El virus del desprecio
Estados Unidos est¨¢ dominado por una enfermedad mortal que sufren incluso los dem¨®cratas biempensantes que son conscientes de ella: el racismo
Empiezas a pensar que el desprecio es un virus. Infecta primero a los individuos, pero se extiende r¨¢pidamente por las familias, las comunidades, los pueblos, las estructuras de poder, las naciones. Es menos escandaloso que el odio, pero m¨¢s destructivo. Cuando el desprecio te mata no tiene que ser por venganza, ni siquiera un acto completamente consciente: puede ser por un capricho pasajero. Es mucho m¨¢s com¨²n y, en consecuencia, m¨¢s letal. "T¨² no le importas al virus", y lo mismo ocurre con el desprecio: a sus ojos ni siquiera llegas a ser un objeto de odio porque eso implicar¨ªa reconocer plenamente tu existencia. Visto con desprecio, no eres una persona como los dem¨¢s: no alcanzas a ser del todo una persona ni un ciudadano. Pongamos... tres quintos del total. Despreciado, eres una estad¨ªstica: te obvian, eres una p¨¦rdida calculada. No tienes ning¨²n recurso; no representas capital y, por consiguiente, no representas poder: eres insignificante. Ning¨²n abogado caro y bien vestido entrar¨¢ en escena con un fino malet¨ªn en la mano gritando, presto a defenderte: "?Ese es mi cliente!" Te encarcelan con facilidad y te olvidan con facilidad: hay poco en juego; de ah¨ª el desprecio.
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El agente ten¨ªa una versi¨®n s¨¢dica de la misma cara: "??Por qu¨¦ me vienes con sandeces?!" La sandez en este caso era un hombre explic¨¢ndole que no pod¨ªa respirar con su rodilla presion¨¢ndole el cuello. El hombre, llamado George, trataba de alertar al agente porque estaba a punto de morir. Hay que odiar mucho a alguien para hincarle la rodilla en el cuello hasta que muera a plena vista de tanta gente y ante una c¨¢mara sabiendo las consecuencias que eso podr¨ªa acarrearte en la vida. (O debes estar bastante seguro de la inmunidad del reba?o: una apuesta no muy arriesgada, hist¨®ricamente, para un agente de polic¨ªa blanco en Estados Unidos). Sin embargo, esto fue algo m¨¢s oscuro, m¨¢s destructivo: fue el virus en su manifestaci¨®n m¨¢s letal.
La infecci¨®n inmediata se produce en el momento en que el empleado de una tienda llama a la polic¨ªa y la voz al otro lado de la l¨ªnea le pregunta por la raza de ese maestro del crimen que acaba de intentar colarle un billete falso de 20 d¨®lares (17 euros) con la tinta a¨²n fresca.
Para tener alguna posibilidad real de pillar el virus a partir de la respuesta?blanco tendr¨ªas que a?adir un calificativo como?indigente o?drogadicto: la falta de capital tendr¨ªa que ser evidente, saltar a la vista; en cambio, la respuesta?negro trae consigo una carga, y de pronto son psicol¨®gicamente posibles cierto n¨²mero de acciones potencialmente violentas (que de otro modo habr¨ªan sido improbables). No te limitas a amonestar o a multar a ese tipo de cuerpo, no te limitas a llevarlo a comisar¨ªa: te perder¨ªa el respeto si lo hicieras; al fin y al cabo, est¨¢ m¨¢s que acostumbrado a la mano dura. Tampoco se le puede tomar en serio cuando se queja de dolor, pues ese tipo de cuerpo estadounidense en particular es conocido por ser capaz de soportar toda clase de padecimientos: vive hacinado, bebe agua contaminada con plomo y, por norma, sufre diabetes y toda clase de achaques de salud que parecen ser una parte misteriosa de su cultura. Suele pasar varios a?os de un tir¨®n en las celdas de la c¨¢rcel y, aunque se quejara, sin dinero y sin ese abogado bien vestido corriendo en su ayuda, ?qu¨¦ recurso iba a tener?
