Las brutas diferencias
En este tercer cap¨ªtulo de ¡®El mundo entonces¡¯, un manual de historia sobre la sociedad actual escrito en 2120, se describe uno de los grandes males de aquellos a?os: la desigualdad
Hubo un momento en que pareci¨® que la historia ser¨ªa otra. A mediados del siglo XX una combinaci¨®n de factores produjo, en los pa¨ªses ricos de Europa y Norteam¨¦rica, un grado de igualdad que ninguna sociedad hist¨®rica hab¨ªa conocido. Lo decisivo fue una serie de intervenciones de sus estados: la puesta en marcha de un sistema de educaci¨®n, salud, vivienda, servicios, seguridad social y jubilaci¨®n p¨²blicas que destin¨® a los ciudadanos esos dineros fiscales que durante siglos se hab¨ªan usado para mantener a la nobleza y pagar sus ej¨¦rcitos.
Esa nueva fiscalidad, basada en impuestos progresivos a los m¨¢s ricos, equilibr¨® un poco las fortunas. En 1920 el uno por ciento m¨¢s forrado de Inglaterra o Francia ¡ªarist¨®cratas, grandes burgueses¡ª acumulaba entre el 55 y el 65 por ciento de las riquezas de sus pa¨ªses; en cambio en 1980 ¡°solo¡± pose¨ªa el 20 por ciento de esas riquezas. Fueron, por supuesto, reformas bajo presi¨®n: de las grandes guerras, de los movimientos obreros, de la amenaza del bloque sovi¨¦tico, de los reclamos generalizados. Consiguieron, en sus pa¨ªses, unas condiciones de bienestar colectivo como nunca hab¨ªa habido pero, al mismo tiempo, la desigualdad entre esas sociedades ricas y las m¨¢s pobres ¡ªcoloniales o excoloniales¡ª era quiz¨¢ mayor que nunca.
En los a?os 1980, cuando el mundo parec¨ªa pacificado y la Uni¨®n Sovi¨¦tica se derrumbaba, los liberales contraatacaron. Es raro ver c¨®mo una ideolog¨ªa se impuso en tantos sitios en tan poco tiempo: los neoliberales ¡ªo libremercadistas¡ª consiguieron convencer a millones y millones en decenas de pa¨ªses de que los estados que los dirig¨ªan eran incapaces de gestionar una empresa de electricidad o el mercado de cereales o una l¨ªnea a¨¦rea ¡ªque deb¨ªan, por lo tanto, ser privatizados. Un Estado manejaba sus fuerzas armadas, su polic¨ªa, su justicia, su fiscalidad, pero no pod¨ªa manejar unos ferrocarriles. La idea, por absurda, tuvo mucho ¨¦xito y caracteriz¨® una etapa hist¨®rica que defini¨® las d¨¦cadas siguientes.
Aquello fue una verdadera revoluci¨®n. No se la sol¨ªa pensar como tal por el clich¨¦ que pretend¨ªa que revoluci¨®n era gente en la calle derrocando un Gobierno para instalar uno m¨¢s popular, o algo as¨ª. Pero una revoluci¨®n es un conjunto de hechos que produce un cambio radical en las estructuras ¡ªy eso tambi¨¦n se puede hacer, como en esos d¨ªas, en despachos y restaurantes distinguidos y fincas y palacetes y universidades caras y yates con modelos, en beneficio de los m¨¢s poderosos. Lo cierto es que nada cambi¨® tanto el mundo de esos a?os como esos hombres, sus ideas, su poder creciente. Fue una revoluci¨®n restauradora: restaur¨® las enormes diferencias de patrimonio e ingresos que hab¨ªa en los pa¨ªses ricos a principios del siglo XX, en el apogeo de la Edad Occidental, que se hab¨ªa moderado en esas d¨¦cadas; restaur¨® la aceptaci¨®n de esas diferencias.
