Hacer dinero

La decimocuarta entrega de ¡®El mundo entonces¡¯, un manual de historia sobre la sociedad actual escrito en 2120, trata de los muy diversos medios con que se obten¨ªa la meta principal de aquellas sociedades: hacer dinero

Hombres cambian dinero en una oficina de cambio de divisas en el bazar Tahtakale de Estambul, el 26 de enero de 2023.
Hombres cambian dinero en una oficina de cambio de divisas en el bazar Tahtakale de Estambul, el 26 de enero de 2023.ERDEM SAHIN (EFE)
Mart¨ªn Caparr¨®s

En esos d¨ªas no se produc¨ªa para producir, ni se intercambiaba para intercambiar, ni se serv¨ªa para servir. Hacer dinero era la meta; casi todas las actividades eran un medio para llegar a ella. Desde la agricultura hasta el turismo, la extracci¨®n de petr¨®leo o la fabricaci¨®n de microchips, la medicina o el transporte o el deporte, todo ten¨ªa ese fin. Para lograrlo exist¨ªan tres ¨¢reas principales: el sector primario, que comprend¨ªa la extracci¨®n y producci¨®n de todo tipo de materias primas; el secundario, que englobaba la fabricaci¨®n de cualquier clase de objetos; y el terciario, que se defin¨ªa como ¡°servicios¡± y reun¨ªa actividades tan diversas como los bancos y la enfermer¨ªa, la literatura y las tiendas de barrio.

Todo hab¨ªa empezado con la producci¨®n de comida, la rama m¨¢s antigua de la econom¨ªa, solo diez mil a?os antes. Desde entonces la agricultura se mantuvo como la tarea principal de las personas. Hasta fines del siglo XX m¨¢s gente viv¨ªa y trabajaba en los campos que en las ciudades: la mayor parte cultivaba la tierra o criaba animales. La agricultura, sin embargo, ya se hab¨ªa vuelto una actividad desde?ada por arcaica. A¨²n as¨ª, sigui¨® siendo el sector que empleaba m¨¢s personas en el mundo: alrededor de 1.000 millones, m¨¢s de un cuarto de la fuerza laboral global, cultivaba y criaba (ver cap.15). Pero los agricultores eran despreciados, considerados lo m¨¢s primario de cada sociedad.

Personas trabajan en campos de arroz secando los granos, en Santipur (India), en enero de 2023.
Personas trabajan en campos de arroz secando los granos, en Santipur (India), en enero de 2023.SOPA Images (Getty Images)

La ecuaci¨®n estaba clara: cuando m¨¢s pobre era un pa¨ªs, m¨¢s personas trabajaban en sus campos; cuanto m¨¢s rico, menos. En muchos pa¨ªses africanos todav¨ªa un 75 por ciento de sus habitantes hac¨ªa tareas agr¨ªcolas; en ciertos europeos y asi¨¢ticos pod¨ªan ser menos del 2 o 3 por ciento. En Burundi, por ejemplo, cuatro de cada cinco personas viv¨ªan y trabajaban en los campos; en los Estados Unidos, una de cada cien. Era un signo doble: por un lado, significaba que estos pa¨ªses prefer¨ªan actividades m¨¢s rentables, industrias y servicios de avanzada; por otro, que laboraban sus campos con t¨¦cnicas modernas, que usaban cada vez menos mano de obra. La agricultura hab¨ªa cambiado mucho en pocas d¨¦cadas: innovaciones varias consegu¨ªan asegurar cultivos en tierras que antes no daban nada y multiplicar el rendimiento de las que s¨ª, mantener a unas y otras libres de las plagas conocidas y cosecharlas con instrumentos muy precisos.

Las semillas gen¨¦ticamente modificadas hab¨ªan sido decisivas en esos avances. Grandes corporaciones manten¨ªan su monopolio sobre ellas: era un caso in¨¦dito de propiedad privada de un modelo biol¨®gico, vida patentada ¡ªy provoc¨® debates encendidos. Muchos dijeron que el problema era que ese tipo de cultivos intensivos arruinaba las tierras; otros dec¨ªan que ese aumento de productividad era necesario para alimentar mejor a m¨¢s personas pero que lo grave era que un par de compa?¨ªas controlaran su uso ¡ªy lo retacearan a los campesinos m¨¢s pobres, provocando todo tipo de desastres. Esas diferencias materiales entre los agricultores tecnificados de los pa¨ªses ricos y los tradicionales de los pa¨ªses pobres se sumaban al hecho de que en los pa¨ªses m¨¢s ricos sus actividades sol¨ªan estar subsidiadas: as¨ª, los ricos produc¨ªan a precios mucho m¨¢s bajos que los pobres. Como los mercados se hab¨ªan globalizado, los pobres deb¨ªan competir contra esos precios reducidos por los subsidios; a menudo no pod¨ªan.



