El capital odia a todo el mundo
El fil¨®sofo y soci¨®logo italiano Maurizio Lazzarato teoriza sobre la herencia del 68 y la posibilidad de un cambio global en el convulso presente en su nuevo ensayo, que se publica el pr¨®ximo lunes. Ofrecemos un adelanto
Vivimos tiempos ¡°apocal¨ªpticos¡±, en el sentido literal del t¨¦rmino: tiempos que ponen de manifiesto, que dejan ver. (¡°Apocalipsis¡± significa, etimol¨®gicamente, quitar el velo, descubrir o desvelar). Lo primero que revelan es que el colapso financiero de 2008 abri¨® un per¨ªodo de rupturas pol¨ªticas. La alternativa ¡°fascismo o revoluci¨®n¡± es asim¨¦trica y desigual: estamos inmersos en una sucesi¨®n en apariencia irresistible de ¡°rupturas pol¨ªticas¡± ejecutadas por fuerzas neofascistas, sexistas y racistas; y la ruptura revolucionaria resulta ser por el momento una mera hip¨®tesis dictada por la necesidad de reintroducir lo que el neoliberalismo logr¨® borrar de la memoria, de la acci¨®n y de la teor¨ªa de las fuerzas que luchan contra el capitalismo. Esa ha sido su victoria m¨¢s importante.
Lo que los tiempos apocal¨ªpticos tambi¨¦n ponen de manifiesto es que el nuevo fascismo es la otra cara del neoliberalismo. Wendy Brown sostiene con mucha seguridad una verdad de signo opuesto: ¡°Desde el punto de vista de los primeros neoliberales, la galaxia que engloba a Trump, el Brexit, a Orb¨¢n, a los nazis en el Parlamento alem¨¢n, a los fascistas en el Parlamento italiano convierte al sue?o neoliberal en una pesadilla. Hayek, los ordoliberales o incluso la Escuela de Chicago repudiar¨ªan la forma actual del neoliberalismo y especialmente su aspecto m¨¢s reciente¡±. Esto no solo es err¨®neo desde el punto de vista de los hechos, sino que tambi¨¦n resulta problem¨¢tico para entender el capital y el ejercicio de su poder. Al borrar la ¡°violencia fundadora¡± del neoliberalismo, encarnada por las sangrientas dictaduras de Am¨¦rica del Sur, cometemos un doble error pol¨ªtico y te¨®rico: nos centramos solo en la ¡°violencia conservadora¡± de la econom¨ªa, las instituciones, el derecho, la gubernamentalidad ¨Cexperimentados por primera vez en el Chile de Pinochet¨C y presentamos al capital como un agente de modernizaci¨®n, como una potencia de innovaci¨®n. Adem¨¢s, dejamos de lado la revoluci¨®n mundial y su derrota, que son el origen y la causa de la ¡°mundializaci¨®n¡± como respuesta global del capital.
Los nuevos fascismos est¨¢n reactivando la relaci¨®n entre violencia e instituci¨®n. Vivimos una ¨¦poca de hibridaci¨®n entre estado de derecho y estado de excepci¨®n
La concepci¨®n del poder que se deriva de ello queda pacificada: acci¨®n sobre una acci¨®n, gobierno de las conductas (Foucault) y no acci¨®n sobre las personas (de las cuales la guerra y la guerra civil son las expresiones m¨¢s acabadas). El poder estar¨ªa incorporado a dispositivos impersonales que ejercen una violencia soft de manera autom¨¢tica. Por el contrario, la l¨®gica de la guerra civil que se encuentra en la base del neoliberalismo no ha sido reabsorbida, eliminada ni reemplazada por el funcionamiento de la econom¨ªa, el derecho y la democracia.