Los l¨ªderes de la alianza restauradora anglo-americana, el presidente estadounidense Ronald Reagan y la premier inglesa Margaret Thatcher ¡ªque merecer¨ªa un largo p¨¢rrafo aparte: la primera vez que una mujer conduc¨ªa una potencia occidental mostraba una crueldad que la asimilaba a cualquiera de sus predecesores m¨¢s ¡°masculinos¡±¡ª recortaron la intervenci¨®n de los estados y, sobre todo, rebajaron sustancialmente los impuestos de los millonarios y de sus compa?¨ªas. La excusa era que si dejaban que los ricos se hicieran m¨¢s ricos esa riqueza ¡°se derramar¨ªa¡± a los dem¨¢s.
Lo que sucedi¨® fue que esas medidas eliminaron cualquier l¨ªmite a la acumulaci¨®n: durante las cuatro d¨¦cadas siguientes las diferencias entre los m¨¢s pobres y los m¨¢s ricos de los pa¨ªses ricos no dejaron de aumentar. En los pa¨ªses m¨¢s pobres era dif¨ªcil aumentarlas; algunos de ellos, sin embargo, conocieron un desarrollo que permiti¨® que muchos de sus habitantes vivieran levemente mejor ¡ªpero todav¨ªa en condiciones muy dif¨ªciles.
Entre 2000 y 2020 el Producto Interno Bruto ¡ªo PIB, la suma total de la econom¨ªa de cada pa¨ªs¡ª dividido ¡°per c¨¢pita¡± ¡ªpor persona¡ª hab¨ªa crecido con fuerza en Asia del Sur, remolcado por China, donde se duplic¨®. En el resto del mundo creci¨® entre 30 y 40 por ciento: la diferencia fue que ese 30 por ciento de aumento significaba 11.000 euros m¨¢s en Europa, 3.000 m¨¢s en ?am¨¦rica o ?frica. Sin embargo, los cambios que provocaba esa subida en Bolivia o Egipto, donde alcanzaban para que una familia tuviera un techo o comprara remedios, eran m¨¢s radicales que los que pod¨ªa causar en Holanda o Canad¨¢, donde solo produc¨ªan el aumento de un consumo m¨¢s o menos suntuario ya muy acelerado. Pero, m¨¢s all¨¢ de ciertas variaciones, las diferencias brutales entre pa¨ªses no menguaban: en Islandia uno de cada 500 chicos mor¨ªa antes de cumplir los cinco a?os; en Nigeria era uno de cada diez. En Jap¨®n la esperanza de vida alcanzaba a los 84; en Sierra Leona, a los 52. En Alemania el adulto promedio hab¨ªa ido a la escuela m¨¢s de 14 a?os; en Burkina Faso un a?o y medio. En 2020 el ingreso anual de cada estadounidense era, en promedio, unos 61.000 euros; en la Rep¨²blica Centroafricana no llegaba a 450.
(Hab¨ªa tambi¨¦n quienes se?alaban que esas realidades, con ser duras, eran tanto mejores que lo que hab¨ªan sido. Era el caso, por ejemplo, de la mortalidad infantil global: todav¨ªa se mor¨ªan en todo el mundo cada a?o m¨¢s de cinco millones de chicos menores de cinco a?os, pero eran tres chicos por cada cien nacidos vivos; un siglo antes se mor¨ªan alrededor de 30. El progreso desigual era, sin duda, las dos cosas: desigual y progreso. La posibilidad que mostraban esos avances, argumentaban los cr¨ªticos frente a los conformistas, deber¨ªa comprometernos a conseguirlos para todos. Llegar¨¢n pero tardar¨¢n, les contestaban los conformistas; as¨ª no llegar¨¢n nunca, respond¨ªan los cr¨ªticos: para que lleguen hay que quererlos, empujarlos. La discusi¨®n, por supuesto, no se resolv¨ªa.)
***
El mundo, entonces, estaba completamente segmentado. En 2018 ciertas instituciones celebraron que esa segmentaci¨®n hab¨ªa llegado a dividir la humanidad en dos partes iguales: por primera vez en la historia, dijeron, los pobres no son m¨¢s que los que no lo son. Lo explicaban: que entonces los que viv¨ªan al borde del desastre ¡ªunos 3.900 millones¡ª no eran m¨¢s que los que viv¨ªan acomodados.
