Los riqu¨ªsimos
La decimotercera entrega de ¡®El mundo entonces¡¯, un manual de historia sobre la sociedad actual escrito en 2120, trata de la aparici¨®n de un ¨ªnfimo grupo de multi multi millonarios que, de distintas formas, dominaban la econom¨ªa mundial, y fogoneaban un crecimiento constante que el planeta no soportar¨ªa
Tras unas d¨¦cadas de discreci¨®n, de cierto ocultamiento, en esos a?os reaparecieron los riqu¨ªsimos. Con la bajada brusca de los impuestos a las grandes fortunas y la desregulaci¨®n de las actividades econ¨®micas globales ¡ªincluida la circulaci¨®n de capitales¡ª, el dinero se fue concentrando y el nuevo modelo econ¨®mico produjo unos niveles de desigualdad que no se hab¨ªan visto en siglos. En un mundo donde todos los l¨ªderes, todos los intelectuales, todos los lugares comunes abogaban por la igualdad ¡ªla igualdad entre razas, la igualdad entre g¨¦neros, la igualdad ante la ley y varias otras igualdades¡ª muy pocos reclamaban la igualdad ante el dinero. O, mejor: estaba aceptado que la econom¨ªa deb¨ªa ser el espacio de la desigualdad.
Circulaban entonces en el mundo cifras muy impresionantes que no impresionaban a nadie: en 2020, por ejemplo, hab¨ªa 26 personas que pose¨ªan tanto como las 3.950.000.000 que integraban la mitad m¨¢s pobre de la humanidad. M¨¢s en general, el 10 por ciento de las personas concentraba el 76 por ciento de la riqueza global mientras que ese 50 por ciento m¨¢s pobre solo pose¨ªa el 2 por ciento. Pero estos promedios eran ¡ªcomo todos¡ª falsos: dentro del 10 por ciento m¨¢s rico hab¨ªa algunos que ten¨ªan much¨ªsimo m¨¢s que otros, y entre la mitad m¨¢s pobre hab¨ªa muchos cientos de millones que no ten¨ªan nada.
A menudo esa evidencia solo produc¨ªa el hast¨ªo de la repetici¨®n. Buena parte del mundo parec¨ªa resignada a que as¨ª era y as¨ª ser¨ªa. Y segu¨ªa, mientras tanto, adorando a sus ricos. El sistema de ¨ªdolos individuales que funcionaba en el deporte, el espect¨¢culo y otros espacios similares se hab¨ªa extendido al mundo econ¨®mico, con sus competencias y sus campeones y sus perdedores ¡ªtodo, por supuesto, medido en miles de millones.
Se hab¨ªa formado una categor¨ªa nueva: los ¡°billonarios¡± eran las personas que ten¨ªan m¨¢s de mil millones de d¨®lares, una suma que unas d¨¦cadas antes era casi impensable. Esos s¨²per ricos eran, entonces, un espect¨¢culo global, un publirreportaje permanente: una forma de mostrar que el sistema funcionaba ¡ªcuando podr¨ªa haberse le¨ªdo como exactamente lo contrario. En cualquier caso, en esos d¨ªas, millones segu¨ªan sus andanzas, sus aventuras, sus amores y desamores, el vaiv¨¦n de sus fortunas. Una revista norteamericana llamada Forbes ofrec¨ªa un ranking ¡°en tiempo real¡± de los m¨¢s ricos de todos. La lista no inclu¨ªa a los profesionales de oficios tan rentables como la venta de armas y drogas prohibidas o el gobierno de pa¨ªses ¡ªporque esa gente no sol¨ªa declarar sus ingresos¡ª pero s¨ª a todos los dem¨¢s. Y su conjetura sobre los millones de cada cual era seguido como un Campeonato Mundial del Capital. Los pa¨ªses menos habituados se enorgullec¨ªan, incluso, cuando ten¨ªan alg¨²n representante entre los primeros de la lista: era un ¨¦xito patrio. Que no estaba, por supuesto, a la altura de ganar una copa global de balompi¨¦ pero era, a¨²n as¨ª, muy celebrado.
