Querido Calleja
El terrorismo fue derrotado y Jos¨¦ Mari disfrut¨® su nueva vida libre sin amargura ni rencor. Quienes lo conocimos no vamos a olvidarnos de ¨¦l
Hab¨ªa terminado a una hora tard¨ªa el almuerzo de presentaci¨®n de un libro suyo y ya no quedaba casi nadie en el restaurante. Se hab¨ªan ido los periodistas, y casi todos los invitados, y a nosotros tambi¨¦n, mi mujer y yo, nos llegaba el momento de despedirnos, aunque era dif¨ªcil, porque Jos¨¦ Mari Calleja era una de esas personas que tienen el don de prolongar sin esfuerzo ni fatiga la duraci¨®n de las comidas y las sobremesas. Jos¨¦ Mari era una de esas personas de gran envergadura f¨ªsica que estrujan la cara cuando dan un beso y dejan dolorida la mano despu¨¦s de un apret¨®n, y abrazan como si cada encuentro estuviera sucediendo despu¨¦s de una separaci¨®n de a?os. Su voz era muy poderosa y su carcajada pod¨ªa atronar la sala llena de murmullos de un restaurante. Por eso impresionaba m¨¢s cuando se quedaba serio, cuando lo abat¨ªa un nuevo golpe de horror en aquellos a?os de ignominia diaria, cuando ¨¦l y tantos como ¨¦l se acostumbraron a vivir en un confinamiento mucho m¨¢s angustioso que el de ahora. Cualquier d¨ªa, a cualquier hora, en cualquier sitio, pod¨ªa reventarlos una bomba instalada debajo del coche o se les pod¨ªa acercar por detr¨¢s el ca?¨®n de una pistola. Jos¨¦ Mari, como tantos, hab¨ªa tenido que irse del Pa¨ªs Vasco, y ahora viv¨ªa en Madrid, pero segu¨ªa rodeado de medidas de seguridad y acompa?ado de unos polic¨ªas de escolta que ya eran amigos suyos. Ese d¨ªa, despu¨¦s de la presentaci¨®n, hab¨ªamos charlado, re¨ªdo, despotricado tanto, que cuando nos march¨¢bamos nos sorprendi¨® que Jos¨¦ Mari, que nos acompa?aba, se detuviera justo antes de salir, sin pisar la acera. A nosotros se nos hab¨ªa olvidado moment¨¢neamente, pero no a ¨¦l: ¡°Tengo que esperar a los escoltas¡±.
Y nos despidi¨® desde el umbral del restaurante, dici¨¦ndonos adi¨®s mientras nos alej¨¢bamos, y qued¨¢ndose solo, rezagado a la fuerza, sonriente y triste, con aquella sonrisa que era tan desmedida como su carcajada. Alguien muere y de pronto hay que cambiar el tiempo verbal con el que lo mencionamos. A Jos¨¦ Mari Calleja lo vimos quedarse solo aquel d¨ªa despu¨¦s del barullo de la comida y de la presentaci¨®n de su libro, que era urgente, apresurado y necesario, como tantas cosas que ¨¦l hac¨ªa: y ahora tambi¨¦n se nos queda atr¨¢s, rezagado en la muerte, su cara grande inconfundible perdida entre la multitud de las caras de los fulminados por la epidemia, ¨¦l que resisti¨® con tanto coraje aquella otra epidemia del fanatismo y del crimen, del oportunismo y el cinismo y el crimen, del descaro pol¨ªtico y la hipocres¨ªa eclesi¨¢stica y el crimen repetido casi a diario, celebrado a diario por una chusma inmunda de adoradores del terror, justificado con medias palabras culteranas por profesores universitarios, envuelto en untuosos eufemismos por un obispo de infame memoria que solo una vez accedi¨® a recibir a un grupo de v¨ªctimas del terrorismo, y las recibi¨® echado groseramente en un sof¨¢, y les dijo, apost¨®licamente: ¡°En ninguna parte est¨¢ escrito que el pastor tenga que querer por igual a todas sus ovejas¡±.