Muchos cuestionaron, por diversas razones, esas cuentas. Era muy dif¨ªcil calcular cu¨¢ntos eran los ¡°pobres¡±. Para empezar, porque nadie se pon¨ªa de acuerdo en qu¨¦ quer¨ªa decir ser pobre. En 2017 el Banco Mundial, una entidad especializada en pesos y medidas, lanz¨® unos baremos: eran pobres todos los que viv¨ªan con menos de determinada cantidad de euros al d¨ªa. Las sumas variaban seg¨²n los pa¨ªses: en los m¨¢s pobres era 1,90; en los m¨¢s ricos, 21,70; en el medio hab¨ªa muchas m¨¢s cifras. La pobreza era, entonces, un concepto relativo a la media de ingresos de cada sociedad. Pero, m¨¢s all¨¢ de esas medidas, que recubr¨ªan realidades tan diversas, hab¨ªa definiciones m¨¢s estrictas, m¨¢s extremas de lo que era la pobreza.
Ser realmente pobre significaba vivir en condiciones precarias, morirse de enfermedades curables, no ir a la escuela, no estar seguro de comer todos los d¨ªas, no poder imaginar o intentar un futuro distinto. Esos 1.500 o 2.000 ¡ªlos contadores no se pon¨ªan de acuerdo¡ª millones de marginados, abandonados de aquel mundo, eran la prueba del fracaso de esa sociedad global. Incluso en t¨¦rminos de eficacia capitalista: representaban una enorme cantidad de energ¨ªa social y laboral que el sistema no consegu¨ªa aprovechar. Como dec¨ªa, con un punto de sorna, un comentarista de la ¨¦poca: ¡°Si un gerente de cualquier empresa mantuviera un tercio de sus empleados improductivos por no saber c¨®mo explotarlos lo echar¨ªan; esto es lo que sucede con esa enorme cantidad de gente¡± ¡ªy algo as¨ª pas¨® con sus gerentes.
Entre esas personas hab¨ªa mil millones que no ten¨ªan acceso a la electricidad, mil millones que no ten¨ªan agua potable, mil millones que no siempre com¨ªan. A menudo eran lo mismos; a veces no. No comer lo necesario era la carencia m¨¢s clara y m¨¢s urgente. La mayor¨ªa de los hambrientos segu¨ªa estando en el sur de Asia: 280 millones, por el peso de los indios y los bengal¨ªes. Los 140 millones de asi¨¢ticos del Este eran, en su mayor¨ªa, chinos. Y en ?frica negra no paraban de aumentar: ya hab¨ªan llegado a 240 millones; en Am¨¦rica Latina tambi¨¦n: eran casi 50 millones.
Eran demasiados y eran, al mismo tiempo, m¨¢s o menos la misma cantidad que a fines del siglo XX, cuando la poblaci¨®n total era menor. O sea que la proporci¨®n de malnutridos hab¨ªa disminuido. Era de esas mejoras que los documentos registran m¨¢s que las personas: para los millones y millones que pasaban hambre, ser uno de cada ocho o uno de cada nueve no significaba una gran diferencia. Y adem¨¢s ese ¡°progreso¡± se volv¨ªa mucho menos alentador cuando se comprobaba que los avances t¨¦cnicos en la producci¨®n de alimentos habr¨ªan permitido, a esa altura, que todos comieran lo que necesitaban (ver cap.8).
Hab¨ªa, mientras tanto, novedades m¨¢s significativas: una muy notoria era que, gracias a la globalizaci¨®n de las comunicaciones, los pobres de las regiones m¨¢s pobres pod¨ªan saber c¨®mo viv¨ªan los ricos. Durante milenios esa mayor¨ªa de campesinos en el fondo de sus bosques o llanuras no llegaba siquiera a imaginar la vida de los otros ¡ªni a ilusionarse con la idea de acercarse a ellos. En esos d¨ªas, en cambio, cualquier africano mal alimentado pod¨ªa ver en una televisi¨®n o un tel¨¦fono m¨®vil c¨®mo viv¨ªan y com¨ªan y disfrutaban los vecinos de un suburbio norteamericano, y preguntarse por qu¨¦ yo. O, m¨¢s bien: por qu¨¦ yo no.