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La lista de Forbes hab¨ªa aparecido por primera vez en 1987: entonces la encabez¨® un japon¨¦s llamado Yoshiaki Tsutsumi que, a sus 53 a?os, hab¨ªa armado una corporaci¨®n hecha de grandes tiendas y edificios cotizada en 20.000 millones de d¨®lares. Treinta y cinco a?os despu¨¦s, en 2022, su sucesor lejano a la cabeza de la lista juntaba, seg¨²n esa revista, 205.000 millones: diez veces m¨¢s. Era un franc¨¦s, Bernard Arnaut, fabricante de productos de cotill¨®n lujoso: perfumes, joyas, carteras, champa?as, ropa de colecci¨®n. Hab¨ªa conseguido cerrar el c¨ªrculo: el hombre m¨¢s rico del mundo lo era por producir mercader¨ªa que solo consum¨ªan los m¨¢s ricos. Parec¨ªa que pronto iban a descubrir que ya no necesitaban a los pobres ¡ªy sobraban los indicios de no sab¨ªan qu¨¦ hacer con ellos.
El franc¨¦s, un se?or de 73 a?os, hab¨ªa superado en esos meses a un inversor/inventor llamado Elon Musk, 51, estadounidense nacido en Sud¨¢frica, que se hab¨ªa forrado con una aplicaci¨®n para transferir dinero en la inter-net y despu¨¦s se dedic¨® a la producci¨®n de autos el¨¦ctricos lujosos y peque?os engendros espaciales pero consigui¨® perder, ese a?o, m¨¢s de 100.000 millones de d¨®lares ¡ªel PIB de, digamos, Ecuador o Eslovaquia¡ª en p¨¦simos negocios que incluyeron la compra de una red social muy conocida (ver cap.18).
Y en el tercer lugar segu¨ªa resistiendo el comerciante Jeffrey Preston Jorgensen, alias Jeff Bezos, 59, estadounidense, due?o de una empresa global que se dedicaba a vender a trav¨¦s de las redes todo lo vendible y sol¨ªa ser muy denunciada por la forma en que trataba a sus trabajadores.
Los diez lugares top se completaban con otros seis norteamericanos y un solo ¡°extranjero¡±: un mexicano. Entre ellos hab¨ªa un se?or que hab¨ªa montado una gran empresa de ordenadores que manejaban grandes ordenadores, un se?or mayor que hab¨ªa especulado con mucha precisi¨®n o suerte, un se?or que hab¨ªa sabido simplificar e imponer las interfases digitales que otros hab¨ªan inventado, un se?or que hab¨ªa puesto en marcha el ¡°buscador¡± que todos usaban para orientarse en esa selva desordenada que era entonces ¡°la red¡±, un se?or que hab¨ªa aprovechado las privatizaciones de un pa¨ªs corrompible para montar una gran empresa de comunicaciones.
En s¨ªntesis: entre los diez, solo dos produc¨ªan objetos palpables: el franc¨¦s, el automotor americano. Los dem¨¢s se hab¨ªan enriquecido con servicios digitales y, el m¨¢s anciano, financieros. El franc¨¦s ven¨ªa de una familia rica; los norteamericanos no.
