios m¨¢s concurridos del barrio rojo de Reeperbahn, Hamburgo. Un lugar de supervivencia para marineros proxenetas, prostitutas, drogadictos, indigentes, y toda una cohorte de gente de mal vivir, que, junto con algunos de los residentes del barrio, se daban cita all¨ª. Bailar, tomar un trago, fumar unos cuantos cigarrillos, no pensar, charlar, meditar, y por qu¨¦ no tambi¨¦n dormir, mientras la m¨²sica sale de la gramola¡ al fin y al cabo todos buscaban lo mismo: evasi¨®n, en aquel antro que invitaba a cada uno, sin medias tintas, a mostrar su verdadera faz.
All¨ª recal¨® Anders Petersen (Suecia, 1944), en 1967, quien, a lo largo de tres a?os, fue retratando a los desinhibidos protagonistas del lugar, contando con su complicidad y su camarader¨ªa. Se trataba de su primer trabajo fotogr¨¢fico de envergadura, y acabar¨ªa por convertirse en una referencia dentro de su g¨¦nero, reunido en 1978 en un monogr¨¢fico titulado Caf¨¦ Lehmitz. Cinco d¨¦cadas despu¨¦s, consolidado como uno de los nombres claves dentro de la fotograf¨ªa sueca, el autor ha revisado la serie, sacando a la luz nuevas im¨¢genes. As¨ª, bajo el t¨ªtulo de Color Lehmitz, una exposici¨®n muestra retratos hasta ahora in¨¦ditos, junto con las hojas de contacto de la legendaria serie, acompa?adas de los comentarios del autor.
Podr¨¢ verse en el centro Fotografiska de Estocolmo desde el 13 de marzo hasta el 31 de mayo. ¡°La exhibici¨®n nos permite observar las decisiones que tom¨® el fot¨®grafo. Conocerle a ¨¦l, adem¨¢s de a la gente que retrata¡±, se?ala Angie ?str?m, comisaria de la muestra. El autor es conocido por trabajar de forma habitual en blanco y negro, pero el t¨¦rmino color hace referencia a las marcas a color realizadas por el artista en las hojas de contacto con las que ha estado trabajando a lo largo de los a?os. Apuntes realizados sin ninguna intenci¨®n art¨ªstica sino pr¨¢ctica, pero que sin duda refuerzan el car¨¢cter de la obra. ¡°A veces hay m¨¢s color en las im¨¢genes de blanco y negro que en las de color¡±, se?ala Petersen. ¡°Cuando uno no est¨¢ bloqueado por los colores de la realidad, es m¨¢s f¨¢cil hacer uso de las experiencias personales y de las fantas¨ªas, para luego a?adir cualquier colorido en particular que uno desee¡±.
Visit¨® Hamburgo por primera vez durante su adolescencia, en 1962, tratando de escapar del ambiente restrictivo y aburguesado en el que hab¨ªa educado. En un principio quiso ser pintor, pero lo encontraba demasiado solitario para su car¨¢cter m¨¢s dado a socializar. De ah¨ª que optar¨¢ por la fotograf¨ªa de moda. Hasta que un d¨ªa encontr¨® una imagen que result¨® ser un punto de inflexi¨®n: mostraba un solitario cementerio nevado. En el suelo hab¨ªan quedado marcadas las pisadas de un visitante. ¡°Recuerdo haber pensado que el fot¨®grafo habr¨ªa madrugado mucho para poder captar c¨®mo los muertos se reun¨ªan all¨ª durante la noche¡±, apunta el fot¨®grafo. Poco m¨¢s tarde supo que su autor era Christer Str?mholm, quien se convirti¨® en su maestro.
