Pistolerismo, violencia social y asesinato de Dato, 100 a?os despu¨¦s
En la madrile?a plaza de la Independencia dos j¨®venes anarquistas le dispararon varios tiros desde una moto con sidecar
8 de marzo de 1921. Eduardo Dato Iradier, presidente del Consejo de Ministros, fue tiroteado en la plaza de la Independencia de Madrid, cuando viajaba en la parte trasera de una limusina Marmon 34. Hab¨ªa salido del Senado a las ocho de la tarde y se dirig¨ªa a su domicilio, en el n¨²mero 4 de la calle Lagasca. En la plaza de la Independencia, dos j¨®venes anarquistas le dispararon varios tiros desde una moto Indian con sidecar. Tres de esas balas le produjeron heridas mortales en el cr¨¢neo, en el lado izquierdo de la cara y en la cavidad tor¨¢cica. Ten¨ªa 64 a?os.
Dato era el tercer jefe de Gobierno asesinado por anarquistas durante el r¨¦gimen de la Restauraci¨®n. En agosto de 1897, Michele Angiolillo, italiano que hab¨ªa vivido en Barcelona, pas¨® la frontera procedente de Londres, lleg¨® al balneario guipuzcoano de Santa ?gueda y dispar¨® contra el presidente del Gobierno, Antonio C¨¢novas del Castillo. Quince a?os despu¨¦s, el 12 de noviembre de 1912, Jos¨¦ Canalejas fue alcanzado por tres disparos a quemarropa en la Puerta del Sol, frente al escaparate de la librer¨ªa San Mart¨ªn, por Manuel Pardinas, que en realidad ten¨ªa pensado atentar contra el rey Alfonso XIII.
Fue la doble cara del anarquismo espa?ol, la que le acompa?¨® en sus 70 a?os de historia, desde que Giuseppe Fanelli lleg¨® a Espa?a, en noviembre de 1868, hasta el exilio de miles de militantes en los primeros meses de 1939. Setenta a?os cargados, por un lado, de una fren¨¦tica actividad propagand¨ªstica, cultural, educativa y, por otro, de terrorismo y de violencia; de huelgas y sue?os igualitarios; de insurrecciones y terrores justicieros.
C¨¢novas del Castillo hab¨ªa construido el sistema pol¨ªtico de la monarqu¨ªa restaurada. El impulso reformista de Canalejas supuso el intento m¨¢s serio y esperanzador de abrir una v¨ªa hacia la democracia desde el interior del r¨¦gimen, sin poner en cuesti¨®n los fundamentos de la monarqu¨ªa constitucional. Dato fue el l¨ªder te¨®rico del conservadurismo parlamentario en el momento de crisis profunda del sistema, cada vez m¨¢s erosionado por el intervencionismo militar, la conflictividad social, las reclamaciones regionalistas, las cr¨ªticas antiparlamentarias que llegaban desde la izquierda y la derecha y la propia fragmentaci¨®n de los partidos din¨¢sticos.
La neutralidad espa?ola en la Primera Guerra Mundial provoc¨® un notable auge econ¨®mico, la transformaci¨®n de los sistemas de producci¨®n y las relaciones laborales y el crecimiento de las ciudades. En una coyuntura de aumento general de precios y grandes beneficios empresariales, los trabajadores descubrieron las ventajas de la organizaci¨®n sindical y la presi¨®n continuada sobre los patronos para conseguir subidas salariales y mejoras en sus condiciones de vida. Los empresarios, por su parte, mientras se mantuvo la bonanza econ¨®mica, se mostraron dispuestos a ceder a las reivindicaciones a cambio de evitar la radicalizaci¨®n de los conflictos.
El final de la guerra en Europa termin¨® con el espejismo de los beneficios extraordinarios, los precios cayeron y las plantillas de las empresas disminuyeron, al tiempo que los salarios se conten¨ªan. Las huelgas se endurecieron y empezaron a caer del lado de los propietarios, cada vez mejor asociados, que utilizaron con frecuencia el arma del cierre patronal, el lock-out, para contrarrestar la ofensiva de los sindicatos y minar sus organizaciones.
En Barcelona, entre 1919 y 1923, se vieron frente a frente el poder sindical de la clase obrera, organizada en la CNT, el miedo de los propietarios a la subversi¨®n del orden establecido, la preocupaci¨®n de los gobernantes por la espiral huelgu¨ªstica, la violencia social, el terrorismo, el pistolerismo a sueldo de la patronal y la presencia de los uniformes militares en las calles. Es historia de Barcelona, de Catalu?a, que poco tiene que ver con las reconstrucciones id¨ªlicas de pasados democr¨¢ticos o de una sociedad acosada por el Estado espa?ol.