Los triunfadores del a?o eran una muestra de la nueva legitimidad de la riqueza: durante siglos, en el Occidente rico, el ¡°dinero nuevo¡± fue desde?ado por los que lo ten¨ªan viejo. Los poderosos eran los due?os de la tierra: los que ten¨ªan realmente mucha se llamaban duques o marqueses y uno de ellos se llamaba rey. Los ¡°burgueses¡± enriquecidos con sus comercios o fabricaciones eran llamados ¡°nuevos ricos¡± y los viejos los despreciaban sin tapujos: exist¨ªa la idea de que la riqueza ¡°leg¨ªtima¡± era la que alguien hab¨ªa recibido de su padre y su abuelo, la que estaba asentada en siglos de expolio. Por eso, tambi¨¦n, los nuevos ricos por excelencia, los ¡°barones ladrones¡± americanos de principios del siglo XX, casaban a sus hijos e hijas con nobles ingleses ¡ªdel sexo opuesto¡ª que les daban solera. Pero en la ¨¦poca que nos ocupa la tendencia se hab¨ªa invertido: la riqueza se legitimaba por su novedad. Los ricos respetados eran los self-made-men que hab¨ªan tenido una idea y la astucia y la suerte de convertirla en miles de millones. La extrema riqueza pod¨ªa justificarse, entonces, como una recompensa al esfuerzo individual. Tanto as¨ª que una corriente cr¨ªtica de cierta relevancia basaba su denuncia en el hecho ¡ªreprochable para los valores de la ¨¦poca¡ª de que la forma m¨¢s f¨¢cil de ser rico era tener padres que lo hubieran sido.
Los diez hombres m¨¢s ricos del mundo eran hombres: no hab¨ªa entonces ¡ªni en los a?os anteriores¡ª mujeres entre los ganadores. La mujer m¨¢s rica aparec¨ªa en el n¨²mero 11 ¡ªuna francesa que hab¨ªa heredado f¨¢bricas de cosm¨¦ticos¡ª y la segu¨ªa un se?or indio que hab¨ªa sido, durante buena parte de ese a?o, el tercero m¨¢s rico del mundo pero que hab¨ªa perdido la mitad de su fortuna ¡ªm¨¢s de 60.000 millones¡ª en una semana, acusado de fraudes y manipulaciones. Despu¨¦s aparec¨ªan otros siete hombres: el hermano del indio, un espa?ol textil, el ¨²nico chino de la lista ¡ªun emprendedor que empez¨® vendiendo agua embotellada¡ª y cuatro norteamericanos: dos due?os de un gran supermercado, un tecn¨®logo, un financista. Muchos otros documentos de ¨¦poca proclaman un avance importante en la igualdad entre hombres y mujeres; este lo desmiente.
Tambi¨¦n desentona el lugar de China, que parec¨ªa extra?amente sub-representada. Era, se dir¨ªa, un efecto de la dispersi¨®n y cantidad de sus fortunas: hab¨ªa muchas, ninguna tan concentrada como las norteamericanas. Estados Unidos segu¨ªa siendo el pa¨ªs con m¨¢s billonarios, con 724 ¡ªque ten¨ªan m¨¢s dinero que sus 200 millones de compatriotas m¨¢s pobres¡ª, pero China ya hab¨ªa llegado a 607. El tercero en la lista era la India ¡ªque solo ten¨ªa, entonces, 166 billonarios. En total, eran unos 2.700 en todo el mundo.
Esos riqu¨ªsimos hac¨ªan un espect¨¢culo de s¨ª mismos. Un espect¨¢culo velado: parte de su show consist¨ªa en no mostrarse mucho, apenas lo suficiente como para que se supiera que ocultaban una vida espl¨¦ndida. El lujo extremo, en esos a?os, consist¨ªa en correrse del espacio p¨²blico: vivir en cotos cerrados custodiados, transportarse en sus propias aeronaves, vacacionar en barcos e islas propias; ese mundo donde las personas ¡ªincluidas las bastante ricas¡ª se mezclaban era, si acaso, una vulgaridad que dejaban a los que no ten¨ªan m¨¢s remedio. Como dec¨ªa con sorna uno de ellos: ¡°El otro d¨ªa com¨ª con un hombre que no ten¨ªa avi¨®n: un verdadero exc¨¦ntrico¡±.
