Las nuevas ciudades
En este segundo cap¨ªtulo de ¡®El mundo entonces¡¯, un manual de historia sobre la sociedad actual escrito en 2120, se cuenta c¨®mo eran las ciudades y las casas en 2022
El gran cambio fue la urbanizaci¨®n: que m¨¢s gente viviera en ciudades que en campos por primera vez en la historia de la humanidad. Y la ciudad era un modelo en mutaci¨®n constante: sus formas, sus funciones cambiaban sin cesar. A lo largo del siglo XX se hab¨ªan sucedido la aparici¨®n de los ¡°rascacielos¡± corporativos, la proliferaci¨®n de edificios de ¡ªpocos¡ª pisos para las nuevas clases medias, la construcci¨®n o restauraci¨®n de centros urbanos pretenciosos, el desplazamiento de las ¡°buenas familias¡± hacia los suburbios, el abandono de los centros a poblaciones marginales, su recuperaci¨®n por los j¨®venes burgueses de finales del siglo. A principios del XXI, en los pa¨ªses ricos, los centros de las ciudades hab¨ªan vuelto a ser espacios caros donde viv¨ªa una mayor¨ªa de profesionales bien pagados que prefer¨ªan estar cerca de sus empleos y disfrutar de las alternativas de consumo y ocio que esos enclaves ofrec¨ªan. En cada una de esas ¡°manzanas¡± urbanas ¡ªcuadrados de unos cien metros de lado y una media de 40 edificios¡ª pod¨ªan vivir entre tres y diez mil personas: la poblaci¨®n de un pueblo grande o una ciudad peque?a. Nunca tanta gente hab¨ªa vivido tan junta. Ese amontonamiento debi¨® crear interacciones de las que no sabemos nada particular, porque los documentos de la ¨¦poca lo comentan poco. Es algo que les pasa mucho: no comentan lo que no saben considerar extra-ordinario.
En esos primeros a?os del siglo, de todas formas, los centros urbanos estaban en una fase de despoblamiento. El ciclo cl¨¢sico de los pa¨ªses ricos consist¨ªa en que los j¨®venes ¡°exitosos¡± ¡ªbien integrados¡ª se instalaban en esos centros cuando entraban en el mercado laboral y all¨ª se manten¨ªan tras su matrimonio pero, a menudo, se mudaban m¨¢s lejos cuando la llegada de los hijos los llevaba a buscar m¨¢s espacio ¡ªque, all¨ª, era escaso y demasiado caro. Muchos, entonces, migraban a barrios suburbanos donde podr¨ªan tener m¨¢s lugar y, con suerte, sus plantas y sus aguas, pero deb¨ªan soportar largos viajes cotidianos para llegar a sus obligaciones.
En aquellos d¨ªas tambi¨¦n eso cambiaba: la mejora de las comunicaciones favoreci¨® el teletrabajo (ver cap.15) y disminuy¨® la necesidad de vivir cerca de oficinas que, gracias a ¨¦l, empezaban a volverse in¨²tiles. Todo lo cual fue bruscamente acelerado en 2020 por aquella irrupci¨®n llamada ¡°lapandemia¡± (ver cap.7). Por su causa, cantidad de personas acomodadas volvieron a dejar el centro y se lanzaron hacia los suburbios e, incluso, pueblos m¨¢s alejados. Las ciudades se convert¨ªan cada vez m¨¢s en centros administrativos ¡ªya ni siquiera comerciales, porque la gran funci¨®n de mercado se refugiaba en los ¡°shopping malls¡± perif¨¦ricos y, sobre todo, en el comercio virtual. Las ciudades m¨¢s cl¨¢sicas, las m¨¢s ¡°afortunadas¡±, se volvieron tambi¨¦n el producto principal que vend¨ªa aquella forma tan difundida del ocio y el negocio de esos a?os que llamaban ¡°turismo¡±. En ellas, las viviendas se destinaban al alojamiento temporario de los ¡°turistas¡±, los comercios a sus ef¨ªmeros consumos. A mediano plazo esa tendencia fue vaciando esos lugares, despoj¨¢ndolos de su sentido original sin ofrecer ning¨²n reemplazo s¨®lido.
