Javier Mar¨ªas o la est¨¦tica de la incertidumbre
El autor casi nunca olvid¨® que la novela era el espacio de la improvisaci¨®n teledirigida, el lugar de la experimentaci¨®n que conduce a veces a contradecirse a uno mismo
Parece que hubiera estado siempre ah¨ª, y es bastante verdad para varias generaciones de lectores de literatura: ya estaba, en realidad, cuando apenas levantaba dos palmos del suelo, pero fisgaba en la biblioteca de un padre pensador, ensayista y articulista durante muchos a?os repudiado por el franquismo. A Juli¨¢n Mar¨ªas nunca le dej¨® nadie ser profesor universitario durante d¨¦cadas, y eso su hijo Javier no lo olvid¨® nunca, y con raz¨®n. Por eso, tantos a?os despu¨¦s, el centro de su mejor y m¨¢s inquietante novela iba a ser la delaci¨®n durante la guerra de su padre por parte de un compa?ero de estudios y amigo. Ah¨ª arrancaba el n¨²cleo duro de Tu rostro ma?ana, cuando Mar¨ªas, fallecido este domingo a los 70 a?os, era ya un novelista consagrado nacional e internacionalmente. Recuerdo a Javier Pradera, con las gafas colgadas de la punta de la nariz, poniendo los ojos en blanco como expresi¨®n muda de impresi¨®n ante aquella primera entrega de una extensa novela: el salto era definitivo, y a m¨ª tambi¨¦n me lo pareci¨®.
Pero eso suced¨ªa ya muy tarde, en el siglo XXI, y cuando Mar¨ªas era uno m¨¢s de la familia para la multitud de lectores de la novela que hab¨ªa empezado a salir tras la muerte de Franco, y a veces incluso antes de su muerte definitiva (porque figuradamente estuvo muerto mucho antes de 1975): esos muchachos al¨¦rgicos a la tradici¨®n espa?ola, en el fondo hispanof¨®bicos, como el propio Mar¨ªas, y que exhib¨ªan sin miedo sus lecturas anglosajonas, su petulancia elitista, su poder de escritura y su rechazo a un mundo siniestro y l¨®brego, que era aquel en el que hab¨ªan nacido. De hecho, por inventar, Mar¨ªas hasta invent¨® una primera novela ambientada en unos Estados Unidos que fabulaba sin tasa y sin rebozo a los 20 a?os.
Lo que sali¨® fue Los dominios del lobo, sin apenas resonancia, como es l¨®gico, pero s¨ª la suficiente como para que el azar de las amistades lo vinculase a un hombre capital en su biograf¨ªa y en la de un pu?ado de chavales adictos a la literatura como aventura militar y experimento vital: Juan Benet. Lo ha dicho Mar¨ªas tantas veces que parece mezquino ahora repetirlo, pero sin Benet, incluso sin un Benet recreado como personaje de ficci¨®n, como hizo en As¨ª empieza lo malo, Mar¨ªas no habr¨ªa encarrilado su prosa de novelista hacia una mezcla sinuosa y voluble de especulaci¨®n reflexiva, narraci¨®n sostenida, humor p¨¢lido y subterr¨¢neo y convicci¨®n sobre los poderes de la ficci¨®n como conocimiento.
Nunca olvid¨® a su padre, nunca olvid¨® a Benet, y casi nunca olvid¨® tampoco que la novela era el espacio de la improvisaci¨®n teledirigida, el lugar de la experimentaci¨®n que conduce a veces a contradecirse a uno mismo, a explorar sin saber demasiado el destino final de un territorio desconocido: el del propio saber. Por eso un cl¨¢sico de la novela contempor¨¢nea espa?ola empieza con una frase inolvidable: ¡°No he querido saber, pero he sabido¡±. El resto est¨¢ en una de las grandes obras, Coraz¨®n tan blanco, de un autor que conquist¨® con la novela a un p¨²blico leal y casi siempre desconcertado ante la siguiente espiral de uno de sus temas mayores: la est¨¦tica de la incertidumbre.
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