A¨²n as¨ª, en 2022 la agricultura todav¨ªa produc¨ªa la base de la alimentaci¨®n del mundo. Las dietas de la gran mayor¨ªa se basaban en unos pocos cultivos: arroz, trigo, ma¨ªz, papa. Y, a medida que un pa¨ªs se volv¨ªa m¨¢s rico, incoporaba m¨¢s prote¨ªnas animales: pollo, sobre todo, y tambi¨¦n cerdo y, en la cumbre, vaca (ver cap.8). Los alimentos se hac¨ªan igual que al principio de los tiempos: para tener carne de vaca criaban una vaca, para tener harina de trigo plantaban trigo ¡ªlo cual ocupaba y deterioraba buena parte de la superficie de la Tierra.

En esos d¨ªas se calculaba que, de los 106 millones de kil¨®metros cuadrados de tierra habitable del planeta, cerca de la mitad ¡ª48 millones¡ª se dedicaba a la agricultura. Casi todo el resto eran bosques y sabanas y solo el uno por ciento estaba urbanizado: m¨¢s de la mitad de la poblaci¨®n del mundo se amontonaba en un cent¨¦simo de su territorio.

El 23 por ciento de esas tierras agr¨ªcolas se usaba para plantar los cereales que alimentaban al planeta. El otro 77 por ciento, en cambio, se dedicaba a la ganader¨ªa: all¨ª pastaban ¡ªo se cultivaba comida para¡ª esos animales que las personas entonces se com¨ªan. Y, sin embargo, la agricultura solo supon¨ªa el 4 por ciento del PIB del mundo, o sea: 24 de cada 25 euros circulantes proven¨ªan de cualquier otra cosa. Lo cual, por supuesto, no se reflejaba en absoluto en las econom¨ªas individuales, donde la alimentaci¨®n supon¨ªa un porcentaje importante de los gastos ¡ªmayor cuanto m¨¢s pobre era el hogar.

* * *

La otra actividad b¨¢sica para el mundo tal como estaba organizado entonces era la producci¨®n de energ¨ªa ¡ªnecesaria para mover los medios de transporte, producir electricidad, calentar y quemar, alimentar las m¨¢quinas.

El mundo, en esos d¨ªas, consum¨ªa unos 580 millones de terajoules al a?o. Un joule era una medida de energ¨ªa ¡ªla fuerza necesaria para producir un vatio durante un segundo o para elevar una manzana un metro¡ª y un terajoule era un mill¨®n de millones de joules: era, por ejemplo, la cantidad de energ¨ªa que necesitaba uno de aquellos aviones primitivos para cruzar el Atl¨¢ntico. O sea que el mundo consum¨ªa cada d¨ªa el equivalente a 1.720.000 vuelos intercontinentales o la energ¨ªa liberada por 22.000 bombas at¨®micas como aquella de Hiroshima. Aunque decir el mundo, ya sabemos, segu¨ªa siendo un abuso: el promedio mundial de consumo era de 55 gigajoules por persona por a?o; el promedio norteamericano era de 310, casi seis veces m¨¢s. Europa estaba, otra vez, en el medio: unos 160 gigajoules por cabeza.

En cualquier caso, el consumo global hab¨ªa crecido un 30 por ciento en las dos primeras d¨¦cadas del siglo y segu¨ªa creciendo, y m¨¢s del 84 por ciento de esa energ¨ªa todav¨ªa ven¨ªa de combustibles f¨®siles: carb¨®n, gas y, sobre todo, petr¨®leo. Alrededor del 7 por ciento se deb¨ªa a las centrales hidroel¨¦ctricas; un 4 por ciento a las nucleares, y otro 4 entre solares y e¨®licas.