Las ciudades del 2022 estaban rodeadas por dos tipos de suburbios: por un lado, los barrios caros donde viv¨ªan los que pod¨ªan, completados con esos comercios y buena infraestructura privada de salud, educaci¨®n, seguridad, transporte reservada para ellos. Y por otro, a la misma distancia del centro de la ciudad pero en otros cuadrantes, los suburbios desastrados que recib¨ªan y conten¨ªan a los m¨¢s pobres que hab¨ªan migrado desde el interior rural o el exterior necesitado. En muchos pa¨ªses esas aglomeraciones, m¨¢s parecidas a una ciudad antigua que a una aldea campestre, sol¨ªan carecer de hospitales, escuelas, cloacas, calles ¡ªque los estados no siempre prove¨ªan.
La yuxtaposici¨®n de h¨¢bitats tan contrarios provocaba, por supuesto, miedos: los m¨¢s ricos intentaban evitarlos contratando batallones de seguridad privada ¡ªque se hab¨ªa vuelto, en muchos pa¨ªses, una de las industrias m¨¢s rentables.
(Era flagrante: tambi¨¦n las ciudades reproduc¨ªan a su escala la divisi¨®n m¨¢s decisiva de aquel mundo, la dicotom¨ªa entre aquellos cuya posici¨®n con¨®mica les permit¨ªa disfrutar de todas las ventajas y aquellos que no siempre alcanzaban a comer lo que necesitaban. El MundoRico y MundoPobre, por llamarlos con una terminolog¨ªa que entonces termin¨® por imponerse, eran dos realidades perfectamente diferentes ¡ªy, por eso, una de las mayores complicaciones a la hora de establecer los datos y los hechos que intentamos contar.)
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En cualquier caso, 2022 todav¨ªa era una ¨¦poca de enormes concentraciones urbanas. Por supuesto, estas ciudades desmesuradas ¡ª¡°megal¨®polis¡±¡ª no se parec¨ªan a las cl¨¢sicas: con poblaciones de 20 o 30 millones de personas ya no eran lo que anta?o se habr¨ªa llamado una ciudad sino una ¡°conurbaci¨®n¡±, un agregado de espacios urbanos ensamblados sin un centro ¨²nico, colecci¨®n de barrios y m¨¢s barrios amontonados e interrelacionados, comunicados por trenes y autopistas, cuyos habitantes pod¨ªan residir en uno y trabajar en otro a horas de distancia en transportes colectivos siempre deficientes o transportes individuales que, por su proliferaci¨®n, no hac¨ªan sino atascarse en esas carreteras.
Esas ciudades incontinentes concentraban cr¨ªticas y desconfianzas. Reaparec¨ªa cada tanto la sensaci¨®n de que eran espacios hostiles, depositorios de millones que no se conectaban entre s¨ª. Historias lo refrendaban cada tanto: por ejemplo, en aquellos d¨ªas, el relato de la muerte de un fot¨®grafo franc¨¦s de cierta fama, residente en Par¨ªs ¡ªuna ciudad cl¨¢sicamente ¡°civilizada¡±¡ª, que, a sus 84 a?os, se cay¨® en la calle una noche de invierno y all¨ª se qued¨® nueve o diez horas sin que nadie se acercara a ayudarlo. A la ma?ana siguiente, cuando alguien os¨® mirar qu¨¦ le pasaba, ya hab¨ªa muerto. El episodio se cont¨® como otra evidencia de esas vidas en que nadie se preocupaba por el pr¨®jimo, donde cada cual viv¨ªa la suya con desd¨¦n y miedo por los otros: era el tipo de relato que sustentaba la mala fama de esos espacios donde nadie se sent¨ªa contenido.
