Un Walt Whitman de la fotograf¨ªa
La mirada de Lee Friedlander es generosa a la manera de la escritura de Whitman porque aspira a abarcarlo todo
A la m¨¢xima razonable pero algo mezquina de ¡°poco, pero bueno¡±, Juan Ram¨®n Jim¨¦nez le daba un empuj¨®n de desmesura: ¡°Mucho, y perfecto¡±. La perfecci¨®n ya no nos parece un objetivo deseable en las artes, por lo que tiene tal vez de exceso de control, pero la abundancia, m¨¢s todav¨ªa la sobreabundancia, nos provoca recelo, incluso un impulso de condescendencia. ?Puede ser muy bueno algo que se da como a borbotones, que por su misma proliferaci¨®n parece haber surgido sin esfuerzo, de cualquier manera? La escasez, sin embargo, induce al respeto, hasta a la reverencia. Un artista de obra corta o m¨ªnima habr¨¢ seguido un proceso exigente de m¨¢xima depuraci¨®n. A Flaubert una sola frase de Madame Bovary pod¨ªa costarle un d¨ªa entero de trabajo y tormento: al terminarla quedaba tan exhausto como si hubiera expulsado una piedra en un c¨®lico nefr¨ªtico. Mientras tanto, Balzac, Stendhal, Victor Hugo llenaban velozmente p¨¢ginas y p¨¢ginas, urgidos no solo por el ansia de contar todo lo que sus imaginaciones prodigiosas engendraban, sino por la necesidad del todo pr¨¢ctica de cobrar adelantos, cubrir gastos, pagar deudas. Flaubert viv¨ªa confortablemente como el rentista solter¨®n y de provincia que era, acogido y cuidado en casa de su madre. Entre los lujos que pod¨ªa permitirse estaba el de dedicar d¨ªas enteros a componer un p¨¢rrafo y cinco a?os a terminar una novela. Bien es verdad que cuando a altas horas de la noche daba por concluida su jornada como novelista, se pon¨ªa a escribir cartas a sus amigos o a sus amantes de Par¨ªs, y entonces toda contenci¨®n se acababa, y el estilista de la frase infalible se convert¨ªa en un divagador y narrador desorbitado, en improvisador jubiloso de ocurrencias, exabruptos, confesiones, en una especie de desatado Rabelais, de una glotoner¨ªa verbal que le hac¨ªa llenar a vuelapluma p¨¢ginas y p¨¢ginas. Lo llamativo es que la calidad de esa escritura descontrolada no es inferior a la de la otra prosa milim¨¦trica de la novela.
La brevedad entrecortada y telegr¨¢fica de un poema de Emily Dickinson es y no es el reverso de las amplitudes fluviales de Walt Whitman. En los versos de Dickinson, y m¨¢s todav¨ªa en sus cartas, la concisi¨®n deja entrever secretas erupciones volc¨¢nicas. En su retiro de Amherst, en el espacio confinado de su jard¨ªn, Dickinson est¨¢ tan abierta a la percepci¨®n del mundo como Whitman en sus caminatas de pionero por Nueva York. Y en las cataratas verbales de Whitman, que parecen dictadas por el puro br¨ªo y el entusiasmo f¨ªsico de caminar entre una multitud, no hay ni un residuo de palabrer¨ªa, ni de vaguedad, ni de autoindulgencia: tantas palabras en apariencia arrojadas al azar est¨¢n exactamente cada una en su sitio. En el caleidoscopio innumerable de sus im¨¢genes de Am¨¦rica y de s¨ª mismo, ninguna est¨¢ desenfocada.
Me paseaba por la exposici¨®n de Lee Friedlander en Madrid con Carlos Gollonet, el comisario que la ha dise?ado, y el nombre de Whitman aparec¨ªa en nuestra conversaci¨®n. Carlos es un hombre reservado y discreto, muy a la manera de la Andaluc¨ªa interior. El esfuerzo que ha puesto en organizar esta exposici¨®n detallada e ingente, en una ¨¦poca como ¨¦sta, se ve que ha sido muy grande. Lo veo pasear por ella complacido y cansado. Hay poca gente y los dos vamos con mascarillas. Gollonet es de esas personas que saben much¨ªsimo de algo y lo ponen en pr¨¢ctica con fervor y solvencia, y al mismo tiempo procuran borrar su rastro, para que la atenci¨®n del espectador se concentre por completo en lo logrado. Despu¨¦s de un cuarto de siglo organizando exposiciones memorables de fotograf¨ªa, me da la impresi¨®n de que en ¨¦sta siente que ha completado algo, y que ahora necesita ese largo respiro de calma sin angustia que nos hace tanta falta a todos. Friedlander pone su presencia entera en cada foto que hace, no solo en los autorretratos. A m¨ª me gusta pensar que Gollonet, tan discreto en su reserva granadina y en la ligereza con que lleva sus conocimientos sobre la fotograf¨ªa, tambi¨¦n ha puesto mucho de s¨ª mismo en esta exposici¨®n. En el ensayo del cat¨¢logo, Gollonet deja muy bien sugerido su afecto por Friedlander y su afinidad no solo de aficionado o de estudioso hacia un estilo alentado por dos virtudes no muy prestigiosas en el arte contempor¨¢neo, la generosidad y la abundancia.
La mirada de Friedlander es generosa a la manera de Whitman porque aspira a abarcarlo todo, a detenerse en todo, en el gran espect¨¢culo sin l¨ªmites de la vida americana, de las personas solas y las multitudes, de la populosa confusi¨®n de Nueva York y las soledades abstractas de los grandes paisajes abiertos y de esos espacios suburbanos de EE UU que son tan desoladores como planetas deshabitados, como lugares en los que alg¨²n desastre apocal¨ªptico reci¨¦n sucedido ha borrado las presencias humanas, aunque no los restos visibles y mezquinos de sus vidas. Dice Gollonet que los autorretratos de Friedlander son el ant¨ªdoto del banal egocentrismo contempor¨¢neo del selfi. Friedlander ha sido tan constante en el autorretrato como Rembrandt: desde que era un joven medio extraviado y medio aventurero hasta ese hombre viejo y derribado sobre una cama de hospital que alza la cabeza sobre una mara?a de tubos sanitarios para mirar a la c¨¢mara de la que ni siquiera entonces se ha separado. En el ¡°yo mismo¡± heroico de Whitman caben multitudes: en cada autorretrato de Friedlander est¨¢ visible o impl¨ªcito el mundo que lo rodea, y ¨¦l mismo es a veces poco m¨¢s que una sombra, un reflejo en un escaparate o un espejo escarchado, su propia silueta proyectada sobre el cuerpo desnudo de su mujer, Maria, como un abrazo de fantasma carnal.
Casi 60 a?os de vida y de trabajo est¨¢n contenidos en esta exposici¨®n. Basta trabajar todos los d¨ªas para acumular una obra inmensa. Friedlander aprendi¨® de Robert Frank y de Walker Evans y pronto transmut¨® estas influencias formativas en rasgos de su estilo. Fue reconociblemente ¨¦l mismo desde muy joven, pero en lugar de instalarse a partir de una cierta edad en un digno amaneramiento, ha mantenido siempre una actitud de renovaci¨®n y aprendizaje, no por un prop¨®sito consciente de originalidad, sino por el puro instinto de seguir observando lo que sucede frente a ¨¦l, en la calle por la que camina, en la ventanilla o el retrovisor del coche, en el espejo en el que se mira cada d¨ªa.
¡®Lee Friedlander¡¯. PHotoEspa?a-Fundaci¨®n Mapfre. Madrid. Hasta el 10 de enero de 2021.
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