El paciente cero de este virus en concreto iba a bordo de un barco de esclavos hace cuatrocientos a?os; mir¨® la masa sudorosa, ensangrentada e implorante bajo cubierta y, por medio de la ingenier¨ªa inversa, extrajo una emoci¨®n ¡ªel desprecio¡ª de una situaci¨®n que ¨¦l mismo, pacientemente, hab¨ªa creado. Mir¨® a los seres humanos que hab¨ªa encadenado y advirti¨® que parec¨ªan el tipo de personas que llevaban cadenas, ?terriblemente distintas del resto! M¨¢s adelante, en sus plantaciones de algod¨®n, los mand¨® azotar y luego los hizo volver al trabajo, y pens¨®: "No pueden sentir como nosotros: los puedes azotar y vuelven al trabajo". Y tras colocarlos en una categor¨ªa similar a la que reservamos para los animales, experiment¨® el mismo temor y desprecio que sentimos hacia los animales, que est¨¢n sometidos al hombre y a la vez son una amenaza para ¨¦l.
No tienen capital, ni siquiera su mano de obra.
Se les puede hacer cualquier cosa.
No tienen ning¨²n recurso.
Tres filamentos en el ADN del virus. En teor¨ªa, esos principios de la esclavitud se erradicaron de las leyes del pa¨ªs ¡ªni que decir del coraz¨®n y el pensamiento de la gente¡ª hace mucho tiempo. En teor¨ªa. En la pr¨¢ctica, circulan como un virus por las iglesias y las escuelas, los anuncios y las pel¨ªculas, los libros y los partidos pol¨ªticos, los juzgados, el complejo industrial-penitenciario y, desde luego, las fuerzas policiales. Como un virus, operan invisibles dentro de tu organismo hasta que acaban por ponerte enfermo. Creo sinceramente que mucha gente ni siquiera se da cuenta de que porta el virus hasta el mismo momento en que se ve llamando a la polic¨ªa para dar cuenta de la raza del hombre que le pareci¨® sospechoso mientras caminaba por su barrio, que se atrevi¨® a hablarle en Central Park o lo que co?o sea. Una de las peculiaridades del virus, como se?al¨® James Baldwin, es que hace pensar a quien lo padece que el s¨ªntoma es la causa; ?por qu¨¦ si no los portadores de este virus, incluso ahora, incluso en los estados que m¨¢s votan al Partido Dem¨®crata en Estados Unidos, ponen tanto af¨¢n en garantizar que sus hijos no vayan a la escuela con los hijos de esa gente cuya vida supuestamente importa? ?Por qu¨¦ a estas alturas, incluso ahora, incluso en los estados que m¨¢s votan al Partido Dem¨®crata en Estados Unidos, solo considerar¨ªan que un barrio es digno de su presencia cuando el porcentaje de residentes negros cae lo bastante como para sentirse seguros de que es imposible infectarse? Esa mentalidad mira por encima de la valla de su jard¨ªn y, en vez de gente, ve una plaga; la plaga de la pobreza, ante todo. "Si ese ni?o criado en la pobreza se sienta en una clase con mi hijo, que se crio en el privilegio, mi hijo sufrir¨¢: contraer¨¢ el virus".
Ese temor, que no es ning¨²n secreto, se encuentra arraigado tanto en el coraz¨®n de quienes votan a los dem¨®cratas como de quienes votan a los republicanos, y desempe?a un papel fundamental en la propagaci¨®n del contagio. (Temer el contagio de la pobreza es razonable, pero seguir votando pol¨ªticas que garantizan la existencia permanente de una infraclase es lo que se define como "racismo estructural"). Y el estadounidense que a estas alturas crea que la integraci¨®n, si alguna vez se consiguiera, no provocar¨ªa, de inicio, algunas p¨¦rdidas en ambas partes es un ingenuo: cuesta abandonar un privilegio del que has gozado mucho tiempo; es doloroso salir cuando has estado mucho tiempo en aislamiento, incluso si te lo han impuesto. Pero estoy hablando hipot¨¦ticamente: la verdad es que en Estados Unidos nunca ha habido suficientes portadores de ese virus dispuestos a arriesgarse a la p¨¦rdida de cualquier aspecto de su capital social para averiguar qu¨¦ clase de pa¨ªs podr¨ªa existir al otro lado de la segregaci¨®n: se contentan con el "fundido en negro" de sus redes sociales durante un d¨ªa, con leer libros de autores negros y "educarse" en cuestiones que ata?en a los negros, siempre que esta educaci¨®n no se concrete en ni?os negros asistiendo a sus escuelas.
