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LECTURA

Por una nueva solidaridad contra la violencia

En su nuevo ensayo, que llega este jueves a las librer¨ªas, Judith Butler ofrece un conjunto de propuestas esenciales para afrontar esta ¨¦poca marcada por el conflicto permanente. Ofrecemos un adelanto

Judith Butler
La fil¨®sofa estadounidense Judith Butler, durante una visita a Barcelona en 2018.Miquel Taverna/CCCB

Julio Cort¨¢zar encarna una tradici¨®n de imaginaci¨®n literaria y activismo pol¨ªtico extraordinarios. Tengo en mente aquella advertencia que hizo Pablo Neruda hace algunos a?os: ¡°Cualquiera que no lea a Cort¨¢zar est¨¢ condenado¡±. Cort¨¢zar cre¨ªa que debemos ser conscientes del lenguaje que empleamos a la hora de describir el mundo, pues est¨¢ plagado de significados inconscientes, historias sociales, un legado de lucha y sometimiento. Puede que el lenguaje que m¨¢s claro nos resulta se acabe revelando como el m¨¢s opaco, e incluso enga?oso, cuando empezamos a excavar en la historia del uso que se ha hecho de ¨¦l.

En una clase de literatura que imparti¨® en 1980 en la Universidad de California, en Berkeley, universidad donde soy profesora, Cort¨¢zar les dijo a sus alumnos: ¡°El lenguaje est¨¢ ah¨ª y es una gran maravilla y es lo que hace de nosotros seres humanos, pero ?cuidado! antes de utilizarlo hay que tener en cuenta la posibilidad de que nos enga?e, es decir, que nosotros estemos convencidos de que estamos pensando por nuestra cuenta y en realidad el lenguaje est¨¦ un poco pensando por nosotros, utilizando estereotipos y f¨®rmulas que vienen del fondo del tiempo y pueden estar completamente podridas¡±.

Y, no obstante, Cort¨¢zar no le dio nunca la espalda al lenguaje, ni a la pol¨ªtica, ni a la esperanza. Debemos cuestionarnos cr¨ªticamente la manera como reproducimos en nuestro lenguaje formas de poder a las que somos contrarios, y debemos tambi¨¦n esforzarnos por usar el lenguaje de un modo nuevo que abra una posibilidad de esperanza al mundo. Utop¨ªa no es una palabra f¨¢cil de usar, pero Cort¨¢zar no la rechaz¨®: Cort¨¢zar proclam¨®, como saben, que Cuba era una utop¨ªa alcanzable. Y con ello, otorg¨® esperanza a la posibilidad de materializar una igualdad radical de car¨¢cter pol¨ªtico en este mundo. No sab¨ªa si suceder¨ªa, ni se embarc¨® en predicciones, pero estaba dispuesto, no pero estaba dispuesto, no obstante, a proclamar, a movilizar el acto del habla como una forma de combatir el escepticismo y el nihilismo de su ¨¦poca. De hecho, como es sabido, en cuanto que miembro del Tribunal Russell II, uni¨® fuerzas con otros para condenar p¨²blicamente los cr¨ªmenes cometidos por los reg¨ªmenes dictatoriales de Am¨¦rica Latina. ?l no era juez, y el Tribunal Russell II no era un tribunal de justicia, pero cuando los tribunales no cumplen con su labor, o cuando la fe en la ley se tambalea, existe a¨²n la posibilidad de formular contundentes juicios p¨²blicos; en particular cuando la gente conviene en revisar en p¨²blico las evidencias.

