La mirada del mundo
La escritora chilena Nona Fern¨¢ndez inicia con una cr¨®nica sobre el mercado La Terminal una serie de reportajes sobre Ciudad de Guatemala para el proyecto Cuenta Centroam¨¦rica
Son las cinco de la ma?ana y amanece en el mercado La Terminal.
Desde la madrugada miles de hombres y mujeres han llegado a instalarse con sus mercader¨ªas para comenzar con el rito diario de la compra y la venta.
El coraz¨®n del intercambio que define el comercio completo de Ciudad de Guatemala ocurre aqu¨ª. La transacci¨®n tiene lugar en esta ciudadela de pasillos h¨²medos donde todos cumplen un rol, donde cada quien es la pieza de un antiguo y ca¨®tico juego.
Mi lugar aqu¨ª no es claro.
Soy una extranjera. No conozco los c¨®digos, no s¨¦ leer el subtexto.
Llevo apenas un par de d¨ªas ac¨¢. Entiendo poco de este territorio en el que estoy y en este paseo matutino busco algo, no s¨¦ bien qu¨¦, probablemente una pista que me ayude a comprender mejor este pa¨ªs.
Imagino que esa pista no se vende como el resto de las cosas que aqu¨ª circulan. Imagino que no podr¨¦ regatear si llego a encontrarla y esa condici¨®n me deja fuera del tablero de este juego. Pero estoy dispuesta a hacer el intento de encajar y as¨ª entro al mercado y comienzo mi cacer¨ªa en este estallido de colores, aromas, texturas, brillos, sonidos, temperaturas, m¨²sicas, gritos y silbidos que se enredan modulando una experiencia sensorial de alta complejidad.
Quiz¨¢ Guatemala sea eso, una experiencia sensorial de alta complejidad. Y quiz¨¢ mi estrategia de b¨²squeda deba ser la sorpresa, el asombro, el corto circuito de los sentidos frente a todo lo que aparece por delante.
Galpones de color blanco, llenos de brillantes cebollas. Galpones de color rojo, con tomates encajonados y comerciantes risue?os. Galpones de color verde, atiborrados de limones. Galpones de color amarillo, repletos de ma¨ªz. Galpones negros, con negros vendedores, de cara y ropa tiznada por la venta y la carga del carb¨®n. Pasillos con frutas desconocidas, verduras que nunca imagin¨¦. Venta de pescados de todos los tama?os. Veo cabezas de tibur¨®n, antenas de cangrejo, mariscos. En otro sector aparecen las carnes, los embutidos. Y en otro, las legumbres. Veo gallinas amarradas y encerradas en canastos cubiertos por mallas, veo cabras pase¨¢ndose con sus due?os, que las orde?an ofreciendo leche. Un tipo ofrece figuras de santos, de v¨ªrgenes, de ¨¢ngeles. Hay locales con venta de ropa, zapatos, calcetines, buzos, calzones. Veo la oferta de juguetes pl¨¢sticos, de mascarillas, de art¨ªculos de aseo, de t¨®nicos para el pelo, para las arrugas, para el mejor sexo. Una se?o camina vendiendo remedios. A cinco la dolo. A cinco la dolo. A cinco la dolo y el neurobi¨®n.
Supongo que la pista que busco para comprender Guatemala est¨¢ escondida bajo el movimiento desordenado de toda esta gente. Seguro se aloja en sus cuerpos, en la suma de todos sus cuerpos. En una esquina la voz de un hombre alaba a dios con un micr¨®fono en la mano. Mientras en otra esquina la voz de otro hombre alaba al mismo dios con otro micr¨®fono en la mano. Mientras en otra esquina ocurre lo mismo. Y en otra. Y en otra. Y en otra. Gloria a dios, gloria al pulento. Gloria a dios, gloria al pulento. La mayor¨ªa de los locales tienen nombres de santos o v¨ªrgenes. Dep¨®sito La Bendici¨®n, El Divino Ni?o, Tomatera de San Miguel, venta de fruta La Auxiliadora. En las paredes hay afiches anunciando vigilias y grafitis con frases que protegen al mercado. A Dios sea la gloria, leo en el frontis de una casa. Gloria a dios, gloria al pulento. Gloria a dios, gloria al pulento.
