Las calles hablan
La calle es un espejo que, 24 horas al d¨ªa y 7 d¨ªas a la semana, muestra nuestras contradicciones, es decir: nos retrata como somos
Se dice que la calle ha hablado cuando la ciudadan¨ªa se re¨²ne, normalmente harta, para, pac¨ªficamente, caminar y as¨ª protestar (por una subida desproporcionada e injusta de la luz, por ejemplo, por el ¨²ltimo asesinato de una mujer a manos de su pareja o por el cierre de las escuelas municipales de m¨²sica). Tambi¨¦n se considera que la calle habla cuando nos manifestamos para reivindicar lo que muchos consideramos derechos. En su momento sucedi¨® con el divorcio o las vacaciones. Ahora con la sanidad p¨²blica. Esa calle que habla no es solo la calzada. Es el lugar de todos. Y es, por lo tanto, cualquier espacio p¨²blico y tambi¨¦n habla sin gente. Habla de nosotros, no de nuestras ideas. Refleja, podr¨ªa ser, una verdad mayor despu¨¦s de la protesta que durante la misma. Deja claro que de igual manera que hay quien predica la caridad sin atisbo de misericordia, muchos de los que reivindicaron salvar el Mar Menor dejaron la playa m¨¢s sucia. ?Qu¨¦ estaban entonces tratando de decir?
Sucedi¨® el 28 de agosto. Y lo vimos y le¨ªmos entre las noticias. 70.000 personas formaron una cadena humana para ocupar los 73 kil¨®metros de costa del mar Menor. Era una protesta pac¨ªfica por la cat¨¢strofe medioambiental que sufre dicho mar (toneladas ¡ªno es un decir, se recogieron cinco en dos semanas¡ª de peces muertos por falta de ox¨ªgeno debida al amonio, los fosfatos y los nitratos de los abonos utilizados en la agricultura de la zona).
Jes¨²s Cutillas, el portavoz del grupo Abracemos el Mar Menor, declaraba entonces a la agencia EFE que la manifestaci¨®n era, en realidad, una despedida ¡°de los animales muertos por culpa de la avaricia humana¡±. Hubo un minuto de silencio y, en la mente de todos, las im¨¢genes de los miles peces y crust¨¢ceos muertos aparecidos ¨²ltimamente en la prensa. En la acci¨®n de protesta particip¨® tambi¨¦n, desde un velero, el colectivo Ecologistas en Acci¨®n Diosa Maat, reclamando a los pol¨ªticos un fin al desastre ecol¨®gico de la laguna salada. ?C¨®mo hacerlo? Regulando el uso de fertilizantes. En realidad, el Mar Menor es un aviso ingente: 73 kil¨®metros de aviso de que los peces se mueren con los fertilizantes que se emplean para proteger las frutas y verduras que nos comemos. Es como si ese Mar se hubiera sacrificado por nosotros, para advertirnos.
Los cient¨ªficos avisan. Los ciudadanos protestan y los pol¨ªticos, en general y en lugar de actuar, redirigen la culpa sacudi¨¦ndosela de encima. Luego los volvemos a votar. En esa manifestaci¨®n pac¨ªfica, sin embargo, la gente lo ten¨ªa claro: el objetivo era que todo aquel veneno no llegara al mar.
Fue un d¨ªa reivindicativo necesario con la emoci¨®n que logran las causas comunes y la claridad de una petici¨®n concreta: reducir o prohibir el uso de fertilizantes da?inos. La sorpresa lleg¨® despu¨¦s.
Al d¨ªa siguiente, twitter se empez¨® a llenar de im¨¢genes de algunas playas, la del Vivero por ejemplo, repleta de basura tras una noche de botell¨®n. Diarios locales, La Verdad y La Opini¨®n de Murcia publicaban im¨¢genes de botellas de cristal, vasos y bolsas de pl¨¢stico haci¨¦ndose eco de la informaci¨®n aparecida en Twitter y acreditando la cuenta de @miguelgea_.
No he dado con im¨¢genes similares en ning¨²n otro medio. Pero vamos a suponer, por un momento, que sean ciertas, que pertenezcan a esa costa el d¨ªa despu¨¦s de la protesta.
Aunque la costa espa?ola sea el espacio p¨²blico por excelencia ¡ªporque hay normas que as¨ª lo han decidido¡ª ?Cu¨¢nto es costa? El precio de una segunda vivienda debe incluir el cuidado del lugar donde se ubica esa vivienda. Si no y desde un punto de vista meramente ego¨ªsta ?para qu¨¦ tenerla? El largo plazo es construir para quedarse. Proteger para poder acercarse al mar. No ya la l¨®gica de la salud y el bien com¨²n, tambi¨¦n la econ¨®mica de los oficios, empleos y negocios que dependen, como nosotros, de la buena salud de las calles.
Las calles hablan cuando descienden la velocidad del tr¨¢fico, como ha sucedido este a?o en todo Bilbao, y cuando potencian que los ciudadanos caminen, como lleva a?os sucediendo en Pontevedra. Tambi¨¦n cuando ceden espacio temporal a los comercios que m¨¢s han sufrido por los cierres durante la pandemia. Pero no todo lo que dicen las calles es positivo. Las de Madrid estos d¨ªas hablan de una cabezoner¨ªa, una falta de l¨®gica, una irresponsabilidad y hasta un surrealismo que quiere devolver la contaminaci¨®n, la velocidad de los coches y el ruido a las calles. Y que se debate ahora en los tribunales. Tener que protegerse de las acciones emprendidas por un ayuntamiento en lugar de sentirse protegido por este es una de las paradojas de nuestra democracia.
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