Los riqu¨ªsimos parec¨ªan fuera de cualquier control. Un puntal del establishment norteamericano muy celebrado en esos d¨ªas, Paul Krugman, public¨® en un diario del establishment norteamericano muy celebrado en esos d¨ªas un art¨ªculo titulado ¡°Cuidado, un grupo de oligarcas caprichosos se ha adue?ado de nuestro mundo¡±, que describ¨ªa unas ¡°sociedades dominadas por plut¨®cratas eg¨®latras de piel fina que exhiben sus inseguridades en la plaza p¨²blica¡± y postulaba que ¡°la pregunta m¨¢s interesante es por qu¨¦ ahora estamos gobernados por esta clase de personas. Claramente, estamos viviendo la era del oligarca quisquilloso¡±.
Due?os de fortunas mucho mayores que las que muchas generaciones de herederos podr¨ªan gastar, una de sus tareas m¨¢s arduas era encontrar formas de hacerlo. ¡°Al fin y al cabo ¡ªdec¨ªa otro¡ª la cantidad de mansiones y helic¨®pteros y chefs que uno quiere tener es limitada¡±. A¨²n as¨ª, hac¨ªan todo lo posible y m¨¢s por no pagar impuestos. En un informe muy completo, un medio de investigaci¨®n norteamericano mostraba c¨®mo, entre 2014 y 2018, esos riqu¨ªsimos hab¨ªan tributado entre el 1 y el 3 por ciento de impuestos sobre sus ganancias. El campe¨®n era el banquero Buffet: hab¨ªa conseguido pagar 0,1 por ciento; el tendero Bezos lo envidiaba: hab¨ªa pagado el 0,98; y el vocinglero Musk deb¨ªa celarlos con encono: pag¨® el 3,27. Hay que recordar que en esos d¨ªas y en esos pa¨ªses una familia de clase media sol¨ªa pagar entre un 20 y un 40 por ciento de impuestos por ganancias millones de veces menores. Aunque hab¨ªa signos que pod¨ªan sugerir el cambio de direcci¨®n: en el Reino Unido, por ejemplo, una primera ministra anunci¨® que eliminar¨ªa ciertos impuestos para los m¨¢s ricos y, ante la presi¨®n de muchos sectores, debi¨® retroceder ¡ªy renunciar tras 45 d¨ªas en su cargo.
Pero en esos d¨ªas los riqu¨ªsimos segu¨ªan pagando tanto menos que cualquier ciudadano. Lo consegu¨ªan, por supuesto, con ej¨¦rcitos de contadores y abogados dedicados a buscar todos los agujeros ¡ªm¨¢s o menos¡ª legales y lobistas dedicados a influir sobre los legisladores cuando alguna ley no ten¨ªa agujeros suficientes. Algunos intentaban, pese a todo, legitimarse a trav¨¦s de la beneficencia y dedicar parte importante de sus fortunas al ¡°bien com¨²n¡±. Lo cual completaba hasta la caricatura la autarqu¨ªa de los riqu¨ªsimos y les permit¨ªa sustituir, tambi¨¦n en eso, a los estados. En lugar de pagar sus impuestos para que esos estados invirtieran en lo que ¡ªsupuestamente sus ciudadanos¡ª decidieran, ellos mismos pod¨ªan decidir en qu¨¦ gastar¨ªan una parte de lo que consiguieran sustraerles. As¨ª ellos, no los estados, defin¨ªan las v¨ªas y prioridades del asistencialismo global. Ellos, no los organismos internacionales, defin¨ªan qu¨¦ problemas deb¨ªan ser encarados con m¨¢s medios, con mayor premura: si lo importante era combatir el sida o la malaria o la tartamudez de las orugas apor¨ªsticas.