Los cr¨ªticos de las ciudades, mientras tanto, se manten¨ªan firmes en su defensa de un ¡°pasado mejor¡± inocente, incre¨ªble: algunos se apoyaban en el experimento de un et¨®logo norteamericano, John Calhoun, que hab¨ªa instalado ratas en un espacio cerrado, de alta densidad, semejante a una ciudad. El resultado, dijo, fue que sus roedores se volvieron un desastre: j¨®venes dejaron de cumplir con sus obligaciones, madres abandonaron a sus hijos, mayores sometieron a su poder a otras, sus sexualidades se hicieron complicadas y violentas. Eso, dijo Calhoun, es lo que la ciudad hac¨ªa a las ratas ¡ªy, por ende, a las personas. El argumento, que nos pon¨ªa en una liga poco prestigiosa, fue, curiosamente, muy utilizado.
Pero, a¨²n sin ratas de por medio, era evidente que la forma ciudad estaba en crisis ¡ªy en auge al mismo tiempo. Especialistas anunciaban que por encima de los diez millones de personas todo eran inconvenientes, y cifraban la urbe ideal en menos de un mill¨®n, la cantidad suficiente para mantener todas las relaciones y servicios necesarios sin que el gigantismo dificultara la vida cotidiana. Todo esto, dec¨ªamos, se ver¨ªa modificado por la expansi¨®n del home working ¡ªque influir¨ªa tanto como la tecnificaci¨®n del agro en el redise?o de los equilibrios demogr¨¢ficos. Una de las principales utilidades de la ciudad ¡ªla concentraci¨®n de la mano de obra necesaria en un radio accesible¡ª dejaba de ser precisa si una cantidad importante de trabajadores pod¨ªa prestar sus servicios desde cualquier lugar. O, incluso, si el trabajo dejaba de ser el centro de las vidas (ver cap.15).
(La ciudad siempre hab¨ªa sido considerada como el caldo ideal para el desarrollo de la cultura, del progreso. As¨ª, un mundo mayormente urbano deber¨ªa haber sido un mundo m¨¢s culto y progresivo. Dos cuestiones, al menos, lo impidieron: por un lado esas ciudades desestructuradas no ten¨ªan mucho que ver con las ciudades cl¨¢sicas. Y, por otro, el avance de la vida virtual deslocaliz¨® cada vez m¨¢s a sus practicantes: frente a una pantalla, daba igual estar en una ciudad o en medio del desierto.)
Aquellas ciudades de aluvi¨®n se hab¨ªan formado seg¨²n dos modelos muy distintos: en China, sobre todo, eran el resultado de grandes planes estatales que hab¨ªan previsto sus m¨¢s m¨ªnimos detalles, y las realizaban con el control y el poder del Estado para concentrar en ellas la fuerza de trabajo que sus nuevas industrias requer¨ªan. Eran espacios un poco monstruosos por lo precisos y ordenados: grandes extensiones llenas de edificios semejantes de 15 o 20 pisos, surcadas por calles id¨¦nticas y provistas de los servicios b¨¢sicos necesarios para que sus habitantes pudieran llegar puntuales a sus nuevos empleos, descansar, regenerar su fuerza de trabajo. Shanghai, que aparec¨ªa como el modelo a imitar o detestar, ten¨ªa la mayor cantidad de edificios de m¨¢s de doce pisos del mundo: ya pasaba los 25.000. Se¨²l, la segunda, amenazaba con 17.000. En esas ciudades ¡°shanghaificadas¡± ¡ªas¨ª se dec¨ªa¡ª las personas eran piezas de un engranaje muy bien aceitado y sent¨ªan que hab¨ªan logrado algo, un orden, un progreso, una seguridad que no hab¨ªan conocido nunca antes.