Si las diferencias de clase, raza o de g¨¦nero se inmiscuyen en el criterio con que juzgamos qu¨¦ vidas tienen derecho a ser vividas, la desigualdad social desempe?a un papel muy importante en nuestro modo de abordar la cuesti¨®n de qu¨¦ vidas merecen ser lloradas

Como escritor, Cort¨¢zar se gan¨® el derecho a hablar en p¨²blico, y escogi¨® hacerlo en nombre de los subordinados, los censurados, los criminalizados por formar parte de la resistencia frente a las dictaduras, pero tambi¨¦n de los torturados, y los desaparecidos, de aquellos cuya muerte sigue sin constar y sin el reconocimiento de los gobiernos responsables de su desaparici¨®n. El Tribunal Rusell era una alianza transnacional compuesta por personas que se arrogaron el derecho y el poder de juzgar all¨ª donde los tribunales fracasaron o donde el sistema jur¨ªdico demostr¨® incluso ser c¨®mplice de los cr¨ªmenes.

Hoy me gustar¨ªa hablar de la necesidad de reconocimiento p¨²blico de estas p¨¦rdidas que contin¨²an sin contar y sin llorarse. Y, para hacerlo, comenzar¨¦ con una pregunta: ?en qu¨¦ circunstancias es posible llorar una vida perdida? ?De qui¨¦nes son las vidas que se consideran llorables en nuestro mundo p¨²blico? ?Cu¨¢les son esas vidas que, si se pierden, no se considerar¨¢n en absoluto una p¨¦rdida? ?Es posible que algunas de nuestras vidas se consideren llorables y otras no? Planteo estas preguntas dif¨ªciles y perturbadoras porque yo, como ustedes, me opongo a la muerte violenta; a la muerte por medio de la violencia humana; a la muerte resultado de acciones humanas, institucionales o pol¨ªticas; a la muerte provocada por una negligencia sist¨¦mica por parte de los estados o por modos de gobernanza internacionales.

Si convenimos en que toda persona deber¨ªa ser libre de aspirar a una vida vivible y despojada de violencia, entonces estamos aceptando que toda vida deber¨ªa ser, idealmente, libre de ejercer ese derecho, y que todos aquellos que son privados de su vida por medio de la violencia son v¨ªctimas de una injusticia radical.

Sin embargo, si solo les reconocemos a ciertas vidas el derecho a aspirar a una vida vivible; si solo lloramos cuando son esas las vidas que desaparecen por obra de la violencia, entonces debemos preguntarnos por qu¨¦ lloramos esas vidas y otras no. Parte de lo que dice nuestro dolor ¡ªsi el dolor hablase¡ª, parte de lo que implica ese dolor, es que las vidas que se han perdido deber¨ªan haber tenido la oportunidad de vivir, de aspirar a una vida que no fuera de continuo sufrimiento y desplazamiento, sino una vida vivible, una vida que le permitiera a una persona querer la vida que le ha sido dada vivir.

As¨ª pues, si las diferencias de clase, raza o de g¨¦nero se inmiscuyen en el criterio con que juzgamos qu¨¦ vidas tienen derecho a ser vividas, se hace evidente que la desigualdad social desempe?a un papel muy importante en nuestro modo de abordar la cuesti¨®n de qu¨¦ vidas merecen ser lloradas. Pues si una vida se considera carente de valor, si una vida puede destruirse o hacerse desaparecer sin dejar rastro o consecuencias aparentes, eso significa que esa vida no se conceb¨ªa plenamente como viva y, por tanto, no se conceb¨ªa plenamente como llorable.

Estamos en contra de la p¨¦rdida de determinadas vidas por medio de la violencia porque es una injusticia, pero tan importante es oponerse a la p¨¦rdida de vidas violentamente destruidas por no considerarse dignas de ser lloradas. Afirmamos que esas vidas eran valiosas, que deber¨ªan haber tenido la oportunidad de vivir y que la p¨¦rdida de esas vidas es una p¨¦rdida que lloramos abiertamente. El dolor da carta de naturaleza a la p¨¦rdida, es un reconocimiento del valor de la vida que se ha perdido, pero reconoce tambi¨¦n que esa vida era en efecto una vida, que estaba viva; que su p¨¦rdida es una p¨¦rdida, la p¨¦rdida de una vida futura, de la futuridad que define una vida vivible.