Vista de la central hidr¨¢ulica de Tucurui, en Brasil.
Vista de la central hidr¨¢ulica de Tucurui, en Brasil.picture alliance (Getty Images)


A fines del siglo XX hab¨ªa habido un momento en que muchos analistas creyeron que aquellos combustibles f¨®siles se acabar¨ªan muy pronto: las reservas conocidas se agotaban. Los se?alaban, adem¨¢s, con toda raz¨®n, como el gran destructor del medio ambiente y el clamor por energ¨ªas ¡°limpias¡±, que no lo afectaran, aument¨®. Distintos sectores intentaban determinar cu¨¢l ser¨ªa el siguiente paradigma energ¨¦tico: qu¨¦ tipo de energ¨ªa dominar¨ªa el mundo en las d¨¦cadas siguientes. Quien lo controlara, por supuesto, controlar¨ªa tantas cosas: si el carb¨®n fue, en el siglo XIX, el combustible que marc¨® la hegemon¨ªa brit¨¢nica; si el petr¨®leo, en el XX, la norteamericana, la del siglo XXI estaba en plena discusi¨®n. Hab¨ªa lucha, sorda pero despiadada.

Hubo grupos de poder ¡ªsobre todo en Estados Unidos¡ª que quisieron recuperar la opci¨®n at¨®mica y usaron para eso el discurso ecologista: el nuclear ser¨ªa la ¨²nica alternativa posible al desastre ambiental de los combusibles f¨®siles. Un par de grandes accidentes abortaron la maniobra. La energ¨ªa nuclear no consegu¨ªa superar sus cat¨¢strofes peri¨®dicas: cada tanto, una central explotaba y mataba a muchos y polu¨ªa mucho m¨¢s. Menos notoria ¡ªpero muy sostenida¡ª era la cr¨ªtica a esas usinas como una forma extrema de concentraci¨®n del poder: si la electricidad proven¨ªa de una central at¨®mica, una sola persona controlaba el suministro de muchos millones. Y las energ¨ªas ¡°blandas¡± o ¡°verdes¡± ¡ªel sol o el viento, que eran limpias y descentralizadas¡ª ten¨ªan mejor prensa pero todav¨ªa estaban muy lejos de producir el flujo necesario para relevar a los f¨®siles.

Activistas de Greenpeace bloquean una excavadora en una mina de lignito, en J¨¹chen (Alemania), en noviembre de 2019.
Activistas de Greenpeace bloquean una excavadora en una mina de lignito, en J¨¹chen (Alemania), en noviembre de 2019.Bernd Lauter (Getty Images)


(A fines de aquel a?o se produjo uno de esos quiebres que solo ser¨ªan plenamente reconocidos mucho tiempo despu¨¦s. Mientras la poblaci¨®n del mundo estaba entretenida con un torneo de f¨²tbol humano, un laboratorio californiano ¡ªen Estados Unidos¡ª anunci¨® que, por primera vez en la historia, una fusi¨®n nuclear hab¨ªa producido m¨¢s energ¨ªa que la necesaria para lograrla. O sea: que por primera vez en la historia el hombre hab¨ªa obtenido energ¨ªa fusionando ¨¢tomos de hidr¨®geno. Ahora es f¨¢cil de ver la importancia de ese descubrimiento. Entonces, aparentemente, no lo fue.)



Cuando la crisis petrolera de los ¨²ltimos a?os del siglo XX parec¨ªa decisiva, la t¨¦cnica, como tantas veces, trajo una soluci¨®n inesperada. Caprichos y vericuetos de la econom¨ªa: por su escasez, por sus dificultades, el precio del petr¨®leo hab¨ªa aumentado tanto que se volvi¨® rentable extraerlo de yacimientos mucho m¨¢s dif¨ªciles, m¨¢s caros de trabajar, que hasta entonces se hab¨ªan desde?ado. En muy poco tiempo se desarrollaron los mecanismos para extraer gas de esquisto, metano atrapado en capas de rocas a mucha profundidad, que los petroleros ¡°liberaban¡± rompiendo las piedras con chorros de agua a alt¨ªsima presi¨®n. Suena sucio y feo y probablemente lo fuera; en todo caso, despert¨® muchas reacciones y devolvi¨® a Estados Unidos a su lugar perdido de primer productor mundial de hidrocarburos y le permiti¨® depender menos de sus proveedores m¨¢s inc¨®modos ¡ªVenezuela, Ir¨¢n, Rusia, Arabia, Angola, entre otros. Los expertos pronto calcularon que, si se manten¨ªa un nivel constante de consumo, esos nuevos yacimientos aseguraban combustible para m¨¢s de dos siglos. Sabemos que no ser¨ªa el caso.