All¨ª viv¨ªan, en general, las nuevas clases medias m¨¢s o menos altas ¡ªcuanto m¨¢s alto mejor. Las nuevas potencias orientales se empe?aron en crear mega ciudades mientras las viejas impotencias europeas prefer¨ªan intentar ciudades chicas, donde nada estuviera a m¨¢s de 20 minutos de viaje ¡ªde ser posible en bicicleta o alguno de esos raros veh¨ªculos de tracci¨®n a sangre que entonces proliferaban.
En ellas ¡ªen sus alrededores¡ª los m¨¢s ricos de los pa¨ªses m¨¢s ricos se hac¨ªan levantar casas perfectamente aisladas que sol¨ªan acumular en alegre desorden arquitecturas anteriores: se hab¨ªa pasado el tiempo en que esos poderosos fomentaban cierta idea de la vanguardia est¨¦tica ¡ªo, al menos, de un estilo de ¨¦poca¡ª y en esos d¨ªas se constru¨ªan falsos castillos que pod¨ªan mezclar un poco de car¨¢cter italiano con franc¨¦s con griego con japon¨¦s con indio con una c¨²pula de mezquita turca. Eran curiosos de ver, seg¨²n las fotos: como si, sabedores de algo, temerosos de algo, hubieran querido conservar la historia de la humanidad en sus moradas. Contra el miedo al futuro, sus casas eran un compendio de todos los pasados.
Pero los edificios m¨¢s notorios no eran viviendas sino oficinas: otro ejemplo de la hegemon¨ªa de las corporaciones. En el a?o 2000 hab¨ªa en el mundo unos 600 ¡°s¨²per rascacielos¡± corporativos; en el 2020 eran m¨¢s de cinco veces m¨¢s: 3.250. Su estilo era consecuencia del nuevo dominio de los materiales: los ingenieros y arquitectos hab¨ªan aprendido a retorcer tanto el acero como el vidrio como el cemento ¨Csu materia b¨¢sica¨C y se aprovechaban. Era muy dif¨ªcil, entonces, ver las l¨ªneas y ¨¢ngulos rectos que hab¨ªan caracterizado a los grandes edificios del siglo XX; todo era curva, capricho, voluta, espiral. Los constructores hab¨ªan pasado de la geometr¨ªa euclidiana a la cinta de Moebius.
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En el resto de eso que algunos todav¨ªa llamaban Tercer Mundo ¡ªel MundoPobre¡ª las megal¨®polis eran lo contrario de cualquier planificaci¨®n: acumulaban, sin ning¨²n programa, capas sucesivas que crec¨ªan al ritmo de las migraciones internas. Los reci¨¦n llegados se instalaban en las periferias, en tierras previamente vac¨ªas ¡ªpantanos, barrancos, basurales¡ª, de dif¨ªcil acceso, sin servicios, que su entusiasmo o su desesperaci¨®n volv¨ªan habitables: que ellos civilizaban, en sentido estricto. As¨ª se armaban barriadas ca¨®ticas, calles de tierra, cloacas escasas, bruta contaminaci¨®n, tremendos basureros, poca presencia del estado bajo ninguna de sus formas ¡ªhospitales, escuelas, polic¨ªa¡ª aunque, a¨²n as¨ª, esa presencia sol¨ªa ser mayor que en el campo. Y aparec¨ªa, muchas veces una paradoja cruel: esas tierras barat¨ªsimas o gratuitas que los migrantes hab¨ªan ocupado se encarec¨ªan gracias a su ocupaci¨®n y sus mejoras y entraban en el mercado inmobiliario; as¨ª llegaba, eventualmente, el momento en que sus ingresos escasos no les permit¨ªan mantenerse en ellas y deb¨ªan abandonarlas ¡ªy salir a buscar nuevas tierras bald¨ªas para repetir el proceso.
