Los campesinos protestantes que se alzaron contra los privilegiados
'Babelia' adelanta fragmentos de dos cap¨ªtulos de 'La guerra de los pobres', el nuevo libro del escritor franc¨¦s ?ric Vuillard, basado en la Reforma de Lutero y cuyos ecos llegan hasta la revuelta de los chalecos amarillos
Dios y el pueblo hablan el mismo idioma
M¨¹ntzer fue expulsado de Zwickau, donde hab¨ªa pasado menos de un a?o. Se traslad¨® entonces a Bohemia. Reinaba all¨ª una gran efervescencia. Se acababa de superar el Gran Cisma. Como en casi todas partes, se desataba una herej¨ªa tras otra. Una sed de pureza atravesaba el pa¨ªs, enardeciendo a las masas, interrumpiendo brutalmente el viejo discurso. De pronto, la conciencia se introdujo en los hogares. Por las noches, las ranas croaban una verdad innombrable, y ellos iban a nombrarla. El pico del buitre ro¨ªa la carne de los cad¨¢veres, y ellos lo har¨ªan hablar. Por entonces parec¨ªa que la Biblia ten¨ªa que hacerse por fin accesible a la raz¨®n humana. Pero fue antes, en Inglaterra, dos siglos atr¨¢s, cuando se dio el gran salto. A John Wyclif se le hab¨ªa ocurrido una idea, ?oh!, una peque?a idea, una menudencia, pero que hab¨ªa de causar un gran esc¨¢ndalo. A John Wyclif se le ocurri¨® la idea de que existe una relaci¨®n directa entre los hombres y Dios. De esa primera idea se desprende, l¨®gicamente, que todo el mundo puede guiarse por s¨ª solo gracias a las Escrituras. Y de esa segunda idea se desprende una tercera: los prelados han dejado de ser necesarios. Consecuencia: la Biblia debe traducirse al ingl¨¦s. A Wyclif ¡ªque, como puede verse, no andaba corto de ideas¡ª se le ocurrieron, adem¨¢s, dos o tres pensamientos terribles: as¨ª, propuso que se designara a los papas por sorteo. Ya puestos a discurrir locuras, declar¨® que la esclavitud es un pecado. Luego afirm¨® que el clero deb¨ªa vivir en lo sucesivo conforme a la pobreza evang¨¦lica. Por ¨²ltimo, para acabar de hacer la pu?eta a la gente, repudi¨® la transubstanciaci¨®n, pues la consider¨® una aberraci¨®n mental. Y, como colof¨®n, concibi¨® su m¨¢s terrible idea, y propugn¨® la igualdad entre los hombres.
Entonces llueven las bulas. El papa se enfada, y cuando el papa se enfada, llueven las bulas. Traducir la Vulgata al ingl¨¦s, ?qu¨¦ horror! Hoy en d¨ªa, hasta las m¨¢s peque?as instrucciones de uso est¨¢n en ingl¨¦s, se habla ingl¨¦s en todas partes, en las estaciones de tren, en las grandes empresas y en los aeropuertos, el ingl¨¦s es la lengua de la mercanc¨ªa, y la mercanc¨ªa, hoy en d¨ªa, es Dios. Pero en aquella ¨¦poca toda correspondencia era en lat¨ªn, el ingl¨¦s era el lenguaje de los traperos, de la soldadesca. Y ahora a John se le ocurre traducir la Vulgata, el sublime lat¨ªn de san Jer¨®nimo, al british, a esa jerigonza de patanes, y ahora refuta la transubstanciaci¨®n ¡ª?est¨¢ loco!¡ª y env¨ªa a provincias a sus disc¨ªpulos, pobre gente, a predicar la doctrina. Ha le¨ªdo demasiado a Agust¨ªn y a Lactancio, ha perdido el juicio. Los lolardos propagan sus descabelladas ideas sobre la santa pobreza, rancho igualitarista que los palurdillos de Devon engullen peligrosamente. En sus granjas cochambrosas, en las que revientan de hambre los ni?os, a ellos les seduce esa relaci¨®n directa con Dios de la que les hablan, sin mediaci¨®n de los curas, sin pagar diezmos, sin ese tren de vida de los cardenales; ?esa pobreza evang¨¦lica es su vida!
??D¨¦jalo todo y s¨ªgueme!?, dijo al parecer Cristo; esa orden no tiene fin, exige una humanidad nueva. Enigm¨¢tica y desnuda. Se mofa de los esplendores del mundo. Una pobreza destruye. Otra exalta. Eso entra?a un gran misterio: amar a los pobres supone amar la odiosa pobreza, dejar de despreciarla. Es amar al hombre. Porque el hombre es pobre. Irremediablemente. Somos la miseria, erramos entre el deseo y el asco. En ese instante de la Historia, en el que Wyclif da inicio a lo que iba a ser la Reforma, Dios y el pueblo hablan el mismo idioma. Por supuesto, Roma conden¨® a John Wyclif, y, pese a su verbo profundo y sincero, muri¨® aislado. Y m¨¢s de cuarenta a?os despu¨¦s de su muerte, condenado por el concilio de Constanza, se exhum¨® su cad¨¢ver, se quemaron sus huesos. Segu¨ªan profes¨¢ndole el odio tenaz.
La palabra
Sobre todo, la emprende con el lat¨ªn. Opone la simplicidad del pueblo al lat¨ªn, y esa simplicidad no es vulgar, puede transmutarse. El barro es oro. Y mientras Lutero traduce la Biblia al alem¨¢n, M¨¹ntzer se dirige a los que no saben leer.
Va m¨¢s all¨¢ que Lutero. Su misa en alem¨¢n levanta un clamor. La gente acude de los alrededores de Allstedt a escuchar la palabra de Dios, se desplazan multitudes para o¨ªr a un sacerdote dirigirse a ellos por vez primera en su lengua. En la iglesia de Allstedt, Dios habla alem¨¢n.
Enseguida se alzan enemigos. El conde Ernest von Mansfeld promete pasar a cuchillo a aquellos de sus s¨²bditos que se desplacen a Allstedt para escuchar a M¨¹ntzer. Porque los obreros, los artesanos, toda una poblaci¨®n ignorante, incluso los burgueses, acuden en masa. Quieren o¨ªr la Palabra en alem¨¢n, quieren saber por fin lo que se nos contaba desde hac¨ªa tanto tiempo en aquella extra?a lengua; la gente est¨¢ harta de repetir am¨¦n y aquellas cantinelas que no entiende. Y no es insultar a Dios pedirle amablemente que hable en nuestra lengua.
M¨¹ntzer dice la misa en alem¨¢n. Y cuando el conde Von Mansfeld proh¨ªbe a sus s¨²bditos que vayan a escucharle, cambia de tono; surge otro M¨¹ntzer, airado, furibundo, como se dice en las biblias. Asciende un grado m¨¢s; y si no sopesamos bien el escal¨®n que salva entonces, no podemos comprender el fanatismo, no podemos sino horrorizarnos. Pero si valoramos bien el paso que da y por qu¨¦, si apreciamos bien lo que tal intimaci¨®n puede acarrear en un hombre orgulloso, es decir, en un hombre que se considera igual a los dem¨¢s, lograremos hacernos una idea de ese endurecimiento, de esa locura vibrante que asalta al coraz¨®n y hace firmar de este modo a M¨¹ntzer la carta que dirige al conde: Destructor de los imp¨ªos.
'La guerra de los pobres'
Autor: ?ric Vuillard
Traducci¨®n: Javier Albi?ana
Editorial: Tusquets. 2020
Formato: Tapa blanda o bolsillo. 96 p¨¢ginas
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