(Y aparec¨ªan, al mismo tiempo, nuevos minerales o, mejor: minerales que encontraron en las nuevas producciones una necesidad que nunca hab¨ªan tenido. El litio era el mejor ejemplo: con ¨¦l, el mundo tuvo la oportunidad de ver en tiempo real lo que pasaba cuando una nueva materia prima, que nunca nadie hab¨ªa apreciado, se volv¨ªa indispensable ¡ªpor el crecimiento de la demanda de bater¨ªas para los coches el¨¦ctricos (ver cap.17) y tantos otros aparatos. La batalla por el litio se volvi¨® furor. La encabezaba por supuesto China, que quer¨ªa mantener su dominio de la producci¨®n de bater¨ªas comprando el litio donde lo extrajeran e impidiendo que esos pa¨ªses productores pudieran procesarlo. Participaban, entre otros, Australia, que ten¨ªa la mitad de la extraccci¨®n mundial del mineral y quer¨ªa imponer sus empresas mineras all¨ª donde aparec¨ªan yacimientos; Chile y su nuevo gobierno de izquierda, que trataba de nacionalizar sus reservas, las mayores del mundo, y era atacado por las grandes mineras y amenazado ¡ªno van a saber c¨®mo hacer, no van a poder hacerlo, no van a tener cr¨¦dito¡ª; Bolivia que las nacionalizaba y lo hac¨ªa mal y no consegu¨ªa explotarlas; y cund¨ªa la discusi¨®n en cada pa¨ªs sobre c¨®mo hacer para no limitarse a extraerlo y entregarlo. El litio, en esos d¨ªas, era un buen resumen en vivo y en directo de lo que pasaba con las materias primas desde hac¨ªa siglos ¡ªy ser¨ªa, sabemos, otra oportunidad perdida de cambiar las reglas.)

* * *

Algunos de los pa¨ªses m¨¢s ricos ¡ªEstados Unidos, China, Rusia¡ª dispon¨ªan de grandes reservas de materias primas pero, a¨²n as¨ª, eran los principales compradores de las del resto del mundo. Y otros pa¨ªses ricos ¡ªeuropeos, sobre todo¡ª no las ten¨ªan y no ten¨ªan m¨¢s remedio que comprarlas. Lo cual hac¨ªa que muchos pa¨ªses m¨¢s pobres vivieran de extraer y exportar materias ¡ªcomida, minerales, drogas. En estos pa¨ªses el origen de las fortunas no estaba ¡ªcomo pod¨ªa suceder en el capitalismo cl¨¢sico¡ª en la acumulaci¨®n de capitales y la invenci¨®n y fabricaci¨®n de objetos y necesidades nuevas (ver cap.16) y la explotaci¨®n intensiva de los trabajadores industriales y las maniobras comerciales y financieras, sino en el control de las fuentes de esas materias primas. All¨ª, entonces, el poder pol¨ªtico era decisivo: quien lo tuviera pod¨ªa conseguir o mantener la propiedad sobre esos campos, esas minas, esos pozos. Por eso, tambi¨¦n, esos sol¨ªan ser los pa¨ªses con m¨¢s conflicto, m¨¢s violencia (ver cap.22): el control del estado significaba de forma muy directa el control de la riqueza, y la pelea por ¨¦l era feroz.