Un grupo de hombres cargan torres de pl¨¢tano sobre sus cabezas. Luego corren a lanzarlas al galp¨®n platanero. Setenta y cinco kilos de pl¨¢tano sobre sus cabezas, as¨ª dicen. Setenta y cinco kilos de pl¨¢tano por los que recibir¨¢n un pago que luego invierten en una m¨¢quina electr¨®nica. Es una m¨¢quina colorinche que propone un juego de azar. Una moneda en la ranura, un bot¨®n apretado y la suerte ya est¨¢ echada. Puede venir un gran premio y doblar la cantidad de monedas lanzadas a la m¨¢quina. O se puede perder todo. Los setenta y cinco kilos de pl¨¢tano, cargados sobre la cabeza, por nada. Veo el ejercicio una y otra vez. A veces ganan. A veces pierden y vuelven a cargar su cabeza de pl¨¢tano para apostarle a la suerte. De setenta y cinco kilos de pl¨¢tano.
Le lleva el pega mosca, le lleva el pega rata. Hay que echarle pega mosca, hay que echarle pega rata. Dif¨ªcil organizar tanto est¨ªmulo. Todo es un gran caos aqu¨ª dentro, un desorden completo. Y en esa l¨®gica explosiva, fuera de toda l¨®gica, me comienzo a marear. Ya no s¨¦ bien hacia d¨®nde voy. A ratos creo que hay puestos que ya he visitado, pero no estoy segura. A ratos creo que hay caras, voces, sonrisas, coronas dentales que ya vi, pero tampoco lo podr¨ªa afirmar. Las calles no tienen nombre, no hay br¨²jula ni punto alguno de orientaci¨®n. S¨®lo una energ¨ªa innombrable que me empuja y me hace avanzar entre vendedores y compradoras, entre carros y canastos, entre carnitas y tortillas y horchatas.
Qu¨¦ va a llevar, qu¨¦ busca, qu¨¦ le damos.
Hay pl¨¢sticos, hay alcanc¨ªas.
La pi?a hawaiana, la pi?a hawaiana.
Le lleva el pega mosca, le lleva el pega rata.
Las voces retumban en estos pasillos h¨²medos de construcciones a medio terminar, encumbradas hacia el cielo. Si levanto la vista puedo ver ropa tendida, la cara de alg¨²n ni?o o la silueta de un gato asom¨¢ndose por las peque?as ventanas. Familias que han hecho de esas pajareras sus casas, haciendo equilibrio para no caer. Como una torre de setenta y cinco kilos de pl¨¢tano sobre la cabeza de un hombre. Me pregunto si estas construcciones, lo mismo que la cabeza de un hombre, pueden resistir el peso sin desmoronarse. Sin caer.
Arrepi¨¦ntete de tus pecados. Gloria a dios, gloria al pulento.
Un tufo ¨¢cido, mezcla de basura y mierda sale del sector del vertedero. Los desperdicios del mercado completo vienen a dar aqu¨ª. En este ¨²ltimo enclave de la cadena de transacci¨®n, un grupo de mujeres mastica la hediondez para recoger pl¨¢sticos bajo la lluvia que comienza a caer. Ac¨¢ ya no hay colores. Ac¨¢ la fetidez lo consume todo. Diez quetzales por una bolsa llena de pl¨¢stico es lo que les dan a cambio, me dicen. Diez quetzales por un d¨ªa entero de trabajo porque nunca logran recoger m¨¢s que una bolsa. Se quejan de hambre. Se quejan de sed. Quieren caf¨¦, quieren un refresco, quieren tortillas. Y mientras se quejan siguen recogiendo basura como quien recolecta ma¨ªz o fresas en el campo. Lo hacen al ritmo de los machetes. Decenas de machetes golpeando cortezas de coco. Los hombres, ah¨ª enfrente, van pelando el fruto para venderlo y la percusi¨®n de sus filos es la m¨²sica de fondo en esta ¨²ltima estaci¨®n del juego.