El acto del duelo enlaza con el acto de la justicia precisamente aqu¨ª, porque no solo estamos diciendo que esa era una vida que merec¨ªa ser vivida y que nadie deber¨ªa haberla destruido, sino tambi¨¦n que tal destrucci¨®n es injusta. De modo que lloramos, y con ello al mismo tiempo nos oponemos a la injusticia. El despliegue de un duelo p¨²blico se al¨ªa con una oposici¨®n militante frente a la injusticia. Y del mismo modo que nos oponemos a la violencia por medio de nuestro dolor y de nuestra rabia, estamos practicando la no violencia cuando nos dolemos y militamos en contra de la continuaci¨®n de la violencia y la destrucci¨®n.

Las poblaciones se dividen a menudo, demasiado a menudo, entre aquellos cuyas vidas son dignas de protegerse a cualquier precio y aquellos cuyas vidas se consideran prescindibles. Dependiendo del g¨¦nero, de la raza y de la posici¨®n econ¨®mica que ostentemos en la sociedad, podemos sentir si somos m¨¢s o menos llorables a ojos de los dem¨¢s.

Pensemos en las v¨ªctimas de feminicidio en Latinoam¨¦rica, especialmente en Honduras, Guatemala, Brasil, Argentina, El Salvador, pero tambi¨¦n aqu¨ª, en M¨¦xico, que incluyen a toda persona brutalizada o asesinada por el hecho de ser feminizada, y eso incluye un n¨²mero enorme de mujeres trans y de miembros de la comunidad travesti. A menudo estas muertes se dan a conocer o se publican como noticias sensacionalistas en los peri¨®dicos; les sigue una manifestaci¨®n moment¨¢nea de conmoci¨®n p¨²blica, y al tiempo vuelve a suceder. Cuando se conocen, se produce una reacci¨®n horrorizada, no cabe duda, pero la reacci¨®n no siempre viene acompa?ada de un an¨¢lisis enfocado a una movilizaci¨®n en contra de esas muertes tan generalizadas. En ocasiones se dice que los hombres que cometen estos cr¨ªmenes sufren alguna clase de patolog¨ªa, o se considera una tragedia, o la historia se aborda como la en¨¦sima y peri¨®dica incidencia de algo aberrante. Pensemos, sin embargo, en la descripci¨®n de las feministas, que est¨¢n intentando teorizar la situaci¨®n con el objetivo de conocer los t¨¦rminos con que deber¨ªa enmarcarse y entenderse. Montserrat Sagot, por ejemplo, de Costa Rica, sostiene que ¡°el femicidio expresa de forma dram¨¢tica la desigualdad de relaciones entre lo femenino y lo masculino, y muestra una manifestaci¨®n extrema de dominio, terror, vulnerabilidad social, de exterminio e incluso de impunidad¡±. En su opini¨®n, no procede explicar estos actos asesinos en t¨¦rminos de caracter¨ªsticas individuales, patolog¨ªas o incluso de agresividad masculina, sino que deben entenderse como la reproducci¨®n de una estructura social de dominaci¨®n masculina y, en este sentido, como la forma m¨¢s extrema de terrorismo sexista. A juicio de Sagot, el asesinato es la forma m¨¢s extrema de dominaci¨®n, y otras, como la discriminaci¨®n, el acoso, la violencia f¨ªsica, deben concebirse dentro de un continuum con el feminicidio. Este razonamiento nos conduce a una paradoja, puesto que si el exterminio es la meta, entonces, en caso de alcanzarla, sus perpetradores ya no ostentar¨ªan el dominio, pues quien domina necesita quien se someta, y que dicho sometimiento le devuelva al dominador su propio reflejo. Si se interrumpe la vida de la persona o de la clase subordinada, el dominador deviene la norma, y la relaci¨®n impuesta de desigualdad da paso al genocidio. Nadie domina sobre los muertos, salvo si borra por completo su rastro.