(Lo cual no significaba que el gasto de los estados ricos en su contribuci¨®n al ¡°bien com¨²n¡± ¡ªla ayuda internacional, las limosnas a los pa¨ªses m¨¢s pobres¡ª fuera mucho m¨¢s justo. Esas ayudas, que algunos pa¨ªses y los grandes organismos internacionales proclamaban tanto, no llegaban al 0,2 por ciento del PIB mundial. Y era notorio que, en general, lo que estos pa¨ªses aportaban a los m¨¢s pobres era mucho menos que lo que sus empresas se llevaban de ellos bajo forma de materiales y capitales: el caso de N¨ªger era un buen ejemplo. N¨ªger era, entonces, uno de los pa¨ªses m¨¢s pobres del mundo. Los organismos internacionales hablaban de su ¡°pobreza estructural¡± para decir que no ten¨ªa soluci¨®n. Y se pod¨ªa creerlo: era un pa¨ªs agr¨ªcola de tierras tan ¨¢ridas, avaras. Solo que era, tambi¨¦n, entonces, el segundo productor mundial de un mineral muy cotizado, el uranio, necesario para alimentar los reactores nucleares. El uranio se vend¨ªa muy caro, pero en N¨ªger lo explotaban dos corporaciones: una china y una francesa, por lo cual el pa¨ªs casi no recib¨ªa sus beneficios. Con ellos, podr¨ªa haber mejorado sus infraestructuras ¡ªcaminos, riegos, dep¨®sitos, casas, escuelas, hospitales¡ª para salir de la miseria, pero no los ten¨ªa. En cambio, los pa¨ªses cuyas empresas se los llevaban lo ¡°ayudaban¡±: le entregaban alguna limosna bajo forma de ¡°cooperaci¨®n¡± mientras se quedaban con la renta del uranio. Era un caso entre cientos.)
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Inmediatamente por debajo de los riqu¨ªsimos aparec¨ªa otro sector de clase: los ricos muy visibles porque hab¨ªan logrado su riqueza en alguna actividad p¨²blica, deportes, actuaci¨®n, canciones. Estos s¨ª se mostraban, sal¨ªan en las revistas y en las redes, se exhib¨ªan. As¨ª cumpl¨ªan su funci¨®n de modelo a imitar, una supuesta prueba de que cualquiera pod¨ªa dejar atr¨¢s su clase y sus limitaciones. Auque sus fortunas eran, comparadas con las otras, min¨²sculas. El practicante m¨¢s famoso del deporte m¨¢s famoso de esos tiempos, el f¨²tbol humano (ver cap.20), un hispano-argentino llamado Lionel Messi, pudo juntar en su mejor momento una gran fortuna de 500 millones de euros: no era siquiera billonario.
La lista de los riqu¨ªsimos era una indicaci¨®n; la de las empresas m¨¢s poderosas del mundo ofrec¨ªa otra, que la complementaba. Si se las med¨ªa simplemente por el valor de mercado de sus acciones, la lista era casi homog¨¦nea: cuatro compa?¨ªas tecnol¨®gicas ¡ªvendedoras de aparatos o servicios en la red¡ª estadounidenses y una petrolera saud¨ª la encabezaban. Y la segu¨ªan otras cinco tambi¨¦n USA: una financiera, dos tecnol¨®gicas y dos de servicios y materiales sanitarios.
Pero no es f¨¢cil medir el poder de una compa?¨ªa: una de esas escuelas de negocios que abundaban en la ¨¦poca, tan ¨²tiles para aprender trucos comerciales y conocer a la gente apropiada, intent¨® computarlo y armar un ranking de las m¨¢s potentes. Para eso us¨® una serie de par¨¢metros: su capital, sus ingresos, sus beneficios, su valor de mercado, su n¨²mero de empleados. Pero tambi¨¦n su influencia pol¨ªtica y su reputaci¨®n entre el p¨²blico, el ¡°valor de la marca¡±, los pa¨ªses donde funcionaba. All¨ª la potencia oriental se hac¨ªa evidente: de las diez primeras, cinco eran chinas ¡ªincluyendo la primera, la segunda y la cuarta, tres grandes bancos con reservas extraordinarias. Las otras se repart¨ªan entre tres norteamericanas ¡ªun banco, un fabricante de ordenadores, un supermercadista¡ª, una japonesa ¡ªfabricante de coches¡ª y una coreana ¡ªfabricante de electr¨®nica variada. La lista permit¨ªa apreciar el cambio geogr¨¢fico y el cambio econ¨®mico: no hab¨ªa, entre esas empresas top, ninguna europea y ninguna extractiva. Hab¨ªa que ir a las diez siguientes para encontrarlas entre las primeras petroleras ¡ªque, veinte a?os antes, encabezaban las listas¡ª: una americana, una rusa, una holandesa y una brit¨¢nica.