A Hamburgo regresar¨ªa m¨¢s tarde, esperando reencontrarse con sus antiguos colegas y fotografiarlos. Pero muchos de ellos hab¨ªan partido. Otros hab¨ªan muerto, v¨ªctimas de la drogadicci¨®n. Fue su amiga Gertrud, en un principio recelosa, quien una noche accedi¨® a introducirle en el Caf¨¦ Lehmitz. All¨ª, distra¨ªdo, pos¨® su c¨¢mara en una mesa. Cuando la ech¨® en falta, pasaba de mano en mano entre la divertida clientela del bar. Al recuperar la m¨¢quina se anim¨® a disparar. No dejar¨ªa de hacerlo durante los tres a?os siguientes. ¡°Siempre me ha interesado la gente. Sus contradicciones, su inocencia y las m¨²ltiples capas de confusi¨®n que identific¨® en ella. Observarla me hace pensar que nuestros sue?os secretos y anhelos m¨¢s profundos nos gobiernan mucho m¨¢s que aquello a lo que nos referimos como la realidad¡±, apunta el autor.
El calor humano se palpa en esta serie que arrastra con fuerza la mirada del espectador, sumergi¨¦ndole de inmediato en un relajado ambiente, donde se percibe tanto la cercan¨ªa que el autor estableci¨® con sus protagonistas como el respeto con que los retrat¨®. Es en su condici¨®n de marginados donde queda reflejada la dignidad y el alma del lugar. ¡°Para m¨ª fue como una escuela¡±, dice el fot¨®grafo. ¡°La gente siempre me dec¨ªa que como fot¨®grafo uno ten¨ªa que ser fuerte. Pero era un error. Aprend¨ª que hay que ser d¨¦bil. Lo suficiente como para sentir. Para estar abierto a las circunstancias y mantener la curiosidad. Para sentirse atra¨ªdo por lo oculto y lo secreto. D¨¦bil tambi¨¦n como para necesitar de los dem¨¢s y que estos contribuyan a dar sentido a la existencia¡±.
La serie fotogr¨¢fica se populariz¨® cuando en 1985 Tom Waits utiliz¨® una de las im¨¢genes para su ¨¢lbum Rain Dogs. Hoy la obra sigue conservando la misma frescura. Revisarla ha sido ¡°como encontrarse con un viejo amigo que hace mucho que no ve¨ªa¡±, se?ala el autor. ¡°Reconozco en ella la misma energ¨ªa y el mismo aroma. La gente del Lehmitz ten¨ªa una presencia y una sinceridad que yo mismo carec¨ªa. Todo val¨ªa. Lo mismo, estar desesperado y sentarse en soledad que compartir compa?¨ªa. Recuerdo la gran calidez y la tolerancia del lugar¡±. Andersen fue aceptado all¨ª como uno m¨¢s. De ah¨ª, que abandon¨® la condici¨®n de voyeur, que suele acompa?ar a todo fot¨®grafo. ¡°Como fot¨®grafo me es dif¨ªcil atenerme a la raz¨®n. Mi trabajo es intuitivo y necesito la empat¨ªa y mantener una cercan¨ªa con el sujeto. Es precisamente eso lo que me interesa, las im¨¢genes en s¨ª son menos importantes para m¨ª¡±.
¡°El Caf¨¦ Lehmitz era un sitio muy especial. Era como una sala de estar, y en ocasiones como una residencia para gente mayor, que se hab¨ªa pasado la vida trabajando duramente para la industria del entretenimiento en Hamburgo¡±, recuerda el autor. All¨ª, la alegr¨ªa acompa?aba siempre al drama y eso se palpa en este trabajo que revela una ternura que se sale de lo com¨²n e invitan al espectador a verse a s¨ª mismo a trav¨¦s del reflejo de los otros. Destaca tambi¨¦n su ausencia de pesimismo. ¡°De ninguna forma pretendo otorgar al lugar un componente rom¨¢ntico, ya que las circunstancias eran otras. Pero s¨ª exist¨ªa cierto sentido de uni¨®n universal, y la sensaci¨®n de poder ser alguien all¨ª. Algo que se echa en falta de los bares de moda de hoy en d¨ªa, con frecuencia bien iluminados. Es algo que muchos de nosotros anhelamos, pero rara vez nuestra cultura nos ofrece las herramientas para que de verdad podamos conectar entre nosotros¡±. La clientela del Caf¨¦ Lehmitz al menos lo intentaba. Desafiaron al tiempo viviendo aquel momento como si nunca fuera a haber otro igual.
Caf¨¦ Lehmitz. Anders Petersen. Fotografiska. Estocolmo. Hasta el 31 de mayo.
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