Morante, un torbellino de genialidad
El torero sevillano cort¨® las dos orejas a un inv¨¢lido y noble toro de una corrida ruinosa de Juan Pedro Domecq
La lidia del cuarto toro fue, de principio a fin, una aut¨¦ntica locura. Un torero genial en estado de gracia y la plaza convertida en un manicomio, con un p¨²blico extasiado y arrebatado. ?Y el toro? El toro era un inv¨¢lido total con cara de no haber roto nunca un plato. Pero, qu¨¦ importancia puede tener un toro cuando Sevilla ha hecho realidad un sue?o y se ha fundido con uno de sus hijos predilectos.
Domecq / Morante, Ortega, Roca
Toros de Juan Pedro Domecq -el primero, devuelto-, correctos de presentaci¨®n, inv¨¢lidos, mansos, descastados y nobles.
Morante de la Puebla: dos pinchazos, media ca¨ªda y un descabello (silencio); estocada baja (dos orejas).
Juan Ortega: pinchazo y estocada ca¨ªda (ovaci¨®n); estocada (ovaci¨®n).
Roca Rey: estocada (palmas); pinchazo y estocada (silencio).
Plaza de La Maestranza. 1 de octubre. Duod¨¦cima corrida de feria. Lleno de ¡®no hay billetes¡¯ sobre un aforo del 60%.
Morante, un torbellino de genialidad, un torero empe?ado en mantener el cetro de toreo de arte, y para ello se transfigur¨® como nunca para bajar la locura al albero con la inspiraci¨®n, la improvisaci¨®n, la orfebrer¨ªa y la armon¨ªa de una tauromaquia diferente.
Recibi¨® a ese toro de rodillas en el tercio con tres largas de tijeras que sorprendieron al mundo; sigui¨® despu¨¦s a la ver¨®nica cl¨¢sica y algunas lucieron verdaderamente espl¨¦ndidas. Son¨® la m¨²sica y los tendidos se rindieron ya al arte del sevillano.
Llev¨® el toro al caballo con un galleo espectacular, andando hacia atr¨¢s con el capote por delante y los brazos cruzados y, despu¨¦s, capote¨® de nuevo con dos ver¨®nicas y media. Le respondi¨® Ortega del mismo tenor.
Para entonces, el animal ya hab¨ªa cantado la gallina por varios palos, se hab¨ªa desplomado dos veces en su paso por el caballo y el presidente hab¨ªa cogido el pa?uelo para devolverlo a los corrales.
Pero era tal la algarab¨ªa y el protagonismo de Morante que el palco prefiri¨® no enrarecer el ambiente.
Tom¨® el torero la muleta y comenz¨® por ayudados por alto con una rodilla en tierra; no hab¨ªa transcurrido un minuto cuando el toro volvi¨® a morder el polvo dos veces m¨¢s. No import¨® a nadie. Morante hab¨ªa entrado ya en ¨¦xtasis y los tendidos con ¨¦l. Mima a su oponente y le roba muletazos vistosos a base de una entrega desconocida. Se suceden las pinceladas, muy afanoso el torero y apasionado cada vez m¨¢s el ambiente; se envalentona Morante ante la claudicaci¨®n evidente del animal; suena la banda de m¨²sica y el maestro la hace callar con gestos estent¨®reos, molesto, quiz¨¢, porque no hab¨ªa tocado antes.
En pleno arrebato general, el toro le pisa la muleta y lo desarma, intenta Morante arrebatarla de las pezu?as y se gana una voltereta morrocotuda, de modo que el costalazo en el albero fue de padre y muy se?or m¨ªo. Lo reanimaron con el agua bendita del botijo y volvi¨® a la cara del toro con el rostro demudado y el firme prop¨®sito de acabar cuanto antes. Una estocada defectuosa fue suficiente para que los tendidos se poblaran de blanco y las dos orejas las paseara el sevillano en una vuelta al ruedo tan lenta como apote¨®sica.
Y ah¨ª el festejo ech¨® el tel¨®n. Morante hab¨ªa acabado con el cuadro con un fest¨ªn de improvisaci¨®n propio de un torero distinto.
Morante se hab¨ªa apoderado del coraz¨®n de todos los presentes y nada de lo que hicieron despu¨¦s Juan Ortega y Roca Rey tuvo importancia a los ojos de los tendidos. Bien es cierto, no obstante, que los ¨²ltimos toros, como los dem¨¢s, fueron ejemplos vivos de ruina, y la voluntad manifiesta de los toreros no pudo evitar el desastre.
Quede constancia, no obstante, que Ortega, que tambi¨¦n goza ya de un rinc¨®n en el alma de esta afici¨®n, dej¨® destellos de torero de altura en su primero. Es una bocanada de aire fresco, en la que prima la exquisitez y la est¨¦tica sublime. As¨ª lo demostr¨® con una faena pinturera, pre?ada de temple, naturalidad y buen gusto. No hab¨ªa toro, y todo qued¨® reducido a una ovaci¨®n.
?Qu¨¦ pintaba Roca Rey en este cartel de artistas? Se le vio como convidado de piedra, y bien que intent¨® de mil maneras alcanzar su parcela de protagonismo. Voluntarioso, valiente y variado en todo momento, pas¨® ciertamente desapercibido.
Morante, que nada pudo hacer ante su descastado primero, sali¨® cojeando de la plaza y seguro que este s¨¢bado, d¨ªa de su 42 cumplea?os, se levantar¨¢ dolorido; pero muy feliz, como Sevilla misma, aunque triunfara con un inv¨¢lido. Y este domingo, Morante, con los miuras¡
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