La regi¨®n de los Alpes donde Austria se confunde con Italia: de trincheras y balazos a la prosperidad econ¨®mica
El periodista Guillermo Abril y el fot¨®grafo Carlos Spottorno investigan en el reportaje ilustrado ¡®La falla¡¯ el peculiar modelo de pragmatismo y convivencia que une dos identidades e idiomas en el Alto Adigio
En el pasaporte no caben matices. Nacionalidad: italiana. Para todos. La mayor¨ªa, sin embargo, se siente y habla alem¨¢n. Su alma discrepa de la burocracia. Tanto que la propia regi¨®n tiene dos nombres distintos, seg¨²n quien se refiera a ella: Tirol del Sur, para los austriacos; Alto Adigio, para los que se consideran del belpaese. El resto de Italia se acuerda de esta extra?eza sobre todo durante los Mundiales de esqu¨ª o los Juegos Ol¨ªmpicos Invernales: cuando suena el himno nacional, la medalla cuelga del cuello de atletas con rasgos arios y apellidos impronunciables para un vecino de Roma. Pero en la provincia de Bolzano, en el coraz¨®n de los Alpes, el choque se vive todos los d¨ªas.
Hubo un tiempo en que se intent¨® resolver a balazos. Hoy, prevalece la paz. Y, sobre todo, el dinero. Porque el trabajo de todos contribuye a que la zona sea una de las m¨¢s ricas y productivas de Europa. Aunque, sepultados bajo un aluvi¨®n de millones, los viejos rencores no se han apagado. Bullen en profundidad, solo rara vez explotan. No por nada el reportaje ilustrado del fot¨®grafo Carlos Spottorno y el periodista Guillermo Abril sobre este peculiar modelo de convivencia se titula La falla (Astiberri).
¡°En este mismo lugar, en un momento complicado de paro y ausencia del Estado del bienestar, echas una cerilla y arde todo. Pero en la medida en que las cosas funcionen, y la gente sienta que tiene un proyecto, eliminas el problema o al menos lo acallas. De hecho, los de origen italiano se lamentan de que no les ha ido tan bien como a los otros. Pero s¨ª basta, aun as¨ª, para que la queja no se convierta en algo explosivo¡±, reflexiona Abril, corresponsal de EL PA?S en Bruselas. Junto con Spottorno, colaborador habitual de El Pa¨ªs Semanal, viaj¨® tres veces a una regi¨®n que ninguno de los dos hab¨ªa pisado antes. Primero, una toma de contacto. Luego, una estancia de unos 12 d¨ªas, recorriendo ciudades y aldeas en la frontera: la que separa el Alto Adigio de la cercana Austria; y la que divide el coraz¨®n de muchos residentes. Hubo una tercera visita, para rematar la obra. Y, finalmente, salieron 67 p¨¢ginas en gran formato que investigan, con las fotos de uno y los textos del otro, c¨®mo es posible que monta?as tan sembradas de tensiones hayan dado como fruto un ¨¦xito.
Dif¨ªcil preverlo hace apenas un siglo, mientras la Primera Guerra Mundial excavaba trincheras sangrientas en la zona. Y a¨²n menos cuando, en septiembre de 1919, en un castillo franc¨¦s, un pu?ado de l¨ªderes redibuj¨® Europa y decidi¨® que eso era la paz; para decenas de miles de austriacos, signific¨® que su casa y su vida pasaban a estar en territorio italiano. Al enemigo, de golpe, hab¨ªa que llamarle vecino. De ah¨ª que las heridas se recrudecieran con la Segunda Guerra Mundial, y todav¨ªa hoy no se hayan cicatrizado del todo. M¨¢s del 60% de los habitantes siente que pertenece al grupo ling¨¹¨ªstico alem¨¢n. Y se considera ¡°del Tirol del Sur¡±, frente a la identidad ¡°italiana¡± que predomina entre los que hablan este idioma como primera lengua, seg¨²n un bar¨®metro oficial de 2014.