A Jos¨¦ Mari Calleja lo cesaron como presentador del informativo de la televisi¨®n vasca por llamar asesinos, con todas las letras, a los pistoleros y dinamiteros de la ETA. Toda organizaci¨®n criminal segrega una baba sucia de eufemismos, a los que se suscriben sin problema hasta las instituciones m¨¢s serias. Los asesinos eran activistas, los cr¨ªmenes acciones, la matanza de personas inermes ¡°lucha armada¡±, y medios informativos tan serios al parecer como la BBC o The Guardian o The New York Times llamaban a la ETA ¡°movimiento armado de liberaci¨®n¡±, con esa simpat¨ªa hacia la causa de la democracia espa?ola que les ha caracterizado siempre. El envilecimiento del lenguaje iba parejo al de las conciencias y al de las conductas. Al que no callaba o no bajaba la cabeza lo mataban. Y despu¨¦s de matarlo ofend¨ªan su memoria llam¨¢ndole ¡°fascista¡± y hasta iban al cementerio a profanar su tumba.
Jos¨¦ Mari Calleja fue uno de los primeros en alzar la voz y en resistir a cuerpo limpio. En cualquier parte de Espa?a ser concejal era una cosa corriente, y hasta vulgar. En el Pa¨ªs Vasco ser concejal del Partido Socialista o del Partido Popular era siempre jugarse la vida, y con bastante frecuencia tambi¨¦n era perderla. Los terroristas sacaban ventaja del miedo inevitable y tambi¨¦n de la miserable incapacidad de las fuerzas pol¨ªticas espa?olas para ponerse de acuerdo en las cuatro o cinco cosas esenciales que nos unen a todos y para distinguir entre los adversarios y los enemigos. Gente como Jos¨¦ Mari Calleja alent¨® en los peores a?os una fraternidad pol¨ªtica entre socialistas, populares y gente sin partido de ideas muy diversas basada en la defensa elemental de la libertad y de la vida. En septiembre de 2000, despu¨¦s de un verano desbordado de sangre, el grupo c¨ªvico Basta Ya, uno de cuyos fundadores fue Calleja, organiz¨® en San Sebasti¨¢n una manifestaci¨®n que no se hab¨ªa visto nunca. Cien mil personas salieron a la calle ese d¨ªa, llevando pancartas con los nombres de cada uno de los asesinados. Nosotros tuvimos la honra de estar all¨ª. Calleja iba de un lado a otro del gent¨ªo repartiendo sus abrazos herc¨²leos, sus carcajadas de alegr¨ªa.
Poco despu¨¦s lo abati¨® una desgracia m¨¢s dura que la amenaza del crimen. Un hijo suyo adolescente sali¨® en bici por la urbanizaci¨®n cercana a Madrid en la que viv¨ªan y una furgoneta lo derrib¨® al suelo, y qued¨® en estado de coma. A Jos¨¦ Mari Calleja y a Susana los amigos de la resistencia iban a visitarlos al hospital ¡ªmuchos de ellos, con sus escoltas¡ª y aguardaban a su lado alguna se?al de que el chico recuperaba la conciencia. No parec¨ªa posible que hubiera m¨¢s dolor en el mundo. Aquel hombre sin ninguna vocaci¨®n de v¨ªctima y con tanta capacidad de alegr¨ªa iba por los pasillos del hospital como una sombra derribada. Uno lo abrazaba y ten¨ªa que sostener aquel cuerpo tan grande sacudido por el llanto.
Ahora nadie se acuerda de todo aquello, salvo quienes sufrieron las heridas que no pueden curarse. La miserable bronca pol¨ªtica espa?ola no ha permitido que se preserve intacta la memoria de las v¨ªctimas, ni tampoco el ejemplo de quienes en el Pa¨ªs Vasco pusieron la concordia y la decencia democr¨¢ticas por encima de un sectarismo est¨¦ril cuya ¨²nica finalidad parece destruir, ahora igual que entonces. El terrorismo fue derrotado por la rebeld¨ªa ciudadana y por el peso fulminante de la ley, y Jos¨¦ Mari Calleja disfrut¨® su nueva vida libre sin amargura ni rencor. Quienes lo conocimos no vamos al olvidarnos de ¨¦l, de nada de lo que ¨¦l hizo y represent¨®.
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