La Maestranza es una port¨¢til
El Juli y Manzanares cortan una oreja de pura bisuter¨ªa, y Ure?a, otra tras una estocada defectuosa
?Pena de La Maestranza! ?Qu¨¦ pena¡! Con lo que ha sido esta plaza en la historia del toreo y lo bajo que ha ca¨ªdo. Ser¨¢ el sino de los tiempos, se?al inequ¨ªvoca, por otra parte, de que los nuevos vientos afectan, y de qu¨¦ manera, a la esencia de la tauromaquia.
La lidia del quinto toro y la oreja que pase¨® Manzanares fue una desverg¨¹enza para Sevilla y su afici¨®n; al igual que sucedi¨® con la que se le concedi¨® a El Juli; y tampoco la mereci¨® Paco Ure?a tras una heroica actuaci¨®n ante el peligroso y descompuesto sexto al que mat¨® de una fea estocada, que debi¨® dejar el premio en la ya desaparecida vuelta al ruedo.
El quinto de la tarde manifest¨® invalidez a poco de pisar el albero. Estaba claro que ven¨ªa enfermo o beodo porque era evidente su esfuerzo para mantenerse en pie. Pas¨® el tercio de varas sin que le hicieran sangre, y arreciaron las protestas de gran parte del p¨²blico. Aguant¨® las banderillas porque el subalterno le levant¨® el capote para que no claudicara. La plaza entera ya era entonces un clamor para que el animal volviera a los corrales.
Pero el presidente aplica la l¨®gica: como no ha mordido el polvo, aqu¨ª se queda.
Manzanares toma la muleta entre el enfado general. El toro no sabe d¨®nde colocar las pezu?as para no perder el equilibrio. Su matador lo cuida, lo refresca, lo trata con mimo; y su oponente, que era un bendito, le responde con embestidas obedientes. Y as¨ª, poco a poco, surgen los primeros ol¨¦s, que se generalizan en la cuarta tanda, y es la banda de m¨²sica la que entonces se l¨ªa la manta a la cabeza y rompe a tocar.
Manzanares se engalla, cita al hilo del pit¨®n a su moribundo acompa?ante, y se luce con muletazos largos por ambas manos. Es entonces cuando el toro dice que hasta aqu¨ª hemos llegado y se desploma en el albero. Llaman a las asistencias, le hacen el boca a boca, le enchufan ox¨ªgeno y el animal consigue levantarse. Volver¨¢ a caer para siempre momentos despu¨¦s tras una estocada en la suerte de recibir de Manzanares.
Y los que minutos antes hab¨ªan protestado agriamente la invalidez del toro piden con entusiasmo la oreja para su enfermero. ?Y hubo algunos que llegaron a aplaudir en el arrastre¡!
G. Jim¨¦nez/El Juli, Manzanares, Ure?a
Toros de Hnos. Garc¨ªa Jim¨¦nez, correctos de presentaci¨®n, mansos a excepci¨®n del cuarto y muy nobles; inv¨¢lidos cuarto y quinto, y deslucido el sexto
El Juli: estocada trasera (oreja); pinchazo y estocada trasera (silencio).
Jos¨¦ M. Manzanares: tres pinchazos y casi entera ca¨ªda (ovaci¨®n); estocada (oreja).
Paco Ure?a: estocada perpendicular y baja (silencio); estocada perpendicular y baja (oreja).
Plaza de La Maestranza. 30 de septiembre. Und¨¦cima corrida de feria. Casi lleno sobre un aforo del 60 por ciento.
El trofeo que pase¨® El Juli en su primero puede optar al premio de una de las orejas m¨¢s baratas de la historia de esta plaza. Es verdad que el torero lance¨® a la ver¨®nica con las manos bajas y dibuj¨® un vistoso quite por chicuelinas. Pero la faena de muleta a un muy bonancible animal gestado y criado para colaborar con su matador fue una muestra lamentable del toreo industrial y mec¨¢nico, con aditivos, colorantes y conservantes, ese que sabe a todo menos a toreo verdadero; siempre el torero al hilo del pit¨®n, muy despegado, ventajista, superficial y vano de principio a fin. Pero La Maestranza se le rindi¨® como si protagonizara una faena de ¨¦poca.
La misma pel¨ªcula la repiti¨® Manzanares en su primero, un manso que embisti¨® con altas dosis de bober¨ªa; el torero aprovech¨® su innata elegancia para ocultar los trucos ya conocidos y que acababa de exponer su compa?ero: toreo que no dice nada, el bien llamado destoreo moderno.
Ure?a tuvo mala suerte con el tercero -como la tuvo El Juli con el inv¨¢lido cuarto- con el que se justific¨® sobradamente, pero pareci¨® decidido a no ser el convidado de piedra de la corrida.
El ¨²ltimo fue el garbanzo negro; manso huidizo, amigo de los arreones, de corto recorrido y muy deslucido. El t¨ªpico toro para quitarle las moscas y pasaportarlo.
Ure?a eligi¨® el camino m¨¢s dif¨ªcil. Se coloc¨® en el sitio justo, mostr¨® el pecho, m¨¢s derecho que una vela, y oblig¨® el toro a embestir, aunque en cada muletazo se masticaba la voltereta. Hubo muletazos aislados cargados de pasi¨®n por la cruda verdad que el torero hab¨ªa colocado en la balanza de la faena. La emoci¨®n subi¨® enteros cuando con los pies juntos y de frente rob¨® algunos naturales emocionant¨ªsimos. Fueron los momentos, sin duda, m¨¢s intensos de la corrida. La estocada no fue buena, pero la oreja cay¨® en sus manos injustamente.
All¨ª qued¨® La Maestranza, convertida en una port¨¢til; triste, sin duda, porque, quiz¨¢, nunca imagin¨® que se manchara de tal modo su historia.
Babelia
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