?Leyenda o realidad? Los misterios arqueol¨®gicos de Troya, Agamen¨®n y Plinio
Hay historias imperecederas en las que el mito y la verdad se comunican, como demuestran los casos de la ciudad hom¨¦rica, el rostro del h¨¦roe griego o el cr¨¢neo del escritor romano
Despu¨¦s de desenterrar la ciudadela de Troya, cuya existencia real se hab¨ªa diluido en las brumas del mito, y tras fotografiar a su esposa Sophia con las llamadas joyas de Helena, el prusiano Heinrich Schliemann, expeditivo hombre de negocios y arque¨®logo amateur, puso rumbo a Micenas con la Descripci¨®n de Grecia de Pausanias bajo el brazo. Su intenci¨®n all¨ª era desenterrar no ya la ciudad de los conquistadores de Troya, sino la propia figura del rey Agamen¨®n, el se?or de guerreros que hab¨ªa liderado la guerra m¨¢s famosa del mito y de la literatura. Tanto Esquilo en su tragedia Agamen¨®n como Homero en la Odisea nos cuentan que fue en Micenas donde el rey hall¨® la muerte a manos de su esposa Clitemnestra y del amante de este ¡°como un buey amarrado a un pesebre¡±, mientras trataba de vestirse con unos ropajes cuyas mangas estaban cosidas. Por su lado, el infatigable viajero Pausanias hab¨ªa indicado el lugar exacto donde la tradici¨®n afirmaba que se encontraba su tumba y la de sus asesinos; indicaciones suficientes para que Schliemann volviera a conquistar la gloria. Si el prusiano cre¨ªa realmente que Agamen¨®n hab¨ªa tenido una existencia real fuera de la dimensi¨®n m¨ªtica poco importa, porque el hecho es que de aquella nueva campa?a arqueol¨®gica Agamen¨®n resurgi¨® del pa¨ªs del mito con algo que ning¨²n otro protagonista de la leyenda troyana jam¨¢s ha pose¨ªdo: una cara. Schliemann sac¨® a la luz lo que la investigadora Cathy Gere define en su libro The Tomb of Agamemnon (Profile Books, 2006) como ¡°el rostro humano de la ¨¦pica hom¨¦rica¡±.
Hay historias imperecederas en las que la leyenda y la realidad parecen comunicarse a trav¨¦s de pasadizos secretos. Eso ocurre en efecto con el mito de Troya, cuya potencia narrativa sigue prendiendo la llama de nuevas creaciones; sirva de ejemplo la reciente aparici¨®n de la novela gr¨¢fica La c¨®lera, de Santiago Garc¨ªa y Javier Olivares (Astiberri, 2020), que recuenta con im¨¢genes poderosas la Il¨ªada, o la brillante aproximaci¨®n musical a la Odisea que Vinicio Capossela llev¨® a cabo hace casi una d¨¦cada ¨C?qu¨¦ es una d¨¦cada frente a los casi 3000 a?os de la leyenda troyana?¨C en su ¨¢lbum Marinai, profeti e balene. Ocurre tambi¨¦n con la leyenda de la fundaci¨®n de Roma por R¨®mulo y Remo, episodio semilegendario que nos trasmitieron autores de la Antig¨¹edad como Tito Livio y Plutarco, y que ha sido recreado en la pel¨ªcula de Matteo Rovere Il primo re (2019), rodada en un lat¨ªn arcaico cient¨ªficamente reconstruido por fil¨®logos para la ocasi¨®n. Y ocurre con un hecho hist¨®rico de una magnitud y trascendencia descomunales como fue la destrucci¨®n de Pompeya, por cuyas calles hoy se puede transitar imaginando c¨®mo ser¨ªa la vida en esa urbe romana antes de que el Vesubio entrara en erupci¨®n, que es la propuesta que el libro Un d¨ªa en Pompeya (Espasa, 2020) de Fernando Lillo nos ofrece.
La menci¨®n concreta de estos tres cap¨ªtulos de la Antig¨¹edad obedece a que en los ¨²ltimos tiempos se han sucedido en los medios de comunicaci¨®n varias noticias que atraen la mirada de un amplio p¨²blico hacia estas historias milenarias: la exposici¨®n que el Museo Brit¨¢nico exhibi¨® hasta comienzos de marzo, precisamente sobre la realidad y el mito de Troya, es una; otra es el descubrimiento en el Foro Romano de una c¨¢mara con un posible sarc¨®fago de toba del que algunos titulares insinuaban, en la estela de los mejores clickbaits, que podr¨ªa ser el del m¨ªtico R¨®mulo; y otra m¨¢s, el anuncio de que un cr¨¢neo hallado hace m¨¢s de un siglo en la localidad napolitana Castellammare di Stabia podr¨ªa pertenecer al escritor Plinio el Viejo, testigo y v¨ªctima de la erupci¨®n vesubiana. Pero el inter¨¦s de los medios y la difusi¨®n a gran escala entre el p¨²blico de los hallazgos arqueol¨®gicos no es desde luego algo nuevo y en el caso de Schliemann lo llev¨® a formar parte de la leyenda cuando telegrafi¨® a la prensa lo que hoy ser¨ªa un formidable ciberanzuelo: ¡°He contemplado el rostro de Agamen¨®n¡±.