El comercio ¡ªla compra y venta de bienes de todo tipo, naturales y artificiales, s¨®lidos y l¨ªquidos, fabricados y extra¨ªdos, extraordinarios y ordinarios¡ª era, entonces, incesante. Ese movimiento alimentaba una aristocracia riqu¨ªsima constituida por los ¡°traders¡± ¡ªla traducci¨®n m¨¢s precisa ser¨ªa ¡°traficantes¡±¡ª de las grandes materias primas o ¡°commodities¡±: petr¨®leo, metales, alimentos. Su actividad era ejemplarmente improductiva: no extra¨ªan nada, no produc¨ªan nada, no fabricaban nada; solo compraban lo que otros extra¨ªan y se lo vend¨ªan a quienes lo usaban para algo ¡ªy ganaban fortunas. Compa?¨ªas como Cargill, Vitol, Glencore hab¨ªan empezado dedic¨¢ndose a un sector ¡ªcereal, crudo, minerales¡ª pero ya entonces se met¨ªan en todos, y los controlaban. Muy pocas empresas dominaban el mercado global. Solo cinco ¡°traficantes¡± manejaban un cuarto de la demanda mundial de petr¨®leo crudo y refinado, unos 24 millones de barriles diarios. Las siete mayores cerealeras controlaban la mitad de los granos y oleaginosas del planeta, y as¨ª de seguido. Eran compa?¨ªas muy tradicionalistas ¡ªGlencore, todav¨ªa en 2014, era la ¨²ltima del Top 100 brit¨¢nico que no contaba ninguna mujer en su directorio¡ª que evitaban, por principio, cualquier principio pol¨ªtico en sus negocios: compraban y vend¨ªan donde les conviniera, m¨¢s all¨¢ de cualquier otra cuesti¨®n. Hab¨ªan sido, curiosamente, grandes beneficiarias de la descolonizaci¨®n de mediados del siglo XX: se encontraron, sobre todo en ?frica, con una serie de gobiernos nuevos lo bastante fuertes como para querer m¨¢s dinero por sus materias primas y lo bastante d¨¦biles como para tener que aceptar las presiones de quienes pod¨ªan conseguirles esos precios. Estas empresas, que no ten¨ªan convicci¨®n fuera de la ganancia, aprovecharon el impulso nacionalista de esos a?os. Eran b¨¢sicamente opacas: el gran p¨²blico no las conoc¨ªa ¡ªy el peque?o tampoco. Y eran otra muestra de los efectos de la globalizaci¨®n: organizaciones que esquivaban el control de los estados de origen de sus due?os ¡ªnorteamericanos, ingleses, suizos¡ª y que, sobre todo, esquivaban pagar los impuestos que les habr¨ªan debido.



El comercio, por supuesto, tambi¨¦n aumentaba de muchas otras formas. En los 50 a?os anteriores la poblaci¨®n del mundo se hab¨ªa duplicado y su producci¨®n cuadruplicado, pero el comercio internacional se hab¨ªa multiplicado por treinta ¡ªy un cuarto de todo lo que se produc¨ªa entonces en el mundo se exportaba. (En ese lapso, el porcentaje de las exportaciones USA en el total mundial hab¨ªa pasado del 12 al 9 por ciento; las chinas, del 1 al 13 por ciento.)

Tres factores hab¨ªan sido decisivos en ese aumento global de las exportaciones: la multiplicaci¨®n de los objetos (ver cap.16), el crecimiento de una poblaci¨®n con poder de consumo (ver cap.1), el despliegue de innumerables barcos.

Los barcos parec¨ªan la forma m¨¢s antigua de transportar mercanc¨ªas: de hecho, hac¨ªa tres o cuatro mil a?os que el mundo comerciaba sobre el agua. Y sin embargo aquellos grandes barcos segu¨ªan siendo todav¨ªa, como en tiempos de Homero, la forma m¨¢s eficiente de llevar mucha carga lejos: el 90 por ciento del comercio mundial circulaba a trav¨¦s de las 50.000 naves que surcaban entonces los mares. Por eso la flota global no paraba de crecer, 2 o 3 por ciento cada a?o, tanto en n¨²mero de barcos como en su tonelaje. En aquel mundo el movimiento de los objetos y las materias primas ocupaba tanto esfuerzo, tanto gasto. Las personas no lo ten¨ªan presente, pero buena parte de lo que consum¨ªan, los objetos que usaban, la fruta que com¨ªan, el gas que los calentaba hab¨ªa cruzado oc¨¦anos.