Pocas cosas hicieron m¨¢s para impulsar la gran ola de migraciones que se dio en esos tiempos ¡ªy que fue, en ¨²ltima instancia, la versi¨®n internacional de esas grandes olas nacionales de migraciones del campo a las ciudades. La migraci¨®n era un fen¨®meno muy notorio: c¨¢lculos supusieron que, en 2022, casi 300 millones de personas no viv¨ªan en el pa¨ªs donde hab¨ªan nacido. Lo cual significa, sin embargo, que unos 7.700 millones de personas s¨ª. A pesar de los pesares, vivir en su pa¨ªs segu¨ªa siendo la opci¨®n de casi todos.
(Es uno de esos fen¨®menos que parecen muy extendidos, muy masivos, hasta que se los analiza con cuidado y datos. Era algo muy frecuente en esos a?os: ciertas cuestiones parec¨ªan tener un peso que, bien medido, era mucho menor que el que los comentarios de los medios y la famosa ¡°opini¨®n p¨²blica¡± les atribu¨ªa.)
Y emigrar todav¨ªa era muy complicado, riesgoso. En esos d¨ªas muchos pa¨ªses ricos a¨²n rechazaban inmigrantes ¡ªo les pon¨ªan dificultades que equival¨ªan a rechazarlos¡ª: supon¨ªan que su propia poblaci¨®n les alcanzaba para mantener los niveles demogr¨¢ficos y laborales necesarios para seguir funcionando.
La burocracia ¡ªy por lo tanto la ¡°opini¨®n p¨²blica¡±¡ª de la ¨¦poca divid¨ªa a los migrantes en dos categor¨ªas: estaban, por un lado, los refugiados, los que dejaban sus pa¨ªses porque ¡ªsupuesta o realmente¡ª los persegu¨ªan por razones pol¨ªticas, raciales, sexuales, religiosas. Y, por otro, los emigrantes econ¨®micos, los que dejaban sus pa¨ªses para buscar una vida mejor para ellos y sus familias.
Los refugiados recib¨ªan, en principio, un trato mejor que los migrantes econ¨®micos: se les supon¨ªan ciertos derechos ¡ªel derecho de asilo¡ª y algunos pa¨ªses ricos los aceptaban, aunque muchos no. Hab¨ªa, entre ellos, muchas diferencias: en esos d¨ªas fue demasiado claro que casi toda Europa, que en a?os anteriores hab¨ªa cerrado sus fronteras a refugiados afganos o sirios, acog¨ªa con cari?o y entusiasmo a los fugitivos de la invasi¨®n rusa a Ucrania: humanos rubios y cristianos que hu¨ªan de un enemigo que era el enemigo com¨²n.
Los refugiados eran, en esos d¨ªas, menos de uno de cada diez migrantes, unos 27 millones de personas en el mundo. Dos de cada tres ven¨ªan de solo cinco pa¨ªses: Siria, Venezuela, Afganist¨¢n, Sud¨¢n del Sur y Myanmar. Y, curiosamente, uno de cada tres refugiados hab¨ªa sido recibido en solo cuatro pa¨ªses, todos m¨¢s o menos pobres: Turqu¨ªa, Colombia, Uganda y Pakist¨¢n. Los pa¨ªses m¨¢s ricos declaraban su preocupaci¨®n pero no sol¨ªan hacerse cargo. Los refugiados ten¨ªan, dentro del desastre, un m¨®dico privilegio: sus supuestos derechos. El resto, los migrantes econ¨®micos, no ten¨ªa casi ninguno. Se reconoc¨ªa el derecho a huir de la persecuci¨®n pol¨ªtica o religiosa; no se reconoc¨ªa el de escapar de la miseria. Era otra prueba de las prioridades de aquellas sociedades.
