Holanda se mira en el espejo de su pasado de esclavitud en el Rijksmuseum
El museo nacional de arte e historia de Pa¨ªses Bajos ha examinado durante cuatro a?os el mill¨®n de piezas de su colecci¨®n para arrojar luz sobre su infame papel en las colonias de ultramar
Una campana suena varias veces al entrar en la exposici¨®n titulada Esclavitud, en el Rijksmuseum, el museo nacional de arte e historia de Pa¨ªses Bajos, en ?msterdam. No se trata de un saludo, sino un aviso de lo que aguarda al visitante. El repique de campanas tiene una funci¨®n pr¨¢ctica para anunciar el rezo, bodas y funerales, o tal vez la amenaza de inundaciones e incendios. En las plantaciones de las colonias holandesas en ?frica del Sur y Asia, en Brasil y...
Una campana suena varias veces al entrar en la exposici¨®n titulada Esclavitud, en el Rijksmuseum, el museo nacional de arte e historia de Pa¨ªses Bajos, en ?msterdam. No se trata de un saludo, sino un aviso de lo que aguarda al visitante. El repique de campanas tiene una funci¨®n pr¨¢ctica para anunciar el rezo, bodas y funerales, o tal vez la amenaza de inundaciones e incendios. En las plantaciones de las colonias holandesas en ?frica del Sur y Asia, en Brasil y el Caribe, marcaba el principio y el fin de la extenuante jornada de trabajo de los esclavos. Un retraso al amanecer era castigado con severidad. En el ocaso, una cosecha con menos kilos de los estipulados por el amo supon¨ªa un nuevo riesgo de sanci¨®n. El pasado colonial holand¨¦s abarca los siglos XVII al XIX y no ha sido examinado como merece. Por eso el Rijksmuseum dedica por primera vez una muestra a un sistema que marc¨® la historia econ¨®mica y social del pa¨ªs. A trav¨¦s de la vida de 10 personas, rastrea el proceso que permiti¨® traer a Europa az¨²car, tabaco, caf¨¦, algod¨®n y cacao gracias al esclavismo.
El Rijksmuseum se ha preparado a conciencia durante cuatro a?os, y por el camino ha aprendido a mirar de otro modo el mill¨®n de piezas de su colecci¨®n. La esclavitud es dif¨ªcil de ilustrar desde el punto de vista de los afectados, que no ten¨ªan derecho a leer y escribir, carec¨ªan de posesiones y muy pocas veces figuraban en cuadros o retratos. Hay libros de cuentas sobre las cifras del tr¨¢fico, grabados de las explotaciones y cuadros de sus due?os, pero el museo quer¨ªa acercarse a los esclavos y ha buceado tambi¨¦n en la historia oral. ¡°Hemos examinado las canciones y los relatos de sus respectivas tierras de origen, que pasaron de una generaci¨®n a otra. Ah¨ª compruebas que se les deshumaniz¨®, pero ellos sab¨ªan que el trato recibido era horrible y supieron conservar su propia dignidad¡±, explica Valika Smeulders, una de las cuatro conservadoras de la exposici¨®n.
Si bien la pandemia ha retrasado la apertura de la muestra hasta junio, el rey Guillermo la inaugurar¨¢ este martes. A partir de ma?ana podr¨¢n verla los alumnos de secundaria y estar¨¢ disponible tambi¨¦n una visita online. Durante un a?o, adem¨¢s, se explicar¨¢ el lazo colonial de 75 obras de la colecci¨®n permanente con unas cartelas fijadas junto a las mismas. Dadas las restricciones por el coronavirus, la instituci¨®n ha invitado antes a la prensa internacional para visitar las salas. El recorrido corta el aliento en algunos momentos y est¨¢ montado para favorecer la reflexi¨®n.
La esclavitud es dif¨ªcil de ilustrar; los afectados no ten¨ªan derecho a leer y escribir
El anonimato y el desarraigo impuestos a los esclavos hac¨ªan casi imposible la resistencia contra un gran negocio para Europa donde participaron espa?oles, ingleses, portugueses, daneses, y tambi¨¦n los holandeses. Estos ¨²ltimos transportaron entre 660.000 y 1,1 millones personas a la actual Indonesia y las granjas de Sud¨¢frica, una ruta cubierta por la Compa?¨ªa de las Indias Orientales, seg¨²n los c¨¢lculos aportados en la muestra. Por otra parte, del total de 12,5 millones de personas esclavizadas por mercaderes europeos, los holandeses llevaron a la fuerza a unas 600.000 personas desde ?frica hasta Am¨¦rica del Norte, Surinam, Brasil y el Caribe. En estos casos, el control estaba en manos de la Compa?¨ªa de las Indias Occidentales.