La suma de esas barriadas formaba c¨ªrculos que cercaban a la ciudad tradicional: refugio de los m¨¢s pobres, a veces funcionaban como vivero de delincuencia y de insurrecciones. Los habitantes del centro y los suburbios ricos se indignaban y aterraban ¨Cten¨ªan, muchas veces, la impresi¨®n o la certeza de vivir amenazados¨C pero al mismo tiempo aprovechaban la existencia de esas reservas de mano de obra abundante y descalificada para conseguir servicios muy baratos. Mientras tanto, los estados sol¨ªan responder a los reclamos y amenazas con d¨¢divas y subsidios que intentaban mantener la calma ¨Chasta que algo estallaba.
Esas ciudades de aluvi¨®n fueron, probablemente, uno de los fen¨®menos m¨¢s distintivos de esa ¨¦poca: se calculaba, sin gran precisi¨®n, que en 2020 unos 1.300 millones de personas ¡ªuna de cada seis en todo el mundo¡ª viv¨ªan en esos barrios desastrados. En general, los campesinos que iban llegando creaban, adem¨¢s de una capa urbana, una capa social: se volv¨ªan los m¨¢s pobres ¡ªm¨¢s pobres que los m¨¢s pobres¡ª, encerrados en esos enormes guetos que rodeaban a las ciudades cl¨¢sicas. Al principio sol¨ªa suponerse que eran lugares de paso, desde donde sus habitantes conseguir¨ªan ¡°subir¡± a la ciudad; ya en esos d¨ªas los gobiernos y los vecinos sol¨ªan aceptar que no habr¨ªa salida. En esos espacios, levemente mejorados por la intervenci¨®n del estado o las iniciativas comunales, generaciones de ex migrantes se sucedieron las unas a las otras, crearon su propia idiosincracia.
Ese cambio de h¨¢bitat tuvo muchos efectos. Uno fue la ca¨ªda de la natalidad. La urbanizaci¨®n sol¨ªa implicar una disminuci¨®n de la fertilidad: las personas en el campo deb¨ªan pensar que era m¨¢s f¨¢cil alimentar y sostener a muchos hijos ¡ªy, por otro lado, en las ciudades ten¨ªan acceso a m¨¦todos anticonceptivos que antes no manejaban. Y, adem¨¢s, al tener m¨¢s opciones sanitarias y, por lo tanto, reducir la mortalidad de los m¨¢s chicos, par¨ªan menos: en esos a?os termin¨® de quedar claro que no hab¨ªa mejor argumento para disminuir la natalidad que convencer a madres y padres de que sus hijos seguir¨ªan vivos cuando llegaran a la edad adulta.
Las familias se hicieron m¨¢s peque?as y la amenaza habitual de la bomba demogr¨¢fica disminuy¨® por unos a?os. Pero las migraciones y la instalaci¨®n en esos h¨¢bitats confusos acabaron con las relaciones estables, consolidadas, de los vecinos en los pueblos. Tambi¨¦n se diluyeron sus ra¨ªces culturales, producto de siglos de transmisi¨®n de persona a persona: la vida en esas barriadas estableci¨® una pertenencia m¨¢s confusa, m¨¢s permeable a la acci¨®n de los grandes medios y los l¨ªderes pol¨ªticos y religiosos que, con frecuencia, se aprovecharon de este desarraigo. Y, al mismo tiempo, esa masa ensamblada, novedosa, empez¨® a tener una producci¨®n cultural propia que, en muchos casos, se convirti¨® en estandarte de las ciudades o pa¨ªses en cuyo margen viv¨ªan (ver cap.20).
Hubo otras consecuencias, y las iremos viendo. El dato principal sigue siendo que los campos del mundo dejaron de ser el h¨¢bitat principal de los humanos. Se despoblaron y se volvieron un espacio para la producci¨®n ¡ªb¨¢sicamente de alimentos¡ª que requer¨ªa cada vez menos mano de obra. Ya conocemos los efectos de ese cambio.