(Y hab¨ªa una tercera categor¨ªa, que nadie consideraba cuando hablaba de migraciones: personas m¨¢s o menos j¨®venes y calificadas de los pa¨ªses ricos que se iban a mejorar su vida a los m¨¢s pobres. All¨ª pod¨ªan ser gerentes de cosas y tener servicio dom¨¦stico y clubes exclusivos y unos sueldos y unos coches y una autoridad que no ten¨ªan en sus lugares. No se los ve¨ªa, en s¨ªntesis, como inferiores sino superiores, y nadie los llamaba inmigrantes; les dec¨ªan ¡°expats¡± ¡ªpor expatriados. As¨ª, la definici¨®n segu¨ªa centr¨¢ndose en el pa¨ªs rico: los que iban a ¨¦l, los que se iban de ¨¦l.)
Pero, para la mayor¨ªa de sus protagonistas, la migraci¨®n econ¨®mica ya no era, como lo hab¨ªa sido, el intento de prosperar en sociedades que parec¨ªan a medio construir, encontrar sitio en esa construcci¨®n, ¡°hacer la Am¨¦rica¡±. En 2020 se supon¨ªa que alcanzaba con formar parte de los pobres del pa¨ªs al que uno iba para vivir mucho mejor que en el pa¨ªs de d¨®nde uno sal¨ªa, el que llamaba propio. Como estableci¨® un observador de entonces: el cinco por ciento m¨¢s pobre de Alemania ten¨ªa un ingreso medio per c¨¢pita mayor que el cinco por ciento m¨¢s rico de Costa de Marfil. Y muchos marfile?os ¡ªentre tantos otros¡ª empezaban a saber que si se iban a Alemania ser¨ªan m¨¢s pr¨®speros que si se quedaban en su pa¨ªs.
Por eso la emigraci¨®n atra¨ªa a muchos: para millones, entonces, el futuro no era otro tiempo sino otro lugar. Y era, al mismo tiempo, un lugar dif¨ªcil: los migrantes sab¨ªan que sus vidas en sus nuevas sociedades estar¨ªan hechas de trabajo duro, discriminaci¨®n, desprecio. Y que, a menudo, el camino ser¨ªa m¨¢s duro todav¨ªa. Los miles y miles de ?americanos que peleaban en las fronteras de Centroam¨¦rica con M¨¦xico y M¨¦xico con Estados Unidos lo sab¨ªan. Los africanos que trataban de navegar desde sus costas a las Canarias o a Sicilia lo sab¨ªan ¡ªy a¨²n as¨ª se perd¨ªan en el mar, cada a?o, tres o cuatro mil personas. Era un desastre constante, asordinado, miles de muertos que no sol¨ªan aparecer en las noticias.
(Y otro negocio en expansi¨®n: en la frontera entre M¨¦xico y Estados Unidos, por ejemplo, bandas criminales se hab¨ªan apoderado de ¨¦l; la polic¨ªa norteamericana calculaba que ganaban unos 12.000 millones de euros al a?o cruzando inmigrantes ilegales a pie, en camiones cerrados, contenedores, barcos, t¨²neles. Los migrantes pagaban entre cinco y 20.000 euros por el ¡°servicio¡±; algunos llegaban, otros no. A veces los interceptaban y expulsaban; a veces aparec¨ªan, en alg¨²n camino fronterizo, camiones enteros con docenas de personas muertas en sus cajas.)
En esos d¨ªas, la migraci¨®n se volv¨ªa m¨¢s que necesaria para los pa¨ªses ricos porque su poblaci¨®n activa decrec¨ªa por la baja de la natalidad: sus ciudadanos no quer¨ªan tener muchos hijos carnales (ver cap.4) porque eran un engorro, un gasto, una traba para sus carreras y sus vidas. Entonces faltaban trabajadores, sobre todo para las tareas m¨¢s ingratas ¡ªm¨¢s sucias, cansadoras, peligrosas¡ª que los locales se cre¨ªan con derecho a no aceptar. En muchos pa¨ªses europeos el paro o desempleo juvenil era muy alto, pero a¨²n as¨ª sus j¨®venes intentaban evitar los trabajos m¨¢s duros ¡ªque dejaban a los inmigrantes. Era un c¨ªrculo casi perfecto: los inmigrantes aumentaban la oferta de trabajadores, los patrones lo aprovechaban para pagar menos, los locales no quer¨ªan cobrar tan poco ni hacer esos trabajos, llegaban m¨¢s inmigrantes para hacerlos, los patrones lo aprovechaban para pagar menos¡
En la mayor¨ªa de esos pa¨ªses, entonces, el crecimiento de la poblaci¨®n activa era un efecto de la migraci¨®n ¡ªque, al mismo tiempo, en una de esas paradojas habituales, era rechazada por muchos de los locales que se beneficiaban de ella. Los migrantes, a su vez, soportaban estos rechazos, estas humillaciones, porque era el precio que pagaban por vivir vidas m¨¢s desahogadas que en sus pa¨ªses de origen y, a menudo, para enviar a sus familias en esos pa¨ªses las famosas ¡°remesas¡±, dinero que les permit¨ªa mantenerse en sus lugares.