Varios barcos portacontenedores amarrados en la terminal de Burchardkai, en el puerto de Hamburgo, en 2022.
Varios barcos portacontenedores amarrados en la terminal de Burchardkai, en el puerto de Hamburgo, en 2022.Gregor Fischer (Getty Images)


Aquellos barcos colmaban las aguas, ensuciaban los cielos. Algunos med¨ªan m¨¢s de 300 metros de largo, algunos costaban como 10.000 coches medianos, algunos transportaban petr¨®leo en tanques y otros cereales o minerales secos y otros coches o m¨¢quinas enormes; los m¨¢s comunes eran los que llevaban esas cajas de metal llamadas containers o contenedores, que se hab¨ªan impuesto como la forma habitual de transportar mercader¨ªas: se calculaba que en cada momento unos 15 millones de contenedores se mov¨ªan por el mundo, con la carga m¨¢s variada que se pueda imaginar, desde frutas a televisores, de camisetas de f¨²tbol a drogas escondidas, de ruedas de coche a bonsais japoneses; cada tanto se descubr¨ªa alguno atiborrado de inmigrantes ilegales. Pero las mercanc¨ªas m¨¢s traficadas eran el petr¨®leo crudo y refinado y sus diversos derivados, seguidos de cerca por ordenadores varios ¡ªincluidos los de bolsillo que entonces llamaban tel¨¦fonos¡ª, y coches y camiones; detr¨¢s ven¨ªan las maquinarias de todo tipo, los infinitos pl¨¢sticos, las drogas medicinales, el oro, los diamantes, la sangre, el acero, los electrodom¨¦sticos. China, Estados Unidos y Europa concentraban, ellos solos, m¨¢s de un tercio de las operaciones.

Para la mayor¨ªa de los habitantes del planeta esos miles de barcos no exist¨ªan: eran una realidad ajena, distante, que no sol¨ªan tomar en cuenta; para m¨¢s de un mill¨®n de marineros eran su forma de vida. Sus puertos principales eran Shanghai, Singapur y Hong Kong en Asia, Los Angeles y Nueva York en Estados Unidos, Rotterdam y Hamburgo en Europa; sus constructores m¨¢s activos eran China, Jap¨®n y Corea. Y, curiosamente, en una ¨¦poca de control y vigilancia muy activos, todav¨ªa sufr¨ªan ataques de piratas: en 2020 fueron casi 200, la mayor¨ªa en Bab-el-Mandeb, cerca de Somalia, y en el estrecho de Malaca, entre Malasia e Indonesia.

* * *

M¨¢s all¨¢ de esa explosi¨®n del comercio internacional, otro rasgo de la ¨¦poca fue el gran cambio en el comercio minorista: en la compra y venta de todos los d¨ªas. Hasta muy poco antes, la mayor¨ªa de esas transacciones estaba en manos de personas: casi todo lo que se vend¨ªa al por menor se vend¨ªa en tiendas especializadas en un rubro ¡ªdesde la carnicer¨ªa hasta la sombrerer¨ªa, pasando por todas las dem¨¢s¡ª, que sol¨ªan ser propiedad de un due?o o una familia que se ocupaban de ellas con ¡ªsi acaso¡ª la ayuda de unos pocos empleados.

Ese modelo empez¨® a debilitarse con las ¡°grandes tiendas¡± ¡ªo tiendas por departamentos¡ª, un invento anglo-franc¨¦s de fines del siglo XIX que los norteamericanos llevaron a su apogeo durante el siglo XX, cuando el resto del mundo lo imit¨®. Y, en el MundoRico, las tiendas unifamiliares terminaron de eclipsarse a fines de ese siglo, cuando un conjunto de grandes firmas se apoder¨® de cada segmento del mercado. Eran empresas poderosas ¡ªalgunas incluso fabricaban su mercader¨ªa¡ª que, por su posici¨®n dominante, pod¨ªan ofrecer precios mucho menores y, as¨ª, deshacerse de la peque?a competencia. Esas empresas se volvieron marcas que se repet¨ªan en todas las ciudades; esas marcas continuas se apropiaban del espacio y convert¨ªan todos los lugares en un mismo lugar: en sus tiendas se ofrec¨ªan las mismas cosas a los mismos precios, para beneficio de un mismo propietario. Era la versi¨®n minorista de la concentraci¨®n que se daba en todos los sectores.



