Artemisia Gentileschi, de pintora olvidada a icono feminista
Su regreso a las salas del Prado, la reedici¨®n de la novela que le dedic¨® la historiadora Anna Banti y la exposici¨®n que prepara la National Gallery recuerdan la fascinaci¨®n que la gran artista barroca sigue ejerciendo en nuestro tiempo
La fecha marcada en el calendario era el 4 de abril. Ese d¨ªa debi¨® haberse inau?gurado en la National Gallery de Londres una exposici¨®n, finalmente aplazada por la crisis sanitaria, dedicada a Artemisia Gentileschi, la pintora italiana del siglo XVII. Nacida en un pa¨ªs marcado desde antiguo por grandes figuras de la pintura, que no le hacen sombra, se ha convertido desde el ¨²ltimo tercio del siglo XX y hasta nuestros d¨ªas en una artista medi¨¢tica, sobre todo por la corriente feminista de la historia del arte, que la ha presentado como una v¨ªctima de los hombres y cuyo arte surgir¨ªa, freudianamente, como venganza ante la violencia ejercida contra ella en su adolescencia. Es la ¨²nica mujer artista de la cultura occidental que ha suscitado el inter¨¦s de novelistas y cineastas, y han sido varias las obras que han tratado de su vida, m¨¢s que de su arte, intentando encontrar respuestas al misterio que sigue encarnando la pintora en la actualidad.
Mucho despu¨¦s de la publicaci¨®n en italiano, en 1947, de la conocida novela de Anna Banti dedicada a la artista ¡ªque titul¨®, con sencillez, Artemisia¡ª, Perif¨¦rica reedita ahora la obra en castellano, sin duda por el efecto llamada que tiene en nuestros d¨ªas la proyecci¨®n de la mujer. Conoc¨ª a Banti cuando yo ten¨ªa 22 a?os y era becaria del primer grupo de j¨®venes, tres chicos y tres chicas, que, habiendo estudiado Historia del Arte en varios pa¨ªses europeos y en Estados Unidos, quer¨ªamos avanzar en nuestras investigaciones sobre el arte italiano. La Fundaci¨®n Roberto Longhi, creada por el importante historiador italiano del arte y marido de la escritora, ella tambi¨¦n historiadora del arte, iniciaba su camino tras la muerte de este, con sede en la Villa il Tasso, a las afueras de Florencia.
Un d¨ªa, cuando estudiaba en la biblioteca, me llam¨® Anna Banti, es decir Lucia Lopresti, vedova Longhi, a su casa. Vest¨ªa de negro, el rostro surcado por infinitas arrugas, la voz grave, seria y de mirada profunda, hacia dentro, pero escudri?adora, hacia fuera, hacia m¨ª. Yo estaba sentada en una silla m¨¢s baja, donde ella me hab¨ªa colocado, y su mirada iba de arriba abajo, pero no me intimid¨®; sobre una mesa redonda, a su lado, hab¨ªa un gran jarr¨®n de flores y encima, detr¨¢s y muy cerca, colgaba en el muro el cuadro de Caravaggio Joven mordido por una lagartija, que inesperadamente surge de las flores de un jarr¨®n de cristal. Longhi hab¨ªa sido el gran descubridor moderno del artista y ten¨ªa uno de los cuadros m¨¢s misteriosos de aquel, desde el que su bello protagonista, como Banti, me miraba tambi¨¦n a m¨ª, como si me avisara del peligro de meter el dedo en el jarr¨®n de flores de su due?a. La presencia y el magnetismo del cuadro me impiden recordar hoy la conversaci¨®n con la escritora. De todas formas, nunca me qued¨® claro lo que quer¨ªa de m¨ª.
En 1917, unos a?os antes de casarse con su brillante alumna, Longhi hab¨ªa escrito el primer art¨ªculo moderno, que redescubr¨ªa y valoraba modernamente a la artista como figura de inter¨¦s en la ¨®rbita de los caravaggistas. Artemisia Gentileschi, a¨²n ni?a, hab¨ªa tenido que conocer en directo a Caravaggio, muy amigo de su padre, Orazio, y lo sabemos porque un d¨ªa aquel fue a buscar en el taller de este unas grandes alas de ¨¢ngel, que debi¨® de utilizar para alguno de los suyos, y me gusta pensar que fueron las de su desvergonzado y tentador Cupido adolescente de Amor vincit omnia, que pint¨®, completamente desnudo, en 1602, cuando Artemisia ten¨ªa nueve a?os. En 1606, Caravaggio dejaba Roma tras el juicio por haber matado a un hombre en una reyerta callejera. Tal vez el artista pas¨® la mano por los cabellos de la peque?a Artemisia en sus visitas al taller de Orazio, como se hace con los ni?os de amigos, y la peque?a, viva e inteligente, deb¨ªa de estar muy atenta a lo que ocurr¨ªa a su alrededor, como lo estuvo el resto de su vida.