En muchos pa¨ªses pobres de ?frica, Asia y ?am¨¦rica esas remesas constitu¨ªan uno de los principales rubros de ingresos y eran, al mismo tiempo, una forma de redistribuci¨®n internacional silvestre: dinero de los pa¨ªses ricos volv¨ªa de ese modo a los m¨¢s pobres. Pero, a¨²n as¨ª, la mayor¨ªa de los que migraban lo hac¨ªa con sus familias, para construir en sus lugares de llegada una vida mejor: eran, en aquellos tiempos de miedo al futuro, uno de los pocos sectores que apostaban decididamente por un ma?ana mejor ¡ªy estaban dispuestos a hacer, para conseguirlo, todos los sacrificios.
As¨ª, los pa¨ªses ricos, receptores de migrantes, se volvieron variados y diversos ¡ªy conflictivos¡ª; los pa¨ªses pobres, en cambio, se mantuvieron en general m¨¢s uniformes en culturas y ¡°razas¡±. En las viejas ciudades ricas ¡ªNueva York, Los Angeles, Londres, Amsterdam, Sydney, Toronto¡ª entre un tercio y la mitad de sus residentes hab¨ªan nacido en otro pa¨ªs. Y esa cifra ni siquiera inclu¨ªa a los hijos o nietos de migrantes.
(Hab¨ªa quienes sosten¨ªan que la mejor medida de la prosperidad de un pa¨ªs era la proporci¨®n de inmigrantes que lo habitaban. Les respond¨ªan que era una medida antigua: que serv¨ªa para las potencias hegem¨®nicas del siglo XX ¡ªEstados Unidos y Europa¡ª pero que el modelo asi¨¢tico del siglo XXI estaba basado en poblaci¨®n local: otro sistema.)
Hasta muy poco antes las ¨²nicas relaciones que se establec¨ªan entre personas de pieles distintas supon¨ªan una dominaci¨®n militar o colonial o esclavista: fuera de esas formas de sometimiento, casi no hab¨ªa habido sociedades multirraciales. A principios del siglo XXI s¨ª que las hubo y fue un cambio radical ¡ªque, por supuesto, produjo problemas muy variados, choques culturales, religiosos, ideol¨®gicos.
Y una rara ilusi¨®n: en los pa¨ªses ricos los pobres locales hab¨ªan sido reemplazados, a menudo, por pobres extranjeros. Lo cual cambiaba mucho la consideraci¨®n: los alemanes o franceses o norteamericanos pod¨ªan suponer que entre ellos no hab¨ªa pobres ¡ªporque los pobres eran marroqu¨ªes o turcos o mexicanos o senegaleses. Eso pod¨ªa contribuir al establecimiento de identidades esenciales: la diferencia no era entre gente de la ¡°misma raza¡± pero distinta posicion social sino entre gentes de ¡°colores¡± y culturas diferentes. La ¡°raza¡± reemplazaba a la clase como criterio de definici¨®n.
De all¨ª, seguramente, el auge ¡ªque a la distancia parece dif¨ªcil entender¡ª de tantos debates relacionados con ¡°la identidad¡±.