El feminicidio no implica solo el asesinato activo, sino que incluye tambi¨¦n el mantenimiento de un clima de terror, en el que cualquier mujer puede ser asesinada, incluidas las mujeres trans

La situaci¨®n del feminicidio no implica solo el asesinato activo, sino que incluye tambi¨¦n el mantenimiento de un clima de terror, uno en el que cualquier mujer, incluidas las mujeres trans, puede ser asesinada. Dediquemos, pues, un momento a recordar lo importante que es para las alianzas que se forman en torno al duelo ¡ªalianzas encaminadas a ejercer una oposici¨®n pol¨ªtica frente a la violencia¡ª conseguir cerrar la brecha que separa el feminismo del activismo transg¨¦nero. Las mujeres son asesinadas, podr¨ªamos decir, no por nada que hayan hecho, sino por lo que otros perciben que son. En cuanto que mujeres, son consideradas propiedad del hombre, es el hombre el que ostenta el poder sobre sus vidas y sus muertes. No hay ninguna raz¨®n natural que justifique esta estructura fatal e injusta de dominaci¨®n y terror: forma parte de convertirse en g¨¦nero en los t¨¦rminos de la norma dominante. Convertirse en hombre, desde esta perspectiva, consiste en ejercer el poder sobre la vida y la muerte de las mujeres; matar es la prerrogativa del hombre al que se le ha asignado un determinado tipo de masculinidad. Se espera, pues, de todos aquellos a quienes se les asigna al nacer el g¨¦nero de var¨®n que asuman una trayectoria masculina, que su desarrollo y vocaci¨®n sean masculinos. Por tanto, las personas trans que quieren ser mujeres, que buscan ser reconocidas como mujeres trans, rompen con ese pacto impl¨ªcito que une a los hombres, que permite y afirma su violenta propiedad sobre las mujeres. Las mujeres trans son un objetivo en parte porque son femeninas, o est¨¢n feminizadas, y se las castiga no solo por rechazar el camino de la masculinidad sino por abrazar abiertamente su propia feminidad.

Las estad¨ªsticas, como sabemos, son aterradoras. Ocurre en todas partes, pero en los ¨²ltimos a?os han sido asesinadas m¨¢s de 2.500 personas trans en todo el mundo. Brasil y M¨¦xico son tambi¨¦n los pa¨ªses con los ¨ªndices m¨¢s altos de violencia y asesinato de personas transg¨¦nero. Tal vez se deba a que en estos pa¨ªses hay grupos en defensa de los derechos humanos que llevan el recuento de v¨ªctimas, pero tambi¨¦n puede ser porque los mismos pa¨ªses latinoamericanos que han ido avanzando hacia la igualdad de derechos, hacia una mayor diversidad, y mayores libertades legales para las personas LGTBQ son el objetivo de la violencia reaccionaria. Esos movimientos sociales responden frente a formas de desigualdad y violencia, pero son tambi¨¦n el blanco del odio de aquellos que temen sus progresos. De modo que, hoy d¨ªa, pensando en la violencia contra la mujer, contra las mujeres trans, contra los hombres trans, podr¨ªamos decir que son el resultado de la misoginia y la transfobia, y por descontado, esto es cierto, pero debemos comprender tambi¨¦n las nuevas formas de violencia en cuanto que expresi¨®n de antifeminismo, en cuanto que oposici¨®n pol¨ªtica a los derechos LGTBQ, una reacci¨®n frente a los que defienden el derecho de las personas trans a vivir libremente su g¨¦nero y a contar con el amparo de la ley. De manera que parte de la violencia que vemos y conocemos es una reacci¨®n frente a los progresos que hemos hecho, y eso significa que debemos seguir avanzando y aceptar que se trata de una lucha continuada, una lucha en la que los principios fundamentales de la democracia, la libertad, la igualdad y la justicia est¨¢n de nuestro lado.

