Alejandro Sanz recupera en la madurez su condici¨®n de baladista seductor
El cantautor madrile?o se gusta ante un estadio Wanda repleto de gui?os a su vertiente m¨¢s intimista, aflamencada y sincera
No es lo mismo Mick Jagger que Alejandro Sanz, por m¨¢s que el mayor icono del rock y el ¨ªdolo madrile?o de sangre andaluza compartan oficio. Pero desde anoche los dos pueden presumir de un llenazo, o casi, en el Wanda Metropolitano de Madrid, lo que equivale a unas buenas 45.000 almas entregadas a sus pies. Y, por lo que respecta al autor de Coraz¨®n part¨ªo, con un porcentaje significativo de asistentes suspirando a¨²n por sus huesitos, lo que no carece de m¨¦rito en un hombre que dej¨® hace mucho de ser pipiolo o reci¨¦n llegado.
Se hizo de rogar Alejandro S¨¢nchez Pizarro hasta las 22.48, con la noche ya cerrada y de relente, y quiso que las pantallas gigantes se estrenaran con unas im¨¢genes suyas de mozalbete seductor, descamisado y de eterna sonrisa de ni?o travieso, por mucho que el tozudo DNI delate los 53 a?os transcurridos desde que se incorpor¨® al vecindario del barrio de Moratalaz. A Sanz le gusta sentirse a¨²n cualificado para la seducci¨®n, y hace bien en reivindicarse como ese cantautor mel¨®dico y conquistador que propiciaba v¨¦rtigos y estragos en los a?os noventa y hoy conserva un predicamento muy superior al que est¨¢n dispuestos a reconocerle sus detractores. Aunque haya orillado un tanto su alma de baladista italianizante y ahora prevalezcan los perfiles latinos y flamenquitos, y hasta ese deje algo canalla que le imprim¨ªa al entonar frases tot¨¦micas como ¡°Vivir es lo m¨¢s peligroso que tiene la vida¡±.
Hab¨ªa en el repertorio de anoche algo de reconocimiento t¨¢cito a que Alejandro ha conocido tiempos mejores, circunstancia hasta cierto punto l¨®gica en un artista con 31 a?os y una docena de ¨¢lbumes de estudio en el curr¨ªculo (tranquilos, para el recuento hemos prescindido del periodo como Alejandro Magno). Ni rastro durante toda la noche de El tren de los momentos (2006) ni de aquel disparate desdichado que fue Sirope (2015), paradigma de esos momentos en que los emperadores no conservan en su s¨¦quito a un solo lacayo con arrestos para decirle que se han puesto a desfilar en pelota picada. Tambi¨¦n fue raqu¨ªtica la representaci¨®n de ¡®#ELDISCO¡¯ (2019), apenas esa Mi persona favorita, que se caracteriza ¡ªy que viva la poes¨ªa de altos vuelos¡ª porque ¡°tiene la cara bonita¡±. En cambio, No es lo mismo se reivindic¨®, con hasta cinco t¨ªtulos, como su ¨²ltimo disco con todas las letras. Y de ¨¦l ya han transcurrido (cr¨¦anselo, aunque les cueste) 19 primaveras.
Parte de ese aliento c¨®mplice que a¨²n se percibe entre el escenario y la hinchada proviene, precisamente, de que nos encontremos ante una relaci¨®n de naturaleza longeva. La gente se ha enamorado y desenga?ado con canciones de Sanz como banda sonora; lo ha escogido para poner voz a suspiros y anhelos, para sentirse interpelada y comprendida en momentos de naufragio. Para persuadirse de que no estamos solos incluso cuando la vida se pone ingrata y ense?a los colmillos. Puede que haya algo de reencuentro con ese Alejandro Sanz m¨¢s confesional (y a pecho descubierto, como en las im¨¢genes) en Sanz, ese reciente duod¨¦cimo ¨¢lbum que no incluye ning¨²n terremoto para las listas de ¨¦xitos, pero s¨ª una interpelaci¨®n a la faceta m¨¢s org¨¢nica y aflamencada del artista. Seguramente tambi¨¦n la m¨¢s sincera y genuina. O, como m¨ªnimo, favorecedora.
Evidentemente, no es f¨¢cil enarbolar un discurso de intimismo y resiliencia c¨®mplice en la inmensidad de un estadio y con ese sonido embarullado y reverberante de las citas multitudinarias. A Sanz le respalda una banda s¨®lida y f¨¦rrea, tan v¨¢lida para el pulso firme como para el matiz sedoso, y ¨¦l aprovecha para gustarse con interpretaciones desgarradas, sentidas y tan emocionantes como la de Cuando nadie me ve. Pero los campos de f¨²tbol son templos m¨¢s apropiados para comuniones y hermandades con el pr¨®jimo que para prolongados ¨¦xtasis musicales. Y tampoco ayuda que Sanz recurra m¨¢s de lo debido al truco de acortar las canciones y entrelazarlas. As¨ª le entran m¨¢s t¨ªtulos en el repertorio, claro, pero se difumina el disfrute.
Elegant¨®n con su traje blanco, feliz de rasguear la guitarra con cierta frecuencia, Alejandro supo alternar baladones ineludibles con p¨¢ginas recientes que aspiran a la condici¨®n de cl¨¢sicos (Deja que te bese, Looking for paradise) y hasta peque?as sorpresas como Labana, que le viene bien para entroncar con La rosa, esa canci¨®n que ha rematado a partir de un esbozo in¨¦dito de su amigo Paco de Luc¨ªa. Aunque su lectura tambi¨¦n fuera, vaya por Dios, en modo decapitado.
Reci¨¦n doblegada la medianoche, Coraz¨®n part¨ªo marc¨® el comienzo del arre¨®n final de la velada, con profusa presencia de las canciones de aquel M¨¢s irrefutable, disco espa?ol con pase VIP para la posteridad como el m¨¢s vendido de la historia, que justo ahora cumple un cuarto de siglo. Disfrutamos mucho de un Sanz ¨ªntimo y al piano con Y ya te quer¨ªa, regalo del ilustr¨ªsimo Manuel Alejandro, que enlaz¨® con una lectura tambi¨¦n muy emotiva de ?Lo ves?. Pero a¨²n mejor en ese ¨²ltimo tramo fue la versi¨®n ac¨²stica, ralentizada y casi desnuda de Viviendo deprisa, la demostraci¨®n fehaciente de que aquel chaval¨ªn guapito de 1991 iba a ser mucho m¨¢s que un fugaz ¨ªdolo de adolescentes.
No podemos estar de acuerdo en todo con Alejandro Sanz, que en el Wanda lleg¨® a decir: ¡°Ma?ana, si se acaba el mundo, no importa porque hoy estuvimos aqu¨ª¡±. No, hombre; tampoco es eso. Al eterno seductor a veces se le sube en exceso la autoestima y, subsidiariamente, los tics grandilocuentes y autoritarios. Pero los 115 minutos del concierto de anoche refrendan que sigue teniendo muchos motivos para sentirse orgulloso de s¨ª mismo.
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