Los tiempos apocal¨ªpticos nos hacen ver que, aunque no haya ning¨²n comunismo amenazando al capitalismo y a la propiedad, los nuevos fascismos est¨¢n reactivando la relaci¨®n entre violencia e instituci¨®n, entre guerra y ¡°gubernamentalidad¡±. Vivimos una ¨¦poca de indistinci¨®n, de hibridaci¨®n entre estado de derecho y estado de excepci¨®n. La hegemon¨ªa del neofascismo se mide no solo por la fuerza de sus organizaciones, sino tambi¨¦n por su capacidad de odiar al Estado y al sistema pol¨ªtico y medi¨¢tico. Los tiempos apocal¨ªpticos revelan que, bajo la fachada democr¨¢tica, detr¨¢s de las ¡°innovaciones¡± econ¨®micas, sociales e institucionales, est¨¢ siempre el odio de clase y la violencia de la confrontaci¨®n estrat¨¦gica. Basta un movimiento de ruptura como el de los chalecos amarillos, que no tiene nada de revolucionario o incluso de prerrevolucionario, para que el ¡°esp¨ªritu de Versalles¡± se despierte y reaparezcan las ganas de disparar contra esa ¡°basura¡± que amenaza al poder y a la propiedad, aunque no sea m¨¢s que simb¨®licamente. Cuando el tiempo del capital se interrumpe, hasta un columnista burgu¨¦s puede captar la emergencia de algo del orden de lo real: ¡°El imperio actual del odio resucita fronteras de clase y de castas que han sido borrosas desde hace mucho tiempo [¡]. Y de repente, el ¨¢cido del odio corroe la democracia y envuelve s¨²bitamente a una sociedad pol¨ªtica descompuesta, desestructurada, inestable, fr¨¢gil e impredecible. El viejo odio reaparece en la Francia tambaleante del siglo xxi. Debajo de la modernidad, el odio¡±.
Los tiempos apocal¨ªpticos tambi¨¦n ponen de manifiesto la fortaleza y la debilidad de los movimientos pol¨ªticos que, desde 2011, han estado tratando de desafiar el poder monol¨ªtico del capital. Termin¨¦ este libro durante el levantamiento de los chalecos amarillos. Adoptar el punto de vista de la ¡°revoluci¨®n mundial¡± para leer dicho movimiento (pero tambi¨¦n la Primavera ?rabe, Occupy Wall Street en Estados Unidos, el 15-M en Espa?a, los d¨ªas de junio de 2013 en Brasil, etc.) bien puede parecer pretencioso o alucinado. Y sin embargo, ¡°pensar en el l¨ªmite¡± significa volver a empezar a partir no solo de la derrota hist¨®rica sufrida en los a?os sesenta por la revoluci¨®n mundial, sino tambi¨¦n de las ¡°posibilidades no realizadas¡± que fueron creadas y levantadas como bandera por las revoluciones, de manera diferente en el Norte que en el Sur, t¨ªmidamente movilizadas por los movimientos contempor¨¢neos.
La voluntad de politizar los movimientos posteriores a 2008? impone lo que la revoluci¨®n de los a?os sesenta rechaz¨®: el l¨ªder (carism¨¢tico), la ¡°trascendencia¡± del partido, la delegaci¨®n de la representaci¨®n
La forma del proceso revolucionario ya se hab¨ªa transformado en los a?os sesenta, pero se hab¨ªa encontrado con un obst¨¢culo insuperable: la incapacidad de inventar un modelo diferente al inaugurado en 1917 por la larga sucesi¨®n de revoluciones del siglo XX. En el modelo leninista, la revoluci¨®n todav¨ªa ten¨ªa la forma de la realizaci¨®n. La clase obrera era el sujeto que ya conten¨ªa las condiciones para la abolici¨®n del capitalismo y la instalaci¨®n del comunismo. El pasaje de la ¡°clase en s¨ª¡± a la ¡°clase para s¨ª¡± deb¨ªa ser realizado por medio de la toma de conciencia y la toma del poder, organizadas y dirigidas por el partido que aportaba desde afuera lo que les faltaba a las pr¨¢cticas ¡°sindicales¡± de los obreros.
Sin embargo, desde los a?os sesenta, el proceso revolucionario tom¨® la forma del acontecimiento: el sujeto pol¨ªtico, en lugar de estar ya all¨ª en potencia, es un sujeto ¡°imprevisto¡± (los chalecos amarillos son un ejemplo paradigm¨¢tico de esta imprevisibilidad); no encarna la necesidad de la historia, sino la contingencia del conflicto pol¨ªtico. Su constituci¨®n, su ¡°toma de conciencia¡±, su programa y su organizaci¨®n est¨¢n basados en un rechazo (a ser gobernado), una ruptura, un aqu¨ª y ahora radical que ninguna promesa de democracia y de justicia por venir es capaz de satisfacer.