(Esas grandes marcas globales intentaron que todos los mercados del mundo desearan sus productos; lo consiguieron, pero consiguieron tambi¨¦n que uno de los negocios m¨¢s florecientes del momento consistiera en imitarlos. Se calculaba que el comercio internacional de art¨ªculos falsificados mov¨ªa unos 500.000 millones de euros al a?o ¡ªno muy lejos del mercado mundial legal de armas, por ejemplo (ver cap.22). Los productos m¨¢s plagiados eran, en este orden, las zapatillas, las ropas, las carteras, los ordenadores de bolsillo, los relojes, los perfumes: estudios supon¨ªan que uno de cada diez eran falsos. Eran millones de objetos que imitaban en todo al original salvo en lo decisivo: la calidad de sus materiales y su fabricaci¨®n. Lo importante era el simulacro: que parecieran. El falso era el triunfo del relato sobre la realidad: personas que compraban algo que deb¨ªa distinguirse por su calidad pero se usaba para convertir a quien lo portaba en alguien de supuesta calidad. No importaba si el objeto en s¨ª era malo y duraba poco; lo que importaba era lo que comunicaba, lo que dec¨ªa sobre quien lo mostraba. Y era un triunfo ideol¨®gico fuerte: gracias a las falsificaciones, millones de personas aceptaban el liderazgo cultural de los m¨¢s ricos, intentaban parecer uno de ellos.)



Pero el comercio material, con tiendas y personas, recibi¨® a su vez su golpe con la aparici¨®n de las cadenas gigantes de distribuci¨®n basadas en la ¡°red¡± (ver cap.18): tanto la norteamericana, Amazon, como la china, Alibaba, estaban entonces entre las veinte empresas m¨¢s poderosas del mundo; el due?o de la primera, un comerciante llamado Jeffrey Preston Jorgensen (a) Jeff Bezos, resultaba cada tanto el hombre m¨¢s rico del planeta (ver cap.13). La raz¨®n de su ¨¦xito era que hab¨ªa puesto en marcha una gran red de distribuci¨®n de productos encargados por la inter-net. Era, otra vez, un intermediario que no produc¨ªa nada. Su modelo de negocios era simple: su empresa ofrec¨ªa en un mismo espacio virtual casi todo lo que alguien pod¨ªa ¡°necesitar¡±, con garant¨ªas de ¡ªrelativa¡ª calidad y la seguridad de que se lo llevar¨ªan donde quisiera en un plazo muy breve. La comodidad y la codicia se impusieron; la concentraci¨®n se volvi¨® aun mayor, millones de personas quedaron sin trabajo.

Empleados clasifican paquetes de Amazon en un centro de distribuci¨®n en Neubrandenburg (Alemania) en octubre de 2021.
Empleados clasifican paquetes de Amazon en un centro de distribuci¨®n en Neubrandenburg (Alemania) en octubre de 2021.picture alliance (Getty Images)

Con la irrupci¨®n de esas corporaciones, el comercio minorista perdi¨® su materialidad: no suced¨ªa en un lugar, no se tocaba. Se transform¨® en un hecho virtual y dej¨® de ser un intercambio entre dos particulares m¨¢s o menos equivalentes para volverse una relaci¨®n entre dos partes absolutamente desiguales: la gran corporaci¨®n y el individuo. Lo cual cambi¨® el significado de la compra: si siempre hab¨ªa sido un momento de contacto, de salir al espacio p¨²blico a ver y buscar y encontrarse con otros, en esos d¨ªas se convirti¨® en un proceso perfectamente individual, solitario, que cada cual emprend¨ªa frente a su pantalla, que no creaba ning¨²n v¨ªnculo social. El mundo disgregado se condensaba en ese gesto.

* * *

El comercio crec¨ªa y crec¨ªa: era un ¡°servicio¡±. Por primera vez en la historia el sector m¨¢s importante de la econom¨ªa de los pa¨ªses ricos no era la producci¨®n sino eso que entonces se llamaba ¡°servicios¡±. La producci¨®n de materias primas hab¨ªa quedado relegada a los pa¨ªses m¨¢s pobres; la fabricaci¨®n de los objetos menos complejos, a los medianos; los m¨¢s sofisticados todav¨ªa se hac¨ªan en los pa¨ªses m¨¢s ricos, pero cuanto m¨¢s lo era un pa¨ªs m¨¢s peso ten¨ªa su sector ¡°servicios¡±.

Los servicios, dec¨ªan los que los defin¨ªan, eran todo lo que no se pod¨ªa guardar ni acumular: deb¨ªa producirse y consumirse al mismo tiempo. Los servicios eran lo que no creaba nada material en una ¨¦poca en que todav¨ªa hab¨ªa mucha materia: inclu¨ªan actividades tan diversas como la medicina, el entretenimiento, la ense?anza, el turismo, la protecci¨®n, los bancos y seguros, la comunicaci¨®n, la hosteler¨ªa, la hosteler¨ªa post-mortem, el derecho y el deporte, la prostituci¨®n y el periodismo y todo tipo de empleos p¨²blicos. Entre todas concentraban ¡ªen los viejos pa¨ªses ricos¡ª hasta el 80 por ciento de la econom¨ªa.



