Mendigando para Madonna
La autobiograf¨ªa de Seymour Stein muestra el lado oscuro de la industria musical, incluso en sus momentos de mayor prosperidad
Si han le¨ªdo algunas de las centenares de biograf¨ªas de superestrellas publicadas en lo que llevamos de siglo, seguramente habr¨¢n detectado un hueco inmenso: rara vez se habla del negocio discogr¨¢fico, sus trucos y mentiras. Solo cuando aparece alguien con un rencor de dimensiones b¨ªblicas, como John Fogerty, surge una carga de profundidad (Fortunate Son, hay traducci¨®n espa?ola) que nos hace pensar en que aquello se parece m¨¢s al gansterismo que a una rama de la industria cultural.
Se entiende la escasez de tales testimonios: a nadie le gusta reconocerse como pardillo. Por el contrario, uno imaginaba que los disqueros, managers o productores tendr¨ªan la lengua muy suelta. Y no: prefieren la automitificaci¨®n, el arreglo de cuentas, el Qu¨¦ Grande Es El Mundo del Espect¨¢culo. Una bendita excepci¨®n es Siren Song, de Seymour Stein (editorial St. Martin¡¯s Press).
Es muy posible que el nombre no les diga mucho, pero s¨ª sus artistas. Fue pionero en fichar grupos amamantados en el CBGB neoyorquino, cuando los grandes sellos hu¨ªan ante todo lo que sonara a punk. As¨ª se hizo con los servicios de The Ramones, Talking Heads, Richard Hell & the Voidoids, Dead Boys. Recurri¨® luego a la m¨¢s rutilante etiqueta de new wave para vender propuestas brit¨¢nicas que Estados Unidos inicialmente no entend¨ªa: Depeche Mode, Echo & the Bunnymen, Soft Cell, The Smiths, The Cure, The Pretenders. No siempre funcion¨®: tras el primer entusiasmo, muchos de aquellos grupos se negaron a ¡°picar piedra¡±, es decir, a girar sin parar.
Conviene mencionar que Stein ten¨ªa alma de disquero independiente, pero entendi¨® que necesitaba la distribuci¨®n, el m¨²sculo promocional, los presupuestos de las grandes compa?¨ªas. Y pact¨® con la mayor de todas: Warner. Que entonces se hac¨ªa llamar WEA, iniciales de sus sellos m¨¢s relevantes: Warner Bros, Elektra, Atlantic. Todos compet¨ªan entre s¨ª, moderados por Mo Ostin, un Don Corleone que repart¨ªa recursos y exig¨ªa r¨¦ditos inmediatos; cara al p¨²blico, usaba la m¨¢scara del directivo benevolente que defend¨ªa a muerte a sus artistas.
Sire era uno de los hermanos peque?os y su hiperactividad incluso molestaba; su acuerdo con WEA suger¨ªa una joint venture. Pero, cuando Sire ya iba a toda m¨¢quina, se invoc¨® una cl¨¢usula farragosa que obligaba a Stein a vender su mitad de la compa?¨ªa a un precio grotesco, determinado por los contables de WEA. De copropietario pasaba a ejecutivo bien pagado, aunque con las alas cortadas.
Lo comprob¨® cuando quiso contratar a una chica efervescente del downtown de Manhattan, Madonna Louise Ciccone. Mo Ostin no segu¨ªa la actualidad musical, pero algo hab¨ªa o¨ªdo sobre que ¡°la disco music ha muerto¡±. Se neg¨® a asignar presupuesto a ¡°esa tal Madonna¡±. Stein aprovech¨® entonces las intrigas palaciegas en WEA. Habl¨® con Nesuhi Ertegun, uno de los fundadores de Atlantic, entonces a cargo del departamento de ventas internacionales. Ertegun entendi¨® que aquello funcionar¨ªa bien en las pistas europeas y acept¨® poner el dinero justo para producir los primeros maxisingles de Madonna.
Las intuiciones de Stein y Ertegun resultaron acertadas. Pero WEA sigui¨® racaneando con Madonna. Para su segundo ¨¢lbum pidi¨® un productor de primera: Nile Rodgers. Un m¨²sico caro que inmediatamente vio el potencial comercial de la Ciccone. WEA estaba dispuesta a pagar un 3% de regal¨ªas al productor. Que respondi¨® con una oferta irresistible: ¡°Os cobrar¨¦ un 2% hasta que las ventas alcancen los dos millones de copias; a partir de esa cifra, pasar¨¦ a cobrar un 6% y de modo retroactivo¡±.
Dado que los hombres de WEA solo ve¨ªan en Madonna un fen¨®meno de temporada, firmaron lo que ve¨ªan como un chollo. Lo que finalmente se titular¨ªa Like a Virgin, despeg¨® como un cohete en medio mundo. Cuando lleg¨® la hora de la primera liquidaci¨®n, los contables de WEA comprobaron que, s¨ª o s¨ª, deb¨ªan pagar un 6% sobre los muchos millones de copias despachadas. Llamaron a Seymour Stein para exponer su plan. La soluci¨®n pasaba por quitar esos millones a la propia Madonna: ¡°Ya sabes, contabilidad creativa, gastos no previstos, lo habitual¡±.
Stein se neg¨®: nunca, recalc¨®, nunca hab¨ªa robado a uno de sus artistas. Y tuvo el placer de asistir al espect¨¢culo del feroz abogado de Madonna demoliendo las pobres excusas de Mo Ostin y sus cuatreros. Ostin fue despedido unos meses despu¨¦s. Y nadie de Warner volvi¨® a pensar, simplemente pensar, en enga?ar a Madonna.
Babelia
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