La violencia, como saben, no es un acto aislado, y tampoco es solo una manifestaci¨®n de las instituciones o de los sistemas en los que vivimos. Es tambi¨¦n una atm¨®sfera, una toxicidad que invade el aire

La violencia, como saben, no es un acto aislado, y tampoco es solo una manifestaci¨®n de las instituciones o de los sistemas en los que vivimos. Es tambi¨¦n una atm¨®sfera, una toxicidad que invade el aire. Estamos aqu¨ª por cuanto estamos vivos, por cuanto seguimos viviendo, pero las mujeres que siguen vivas persisten en una atm¨®sfera de da?o potencial, de una muerte repentina y violenta. La poblaci¨®n de mujeres a¨²n vivas viven hasta cierto punto aterrorizadas por la prevalencia de los asesinatos contra ellas. Algunas aceptan la subordinaci¨®n para esquivar ese funesto destino, pero tal subordinaci¨®n solo sirve para recordarles que son en principio una clase asesinable. ¡°Som¨¦tete o muere¡± se convierte en el imperativo que se impone a las mujeres que viven en estas situaciones de terror. Y es este poder de aterrorizar el que, por descontado, recibe el respaldo, el apoyo, el refuerzo de la polic¨ªa que se niega a proteger, o a procesar, o que inflige ella misma violencia sobre las mujeres que se atreven a denunciar legalmente la violencia que sufren o de la que son testigos, o que se unen en grupos para protestar o se suman a alianzas transregionales o transnacionales para plantar cara a la violencia contra las mujeres y las personas trans.

Sabemos que asesinar es un acto violento, claro est¨¢, pero ?c¨®mo definimos esa violencia que ata?e a la reproducci¨®n del terror institucionalizado? La violencia no siempre adopta la forma de un golpe, o podr¨ªa ser que el golpe no sea m¨¢s que un instante en la reproducci¨®n estructural y social de la violencia. Debemos impedir el golpe, pero debemos impedir tambi¨¦n la situaci¨®n estructural que posibilita ese golpe y que le proporciona una justificaci¨®n tanto antes como despu¨¦s del hecho. Algunas instituciones, formales e informales, incluidos el gobierno y la polic¨ªa, los propios c¨¢rteles, est¨¢n implicadas en la reproducci¨®n social de la violencia. La violencia es al mismo tiempo acto e instituci¨®n, pero es tambi¨¦n, como he mencionado, una atm¨®sfera t¨®xica de terror. Cada una le sirve de sost¨¦n a la otra, est¨¢n de hecho encadenadas, conectadas una a otra en una dial¨¦ctica potenciadora del terror.

Es por esto que tenemos por delante una labor te¨®rica tan grande por hacer: ?c¨®mo entendemos la especificidad del terror sexual? ?Qu¨¦ relaci¨®n tiene con la dominaci¨®n y el exterminio? ?Hay una teor¨ªa general de la sexualidad y la violencia que pueda explicar este fen¨®meno? Estas preguntas nos ayudan a comprender c¨®mo podr¨ªa llevarse a cabo una intervenci¨®n a escala global con la que exigir una reconceptualizaci¨®n de estos asesinatos en cuanto que manifestaciones de un poder social que se ejerce una y otra vez a un ritmo letal. Solo entonces sabremos c¨®mo rebatir los relatos que culpan a las mujeres de sus propias muertes violentas, o que presentan a los hombres como personajes patol¨®gicos, o que aportan una imagen compasiva de su ira: ¡°un crimen pasional¡±.

En Estados Unidos, seguimos acumulando historias individuales porque somos comprometidamente individualistas. El #MeToo es una serie impresionante de historias que se?alan la estructura generalizada de acoso y agresi¨®n