(Paradojas de aquel mundo: la regi¨®n m¨¢s pobre, ?frica, hab¨ªa sido la cuna de la que fueron arrancados dos o tres siglos antes millones de personas para llevarlas a trabajar esclavos en Estados Unidos: secuestros en masa, migraci¨®n forzosa. Los descendientes de aquellos esclavos eran, en 2022, infinitamente m¨¢s ricos que los descendientes de los que escaparon a la persecuci¨®n de los traficantes y se quedaron en libertad y en sus lugares. Era otro ejemplo de los trucos de la historia: de c¨®mo, cuando alguien supone que puede imaginar lo que ser¨¢ su mundo en cien o doscientos a?os, tiene todas las fichas para equivocarse.)
***
En cualquier caso, m¨¢s all¨¢ de estos matices, lo que parece claro es que el concepto de ¡°mundo¡± era, entonces, un abuso de lenguaje. Resulta mucho m¨¢s preciso ¡ªy m¨¢s eficaz para cualquier descripci¨®n, cualquier an¨¢lisis¡ª intentar segmentar ese mundo en franjas diferentes. El peligro ser¨ªa producir tantas que derrotaran su propio prop¨®sito. En este manual, intento de claridad y s¨ªntesis, lo m¨¢s eficaz sigue siendo utilizar aquella divisi¨®n, producto de la ¨¦poca, entre el MundoRico y el MundoPobre y sus contradicciones y sus enfrentamientos. Entendiendo que esa clasificaci¨®n, un poco torpe, demasiado binaria, es solo una soluci¨®n de facilidad, pero una que realmente facilita muchas cosas. Y, para eso, importa definirlos.
No se trataba de adicionar pa¨ªses ¡ªo poblaciones de pa¨ªses¡ª: era necesario definir, dentro de cada pa¨ªs, la proporci¨®n de personas que viv¨ªan de una u otra manera, en uno u otro mundo. As¨ª, llamaban ¡ªy llamaremos¡ª MundoRico al integrado por la gran mayor¨ªa de los habitantes de Estados Unidos, Canad¨¢, Europa Occidental y Australia. Aunque las proporciones variaban, es posible suponer que alrededor del 80 por ciento de su poblaci¨®n formaba parte del MR. Dentro de ese sector hab¨ªa, por supuesto, enormes diferencias. Pero, aunque muchos de sus integrantes no tuvieran una situaci¨®n econ¨®mica desahogada, disfrutaban de las ventajas de un entorno rico: salud, educaci¨®n, seguridad, previsi¨®n, previsibilidad, ciertas formas del orden. Tambi¨¦n se inclu¨ªa en el MR un porcentaje variable y ponderado de las poblaciones de los pa¨ªses que entonces ascend¨ªan: Rusia, China, India y las dem¨¢s naciones del sur y este asi¨¢ticos. Y, finalmente, los privilegiados de los pa¨ªses del resto de Asia, ?frica y Latinoam¨¦rica: su proporci¨®n sobre el conjunto de sus poblaciones tambi¨¦n era extremadamente variable. Un c¨¢lculo muy aproximado ¡ªno podr¨ªa ser de otra manera¡ª permit¨ªa suponer que los habitantes del MR ser¨ªan, en la Tercera D¨¦cada, unos 2.300 millones de personas.
Era obvio que la pertenencia al MR no los hac¨ªa iguales: no era lo mismo ser una m¨¦dica en Londres que un actor en Bombay que un banquero en Caracas que un maestro en Bruselas ¡ªy as¨ª de seguido: cada lugar y cada situaci¨®n supon¨ªan diferencias enormes. Pero se trataba de personas que ten¨ªan cierta seguridad sobre su futuro personal y disfrutaban de formas muy distintas de las ventajas de la t¨¦cnica, la informaci¨®n, la educaci¨®n, la alimentaci¨®n, la salud y las garant¨ªas m¨¢s contempor¨¢neas.