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Las viviendas siempre fueron un indicador decisivo del estado de una sociedad, que la historia nunca estudi¨® bien. Quiz¨¢ sea una r¨¦mora de la vieja arqueolog¨ªa: las casas del com¨²n ¡ªhechas con materiales fugaces¡ª nunca sobreviv¨ªan y los historiadores se ve¨ªan reducidos a trabajar con los templos y fuertes y palacios que pod¨ªan recuperar. Sobre las casas, habitualmente, sab¨ªan poco: ten¨ªan que imaginarlas. Nosotros, gracias a nuestra cercan¨ªa y al alud de informaci¨®n que pudo conservarse, sabemos c¨®mo eran las viviendas de esa Tercera D¨¦cada del siglo pasado.
De aquellos 8.000 millones, una cuarta parte viv¨ªa amontonada en casas que no merec¨ªan ese nombre: sin los m¨ªnimos servicios necesarios, en condiciones de habitabilidad y mantenimiento tan precarias. Entre los casi 6.000 millones que viv¨ªan en moradas m¨¢s dignas, m¨¢s de la mitad lo hac¨ªa en casas plantadas en el suelo; el resto, en esos dispositivos de habitaci¨®n llamados apartamentos, departamentos, pisos ¡ªque consist¨ªan b¨¢sicamente en superponer un espacio habitable sobre otro y otro y otro m¨¢s, de forma tal que diez, veinte familias diferentes se acumulaban verticalmente sobre el mismo segmento de suelo. La idea de caminar medio metro por encima de cabezas ajenas, medio metro por debajo de otros pies ya llevaba muchos a?os funcionando y no parec¨ªa, entonces, molestarlos.
Salvo en ciertos lugares de ciertos pa¨ªses ¡ªChina y Corea, sobre todo¡ª los edificios altos eran exclusivos de las ciudades. En ning¨²n pa¨ªs del mundo viv¨ªa tanta gente en edificios de pisos como en Espa?a: eran tres de cada cuatro, comparado con Estados Unidos u Holanda o Inglaterra, donde no llegaban a ser uno cada cuatro. Era otro ejemplo de la relatividad: para los habitantes de los pa¨ªses m¨¢s ricos, vivir en una casa era un lujo; para los de los pa¨ªses pobres, el lujo era acceder a un edificio.
(Tras milenios en que la propiedad del suelo fue la forma elemental de la propiedad privada, esa propiedad se hab¨ªa modificado durante el siglo XX, engendrando un concepto enga?oso: la ¡°propiedad horizontal¡± significaba que quien la pose¨ªa no pose¨ªa ese suelo sino una m¨ªnima proporcion de ¨¦l, su superficie dividida por el n¨²mero de capas que se instalaban sobre ella.)
En su gran mayor¨ªa las casas eran propiedad privada ¡ªde sus habitantes o de los due?os que se las alquilaban. La cantidad de vivienda com¨²n que los estados manten¨ªan era ¨ªnfima ¡ªinexistente, en muchos casos¡ª, con lo cual la casa o piso sol¨ªa ser la riqueza principal de miles de millones de personas. Por supuesto, incluso entre los que ten¨ªan vivienda formal las condiciones variaban estrepitosamente: al no haber ninguna regulaci¨®n, unos pocos ten¨ªan viviendas de mil metros cuadrados para dos personas y muchos viv¨ªan de a muchos en cincuenta metros. En ¨¦pocas caracterizadas por la desigualdad, la que mostraban las moradas era extrema pero no sol¨ªa ser la m¨¢s criticada o resentida: muchas veces los m¨¢s ricos ¡ªy/o famosos¡ª ostentaban sus residencias pomposas en los medios de comunicaci¨®n sin que esas exhibiciones despertaran las cr¨ªticas y rencores que habr¨ªan podido.