Por terrible e individual que pueda ser cualquiera de estas p¨¦rdidas, se enmarcan en una estructura social que no considera que las vidas de las mujeres, incluidas las mujeres trans, sean dignas de ser lloradas. Las categor¨ªas que omiten el ejercicio del poder social en estos casos suponen un obst¨¢culo para una oposici¨®n pol¨ªtica eficaz contra tales condiciones. Por descontado, quedan muchas cuestiones pendientes en torno a los usos del discurso de los derechos humanos o el recurso a reg¨ªmenes legales que a menudo reproducen las desigualdades, y tambi¨¦n acerca de la necesidad de comprender las posibilidades de la resistencia, que las mujeres contin¨²an ejerciendo en circunstancias tan aterradoras. El movimiento Ni Una Menos, que como saben ha sacado al menos a dos millones de mujeres a las calles, es un estupendo ejemplo. ¡°No perderemos ni una m¨¢s¡±. Su voz es la del colectivo de las que todav¨ªa viven, de las que existen y persisten; han transformado la categor¨ªa de mujer en un colectivo, y no perder¨¢n ni a una m¨¢s de entre sus filas, de entre su g¨¦nero. En Estados Unidos, seguimos acumulando historias individuales porque somos comprometidamente individualistas. El movimiento #MeToo es, claro est¨¢, una serie impresionante de historias que se?alan la estructura generalizada de discriminaci¨®n, acoso y agresi¨®n. Tambi¨¦n en Latinoam¨¦rica las historias individuales importan, sin duda, y ese es uno de los motivos por los que nos interesan las memorias, las biograf¨ªas, los testimonios que reflejan el mundo en el que habitualmente vivimos. Y, sin embargo, Ni Una Menos es una forma de afirmar la voz del colectivo, una solidaridad entre las vivas, cuya proclama es ¡°vamos a seguir viviendo y no perderemos a ni una m¨¢s de las nuestras¡±. Es un acto de expresi¨®n del ¡°nosotras¡± que agrupa todas nuestras voces cada vez que se re¨²ne. El colectivo protege al individuo de un destino violento, el colectivo exige un mundo en el que esa lucha contra la muerte violenta se libre ¡ªo as¨ª deber¨ªa ser¡ª por todos los sectores de la sociedad. Y afirma tambi¨¦n que las mujeres vivir¨¢n, que seguir¨¢n viviendo, que reivindican con el propio acto de vivir su derecho a vivir, a disfrutar, a ser un cuerpo que conecta apasionadamente con otros cuerpos en el mundo. Ni Una Menos es una declaraci¨®n viva por parte de las vivas, unidas para que no se produzca ni una sola muerte violenta m¨¢s.

Desde luego, hay una diferencia entre el duelo p¨²blico y la lucha por la justicia. No todas nuestras p¨¦rdidas son pol¨ªticas, y no todas nuestras luchas por la justicia dependen del derecho y de la posibilidad de llorarlas. Y sin embargo, el duelo p¨²blico puede convertirse en un acto pol¨ªtico. Pensemos en las Abuelas de la Plaza de Mayo, en las Mujeres de Negro, en las Familias de Ayotzinapa. Quienes exigen este derecho al duelo no van a desaparecer de los medios o de las plazas. Est¨¢n reivindicando p¨²blicamente su derecho a llorar, est¨¢n reivindicando su derecho a llorar p¨²blicamente. Y sin embargo llorar sin evidencia de la muerte no es del todo posible; no lo es llorar sin conocer la causa de la muerte. Como dice la Ant¨ªgona de S¨®focles, tenemos que poder enterrar el cuerpo para aceptar y llorar la p¨¦rdida. Tenemos que saber d¨®nde y c¨®mo muere una persona para emerger del esc¨¢ndalo de la injusticia y abrazar la pr¨¢ctica reparadora del duelo. Quienes han perdido a los que aman, quienes dicen ¡°tengo derecho a llorar, y no lloro a¨²n porque necesito saber d¨®nde y c¨®mo murieron mis seres amados¡±, est¨¢n vinculando las demandas de justicia con la capacidad misma de acceder al duelo. No habr¨¢ duelo si no hay justicia y asunci¨®n de responsabilidades, y ser privado del derecho al duelo es en s¨ª mismo una injusticia. El duelo y la reivindicaci¨®n de justicia van de la mano y se necesitan el uno a la otra; re¨²nen el dolor y la rabia en un esfuerzo por construir un nuevo consenso y una nueva solidaridad contra la violencia.

Judith Butler es fil¨®sofa estadounidense y profesora en la Universidad de Berkeley (California). Este texto pertenece a Sin miedo. Formas de resistencia a la violencia de hoy (Taurus), que se publica el 9 de julio.

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