La ni?a, su familia y el pederasta
'Babelia' adelanta el pr¨®logo y el primer cap¨ªtulo de 'El consentimiento', el libro en el que Vanessa Springora relata su relaci¨®n con el escritor Gabriel Matzneff cuando ten¨ªa 13 a?os
Pr¨®logo
Los cuentos infantiles son una fuente de sabidur¨ªa. Si no, ?por qu¨¦ pasar¨ªan de una ¨¦poca a otra? Cenicienta intentar¨¢ marcharse del baile antes de la medianoche; Caperucita Roja desconfiar¨¢ del lobo y de su voz cautivadora; la Bella Durmiente evitar¨¢ acercar el dedo a ese huso que la atrae de forma irresistible; Blancanieves se mantendr¨¢ alejada de los cazadores y en ning¨²n caso morder¨¢ la manzana, tan roja y apetitosa, que el destino le tiende...
Advertencias que cualquier joven har¨ªa bien en seguir al pie de la letra.
Uno de los primeros libros que tuve fue una antolog¨ªa de cuentos de los hermanos Grimm. Lo le¨ª hasta la saciedad, al punto de que las costuras se deshilachaban bajo la gruesa cubierta de cart¨®n, y las p¨¢ginas acabaron desprendi¨¦ndose una a una. Perderlo me provoc¨® un dolor inconsolable. Aun- que aquellos maravillosos cuentos me hablaban de leyendas eternas, los libros no eran m¨¢s que objetos mortales, destinados a perecer.
Antes incluso de saber leer y escribir, me fabricaba libros con todo lo que ca¨ªa en mis manos: peri¨®dicos, revistas, cart¨®n, cinta adhesiva y cordel. Lo m¨¢s s¨®lidos posible. Primero el objeto. El inter¨¦s por el contenido llegar¨ªa despu¨¦s.
Hoy los observo con desconfianza. Entre ellos y yo se ha alzado una pared de vidrio. S¨¦ que pueden ser venenosos. S¨¦ que lo que encierran en s¨ª puede ser t¨®xico.
Llevo muchos a?os dando vueltas en mi jaula, albergando sue?os de asesinato y venganza. Hasta el d¨ªa en que la soluci¨®n se presenta ante mis ojos como una evidencia: atrapar al cazador en su propia trampa, encerrarlo en un libro.
1. La ni?a
Nuestra sabidur¨ªa empieza donde termina la del autor. Nos gustar¨ªa que nos diera respuestas, cuando lo ¨²nico que puede hacer es darnos deseos. (Marcel Proust, 'Sobre la lectura')
Estoy en los albores de mi vida, virgen de toda experiencia, me llamo V., y a mis cinco a?os espero el amor.
Los padres son una muralla para sus hijas. El m¨ªo solo es una corriente de aire. M¨¢s que una presencia f¨ªsica, recuerdo el aroma a vetiver que impregna el cuarto de ba?o por la ma?ana; objetos masculinos aqu¨ª y all¨¢; una corbata; un reloj de pulsera; una camisa; un mechero Dupont; una manera de sujetar el cigarrillo, entre el ¨ªndice y el coraz¨®n, bastante lejos del filtro; una forma de hablar siempre ir¨®nica, tanto que nunca s¨¦ si bromea o no. Se marcha temprano y vuelve tarde. Es un hombre ocupado. Y tambi¨¦n muy elegante. Sus actividades profesionales cambian demasiado deprisa para que llegue a entender en qu¨¦ consisten. En la escuela, cuando me preguntan por su profesi¨®n, soy incapaz de contestar, aunque obviamente, dado que el mundo exterior lo atrae m¨¢s que la vida dom¨¦stica, es una persona importante. Al menos es lo que imagino. Sus trajes siempre est¨¢n impecables.
Mi madre me concibi¨® a la temprana edad de veinte a?os. Es guapa, con el pelo de un rubio escandinavo, la cara dulce, los ojos azul claro, una figura esbelta con curvas femeninas y una bonita voz. Mi adoraci¨®n por ella no tiene l¨ªmites. Es mi sol y mi alegr¨ªa.
Mis padres hacen buena pareja, mi abuela suele repetirlo aludiendo a sus f¨ªsicos de cine. Deber¨ªamos ser felices, pero los recuerdos de nuestra vida en com¨²n, en el piso en el que vivo brevemente la ilusi¨®n de una familia unida, son una aut¨¦ntica pesadilla.