Tras la muerte de su madre cuando ella ten¨ªa 12 a?os, Gentileschi organiz¨® para su hija los cuidados femeninos de una vecina casada, Tucia, como era costumbre entonces, pero, junto a ella, la adolescente Artemisia ten¨ªa a su alrededor la vida cotidiana del atareado taller, situado en una de las zonas m¨¢s populares del centro de Roma, cuya vida en ese periodo ha quedado reflejada con agudeza por Montaigne, en sus recuerdos del viaje por Italia, entre 1580 y 1581, en que describ¨ªa la violencia inaudita de las ejecuciones p¨²blicas, los muchos mendigos, las procesiones y carnavales, las carreras de caballos, el tr¨¢fico de los poderosos en sus carrozas, el paseo constante y sin rumbo de los romanos por las callejuelas de la ciudad, y las numerosas cortesanas en los balcones (hay que recordar que el gran cuadro de Caravaggio Muerte de la Virgen?para el Vaticano, hoy en el Louvre, fue retirado del altar porque la modelo para pintar a la Virgen fue una reconocida prostituta). Era el mundo en que viv¨ªa Artemisia, en que hab¨ªa normas de moralidad regidas por la Iglesia, pero en que la sociedad ten¨ªa rendijas de libertad por las que corr¨ªan, como siempre, las pasiones, el enga?o, los intereses y la violencia. Orazio Gentileschi, como pintor de ¨¦xito, encamin¨® a sus hijos por sus mismos derroteros, pero no consigui¨® que los tres varones, que form¨® en su taller con Artemisia, llegaran a algo m¨¢s que a discretos ayudantes.
El arte no es un privilegio familiar, pero esa ¡°chispa divina¡± que ten¨ªa Orazio s¨ª la recibi¨®, y con creces, Artemisia. A los 17 a?os, en 1610, la pintora revelaba ya una personalidad diferente a la de aquel, un mundo distinto en la expresi¨®n de los ¡°afectos del alma¡±, que constitu¨ªan la novedad m¨¢xima en el arte del siglo XVII, y que aparece en su primera obra, Susana y los viejos (palacio de Weissenstein, Pommersfelden). Su preparaci¨®n t¨¦cnica, a los 17 a?os, era notable, y hab¨ªa tomado los pinceles desde ni?a, ya que domina con efectividad el ¨®leo, el colorido y la luz, y revela asimismo su dominio del dibujo. Era este una pr¨¢ctica imprescindible para representar una figura, sus proporciones, su anatom¨ªa y el movimiento, as¨ª como la naturalidad y belleza de los ropajes y de sus plegados, o la perfecci¨®n, intensidad y variaciones de las fisonom¨ªas. Por otra parte, salta a la vista que Artemisia hab¨ªa copiado del natural, como cualquier aprendiz del siglo XVII. En Italia eso no era dif¨ªcil, como s¨ª lo era en Espa?a, por un temor desmedido al pecado por contar con modelos desnudos ¡ªque muchas veces eran los j¨®venes ayudantes de un taller, como en el Cupido de Caravaggio, seguramente su sirviente Cecco¡ª o asistir a las accademie di nudo, donde los artistas se reun¨ªan por las noches para copiar del natural bajo la iluminaci¨®n de las velas, que marcaban mejor la anatom¨ªa de los modelos.