De vez en cuando, la tensi¨®n vuelve a eructar en la superficie. Por ejemplo, cuando Austria plante¨® conceder el doble pasaporte a los germanos del Alto Adigio e Italia lo rechaz¨® indignada. O cuando un peri¨®dico regional en alem¨¢n omiti¨® adrede la nacionalidad del celebrado esquiador local Dominik Paris, prefiriendo identificarlo solo por su lugar de nacimiento. La llegada de nuevos extranjeros, adem¨¢s, est¨¢ remezclando las cartas. ¡°Hoy la mayor¨ªa de los habitantes son paquistan¨ªes¡±, cuenta en el libro una veterana vecina del pueblo de Brennero.
La renta media, la segunda m¨¢s alta de Italia en datos del Ministerio de Econom¨ªa y Finanzas, ejerce de pegamento entre tantos conflictos. Aunque, seg¨²n los autores de La falla, la tirita m¨¢s resistente se resume en otra palabra. ¡°Han peleado como los que m¨¢s, en cada pueblecito hay un museo de la guerra con cascos, botas, cartas de despedida¡ Y ese trauma tan profundo confluye en el pragmatismo. Algo as¨ª como ¡®Lo mejor ser¨¢ coger la pasta, las subvenciones y ponerse a trabajar. Y a disfrutarlo¡¯. En el fondo, es una conclusi¨®n a la que se ha llegado tambi¨¦n en el Pa¨ªs Vasco¡±, tercia Spottorno.
De fisuras ambos saben: La falla no es la primera que estudian. En La grieta, editado por Astiberri en 2016, fot¨®grafo y redactor recorr¨ªan los l¨ªmites geogr¨¢ficos de Europa en busca de respuestas a su crisis de identidad. Aquel viaje fascin¨® a Hans-Joachim G?gl, director art¨ªstico de un programa de iniciativas culturales en Innsbruck (Austria), que les plante¨® un trabajo parecido en el Tirol, y en formato de exposici¨®n. Abril y Spottorno aceptaron, con ciertas condiciones, pero luego decidieron que su investigaci¨®n saltara tambi¨¦n a las p¨¢ginas. ¡°Hay muchos casos de fronteras mal encajadas en Europa: Catalu?a, el Pa¨ªs Vasco, Trieste, Alsacia¡ Fuimos con la idea de descubrir qu¨¦ pod¨ªamos aprender de esta gente. Tambi¨¦n me sorprendi¨® lo profunda que es la falla. Nadie quiere mencionar los problemas, pero basta hablar media hora con cualquiera y salen solos¡±, agrega Spottorno.
Para contarlo, tambi¨¦n se colocaron en una encrucijada. Su libro recuerda un c¨®mic, porque las fotos y los textos est¨¢n maquetados como vi?etas; evoca un ensayo, por las reflexiones sobre la convivencia entre seres humanos; y parece un reportaje, cuando entrevista a los lugare?os y cuenta sus experiencias. Quiz¨¢s, simplemente, La falla no pertenece a ning¨²n g¨¦nero. O a uno suyo propio. ¡°Siendo eminentemente period¨ªstico, est¨¢ m¨¢s pasado por nuestras tripas. Siempre hemos trabajado con noticias, con cosas que pasan. Aqu¨ª, en cambio, hab¨ªa que ir a buscarlas¡±, plantea Abril. As¨ª, se cruzaron con momias y fil¨®sofos, con turistas chinos y trabajadores rumanos, con ni?os y ancianos. Y con una met¨¢fora colosal de la regi¨®n entera. Italia y Austria trabajan desde hace a?os en un t¨²nel ferrovial que las comunique por debajo de los Alpes. Tiene, c¨®mo no, nombre distinto en los dos idiomas. Y, por m¨¢s que sea un proyecto com¨²n, cada pa¨ªs est¨¢ excavando por su lado. La idea es que se encuentren. Con precisi¨®n milim¨¦trica. Justo en la frontera.
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