Por las noches, escondida debajo de las mantas, oigo a mi padre gritar y llamar a mi madre "guarra" o "puta" sin entender el motivo. A la menor ocasi¨®n, por un detalle, una mirada o una simple palabra "fuera de lugar", le da un ataque de celos. En cuesti¨®n de segundos las paredes empiezan a temblar, los platos vuelan y oigo portazos. Es un man¨ªaco obsesivo que no tolera que movamos un objeto sin su consentimiento. Un d¨ªa casi estrangula a mi madre porque ha derramado un vaso de vino en un mantel blanco que acaba de regalarle. La frecuencia de estas escenas no tarda en acelerarse. Es una m¨¢quina desencadenada y ya nadie puede detenerla. Ahora mis padres se pasan horas lanz¨¢ndose a la cara los peores insultos. Hasta muy tarde, cuando mi madre viene a refugiarse a mi habitaci¨®n y solloza en silencio, acurrucada contra m¨ª en mi peque?a cama infantil, y luego se dirige sola a la cama de matrimonio. Al d¨ªa siguiente vuelvo a ver a mi padre durmiendo en el sof¨¢ del sal¨®n. Mi madre ha agotado todos sus cartuchos contra esa rabia incontenible y esos caprichos de ni?o mimado. Para la locura de este hombre, del que dicen que tiene car¨¢cter, no hay remedio. Su matrimonio es una guerra sin fin, una carnicer¨ªa cuyo origen todo el mundo ha olvidado. El conflicto se resolver¨¢ pronto unilateralmente. Es solo cuesti¨®n de semanas.
Sin embargo, esos dos deben de haberse querido alguna vez. Su sexualidad, al fondo de un pasillo interminable, oculta por la puerta de un dormitorio, me parece un punto ciego en el que acecha un monstruo, omnipresente (los ataques de celos de mi padre lo demuestran a diario) pero absolutamen- te incomprensible (no recuerdo el m¨¢s m¨ªnimo abrazo, el m¨¢s m¨ªnimo beso o el m¨¢s ¨ªnfimo gesto de ternura entre mis padres).
Lo que ya en este momento busco por encima de todo, sin saberlo, es descifrar el misterio que logra reunir a dos personas detr¨¢s de la puerta cerrada de un dormitorio, lo que sucede entre ellos. Como en los cuentos infantiles, en los que lo maravilloso irrumpe de repente en lo real, en mi imaginaci¨®n la sexualidad es un proceso m¨¢gico del que nacen milagrosamente los beb¨¦s y que puede surgir de forma inesperada en la vida diaria, en formas a menudo indescifrables. El contacto, tanto provocado como accidental, con esa fuerza enigm¨¢tica suscita muy pronto en la ni?a que soy una curiosidad persistente, y aterrorizada.
En varias ocasiones me presento en la habitaci¨®n de mis padres, en plena noche, y me quedo en el marco de la puerta llorando o quej¨¢ndome de que me duele la barriga o la cabeza, probablemente con el objetivo inconsciente de interrumpir su retozo y pillarlos con la s¨¢bana hasta la barbilla y con expresi¨®n idiota, extra?amente culpable. De la imagen anterior, la de sus cuerpos entrelazados, no me ha quedado rastro. Como si se me hubiera borrado de la memoria.
La directora de la escuela llama un d¨ªa a mis padres. Mi padre no va a verla. Es mi madre la que escucha, preocupada, el relato de mi vida diurna.
¡ªSu hija se cae de sue?o. Parece que no duerme por las noches. He tenido que pedir que le montaran un camastro al fondo de la clase. ?Qu¨¦ sucede? Me ha hablado de discusiones muy violentas entre su padre y usted por las noches. Adem¨¢s, una bedel me coment¨® que V. sol¨ªa meterse en el ba?o de los ni?os a la hora del recreo. Le pregunt¨¦ a V. qu¨¦ estaba haciendo. Me contest¨® con toda naturalidad: "Es para ayudar a David a hacer pip¨ª de pie. Le sujeto el pito". Acaban de circuncidar a David y deb¨ªa de tener dificultades para¡ apuntar. No se preocupe, a los cinco a?os este tipo de juegos son muy normales. Solo quer¨ªa que estuviera informada.
Un d¨ªa, mi madre toma una decisi¨®n irrevocable. Aprovechando mi estancia en un campamento de verano, que planific¨® en secreto para llevar a cabo nuestra mudanza, deja a mi padre para siempre. Es el verano antes de empezar la primaria. Por las noches, una monitora, sentada en el borde de mi cama, me lee las cartas en las que mi madre me describe nuestro nuevo piso, mi nueva habitaci¨®n, mi nueva escuela y mi nuevo barrio; en definitiva, la nueva disposici¨®n de la que ser¨¢ nuestra nueva vida cuando yo llegue a Par¨ªs. Desde lo m¨¢s profundo del campo al que me ha mandado, entre los gritos de ni?os que se han asilvestrado en ausencia de sus padres, todo eso me parece muy abstracto. A la monitora se le humedecen muchas veces los ojos y se le quiebra la voz mientras me lee en voz alta esas cartas de mi madre falsamente alegres. Tras ese ritual nocturno, de vez en cuando sufro sonambulismo y me encuentran bajando la escalera de espaldas en direcci¨®n a la puerta de salida.
EL CONSENTIMIENTO
Autora: Vanessa Springora
Traducci¨®n: Noem¨ª Sobregu¨¦s
Editorial: Lumen, 2020
Formato: Tapa blanda o bolsillo. 200 p¨¢ginas
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