La p¨¢gina 343
Creo haber vivido yo tambi¨¦n esa experiencia: la repentina impresi¨®n de que la lectura es una actividad m¨¢s noble que la escritura
El vecino me adelanta para quitarme el ascensor y, a modo de disculpa o chufla, me dice que, ah¨ª donde lo veo, lleva en realidad confinado 20 a?os y por tanto est¨¢ muy adaptado al horror. Me quedo esperando el siguiente turno y como venganza imagino que me ha confesado que los viajes que no realiza le parecen cada d¨ªa m¨¢s una categor¨ªa mental, una forma de perderse en paisajes de la memoria antes de quedarse dormido. Con esto, sit¨²o impunemente en el mismo plano sus viajes imaginarios y su no solicitada confesi¨®n de dos d¨¦cadas de confinamiento. Y lo hago en parte influenciado por una p¨¢gina del atractivo nuevo ensayo de Cristian Crusat, La huida biogr¨¢fica (Pre-Textos) en el que se nos recuerda que una vida no contiene ¨²nicamente lo que hacemos, sino que est¨¢ tambi¨¦n integrada por lo que no llegamos a hacer, por lo que so?amos un d¨ªa que har¨ªamos.
Es el caso, pienso ahora, del ciudadano Steiner, para quien su biograf¨ªa y los viajes que le quedaron por hacer (¡°Ayers Rock en Australia y la ciudad de Petra, que se han vuelto dif¨ªciles a mi edad¡±) pod¨ªan situarse, al final de sus d¨ªas, en el mismo plano, y de ah¨ª que sus memorias llevaran el muy atinado t¨ªtulo de Errata, pues en conjunto su vida conten¨ªa ya una notable serie de proyectos perdidos que formaban parte tambi¨¦n de ella.
La vida de Steiner conten¨ªa una notable serie de proyectos perdidos que formaban parte tambi¨¦n de ella
Una p¨¢gina no s¨®lo incluye lo que dice, y la prueba est¨¢ en que sigo ahora mismo anclado en la de Crusat, atrapado por la analog¨ªa que en ella se establece entre la sospecha de que nuestras vidas contienen lo que nunca llegamos a hacer y aquello que afirmaba Antonio Tabucchi de que un libro ¨Cal igual que una p¨¢gina¨C no s¨®lo incluye lo que dice, sino tambi¨¦n aquello que los lectores buscan en su lectura.
Lo que los lectores acababan encontrando en sus libros siempre le deslumbr¨® a Tabucchi. Creo haber vivido yo tambi¨¦n esa experiencia: la repentina impresi¨®n de que la lectura es una actividad m¨¢s noble que la escritura. Que haya lectores que busquen y lleguen a encontrar en lo que escribo algo que nunca hab¨ªa sospechado me recuerda a veces que el lector m¨¢s inteligente de mis libros fue un amigo muy intransigente que se pas¨® a?os reproch¨¢ndome todo lo que yo escrib¨ªa. Hasta que un d¨ªa en plena calle, para mi sorpresa, me cerr¨® el paso para mirarme muy de frente y decirme que la p¨¢gina 343 de mi ¨²ltimo libro le hab¨ªa dejado huella.
Dijo exactamente eso, y hasta lo repiti¨®: me ha dejado huella. No me lo pod¨ªa ni creer y fui corriendo de inmediato a casa para revisar aquella p¨¢gina y enseguida comprob¨¦ que cuantas m¨¢s veces me empe?aba en leerla con la mente de mi amigo superior, m¨¢s veces fracasaba en el intento de captar qu¨¦ hab¨ªa podido impresionarle de ella. No me qued¨® otro remedio que abandonar la vana tarea de intentar que mi cerebro suplantara al suyo. Pero desde entonces siempre se mueve algo en m¨ª cuando alguien por ah¨ª insin¨²a que una p¨¢gina o un libro no s¨®lo incluyen lo que dicen, sino que pueden ser la proyecci¨®n de los deseos de ciertos lectores, incluido ¨Cme digo enseguida¨C los del m¨¢s agudo, los del m¨¢s sabio.
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