Dice Smeulders que en el siglo XVII se abri¨® un debate sobre qui¨¦n pod¨ªa ser esclavizado, y los cristianos fueron excluidos. Si alguno ca¨ªa en manos de mercaderes hab¨ªa que tratar de rescatarlo. ¡°Hubo rechazo a la esclavitud en la entonces Rep¨²blica Holandesa, pero cuando las dos Compa?¨ªas necesitaron mano de obra en cantidades ingentes para competir con espa?oles y portugueses, se consider¨® que los africanos negros estaban predestinados a servir al blanco¡±.
Aunque cuenta con pr¨¦stamos internacionales para la exposici¨®n, el Rijksmuseum ha buscado en sus fondos y se ha encontrado objetos que suscitan dudas inesperadas. Como un collar de lat¨®n de 1689, decorado con hojas de acanto y el escudo de armas de una familia patricia, donado en 1881. ¡°En la ficha pon¨ªa que era de perro y no se analiz¨® de forma cr¨ªtica, pese a que hab¨ªa collares similares en el cuello de sirvientes africanos en cuadros de la ¨¦poca¡±, sigue Smeulders.
La esclavitud estaba prohibida en el pa¨ªs y permitida en las colonias. En los archivos se ha encontrado tambi¨¦n la historia de Paulus Maurus, un criado negro de la casa del collar en cuesti¨®n. ?l es uno de los 10 personajes de la muestra, y la conservadora se pregunta si fue comprado para trabajar en la metr¨®poli. No fue el ¨²nico en su situaci¨®n, y en la tierra del patr¨®n pod¨ªan trabajar, casarse y formar una familia. Si en ultramar se les marcaban a fuego en la piel las iniciales de su due?o, ¡°en suelo holand¨¦s el collar pod¨ªa simbolizar que todav¨ªa era visto como un objeto¡±, a?ade.
Aunque la esclavitud ha existido en todas las culturas y continentes a lo largo de la historia, la llegada de los europeos a Asia y ?frica endureci¨® y ampli¨® el sistema en sus colonias. Las personas arrancadas de su tierra eran separadas de sus familias y comunidades, y pod¨ªan ser trasladadas de un continente a otro.
La esclava Sapali huy¨® de una plantaci¨®n de Surinam con semillas de arroz escondidas entre su pelo trenzado
En una de las salas del museo hay un cepo con cadenas y cerrojos para sujetar las piernas. Dispuesto en el suelo, no necesita explicaciones y da paso a otra historia con un punto de realismo m¨¢gico. Es la de Sapali, una esclava que huy¨® de una plantaci¨®n de Surinam con semillas de arroz escondidas entre su pelo trenzado. ¡°Un secreto f¨¦rtil¡±, dice la audiogu¨ªa. Los escapados como Sapali, llamados maroons (cimarrones), formaron comunidades en la jungla, algo que ocurri¨® tambi¨¦n en Brasil, Colombia o Estados Unidos. En Surinam, las mujeres llevaron consigo el alimento, y Sapali est¨¢ considerada como la fundadora de la memoria colectiva. Su historia de valor y previsi¨®n no se hab¨ªa contado en los museos holandeses, y en una vitrina hay un tallo de arroz de una variedad bautizada con su nombre.
?Y qu¨¦ se sab¨ªa ¡°en casa¡± de las condiciones de vida del esclavo? La muestra se?ala que la prensa del siglo XVII hablaba poco de sus penurias. Prefer¨ªa centrarse en la lucha por las rutas comerciales. Para ilustrarlo, se incluye a Oopjen Coppit y a su esposo, Marten Soolmans, pintados por Rembrandt en 1634. Ambos retratos cuelgan en el Rijksmuseum, y reflejan la historia de un joven matrimonio cuya familia ten¨ªa una refiner¨ªa de az¨²car recogido en Brasil por esclavos. La profusi¨®n de intermediarios hasta llegar al mercado de abastos en ?msterdam dilu¨ªa la realidad de las plantaciones, as¨ª que ellos presumieron de riqueza sin complejos.
La muestra juega con los espacios y los espejos, que ¡°bloquean a veces la visi¨®n para subrayar que hay cosas que pasaron desapercibidas, o bien no quer¨ªan mirarse¡±, apunta Eveline Sint Nicolaas, otra de las conservadoras. A la salida, se anima al visitante a contribuir con sus reflexiones a la confecci¨®n de 10 esculturas con las historias presentadas.