La frase es ap¨®crifa (Cathy Gere nos aporta que la formulaci¨®n original fue: ¡°Este cuerpo se asemeja much¨ªsimo a la imagen que hace tiempo me form¨¦ en mi imaginaci¨®n del poderoso Agamen¨®n¡±), pero las noticias del hallazgo se expandieron inmediatamente por toda Europa entre un p¨²blico ansioso por contemplar el rostro de un h¨¦roe de Homero. A finales de noviembre de 1876, encontr¨® en un c¨ªrculo de tumbas el cuerpo de tres varones de proporciones heroicas: uno de ellos estaba totalmente descompuesto, los otros dos ten¨ªan la cara cubierta por unas m¨¢scaras mortuorias labradas en oro. Cuando Schliemann alz¨® una de ellas su calavera se convirti¨® inmediatamente en polvo, pero, al levantar la otra, dos ojos y ¡°32 hermosos dientes¡± le contemplaron: la cara del conquistador de Troya. Es aqu¨ª donde Schliemann realiz¨® el truco de manos definitivo: la magn¨ªfica plancha mortuoria que hoy d¨ªa ostenta el nombre de M¨¢scara de Agamen¨®n no era la que cubr¨ªa ese rostro de flamante dentadura en la que el arque¨®logo hab¨ªa reconocido la faz del se?or de guerreros, sino la de la calavera que se deshizo bajo su mirada.
En honor a la justicia, a Agamen¨®n le deber¨ªa de haber correspondido otra cara, una de carrillos hinchados y labios muy gruesos en la que el rostro humano de la ¨¦pica hom¨¦rica exhibiera un semblante m¨¢s tosco y menos regio. Tampoco importa que los cuerpos descubiertos pertenecieran a nobles mic¨¦nicos unas cuatro centurias anteriores a la ¨¦poca que se estima para una hipot¨¦tica guerra de Troya ¨Cen torno al 1200 a.C¨C, porque Schliemann conquist¨® todos los honores y reconocimientos, y un editorial del diario The Times de Londres del 18 de diciembre de 1876 saludaba as¨ª el descubrimiento: ¡°El gran rey de hombres que encontr¨® un bardo en Homero exhibe su regia condici¨®n de nuevo ante el mundo por obra del Dr. Schliemann¡±. Hoy los visitantes del Museo Arqueol¨®gico Nacional de Atenas se arraciman ante ¡°la Mona Lisa de la prehistoria¡± (de nuevo, la cita es de Cathy Gere) como si verdaderamente contemplaran el rostro del rey Agamen¨®n, ajenos a que es otra la m¨¢scara mortuoria que, de haber tenido m¨¢s aspecto de pr¨ªncipe prusiano, hoy prestar¨ªa sus facciones al se?or de Micenas.
Schliemann muri¨® en N¨¢poles en 1890, unos diez a?os antes de que alguien desenterrara en una localidad al sur de Pompeya setenta y tres cuerpos; uno de ellos, ricamente engalanado, podr¨ªa ser el de Gayo Plinio Secundo, conocido para la literatura como Plinio el Viejo. Esa era al menos la hip¨®tesis del ingeniero Gennaro Matrone, el propietario de las tierras donde se produjo el hallazgo; una hip¨®tesis que en su caso fue rechazada por la prensa y el mundo acad¨¦mico, lo que le llev¨® a enterrar el resto de los huesos, conservando ¨²nicamente el cr¨¢neo y la mand¨ªbula que ¨¦l cre¨ªa de Plinio. Con el rodar del tiempo ambos acabaron exhibidos, junto a ejemplos de malformaciones y c¨¢lculos renales y hep¨¢ticos, en la sala Flajani del Museo Storico Nazionale Dell¡¯Arte Sanitaria de Roma, donde por un tiempo aparecieron bajo el r¨®tulo de ¡°Cr¨¢neo de Plinio el Viejo¡±, anuncio que posteriormente fue matizado: ¡°Cr¨¢neo de las excavaciones de Pompeya y atribuido a Plinio¡±. Sin embargo, a finales del pasado enero se presentaron las conclusiones del Proyecto Plinio, iniciado en 2017 (cerca de un siglo y dos d¨¦cadas despu¨¦s del hallazgo), que ratificaban la pertenencia del cr¨¢neo (no as¨ª la mand¨ªbula) al escritor romano. Conclusi¨®n ante la que especialistas como Mary Beard, la prestigiosa clasicista de Cambridge y autora de obras como Pompeya: historia y leyenda de una ciudad romana (Cr¨ªtica, 2014), piensan que est¨¢ equivocad. Por su lado, el director del proyecto, Andrea Cionci, encontraba eco en el prestigioso diario La Stampa para subrayar que lo verdaderamente cierto es que no hay ning¨²n indicio que niegue que el cr¨¢neo pertenezca al gran personaje. Quiz¨¢ la palabra definitiva como en el caso de la M¨¢scara de Agamen¨®n la tenga el p¨²blico que se acerque a la vitrina a contemplar el cr¨¢neo, pasando por alto la letra peque?a del r¨®tulo, para tener ante sus ojos una peque?a veta de una noche en la historia, el de la erupci¨®n del Vesubio, con proporciones de leyenda y en la que Plinio el Viejo adquiri¨® trazas no de h¨¦roe del mito, sino de uno muy humano.