Hay algo ancestral en este delirio. Mientras camino intentando encontrar la pista que me har¨¢ comprender Guatemala, veo a los cargadores llevando todo tipo de mercanc¨ªas sobre sus espaldas. No hablo s¨®lo de los plataneros, hablo de otros muchos que siempre estuvieron aqu¨ª, traslad¨¢ndose de un lado a otro. Reci¨¦n ahora tomo conciencia de ellos. Hombres menudos con pesos tremendos sobre sus cuerpos. Van con la vista baja, mirando ¨²nicamente el camino que deben recorrer para llegar r¨¢pido al lugar de la descarga. Me han acompa?ado durante todo este trayecto, se han cruzado en mi ruta, he tenido que hacerme a un lado una y otra vez para dejarles pasar con su carga urgente.
Uno de ellos me muestra el instrumento que ocupa para hacerlo. Es un mecapal, me dice. Una faja ancha que va sujeta por sus extremos a dos cuerdas con las que sostiene la carga. La faja se la colocan en la frente para proteger la cabeza y el cuello, que tienen la doble funci¨®n de equilibrar el bulto a partir de la frente y la de distribuir el peso por todo el cuerpo, de manera que no haya un s¨®lo m¨²sculo que no se someta a la carga. Cuando me lo explica comprendo por qu¨¦ caminan sin levantar la vista. La faja del mecapal en la frente y el peso que cargan no se los permite. El trabajo de estos hombres es transportar la carga, llevar el peso sobre sus espaldas, no mirar m¨¢s all¨¢, no levantar la cabeza.
Busco en mi celular informaci¨®n sobre el mecapal y Wikiguate me cuenta que es un artefacto que comenz¨® a usarse en Mesoam¨¦rica. Leo que sobrevive del r¨¦gimen esclavista, en el que los ind¨ªgenas estaban obligados a transportar cargas pesadas sobre la espalda, sostenidas por la faja desde sus frentes. El uso del mecapal requiere que el cuerpo se incline hacia adelante, como si se estuviera haciendo una reverencia, limitando la visi¨®n. Todo este sistema de intercambio que ocurre aqu¨ª diariamente, todo este juego de transacci¨®n del que depende la ciudad completa, no funciona ni habr¨ªa funcionado nunca, desde Mesoam¨¦rica en adelante, sin estos hombres dispuestos a llevar la carga. Desde hace siglos han estado en eso, mirando el suelo y avanzando sin levantar la cabeza.
Simone, el hombre de las im¨¢genes que acompa?an esta cr¨®nica, personaje protag¨®nico en mi recorrido (a quien menciono ¨²nicamente ahora, hacia el fin de la escritura) al ver mi inter¨¦s por el mecapal me lanza una frase que no s¨¦ bien de d¨®nde proviene. Quiz¨¢ sea de ¨¦l. Quiz¨¢ la ley¨® o la escuch¨®. Quiz¨¢ alguien se la dijo y ahora simplemente la trasmite, como un mensaje antiguo que llega a m¨ª de la misma forma que llegan las revelaciones o las pistas claves para comprender Guatemala.
¡°La mirada del mundo termina con la faja del mecapal¡±, as¨ª me dice.
El recorrido por el mercado llega a su fin. Hemos estado cuatro horas enredadas en este laberinto. Mi lugar ac¨¢ a¨²n no es claro. Sigo siendo una extranjera que no conoce los c¨®digos, que no sabe leer el subtexto, y es probable que despu¨¦s de todo este viaje no haya comprendido absolutamente nada de Guatemala.
Me voy con la vista baja, mirando el suelo, con la sensaci¨®n de haber llevado siempre una carga tan pesada sobre mi espalda, como una torre de setenta y cinco kilos de pl¨¢tano.
Quiz¨¢ todo, Chile, Guatemala, Am¨¦rica Latina entera, se resuma a eso, a la faja del mecapal bloqueando nuestra posibilidad de levantar la cabeza.
La mirada del mundo termina con la faja del mecapal.
Autora: Nona Fern¨¢ndez Silanes
Fotograf¨ªa: Simone Dalmasso
Curadur¨ªa y edici¨®n: Emiliano Monge
Centroam¨¦rica Cuenta
Ciudad de Guatemala, mayo 2022
Esta cr¨®nica forma parte del proyecto Cuenta Centroam¨¦rica, en el cual tres escritores y escritoras de Iberoam¨¦rica, participantes en el Festival Centroam¨¦rica Cuenta 2022, escribieron sobre sitios y personajes emblem¨¢ticos de Ciudad de Guatemala.