El funeral de Pau Riba fue una fiesta
La vida del m¨²sico y cantante fue celebrada por sus allegados en una despedida con forma de sonrisa
¡°Recuerdo que ¨ªbamos con ¨¦l al cine, a Badalona. Una cola enorme. ?l, rodeado por tres de sus hijos, llegaba a primera fila, le ped¨ªa a quien all¨ª estaba que le aguantase al cuarto que llevaba en brazos, y ped¨ªa cinco entradas. Siempre tuvo mucho morro¡±. Mientras la asistencia o¨ªa esta an¨¦cdota, unas criaturas correteaban por el pasillo central de la sala del tanatorio, haciendo retumbar su peque?ez sobre las losetas del suelo. Jugaban. Las autoridades, Pere Aragon¨¦s, Ada Colau y Jaume Collboni, diluidos entre la multitud, se empeque?ec¨ªan con sensatez, quiz¨¢s recordando que a ¨¦l no le gustaba la auctoritas. Fuera, el cielo era la ¨²nica nota gris en una ma?ana coloreada por el feliz recuerdo. Recuerdos como el del cine de Badalona, contado entre sonrisas por ?ngel, uno de los cinco hijos del protagonista. ¡°Para haber tenido cinco hijos de cuatro mujeres no ha salido mal la cosa¡±, remataba entre salvas de carcajadas. S¨ª, era un funeral, en el tanatorio de Sant Gervasi de Barcelona. El ¨²nico funeral posible para Pau Riba.
Antes de comenzar la celebraci¨®n de una vida, que no su despedida, decenas de m¨²sicos, vestidos con un genuino desali?o propio de Pau, charlaban bajo un tenue sirimiri. M¨¢s tarde iniciar¨ªan la fiesta entrando por la parte de atr¨¢s de la sala cantando sin respeto alguno por la afinaci¨®n, como tocaba en un caso as¨ª, D¡¯uns temps, d¡¯uns botons. Pero antes, en esos corrillos que se forman en los funerales, nadie parec¨ªa triste, nadie hablaba de muerte ni soltaba esas verdades de Perogrullo que se nos ocurren ante nuestra fragilidad. Sisa le puso palabras a la situaci¨®n ¡°yo he sufrido muchos estos meses, ahora hay que celebrar la vida¡±, dijo enfundado en un vistoso jersey color calabaza. Amigos, m¨²sicos, familia y conocidos recordaban risue?os a Pau, saltando por encima del dolor de su desaparici¨®n, que fue tambi¨¦n la merecida: m¨²sicos j¨®venes le cantaron en su casa hasta que se apag¨® cuando la ma?ana del pasado domingo despuntaba. La mejor muerte para un m¨²sico: ser cantado por otros mucho m¨¢s j¨®venes que ¨¦l. Y as¨ª se celebr¨® su vida, con una especie de concierto lleno de m¨²sica, humor, recuerdos y alguna irrefrenable lagrimita que no justific¨® la amenaza de Stan Laurel cuando dijo: ¡°si alguno de vosotros llora en mi funeral, no volver¨¦ a hablaros nunca m¨¢s¡±.
Y all¨ª estaba vigil¨¢ndolo todo Pau, en un ata¨²d de madera clara, apenas trabajada, en las ant¨ªpodas de esos ata¨²des de color circunspecto que siempre se vinculan a la severidad de la muerte. Encima estaba su guitarra, algunas flores y los confetis que se arrojaron entre v¨ªtores y m¨¢s risas luego de que la comitiva de m¨²sicos diese por iniciada la celebraci¨®n en medio de las palmas que desacompasadamente los acompa?aban. Fue una fiesta. Hermanos, sus cinco hijos y dos de sus sobrinos lo recordaron entre sonrisas que mostraban un caudal de cari?o oce¨¢nico. M¨¢s tarde Sisa, a capella, cant¨® con intenci¨®n El set¨¨ cel mientras los pies descalzos de algunos presentes segu¨ªan un ritmo imaginario.
Lo evocaron tambi¨¦n Oriol Tramvia y Enric Casasses, que hizo suya una letra de Pau (Per qu¨¨ fer res) ¡°hi ha coses que, quan passen, passen tant si ens agrada com si no, simplement passen¡± (hay cosas que, cuando pasan, pasan tanto como si nos gusta como si no, simplemente pasan). Y, c¨®mo no, hubo un recuerdo a Memi March, su mujer, que no asisti¨® a la fiesta, probablemente demolida. Fue un detalle recordar a la compa?era, la que viaj¨® estos ¨²ltimos meses en ese coche conducido por Pau, un coche en el que lo ¨²nico que funcionaba era el acelerador que ¨¦l segu¨ªa apretando con sus cada vez m¨¢s menguadas fuerzas. Justicia po¨¦tica, un 8 de marzo cupo recordar que dada la inveterada man¨ªa de los hombres de morirse antes que ellas, son entonces las mujeres sus mudas cuidadoras.
Embocando el final de aquella exaltaci¨®n, ?ngel y Ca?m cantaron Noia de porcelana con la guitarra de Pau, y La Orquesta Fireluche, Los Mortimer y quien quiso sumarse despidieron el ata¨²d con m¨¢s m¨²sica, con una de las canciones que Pau estaba grabando con la Fireluche. Al salir, un empleado de la funeraria dec¨ªa que solo hab¨ªa vivido algo as¨ª en el funeral de Peret, y que ojal¨¢ todas las despedidas tuviesen esa vitalidad y car¨¢cter. Minutos despu¨¦s, bajo el sirimiri, los m¨²sicos segu¨ªan cantando en el patio del recinto, con Barcelona a sus pies. Pau hubiese estado all¨ª m¨¢s feliz que una criatura el 6 de enero. Las consecuencias de su vida viven.
Babelia
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