Conocemos a Plinio el Viejo por las dos cartas ¨Cambas recogidas en el peque?o volumen La erupci¨®n del Vesubio (Edhasa, 2019)¨C que envi¨® su sobrino Plinio el Joven al historiador T¨¢cito ante la solicitud de este ¨²ltimo de que le escribiera los detalles de la muerte de su t¨ªo en la cat¨¢strofe del Vesubio, y lo conocemos tambi¨¦n por su ¨²nica obra conservada, una suerte de enciclopedia de la naturaleza en 37 libros titulada Historia natural. De modo que, si no es seguro que hasta nosotros haya llegado su cr¨¢neo, s¨ª que podemos alegrarnos de que a trav¨¦s de esas obras podamos disfrutar de parte de su coraz¨®n y su cerebro.
Respecto a su cerebro: los estudiosos modernos no han sido por lo general generosos a la hora de valorar su estilo y la validez cient¨ªfica de su Naturalis Historia (en espa?ol, por ejemplo, C¨¢tedra presenta una buena edici¨®n de los libros dedicados a los animales y la farmacopea relacionada con ellos), pero Italo Calvino en su cl¨¢sico ?Por qu¨¦ leer los cl¨¢sicos? (Siruela) recomienda su lectura continuada por su admiraci¨®n por los fen¨®menos que nos rodean y por su encendido elogio y defensa de la naturaleza, as¨ª como por la voluntad ¨¦tica de su obra. Y respecto a su coraz¨®n: nos cuenta su sobrino c¨®mo Plinio el Viejo, que se encontraba en cabo Miseno al mando de la flota de la que era almirante, se decid¨ªa a zarpar en una peque?a embarcaci¨®n llevado por su curiosidad de naturalista ¨Ceste es el punto de arranque de la recomendable serie manga Plinius, de Mari Yamazaki y Tori Miki (Ponent Mon, 2017)¨C para observar de cerca la prodigiosa columna de humo que surg¨ªa de una monta?a, cuando le lleg¨® una petici¨®n de auxilio. Fue entonces cuando cambi¨® sus planes y sac¨® sus cuadrirremes rumbo a la primera misi¨®n de protecci¨®n civil conocida. Y fue en una noche de p¨¢nico en la que su sobrino asegura que ¡°hab¨ªa quienes por temor a la muerte ped¨ªan la muerte, y muchos rogaban la ayuda de los dioses mientras que otros m¨¢s numerosos no cre¨ªan que quedaran ya dioses en ninguna parte y que esa noche ser¨ªa eterna y la ¨²ltima del universo¡± cuando Plinio el Viejo hall¨® la muerte en Estabias por asfixia. Plinio muri¨® salvando vidas en una lucha contra algo nuevo, tenebroso y desconocido. Un tipo de h¨¦roe distinto al ¨¦pico rey de Micenas.
Como curiosidad digamos que los rescatadores hab¨ªan protegido sus cabezas de la lluvia de los restos de rocas que ca¨ªan mediante cojines sujetados por correas, con lo que el controvertido cr¨¢neo, al menos en principio, y aun sin valedores de la talla de Schliemann de por medio, tiene alguna remota opci¨®n de ser el que conten¨ªa el cerebro de Plinio.
?scar Mart¨ªnez es profesor de griego, traductor de La Iliada (Alianza Editorial), autor de?H¨¦roes que miran a los ojos de los dioses (Edaf) y presidente de la delegaci¨®n de Madrid de la Sociedad Espa?ola de Estudios Cl¨¢sicos.
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