En esos d¨ªas, uno de los ¡°servicios¡± m¨¢s importantes era el turismo, que daba trabajo a multitudes y produc¨ªa alrededor del 10 por ciento del PIB mundial: 1.500 millones de viajes al a?o. El turismo era nuevo y era un s¨ªmbolo, si acaso, de esos tiempos: grandes masas de dinero y de personas en una actividad que solo produc¨ªa cierto bienestar transitorio, una actividad que hab¨ªa existido apenas durante buena parte de la historia ¡ªy que, sabemos, existi¨® poco tiempo.

El turismo ten¨ªa, dentro del esquema, una funci¨®n central: esos viajes breves, levemente ca¨®ticos, justificaban la sumisi¨®n del resto del a?o. Se consideraba ¡ªa menudo¡ª afortunado quien pod¨ªa reunir, en el a?o de trabajo, el dinero necesario para viajar dos o tres semanas a alg¨²n lugar m¨¢s o menos lejano y vivir en esos d¨ªas una vida absolutamente opuesta a su normalidad. Era la versi¨®n moderna de las saturnalias o los carnavales: unos d¨ªas en que los valores e imposiciones habituales se dejaban de lado para poder seguir cumpli¨¦ndolos el resto del a?o.

La playa del Postiguet (Alicante) abarrotada de gente en agosto de 2022.
La playa del Postiguet (Alicante) abarrotada de gente en agosto de 2022.Marcos del Mazo (Getty Images)

Mientras dur¨®, el turismo transform¨® el h¨¢bitat de los que no lo ejerc¨ªan: convirti¨® a las ciudades m¨¢s exitosas en caricaturas de s¨ª mismas, parques tem¨¢ticos que deb¨ªan adaptarse a todos los clich¨¦s que las pintaban para que los ¡°turistas¡± no salieran defraudados. Deb¨ªan subrayar esas particularidades y, al mismo tiempo, ofrecer una cantidad de servicios estandarizados ¡ªtipos de alojamientos, tipos de comidas, tipos de barber¨ªas o casas de modas o cervecer¨ªas o negocios de objetos in¨²tilmente cuquis¡ª que las volvieran f¨¢ciles, ¡°amigables¡±: la ilusi¨®n de la diferencia en un entorno c¨®modo.

El turismo masivo fue un ejemplo claro de costumbre ef¨ªmera, cruce de circunstancias: apareci¨® cuando los trabajadores legalizados del MundoRico ya dispon¨ªan de ese lapso ¡ªseg¨²n los pa¨ªses, entre 15 y 30 d¨ªas¡ª en que segu¨ªan cobrando sus salarios sin tener la obligaci¨®n de trabajar. Y floreci¨® cuando los transportes que lo permit¨ªan ya hab¨ªan logrado cierto desarrrollo y las realidades virtuales que lo suplantar¨ªan todav¨ªa no. Pero si el turismo sirve como ejemplo es porque nos muestra con toda claridad un rasgo de esa ¨¦poca: que, en la mayor¨ªa de los casos, los que m¨¢s sent¨ªan los efectos de una actividad no eran los que la practicaban sino precisamente los que no.

Y fue tambi¨¦n un ejemplo de otra tendencia fuerte: en ese rubro trabajaban millones de personas. Las ciudades se desnaturalizaban, se disgregaban, pero no pod¨ªan dejar de practicarlo por miedo a las grandes p¨¦rdidas de empleos. Era lo que pasaba con tantos trabajos (ver cap.15): solo serv¨ªan para que las personas que los hac¨ªan tuvieran algo que hacer, alg¨²n ingreso, opciones de supervivencia. Para que ganaran su dinero y, sobre todo, se lo hicieran ganar a sus patrones.

Pr¨®xima entrega: 15. Los fines del trabajo

Las personas, entonces, estaban definidas por sus empleos: cada vez menos producci¨®n y m¨¢s servicios. Pero planeaba la amenaza de los robots, el final del trabajo.

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