Por supuesto, por mucho que le pese a Jacques Ranci¨¨re, la sublevaci¨®n tiene sus ¡°razones¡± y sus ¡°causas¡±. Los chalecos amarillos son m¨¢s inteligentes que los fil¨®sofos porque han ¡°entendido¡± que la relaci¨®n entre ¡°producci¨®n¡± y ¡°circulaci¨®n¡± se ha invertido. La circulaci¨®n ¨Cde dinero, bienes, personas e informaci¨®n¨C prevalece actualmente sobre la ¡°producci¨®n¡±. Ya no ocupan m¨¢s las f¨¢bricas, sino las calles y las plazas de la ciudad, y atacan la circulaci¨®n de la informaci¨®n (la circulaci¨®n del dinero es m¨¢s abstracta: ser¨¢ necesario, para alcanzarla, otro nivel de organizaci¨®n y de acci¨®n).
La condici¨®n de la emergencia de un proceso pol¨ªtico es evidentemente una ruptura con las ¡°razones¡± y las ¡°causas¡± que lo generaron. Solo la interrupci¨®n del orden existente, solo la salida de la gubernamentalidad puede asegurar la apertura de un nuevo proceso pol¨ªtico, porque los ¡°gobernados¡±, incluso cuando resisten, son el doble del poder, su correlato, su pareja. Al crear nuevos posibles inimaginables antes de su aparici¨®n, la ruptura con el tiempo de la dominaci¨®n constituye las condiciones de la transformaci¨®n del yo y del mundo. No es necesario recurrir a ninguna m¨ªstica de la revuelta ni idealismo de la insurrecci¨®n.
Los procesos de constituci¨®n del sujeto pol¨ªtico, las formas de organizaci¨®n, la producci¨®n de conocimiento para la lucha que la interrupci¨®n del tiempo del poder hizo posible se enfrentan inmediatamente con ¡°razones¡± como el beneficio, la propiedad y la herencia, que la revuelta no hizo desaparecer. Por el contrario, son m¨¢s agresivos, invocan inmediatamente la restauraci¨®n del orden, anteponiendo su polic¨ªa, continuando como si no hubiera pasado nada con la implementaci¨®n de las ¡°reformas¡±. Las alternativas son entonces radicales: o bien el nuevo proceso pol¨ªtico logra cambiar las ¡°razones¡± del capital, o bien estas mismas razones terminar¨¢n por cambiarlo. La apertura de posibles pol¨ªticos queda frente a la realidad de un problema doble y formidable: el de la constituci¨®n del sujeto pol¨ªtico y el del poder del capital, porque el primero solo puede tener lugar en el interior del segundo.
Las divisiones sexuales y raciales estructuran no solo la reproducci¨®n del capital, sino tambi¨¦n la distribuci¨®n de las funciones y roles sociales
Las respuestas que las Primaveras ?rabes, Occupy Wall Street, junio de 2013 en Brasil, etc., ofrecieron para estas preguntas son muy d¨¦biles; los movimientos contin¨²an buscando y experimentando sin encontrar una verdadera estrategia. No hay ninguna chance de que este impasse pueda ser superado por el ¡°populismo de izquierda¡± practicado por Podemos en Espa?a. Su estrategia logr¨® la liquidaci¨®n de la revoluci¨®n iniciada en el pos-68 por muchos marxistas cuyo marxismo hab¨ªa fracasado. La democracia como lugar de conflicto y subjetivaci¨®n reemplaza al capitalismo y a la revoluci¨®n (Lefort, Laclau, Ranci¨¨re) en el mismo momento en que la m¨¢quina del capital literalmente engulle la ¡°representaci¨®n democr¨¢tica¡±. La afirmaci¨®n de Claude Lefort ¨C¡°en una democracia, el lugar del poder es un lugar vac¨ªo¡±¨C ha sido desmentida desde principios de la d¨¦cada de 1970: este lugar est¨¢ ocupado por el capital como ¡°soberano¡± sui generis. Cualquier partido que se instale all¨ª solo puede funcionar como su ¡°apoderado¡± (muchos se han burlado de la ¡°simplificaci¨®n¡± marxiana, que ha sido completamente realizada de manera casi caricaturesca por el actual presidente de Francia, Emmanuel Macron). El populismo de izquierda le da una nueva vida a algo que ya dej¨® de existir. En el neoliberalismo, la representaci¨®n y el Parlamento no detentan ning¨²n poder, y el poder est¨¢ tan concentrado en el Ejecutivo que no obedece las ¨®rdenes del ¡°pueblo¡± o del inter¨¦s general, sino las del capital y la propiedad.