Si el virus y las desigualdades que genera llegaran a superarse alg¨²n d¨ªa, la polarizaci¨®n de Estados Unidos disminuir¨ªa. No desaparecer¨ªa del todo: ning¨²n pa¨ªs del mundo puede presumir de eso, pero ciertas cosas dejar¨ªan de considerarse normales. Ya no habr¨ªa unos a los que se les ense?a lat¨ªn y otros a los que apenas se les ense?a a leer; ya no habr¨ªa tanta gente que contara su fortuna en miles de millones y tanta que vive sin nada que llevarse a la boca; un lanzamiento espacial no quedar¨ªa ensombrecido por unos disturbios; los chavales blancos no fumar¨ªan hierba en la residencia universitaria mientras a los chavales negros se les imponen penas obligatorias por vend¨¦rsela... Estados Unidos ya no ser¨ªa ese pa¨ªs emocionante de contrastes incre¨ªbles y violencia espectacular que hace que otras naciones m¨¢s equitativas parezcan, en comparaci¨®n, anodinas y apacibles. Pero la cuesti¨®n de fondo es: ?Estados Unidos ha metabolizado el desprecio? ?Ha vivido con el virus tanto tiempo que ya no lo teme? ?Existe un deseo suficientemente fuerte como para que un pa¨ªs distinto surja del interior de ese pa¨ªs?
Un cambio genuino implicar¨ªa reconocer que el discurso fatalista y esencialista de la raza, que a menudo empleamos como una cura superficial para los s¨ªntomas del virus, en la pr¨¢ctica consigue ocultar sutilmente que su ADN tiene una base econ¨®mica, y por lo tanto se ataca con mayor eficacia cuando distintos portadores de la plaga ¡ª o sea, la gente explotada econ¨®micamente, sea cual sea su raza¡ª se solidarizan entre ellos. Implicar¨ªa reconocer (con pesar) que este virus no solo infecta a los individuos, sino tambi¨¦n las estructuras de poder en su conjunto, como cualquier ciudadano negro que haya estado inmovilizado contra el suelo por un polic¨ªa negro puede atestiguar. Si los representantes a los que hemos elegido nos tratan con desprecio, y los llamados cuerpos y fuerzas de seguridad nos ultrajan es porque creen que no tenemos ning¨²n recurso, ning¨²n poder, salvo una fuerza que desde hace mucho suponen demasiado fragmentada, demasiado dividida y demasiado olvidada para que sirva de algo: el poder popular. El momento en que el trabajo de una sola comunidad bastaba para curar el mal que nos aflige pas¨® hace mucho.
Yo sol¨ªa pensar que un d¨ªa habr¨ªa una vacuna: que si bastantes negros nombraban el virus, lo explicaban, demostraban c¨®mo act¨²a, registraban en v¨ªdeo sus efectos, protestaban pac¨ªficamente para denunciarlo, revelaban hasta qu¨¦ punto est¨¢ extendido en realidad, c¨®mo surgen los s¨ªntomas, cu¨¢ntos estadounidenses siguen transmiti¨¦ndoselo unos a otros con una irresponsabilidad vergonzosa, generaci¨®n tras generaci¨®n, causando un mal intolerable e incesante tanto a los cuerpos individuales como al cuerpo pol¨ªtico... Pensaba que si esa toma de conciencia se extend¨ªa hasta donde fuese posible llegar o imaginar, al final lograr¨ªamos una especie de inmunidad colectiva. Ahora ya no lo pienso.
Traducci¨®n de Victoria Alonso.
'El virus del desprecio' forma parte del volumen de ensayos Contemplaciones que la editorial Salamandra publica en espa?ol el 5 de noviembre.
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