Artemisia hab¨ªa tenido esa misma ense?anza. Hay que imaginarla en el taller del padre, pero no como una adolescente temerosa e indecisa, sino como una artista en ciernes, mezclada con otros ayudantes y disc¨ªpulos y copiando como ellos del natural. La belleza de sus desnudos femeninos y su realismo es tal que podemos imaginarla ante el espejo, estudiando su propio cuerpo, a la vista de esa Susana de dif¨ªcil escorzo de su primer cuadro, o el desnudo de esa vecina, Tucia, que no evit¨® o que, incluso, pudo favorecer que el gallardo y petulante Agostino Tassi, colaborador de Orazio, tuviera f¨¢cil acceso a ella. Era costumbre entre los artistas, los mejores y con mayores posibilidades de ¨¦xito, casarse con la hija del maestro, y esa situaci¨®n se dio en el caso de los Gentileschi. Pero las promesas de matrimonio de Tassi eran un enga?o, pues estaba ya casado. El padre llev¨® a juicio a Tassi, que hab¨ªa intentado, adem¨¢s, robar cuadros del maestro e incluso asesinar a su propia esposa, como revelan los documentos de un proceso que pretend¨ªa probar no la violaci¨®n, sino que Artemisia era virgen antes de sus relaciones con Tassi, que continuaron despu¨¦s de esa agresi¨®n, y poder conseguir as¨ª la reparaci¨®n de su honor. Al demostrarse, se conden¨® al destierro a su asaltante, que nunca lo cumpli¨®.
Orazio cas¨® de inmediato a Artemisia con un ayudante secundario del taller, el florentino Pierantonio Stiattesi, que hab¨ªa declarado a favor de Tassi en el juicio, y ambos se marcharon a Florencia. Esos inicios en falso de la vida de la joven no tuvieron eco m¨¢s adelante en su reputaci¨®n, tal vez porque eso era frecuente y se cerraba el tema con el casamiento, pero tuvo que ser, sobre todo, por la evidente calidad de su arte, original en el rico panorama italiano, y por su propia personalidad. Era fuerte de car¨¢cter y decidida, atractiva, inteligente e ingeniosa. Se le reconoc¨ªa una voz bella en el canto y tal vez tocaba el la¨²d, como se representa en su autorretrato como santa Cecilia, y fue acogida de inmediato por los mejores artistas de la ciudad, como Cristofano Allori, mientras que Michelangelo Buonarroti, sobrino de Miguel ?ngel y admirador de la pintora, le encarg¨® uno de los frescos de la casa que organizaba en memoria de su t¨ªo. Fue, adem¨¢s, la primera mujer aceptada en la prestigiosa Accademia del Disegno, y entre sus patronos se contaban nada menos que los Medici, para quienes pint¨® el tema, con el que tuvo gran ¨¦xito, de Judith y Holofernes.
Artemisia hab¨ªa hecho amistad en Florencia con Galileo Galilei, a quien segu¨ªa escribiendo a?os despu¨¦s desde N¨¢poles, mientras que los poetas escrib¨ªan versos en su honor. Fue en esa ciudad donde Artemisia se enamor¨®, tal vez por primera vez, de un joven patricio de 20 a?os, Francesco Maria Maringhi, que se ha sabido solo desde hace unos a?os al localizarse en Florencia, en el archivo Frescobaldi, las cartas de la pintora dirigidas a su amante. Sus amores eran conocidos de su marido, que se benefici¨® del apoyo econ¨®mico de aquel, si bien esa relaci¨®n determin¨® que marcharan a Roma en 1621 y que Artemisia comenzara una vida libre, separada de su esposo. Viajera sin miedo en el dif¨ªcil mundo del siglo XVII, busc¨® los centros mejores para su arte, como Venecia, donde perteneci¨® a la Accademia dei Deseosi, y tal vez pas¨® un tiempo en G¨¦nova, donde viv¨ªa entonces su padre, mientras que desde 1630 residi¨®, con sus dos hijas vivas, de los cinco que hab¨ªa tenido, en la rica e importante N¨¢poles, centro art¨ªstico donde esta h¨¢bil emprendedora fund¨® un taller que compet¨ªa con los mejores artistas de la ciudad, como Ribera o Stanzione, y con encargos de patronos de importancia. Entre otros, del virrey de Espa?a, que ten¨ªa tres obras suyas y encarg¨® para Felipe IV el Nacimiento de san Juan Bautista. El cuadro cuelga, desde hace unos d¨ªas, en el Museo del Prado, que lo ha incluido en su nuevo recorrido expositivo, Reen?cuentro, hasta el 13 de septiembre.