Un habitante medio del MR ten¨ªa entonces una casa m¨¢s o menos propia, agua, electricidad, cloacas, calles asfaltadas, uno o m¨¢s coches, aparatos personales de ¨²ltima generaci¨®n, hijos educados, un buen servicio de salud, una esperanza de vida de unos 80 a?os, maneras de influir en la administraci¨®n de sus pa¨ªses. Y un detalle que en esos a?os resultaba decisivo: los habitantes del MR viv¨ªan en el mundo, vidas m¨¢s y m¨¢s globales. Cuanto m¨¢s rica era, entonces, una persona, m¨¢s global era su vida ¡ªlo cual, visto desde ahora, parece un chiste malo.
(Pero entonces era cierto y era una forma fuerte de diferenciaci¨®n: las personas con plata viv¨ªan en un mundo integrado, com¨²n ¡ªy se parec¨ªan mucho m¨¢s a los ricos de otros pa¨ªses que a los pobres de los suyos. Ten¨ªan empleos semejantes ¡ªfinancieros, empresariales, cient¨ªficos, t¨¦cnicos, legales, acad¨¦micos, culturales, pol¨ªticos¡ª y consum¨ªan los mismos aparatos, los mismos relatos, los mismos servicios, las mismas ropas, los mismos perfumes, las mismas modas de diversidad y productos org¨¢nicos y correcci¨®n pol¨ªtica y amor por la naturaleza.
En esos d¨ªas, curiosamente, ser rico era ser global, ser pobre era ser local. Y los pobres detestaban de esos ricos su cosmopolitismo: fue, en muchos casos, ese rechazo el que favoreci¨® el crecimiento sorprendente de una serie de nacionalismos populares que tanto da?o hicieron en muy distintos pa¨ªses, esos d¨ªas.)
Y estaba, por otra parte, el MundoPobre. All¨ª se acumulaban ¡ªtambi¨¦n con sus enormes diferencias¡ª todas esas personas que no ten¨ªan garant¨ªas: que no estaban seguras de poder trabajar, comer, dar de comer, alojarse, vestirse, educar, proteger a los suyos. La condici¨®n primordial de los habitantes del MP era la incertidumbre: muy pocas cosas les resultaban seguras fuera de la inseguridad constante. Integraban este mundo, con tantas variantes como el otro, la gran mayor¨ªa de los africanos, proporciones extensas de los ?americanos, buena parte de indios y dem¨¢s asi¨¢ticos occidentales, una parte menor de asi¨¢ticos del sur y el este, cierta porci¨®n de chinos y rusos y una franja relativamente marginal de los habitantes de Estados Unidos, Canad¨¢, Europa Occidental y Australia: grosso modo, unos 5.600 millones, bastante m¨¢s que el doble de los habitantes del MundoRico.
Son ¨®rdenes de magnitud para definir categor¨ªas que incluyen innumerables diferencias: solo sirven como una orientaci¨®n, pero una orientaci¨®n indispensable para aproximarse a la historia de esos d¨ªas. Donde, por supuesto, la mezcla era la marca principal, din¨¢mica y cambiante. En ese sentido, el hecho de que pr¨¢cticamente no existieran pa¨ªses ¡°puros¡± ¡ªformados por habitantes de uno solo de los mundos¡ª, salvo quiz¨¢ peque?as naciones del estilo de Luxemburgo, Singapur, Suiza, Noruega o Dinamarca, agregaba confusi¨®n y cierta violencia al panorama. Los dos mundos se entrecruzaban ¡ªse entrechocaban¡ª a menudo: esos cruces eran una de las formas principales de conflicto en la Tercera D¨¦cada ¡ªaunque ahora, a la distancia, se podr¨ªa decir que, vistas las diferencias, esa fricci¨®n podr¨ªa haber sido mucho m¨¢s violenta.
Pr¨®xima entrega 4. El amor distinto
El sexo se escap¨® del matrimonio, las familias cambiaron, los g¨¦neros tambi¨¦n. Los cuerpos se instalaron en el centro de la escena.
El mundo entonces
Una historia del presente
MART?N CAPARR?S
'El mundo entonces' es un manual de historia que nos cuenta c¨®mo era este planeta, sus sociedades, sus personas, en 2022. 'El mundo entonces' ser¨¢ escrito en 2120 por la c¨¦lebre historiadora Agadi Bedu y llega a nosotros gracias a la gentileza de Mart¨ªn Caparr¨®s.