El dise?o de una casa ¡°normal¡± ¡ªexceptuando las extremas¨C era muy repetido: la casa era uno de esos dispositivos que parec¨ªan haber encontrado su formato preciso y todav¨ªa no se planteaba la necesidad de modificarlo. Ten¨ªan, entonces, casi todas, una cocina ¡ªque cada vez ocupaba m¨¢s espacio como lugar de vida familiar, dotada de herramientas especializadas¡ª, una sala/comedor donde el ¡°televisor¡± (ver cap.17) aun campeaba en el puesto principal, un cuarto para el sue?o del due?o o los due?os de casa ¡ªindividuo o pareja¡ª, uno o m¨¢s cuartos para el sue?o de sus hijos si ten¨ªan, uno o dos ¡°ba?os¡± ¡ªdonde se concentraban las funciones corporales de los habitantes: la limpieza, el cuidado f¨ªsico, el aderezo, la evacuaci¨®n de sus diversos excrementos. En la sala/comedor sol¨ªa haber un sill¨®n m¨¢s o menos amplio generalmente instalado frente al televisor y, quiz¨¢s, una mesa con sillas para comer, reemplazada cada vez m¨¢s por una mesa baja delante del sill¨®n.
Los cuartos estaban pensados como recept¨¢culos de ¡°camas¡±, una base de madera o metal que soportaba una bolsa rectangular llena de espuma o goma llamada colch¨®n. All¨ª dorm¨ªan los habitantes de la casa, solos o de a dos. Las paredes de los distintos ¨¢mbitos, habitualmente pintadas de colores claros, sol¨ªan mostrar fotos y dibujos ¡ªfijos, impresos en una base material¡ª; las puertas internas en general no usaban llaves ¡ªque habr¨ªan resultado antip¨¢ticas o sospechosas¡ª pero la externa ten¨ªa m¨¢s de un picaporte y a menudo estaba conectada a un sistema de seguridad centralizado. La cocina, entre tanto, funcionaba como sala de m¨¢quinas: cuatro o cinco aparatos para cocinar ¡ªcalor directo, calor envolvente, cocci¨®n por microondas, tostado, hervido¡ª, dos para conservar con fr¨ªos distintos, una para lavar los instrumentos, otra para lavar y/o secar las ropas familiares, y multitud de maquinitas para cortar, triturar, mezclar, batir, licuar, infusionar, afilar instrumentos, extraer jugos y dem¨¢s funciones. Era sorprendente ver c¨®mo, en esos tiempos de comida natural, no hab¨ªan conseguido concentrar en uno o dos aparatos todo su proceso.
Pero es que las casas eran, en general, dispositivos muy antiguos. La mayor¨ªa ten¨ªa d¨¦cadas ¡ªcuando no siglos¡ª y no estaba construida con t¨¦cnicas recientes. No estaban preparadas para las innovaciones digitales pero, sobre todo, sus defectos de construcci¨®n y mantenimiento ¡ªcerramientos vencidos, paredes gruesas, deterioros varios¡ª resultaban en grandes gastos de energ¨ªa para calentarlas. Para lo cual se usaba, en general, combustibles f¨®siles cuya extracci¨®n produc¨ªa da?os ambientales importantes ¡ªy, sin embargo, por razones obvias nadie se planteaba todav¨ªa la reformulaci¨®n de cientos de millones de viviendas y, sobre todo, su concepto.
Pr¨®xima entrega 3. Las brutas diferencias
La desigualdad era el rasgo m¨¢s definitorio de aquel mundo, y no paraba de crecer. ?Consigui¨® soportarlo?
El mundo entonces
Una historia del presente
MART?N CAPARR?S
'El mundo entonces' es un manual de historia que nos cuenta c¨®mo era este planeta, sus sociedades, sus personas, en 2022. 'El mundo entonces' ser¨¢ escrito en 2120 por la c¨¦lebre historiadora Agadi Bedu y llega a nosotros gracias a la gentileza de Mart¨ªn Caparr¨®s.