Hay cuestiones en las que Artemisia fue mucho mejor que los pintores de su tiempo. Por ejemplo, a la hora de representar a la mujer. A pesar de la perfecci¨®n de los artistas del siglo XVII en los desnudos de sus Venus y Dianas ¡ªentre los que se cuentan los italianos, como Carracci, Reni, Guercino y Sacchi, o los extranjeros, como Rubens, Vel¨¢zquez o Rembrandt¡ª, los desnudos de Artemisia no solo captan con una veracidad no alcanzada por los hombres el cuerpo de la mujer y sus emociones, como si ella con su pincel quitara el velo de castidad que cubre a todas las diosas pintadas por aquellos. Esa capacidad de la pintora ¡ªen sus Lucrecias, Venus dormidas, Cleopatras y Magdalenas, e incluso en la mujer fuerte por excelencia, Ju?dith¡ª fue admirada y buscada por sus mecenas, que encargaron repetidamente esas composiciones que permit¨ªan ver a las f¨¦minas no como protagonistas timoratas, sino como seres fuertes, conscientes de su belleza, con la misma energ¨ªa de sus compa?eros y que disfrutaban del amor sin reservas.
Artemisia fue tratada en su momento con respeto, con admiraci¨®n y con igualdad, como una artista m¨¢s, una pintora a la que pagar por sus obras m¨¢s que a un hombre, como hizo el sobrino de Miguel ?ngel por la pintura que le hab¨ªa encargado, Alegor¨ªa de la inclinaci¨®n, cuyo desnudo, como en otras ocasiones, fue ¡°adecentado¡± despu¨¦s con los pa?os que cubren su cuerpo. Tambi¨¦n por la intensidad ¨²nica del claroscuro, con una iluminaci¨®n alcanzada solo en el cine, m¨¢s misterioso incluso que el de su creador, Caravaggio. Destaca en Artemisia su captaci¨®n de la sangre, que ha visto en vivo, y que retrata con una fuerza simb¨®lica. La garganta de Holofernes, seccionada cruelmente por Judith, la deja escapar en abundancia, roja, oscura, a borbotones, salpicando y manchando las s¨¢banas blancas de su lecho. Hay solamente en ese siglo una sangre como esa, en una composici¨®n muy distinta, el famoso Cristo en la cruz de Vel¨¢zquez, pintado justamente en 1631, al poco de regresar de Italia, en enero de ese a?o. Y si es verdad que el artista no pudo ver la versi¨®n de Judith y Holofernes, pintada por Artemisia en Florencia para los Medici, ya que el espa?ol no se detuvo all¨ª durante su primer viaje a Italia, s¨ª que visit¨® N¨¢poles a su regreso, donde se conservaba ya la segunda versi¨®n de ese tema. El paralelismo entre la sangre de Artemisia y la de Vel¨¢zquez es sorprendente. Tal vez el pintor aprendi¨® en directo, como solo hacen los artistas, algo de la excelencia de Artemisia: el color y la textura de ese rojo.
La artista est¨¢ ciertamente con los tiempos que corren y no solo por ser un icono del feminismo, sino porque muri¨® posiblemente, seg¨²n las ¨²ltimas hip¨®tesis, en la terrible epidemia de peste que asol¨® N¨¢poles en 1656. Desapareci¨® m¨¢s de la mitad de la poblaci¨®n y entre las v¨ªctimas se contaban algunos de los m¨¢s importantes artistas de la ciudad, como Bernardo Cavallino o Stanzione, amigo y colaborador de Artemisia. De ella, sin embargo, no hay noticias, aunque seg¨²n un documento de 1654 a¨²n estaba viva ese a?o. Su nombre no figura entre los artistas muertos en la epidemia y tal vez habr¨ªa que buscarla entre las m¨¢s de 40.000 capuzelle (calaveras) que yacen en el cementerio napolitano de Fontanella. Una inscripci¨®n en la iglesia napolitana de San Giovanni dei Fiorentini, destruida en la Segunda Guerra Mundial, se?alaba, tal vez, la ubicaci¨®n de su tumba: Heic Artemisia (¡°Aqu¨ª Artemisia¡±), aunque dieran cuenta de ella noticias tard¨ªas, ya del siglo XVIII, seguramente imaginadas.
Lecturas
Artemisia. Anna Banti. Traducci¨®n de Carmen Romero. Perif¨¦rica, 2020. 224 p¨¢ginas. 17,50 euros.
Artemisia. Letizia Treves (ed.). National Gallery /Yale University Press, 2020. 256 p¨¢ginas. 52 euros.
Cartas precedidas de las actas del proceso por estupro. Artemisia Gentileschi. Edici¨®n de Eva Menzio. Cuadernos Arte C¨¢tedra, 2016. 280 p¨¢ginas. 17,05 euros.
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