El gran chiste
La intensidad de las protestas en Chile fue subiendo y sin que nadie lo organizara, sin petitorios, l¨ªderes o negociaciones, esto explot¨® en un desmadre callejero
Escribir con la ropa pasada a lacrim¨®gena. Intentar procesar el latido de la calle cuando a¨²n eres parte de ella, cuando los pies siguen ah¨ª, huyendo de los carros lanza agua, avanzando sin certezas, refugi¨¢ndose en el resto, que son otras y otros como nosotros, un grupo de nosotros que marchamos haci¨¦ndole el quite al humo y los carabineros. Es una fiesta, una protesta y un reclamo que se inici¨® con los estudiantes evadiendo el pago del metro luego del alza del pasaje. La intensidad fue subiendo y sin que nadie lo organizara, sin petitorios, l¨ªderes o negociaciones, esto explot¨® en un desmadre callejero. Y hay gritos, y cantos, y cacerolas, y fuego, y golpes. Y frente a La Moneda, cuando salgo del teatro en el que trabajo, un hombre le dice a un carabinero que no comprende por qu¨¦ protege los privilegios que a ¨¦l nunca le corresponder¨¢n. Desclasado, le dice. Y una mujer le grita que nos estamos matando, nos estamos suicidando, por tanta desigualdad.
Camino desde el centro de Santiago hasta mi casa. Horas de caminata. El metro cerrado, las calles tomadas, imposible encontrar locomoci¨®n p¨²blica. Somos miles los que avanzamos. Veo j¨®venes con la cara pintada como el Joker que gritan que esta revuelta es el mejor de los remates para el gran chiste. Pienso a qu¨¦ gran chiste se refieren. ?El alza del pasaje del transporte p¨²blico? ?Las posteriores declaraciones del ministro a prop¨®sito? ?Sus consejos por aprovechar la tarifa baja saliendo a las seis de la ma?ana? ?La pizza que el presidente Pi?era se come en este mismo momento en un restaurante acomodado de la ciudad, ciego al reclamo urbano? ?Las miserables pensiones de nuestros jubilados? ?El estado deprimente de nuestra educaci¨®n p¨²blica? ?De nuestra salud p¨²blica? ?Nuestra agua que no nos pertenece? ?La militarizaci¨®n de Wallmapu, el territorio Mapuche? ?Los evidentes montajes organizados por carabineros para inculpar a mapuches en actos delictuales? ?El trato vergonzoso a nuestros inmigrantes? ?La inutilizaci¨®n de nuestra t¨ªmida ley de aborto en tres causales, gracias a la objeci¨®n de conciencia instaurada por el gobierno para los m¨¦dicos conservadores? ?La rid¨ªcula concentraci¨®n de los privilegios para un grupo minoritario? ?La constante evasi¨®n de impuestos de ese mismo grupo minoritario? ?Los esc¨¢ndalos de corrupci¨®n y desfalco de las Fuerzas Armadas y Carabineros? ?El monopolio informativo de los grandes grupos econ¨®micos due?os de canales de televisi¨®n, diarios y radios? ?La constituci¨®n redactada por la dictadura que nos rige hasta el d¨ªa de hoy? ?Nuestros alcaldes, diputados y senadores que trabajaron para Pinochet? ?Nuestra seudo democracia?
Las posibilidades para definir el chiste son infinitas. Y mientras pienso, veo que se acerca nuevamente un cami¨®n lanza aguas, y mi cuerpo, instintivamente, con una sabidur¨ªa guardada en ¨¦l por a?os, corre, se esconde, se cubre la cara, y logra sortear la situaci¨®n una vez m¨¢s. Igual que ayer. Igual que anteayer.
?Cu¨¢ntos a?os llevo escondi¨¦ndome del agua sucia de esos camiones?
?Cu¨¢ntos seguir¨¦ haci¨¦ndolo?
?Cu¨¢ntos a?os llevo escondi¨¦ndome del agua sucia de esos camiones?
Avanzo entre caceroleos, bocinazos, barricadas. No hay lugar por el que transite, en las tres comunas que he cruzado, donde la fiesta, la protesta y el reclamo no est¨¦n encendidos. Pero s¨¦ lo que pasar¨¢ en unos momentos. Lo adivino porque mi memoria es tozuda y no s¨®lo me salva del agua sucia, tambi¨¦n hace de or¨¢culo en este d¨¦ja v¨´ autoritario en el que circulamos. Nos culpar¨¢n. Nos dir¨¢n otra vez que la responsabilidad es nuestra. Nos tachar¨¢n a todos de delincuentes. Condenar¨¢n la violencia como si no fueran ellos con su brutalidad sistematizada los que la incitan. Y nos castigar¨¢n. Y nos golpear¨¢n en nombre del orden p¨²blico y la paz ciudadana. Y nos disparar¨¢n ma?ana igual que hoy. Igual que ayer. Igual que siempre. Y ser¨¢n incapaces de asumir sus culpas, como han sido incapaces de escuchar las demandas ciudadanas expresadas por a?os y generar las pol¨ªticas p¨²blicas que necesitamos para acabar con tanta, tanta, tanta frustraci¨®n.
Llego a mi casa luego de tres horas y media de caminata. Desde afuera escucho el ruido insistente, estrepitoso y tenaz de las cacerolas aullando. En las noticias veo que el presidente Sebasti¨¢n Pi?era ha decretado Estado de Emergencia Nacional. Habr¨¢ toque de queda y otra vez, como hace a?os, no podremos salir por la noche de nuestras casas. Otra vez los salvoconductos, los helic¨®pteros, los disparos nocturnos, el miedo y, por supuesto, los provocadores militares en la calle. El tiempo no pasa, avanza hacia atr¨¢s, corre al rev¨¦s. Nunca salimos del gran chiste. Esta s¨®lo es una l¨ªnea m¨¢s para su triste argumento. Ojal¨¢ el remate no nos duela tanto.
Nona Fern¨¢ndez Silanes es escritora y guionista.
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