La voluntad de politizar los movimientos posteriores a 2008 aparece como reaccionaria, ya que impone precisamente lo que la revoluci¨®n de los a?os sesenta rechaz¨® y lo que cada movimiento que ha surgido desde entonces rechaza: el l¨ªder (carism¨¢tico), la ¡°trascendencia¡± del partido, la delegaci¨®n de la representaci¨®n, la democracia liberal, el pueblo. El posicionamiento del populismo de izquierda (y su sistematizaci¨®n te¨®rica por parte de Laclau y Mouffe) impide nombrar al enemigo. Sus categor¨ªas (la ¡°casta¡±, ¡°los de arriba¡± y ¡°los de abajo¡±) est¨¢n a un paso de la teor¨ªa de la conspiraci¨®n y a dos pasos de su culminaci¨®n, la denuncia del ¡°juda¨ªsmo internacional¡± que controlar¨ªa el mundo a trav¨¦s de las finanzas. Esta confusi¨®n, que los l¨ªderes y los te¨®ricos de un inviable populismo de izquierda est¨¢n interesados en mantener, contin¨²a atravesando los movimientos. En el caso de los chalecos amarillos, la confusi¨®n viene de los medios de comunicaci¨®n y del sistema pol¨ªtico, lo cual expresa la vaguedad que a¨²n caracteriza la modalidad de la ruptura. Hay que decir que en el desierto pol¨ªtico contempor¨¢neo, labrado por cincuenta a?os de contrarrevoluci¨®n, no es f¨¢cil orientarse.
Al igual que los l¨ªmites de todos los movimientos que se han venido dando desde 2011, los l¨ªmites del movimiento de los chalecos amarillos son evidentes, pero ninguna fuerza ¡°externa¡±, ning¨²n partido puede hacerse cargo de ense?ar ¡°qu¨¦ hacer¡± y ¡°c¨®mo¡±, como lo hab¨ªan hecho los bolcheviques. Estas indicaciones solo pueden venir desde adentro, de manera inmanente. El interior est¨¢ constituido, entre otras cosas, por los saberes, la experiencia, los puntos de vista de otros movimientos pol¨ªticos, porque las luchas de los chalecos amarillos, a diferencia de las de la ¡°clase obrera¡±, no tienen la capacidad de representar a todo el proletariado, ni de expresar las cr¨ªticas de todos los dominios que constituyen la m¨¢quina del capitalismo.
Sin una cr¨ªtica de las divisiones raciales y sexuales, un movimiento social queda expuesto a todas las recuperaciones posibles desde la derecha y la extrema derecha
Constituido sobre la divisi¨®n Norte/Sur, el movimiento de los ¡°colonizados internos¡± que reproduce un ¡°tercer mundo¡± en el seno de los pa¨ªses centrales implica necesariamente, adem¨¢s de la cr¨ªtica de la segregaci¨®n interna, una cr¨ªtica de la dominaci¨®n internacional del capital, la explotaci¨®n global de la fuerza de trabajo y los recursos del planeta. Algo que est¨¢ ausente en los chalecos amarillos. Privado de este componente ¡°racial¡± e internacional del capitalismo, el movimiento ofrece a veces la imagen de un nacionalismo ¡°franchute¡±. Pero no es posible ilusionarse con un espacio nacional: el Estado-naci¨®n, en el siglo XIX, debi¨® su existencia a la dimensi¨®n global del capitalismo colonialista, y el estado de bienestar a la revoluci¨®n mundial y a la escala planetaria de la confrontaci¨®n estrat¨¦gica de la Guerra Fr¨ªa.