Los ricos eran el t¨®tem de esos tiempos y eran un bloque m¨¢s o menos homog¨¦neo: eran pocos, produc¨ªan y consum¨ªan los mismos servicios y productos. Los pobres, en cambio, eran demasiados y, por lo tanto, tan diversos. La mitad de la poblaci¨®n del mundo, dec¨ªamos, pose¨ªa el 2 por ciento de sus riquezas: ese gran batall¨®n de miserables inclu¨ªa desocupados en las favelas de Rio de Janeiro o de Jakarta, campesinos desahuciados en M¨¦xico o la India, familias sin tierras en las regiones m¨¢s ¨¢ridas de Sud¨¢n o las m¨¢s h¨²medas de Bangladesh, y tantos otros. Queda dicho: junto a esos 2.700 billonarios, casi mil millones de personas no com¨ªan suficiente cada d¨ªa (ver cap.8) ¡ªy eso defin¨ªa, mejor que casi nada, a ese sistema que todav¨ªa llamaban ¡°capitalismo global¡±.
Porque la caracter¨ªstica definitoria de aquel capitalismo era, dec¨ªan, su ¡°globalizaci¨®n¡±: el hecho de que todo viniera de todos lados y llegara a ¡ªcasi¡ª todos lados, que ¡ªcasi¡ª todos los procesos estuvieran ligados, que ya ¡ªcasi¡ª no quedara lugar en el mundo que tuviera un funcionamiento aut¨®nomo. La globalizaci¨®n, dec¨ªan historiadores de esos d¨ªas, hab¨ªa empezado con la llegada de los espa?oles a Am¨¦rica en el siglo XV, pero nunca hab¨ªa sido tan completa: la circulaci¨®n econ¨®mica inclu¨ªa, con funciones muy distintas, a ¡ªcasi¡ª todas las personas.
Para involucrar ¡ªcon sus enormes diferencias¡ª a 8.000 millones de individuos en esa enorme m¨¢quina era necesario, por un lado, producir cantidades extraordinarias de bienes necesarios ¡ªcomida, ropa, casas, caminos, energ¨ªa¡ª para que todas esas personas sobrevivieran y cantidades a¨²n m¨¢s extraordinarias de bienes innecesarios que mantuvieran la maquinaria en marcha: que usaran el trabajo de millones, que les procuraran los ingresos precisos para consumir algo, que les hicieran querer consumir.
Lo necesario ¡ªlo indispensable¡ª era un porcentaje cada vez menor de lo que el trabajo produc¨ªa y el dinero consum¨ªa. M¨¢s a¨²n: el grado de ¨¦xito de una sociedad se pod¨ªa medir por la proporci¨®n de mercader¨ªas innecesarias que absorb¨ªa. Cuanta m¨¢s plata gastaba en lo que no necesitaba ¡ªcuanta menos en comida, salud, ropa, vivienda¡ª, significaba que mejor le hab¨ªa ido a ese grupo, ese sector, ese pa¨ªs: quer¨ªa decir que era m¨¢s rico.
La riqueza, en esos d¨ªas, se defin¨ªa por la abundancia de lo in¨²til.
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Para eso, la clave parec¨ªa ser ¡°el crecimiento¡±. La econom¨ªa capitalista se apoyaba en esa variante: necesitaba crecer sin parar. El capitalismo global, dec¨ªan, era como un avi¨®n: si no avanzaba a toda pastilla se ca¨ªa.