Junto a los despidos, las listas negras, las detenciones masivas y las deportaciones, m¨¦todos habituales de represi¨®n de las demandas obreras, el sector m¨¢s duro de la Federaci¨®n Patronal, ¡°los bolchevistas del orden¡±, como los llam¨® [el pol¨ªtico comunista y escritor] ?scar P¨¦rez Sol¨ªs, comenz¨® a pensar en otros m¨¦todos. Transformaron el tradicional somat¨¦n en una milicia urbana burguesa, so?ando con aniquilar al sindicalismo revolucionario sin recurrir al ej¨¦rcito; y financiaron bandas de pistoleros a sueldo para acabar con algunos dirigentes de la CNT.
Los gobiernos de la ¨¦poca aportaron tambi¨¦n su buena dosis de violencia, nombrando gobernadores civiles que clausuraban sindicatos, encarcelaban a todo el que se mov¨ªa y aparec¨ªan implicados en la supresi¨®n de los militantes anarcosindicalistas. ¡°No soy un pol¨ªtico, soy un soldado¡±, declar¨® el general Severiano Mart¨ªnez Anido a los periodistas nada m¨¢s conocer la llamada telef¨®nica en la que Eduardo Dato, jefe de Gobierno, le comunic¨® su nombramiento como gobernador civil de Barcelona, el 8 de noviembre de 1920.
Emergieron tambi¨¦n en ese escenario los ¡°reyes de la pistola obrera¡±, anarquistas puros y pistoleros del hampa, vulgares criminales y atracadores, que se aprovechaban de las arcas sindicales y atentaban contra patronos, autoridades y contra los propios obreros que no estaban de acuerdo con esa tiran¨ªa de la star. As¨ª nacieron, por ¨²ltimo, para cerrar esa espiral de violencia, los sindicatos libres, que, amparados por las autoridades, especialmente en el per¨ªodo de Mart¨ªnez Anido, desde noviembre de 1920 a octubre de 1922, alimentaron las represalias y venganza contra los militantes obreros.
El r¨¦cord de la violencia de uno u otro signo se alcanz¨® en Barcelona en 1921: 311 v¨ªctimas. Mart¨ªnez Anido y el jefe de polic¨ªa, Miguel Arlegui, pusieron en marcha la ya para siempre famosa Ley de fugas, el asesinato impune bajo el pretexto de que los presos intentaban escapar.
La Ley de fugas fue defendida por Miguel Primo de Rivera, entonces capit¨¢n general de Valencia, en una carta a Eduardo Dato, el 21 de enero de 1921: ¡°Una redada, un traslado, un intento de fuga y unos tiros empezar¨¢n a resolver el problema (¡), no se ve otro remedio a una legislaci¨®n y una justicia impotentes, y adem¨¢s todo lo autoriza la ferocidad del terrorismo, que a nada ni a nadie perdona, ni a los modestos obreros¡±.
Pedro Mateu, Luis Nicolau y Ram¨®n Casanellas (quien conduc¨ªa la moto), asesinos de Dato, pertenec¨ªan tambi¨¦n a esa categor¨ªa de j¨®venes para quienes matar al enemigo de clase, al ¡°pez gordo¡±, al pol¨ªtico ten¨ªa un especial atractivo tras los ecos del triunfo bolchevique en Rusia. ¡°No dispar¨¦ contra Dato, sino contra el gobernante que autoriz¨® la Ley de fugas¡±, declar¨® Pedro Mateu para explicar su crimen.
Entre la violencia desde arriba y la violencia desde abajo, desde fuera y desde dentro, ese sindicalismo revolucionario qued¨® roto y maltrecho. Con la detenci¨®n de los dirigentes moderados, los sindicatos empezaron a ser dominados por anarquistas puros y duros. La represi¨®n bloque¨® los caminos de la negociaci¨®n y dej¨® a la organizaci¨®n en manos de los grupos de acci¨®n, de aquellos que cre¨ªan, como manifestaba ?ngel Pesta?a, que ¡°prepararse para la revoluci¨®n era gastar en comprar pistolas todos los fondos de los Sindicatos¡±.
No es de extra?ar que en septiembre de 1923 el golpe de Estado de Primo de Rivera, proclamado desde Barcelona, fuera recibido con notable satisfacci¨®n y alivio por los patronos, los propietarios y los sectores conservadores de Catalu?a y del resto de Espa?a, que llevaban tiempo suspirando por el retorno del orden, por el alejamiento del fantasma del bolchevismo, una pesadilla que hab¨ªa durado seis a?os. No importaba que esa ¡°paz social¡± tan anhelada viniera impuesta por las bayonetas.
Juli¨¢n Casanova es catedr¨¢tico de Historia Contempor¨¢nea en la Universidad de Zaragoza.
Babelia
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.