La fractura racial sufrida por los ¡°colonizados¡± dividi¨® no solo la organizaci¨®n mundial del trabajo, sino tambi¨¦n la revoluci¨®n de los a?os sesenta. Hoy, las condiciones para la posibilidad de una revoluci¨®n mundial radican, por una parte, en la invenci¨®n de un nuevo internacionalismo que los movimientos de neocolonizados (inmigrantes, en primer lugar) incorporan casi f¨ªsicamente y que los movimientos de mujeres, gracias a sus redes alrededor del mundo, movilizan de manera casi exclusiva; y, por otro lado, en la cr¨ªtica de las jerarqu¨ªas capitalistas, que no deben limitarse a la esfera del trabajo. Las divisiones sexuales y raciales estructuran no solo la reproducci¨®n del capital, sino tambi¨¦n la distribuci¨®n de las funciones y los roles sociales.
Hoy en d¨ªa, un movimiento centrado en la ¡°cuesti¨®n social¡± no puede ser espont¨¢neamente socialista como en los siglos XIX y XX por el hecho de que la revoluci¨®n mundial y social (que implica el conjunto de las relaciones de poder) haya pasado por all¨ª. Sin una cr¨ªtica de las divisiones raciales y sexuales, el movimiento queda expuesto a todas las recuperaciones posibles (desde la derecha y la extrema derecha), a las que hasta aqu¨ª, a pesar de todo, ha podido resistirse. Si las subjetividades que encarnan las luchas contra estas diferentes formas de dominaci¨®n no pueden ser reducidas a la unidad del ¡°significante vac¨ªo¡± del pueblo, como desear¨ªa el populismo de izquierda, el doble problema de la acci¨®n pol¨ªtica com¨²n y el poder del capital permanece intacto. La incapacidad de pensar en el capital como una m¨¢quina global y social, cuya explotaci¨®n y dominaci¨®n no se limitan al ¡°trabajo¡±, es una de las causas fundamentales de la derrota de la d¨¦cada de 1960. Desde este punto de vista, la estrategia no ha cambiado: hoy como ayer, estamos lejos de tener una.
Desde 2011, los movimientos son ¡°revolucionarios¡± en cuanto a sus formas de movilizaci¨®n (inventiva en la elecci¨®n del espacio y el tiempo de la lucha, democracia radical y gran flexibilidad en las modalidades de organizaci¨®n, rechazo de la representaci¨®n y del l¨ªder, sustracci¨®n a la centralizaci¨®n y totalizaci¨®n por parte de un partido, etc.) y ¡°reformistas¡± en cuanto a sus reivindicaciones y a la definici¨®n del enemigo (nos ¡°liberamos¡± de Mubarak, pero no tocamos su sistema de poder, de la misma manera que las cr¨ªticas se concentran en Macron cuando ¨¦l simplemente es, sin ninguna duda, un componente de la m¨¢quina del capital). La ruptura no produce cambios notables en la organizaci¨®n del poder y la propiedad, sino en la subjetividad de los insurgentes. Y si, a corto plazo, los movimientos son derrotados, los cambios subjetivos seguramente continuar¨¢n produciendo efectos pol¨ªticos. A condici¨®n de no caer en la ilusi¨®n de que una ¡°revoluci¨®n social¡± pueda producirse sin ¡°revoluci¨®n pol¨ªtica¡±, es decir, sin superaci¨®n del capitalismo. El pos-68 ha demostrado que cuando la revoluci¨®n social se separa de la revoluci¨®n pol¨ªtica, puede integrarse a la m¨¢quina capitalista sin ninguna dificultad como un nuevo recurso para la acumulaci¨®n de capital. El ¡°devenir revolucionario¡± inaugurado por estas transformaciones subjetivas no puede separarse de la ¡°revoluci¨®n¡±, bajo pena de convertirse en un componente del capital, por lo tanto de su poder de destrucci¨®n y autodestrucci¨®n, que se manifiesta hoy en el neofascismo.
Maurizio Lazzarato, fil¨®sofo y soci¨®logo italiano, es investigador en el CNRS y miembro del Colegio Internacional de Filosof¨ªa de Par¨ªs. Entre sus libros destacan Pol¨ªticas del acontecimiento (2006), Por una pol¨ªtica menor (2006), La f¨¢brica del hombre endeudado (2013) y Gobernar a trav¨¦s de la deuda (2015). Su nuevo ensayo, El capital odia a todo el mundo. Fascismo o revoluci¨®n (Eterna Cadencia), se publica el 29 de junio.
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