Se supon¨ªa que el crecimiento de la econom¨ªa de un pa¨ªs ¡ª¡±el crecimiento de un pa¨ªs¡±¡ª consegu¨ªa que sus ciudadanos vivieran mejor. No siempre era cierto, porque ese crecimiento sol¨ªa beneficiar a unos pocos mucho m¨¢s que al resto y pod¨ªa, en cambio, perjudicar a muchos. Un pa¨ªs donde se descubriera, por ejemplo, un nuevo fil¨®n de mineral y una empresa privada lo extrajera, ¡°crecer¨ªa¡± en su PIB, pero su espacio se contaminar¨ªa y muchos de sus habitantes deber¨ªan abandonar sus lugares habituales y no recibir¨ªan demasiado beneficio de esa nueva fuente: a lo sumo, la posibilidad de trabajar muy duro por salarios escasos. Se podr¨ªa argumentar que hab¨ªa beneficios indirectos: que esa empresa privada pagar¨ªa impuestos al estado local que beneficiar¨ªan a todos sus ciudadanos; ya hemos visto (ver cap.12) que a menudo no.
Tambi¨¦n hab¨ªa situaciones, por supuesto, en que ese crecimiento contribu¨ªa a la mejora general, pero la creencia indiscriminada en sus bondades era una religi¨®n de ¨¦poca, m¨¢s all¨¢ de los resultados concretos en cada caso. Si la productividad ¡ªla capacidad de un sistema para producir mercader¨ªas¡ª segu¨ªa creciendo porque las m¨¢quinas eran cada vez mejores, hab¨ªa que producir m¨¢s mercader¨ªas para rentabilizar esas m¨¢quinas. Si la distribuci¨®n ¡ªla capacidad de un sistema para trasladar mercader¨ªas a sus puntos de venta¡ª segu¨ªa creciendo porque las redes eran cada vez mejores, hab¨ªa que trasladar m¨¢s mercader¨ªas para rentabilizar esas redes. Si la demanda ¡ªla cantidad de ventas posibles¡ª segu¨ªa creciendo porque la publicidad llegaba a todas partes y hab¨ªa m¨¢s personas que quer¨ªan y pod¨ªan consumir esos productos, hab¨ªa que vender m¨¢s para rentabilizar esa demanda. Era una l¨®gica ciega: si se pod¨ªa ganar m¨¢s, hab¨ªa que ganar m¨¢s, porque para eso se hac¨ªa todo. El dogma estaba claro: cada empresa ¡°deb¨ªa¡± a sus due?os y/o accionistas el compromiso de ganar lo m¨¢s posible; para eso exist¨ªa. Eso era el crecimiento: expandir constantemente la econom¨ªa para que sus beneficiarios ganaran m¨¢s y m¨¢s, sin preocuparse por los efectos de mediano plazo que podr¨ªa tener. As¨ª funcionaba la sociedad de los riqu¨ªsimos.
Por eso el mayor temor de aquellos pol¨ªticos y empresarios eran los ciclos de ¡°recesi¨®n¡± ¡ªcuando el crecimiento era nulo o negativo¡ª y tomaban todo tipo de medidas para combatirlos. Los empresarios sab¨ªan que ganar¨ªan mucho menos; los pol¨ªticos, que sus votantes, convencidos de que consumir era la prueba de su bienestar, no les perdonar¨ªan tener que aminorar sus compras ¡ªo, en sociedades m¨¢s pobres, no alcanzar lo necesario para subsistir.
Hab¨ªa cr¨ªticos, ya entonces, que dec¨ªan que aquella sociedad desaparecer¨ªa por tratar de crecer m¨¢s all¨¢ de sus posibilidades, de sus l¨ªmites. Hab¨ªa incluso intelectuales ¡ªeuropeos, sobre todo¡ª que insist¨ªan en las virtudes del ¡°decrecimiento¡±, la tentativa de vivir con muchas menos cosas, con mucho menos gasto, con mucho menos despilfarro de los recursos naturales y humanos. Pero sus voces casi no se o¨ªan. La religi¨®n del crecimiento ten¨ªa pocos ateos todav¨ªa y segu¨ªa su marcha a todo trapo. Ya sabemos, claro, lo que sucedi¨®.