Kafka en la habitaci¨®n de al lado
Elias Canetti y Ricardo Piglia firmaron dos vol¨²menes fundamentales para entender al autor de 'La metamorfosis', que bas¨® su imaginaci¨®n en su vida y en las oscuridades abismales de su car¨¢cter
La leyenda de que Franz Kafka quiso que su amigo Max Brod quemara sus libros ha ayudado a presentar al autor de La metamorfosis como alguien que no quer¨ªa que su escritura fuera en el futuro otra cosa que ceniza. En vida, Kafka ley¨® con pasi¨®n sus textos, en p¨²blico y en privado, hac¨ªa de sus noches de insomnio habitaci¨®n de sus obsesiones de escritor, se port¨® con otros autores como un escritor cl¨¢sico (es decir, despreciaba a unos y a otros, no soportaba sus ¨¦xitos o los consideraba desproporcionados para sus m¨¦ritos), y se preocupaba tanto de sus ediciones, del papel, del color de las tapas, de las tiradas, que resulta imposible compadecer aquella exigencia que expres¨® a Brod con la realidad que lo acompa?¨® mientras respiraba.
Amaba sus libros, quer¨ªa que los amaran sus m¨¢s cercanos y, si los quiso editar, y de qu¨¦ manera, era porque los quer¨ªa ver en manos de otros, o de uno solo, pero los quer¨ªa ver en la calle, aunque se refiriera a ellos como pobres criaturas de su esp¨ªritu. Atormentaba su propio ¨¢nimo, y hasta su cuerpo, y atormentaba a los otros con sus dudas, pero cuando las dudas, en torno a su escritura, las expresaban los dem¨¢s, o cuando hab¨ªa silencio en torno a sus manuscritos, o no apreciaba que a los otros les valieran como imprescindibles sus creaciones, su furia traspasaba los l¨ªmites de su iron¨ªa. Que era fina o gruesa, seg¨²n el ¨¢nimo de los d¨ªas.
Su potencia creadora super¨®, por supuesto, aquella indicaci¨®n destructiva que Brod, naturalmente, no cumpli¨®, y hasta ahora ha sido quiz¨¢ el escritor m¨¢s citado y estudiado del siglo XX, con las excepciones que a ustedes mismos se les vengan ahora a la cabeza. Aquella sugesti¨®n sobre su timidez (un exponente mayor de su naturaleza) y sobre el escaso valor conced¨ªa a su trabajo ha durado hasta nuestros d¨ªas, basada sin duda en lo que ¨¦l mismo hizo o dijo, aunque sus editores (Kurt Wolff, por ejemplo) se han ocupado de ofrecer otra imagen de Kafka. Kafka como autor que quer¨ªa prolongar su obra y, adem¨¢s, seg¨²n sus propias exigencias o gustos, Kafka como lector de sus libros, Kafka, pues, como lector de Kafka.
Los diarios y, sobre todo, las cartas a Felice, la novia que iba y ven¨ªa y que al final termin¨® siendo el mayor personaje de todos los que ¨¦l fue construyendo, han ayudado a ver un Kafka distinto a aquel que le ped¨ªa a Brod que lo borrara del mapa. Como recuerda Ricardo Piglia (El ¨²ltimo lector, Anagrama, 2005), esas cartas han dado de s¨ª materia de mucha controversia creativa, pues al no existir la sustancia contraria (las respuestas de Felice) cada uno de los que han publicado acerca de esa aventura epistolar ha tenido que inventar la otra cara de la luna. Y la otra cara de la luna tuvo mucho que decir.
Nada de lo que escribi¨® fue con desperdicio, y nada de lo que vivi¨®, hasta lo m¨¢s banal, puede desde?arse entre las materias que ahora son recuerdo o leyenda
Han escrito de esas cartas, recuerda Piglia, ¡°Canetti, Deleuze, Citati, Wagenbach, Josipovici, Marthe Robert, Unseld, Stach¡±¡ Naturalmente, Piglia, uno de los escritores m¨¢s inteligentes del siglo XX espa?ol, se une a ese coro impresionante de lectores de esa impresionante, agridulce, triste correspondencia, en la que se edifica una literatura en s¨ª misma, pues nada de lo que hizo Kafka, ni siquiera lo m¨¢s vulgar o cotidiano de lo que cont¨®, en sus diarios o en esa correspondencia, estaba fuera del ¨¢mbito del que nacieron obras como La metamorfosis o Am¨¦rica.
Nada de lo que escribi¨® fue con desperdicio, y nada de lo que vivi¨®, hasta lo m¨¢s banal, puede desde?arse entre las materias que ahora son recuerdo escrito o, incluso, leyenda debida a su propia mano. Piglia hace de las cartas un instrumento valios¨ªsimo para el entendimiento de Kafka como escritor (y, por tanto, como lector). ¡°Se ve lo que Kafka exig¨ªa de sus textos. Mucho m¨¢s que la perfecci¨®n de la forma. Deb¨ªan establecer, hacer visible¡±, dice Piglia, ¡°la l¨®gica imposible de lo real (y ¨¦sa era, por supuesto, la perfecci¨®n de la forma)¡±.
Hace bien Piglia en citar a El¨ªas Canetti como el primero de los lectores de esas cartas, pues el autor de Masa y poder y Auto de fe se fij¨® en ellas para fijarse, con pureza de entom¨®logo o de cirujano, en el hombre que fue Kafka, con su mani¨¢tica propensi¨®n al desvar¨ªo, a la tristeza, a ser a la vez quien se estimara (en demas¨ªa, aunque ya se ve que con raz¨®n) o se subestimara, obviamente sin raz¨®n alguna¡ Ese exceso de estima y, a la vez, esa falta de estima, son las que coinciden en su personalidad para dar de s¨ª el escritor que fue. Canetti cuenta en El otro proceso. Las cartas de Kafka a Felice (N¨®rdica, 2019) c¨®mo esa desventurada relaci¨®n con Felice, que ¨¦l busc¨® y desperdici¨® hasta el infinito, le dio materia dram¨¢tica al menos para dos de sus libros m¨¢s c¨¦lebres y, quiz¨¢, autobiogr¨¢ficos, como acaso vienen a ser, de un modo u otro, todos sus libros.
En efecto, Canetti relaciona la oscuridad sucesiva de la relaci¨®n de Kafka con Felice con las aventuras m¨¢s dram¨¢ticas de sus personajes en La metamorfosis y en Am¨¦rica. En especial, el juicio que ¨¦l mismo propici¨® para acabar con el compromiso matrimonial que hab¨ªa adquirido con su m¨¢s famosa corresponsal desata escenas que ahora son parte importancia de la historia de la desgracia en el siglo XX. En esa visita que hizo Canetti a tan imprescindible correspondencia hay, sobre todo, subrayados que conectan la vida con la escritura, para explicar que de todos los Kafka que fueron Kafka el m¨¢s rabiosamente fue el que le escribi¨® a la pobre Felice. Pobre, por cierto, la llamaba ¨¦l.
Son dos libros fundamentales para entender este fen¨®meno literario que bas¨® su imaginaci¨®n en su vida y en las oscuridades abismales de su car¨¢cter. Uno, el de Piglia, oye escribir (y leer) a Kafka; el de Canetti lo oye, lo lee, lo ve vivir. Los dos, como si estuvieran en la habitaci¨®n de al lado.
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