Hacer dinero
La decimocuarta entrega de ¡®El mundo entonces¡¯, un manual de historia sobre la sociedad actual escrito en 2120, trata de los muy diversos medios con que se obten¨ªa la meta principal de aquellas sociedades: hacer dinero
En esos d¨ªas no se produc¨ªa para producir, ni se intercambiaba para intercambiar, ni se serv¨ªa para servir. Hacer dinero era la meta; casi todas las actividades eran un medio para llegar a ella. Desde la agricultura hasta el turismo, la extracci¨®n de petr¨®leo o la fabricaci¨®n de microchips, la medicina o el transporte o el deporte, todo ten¨ªa ese fin. Para lograrlo exist¨ªan tres ¨¢reas principales: el sector primario, que comprend¨ªa la extracci¨®n y producci¨®n de todo tipo de materias primas; el secundario, que englobaba la fabricaci¨®n de cualquier clase de objetos; y el terciario, que se defin¨ªa como ¡°servicios¡± y reun¨ªa actividades tan diversas como los bancos y la enfermer¨ªa, la literatura y las tiendas de barrio.
Todo hab¨ªa empezado con la producci¨®n de comida, la rama m¨¢s antigua de la econom¨ªa, solo diez mil a?os antes. Desde entonces la agricultura se mantuvo como la tarea principal de las personas. Hasta fines del siglo XX m¨¢s gente viv¨ªa y trabajaba en los campos que en las ciudades: la mayor parte cultivaba la tierra o criaba animales. La agricultura, sin embargo, ya se hab¨ªa vuelto una actividad desde?ada por arcaica. A¨²n as¨ª, sigui¨® siendo el sector que empleaba m¨¢s personas en el mundo: alrededor de 1.000 millones, m¨¢s de un cuarto de la fuerza laboral global, cultivaba y criaba (ver cap.15). Pero los agricultores eran despreciados, considerados lo m¨¢s primario de cada sociedad.
La ecuaci¨®n estaba clara: cuando m¨¢s pobre era un pa¨ªs, m¨¢s personas trabajaban en sus campos; cuanto m¨¢s rico, menos. En muchos pa¨ªses africanos todav¨ªa un 75 por ciento de sus habitantes hac¨ªa tareas agr¨ªcolas; en ciertos europeos y asi¨¢ticos pod¨ªan ser menos del 2 o 3 por ciento. En Burundi, por ejemplo, cuatro de cada cinco personas viv¨ªan y trabajaban en los campos; en los Estados Unidos, una de cada cien. Era un signo doble: por un lado, significaba que estos pa¨ªses prefer¨ªan actividades m¨¢s rentables, industrias y servicios de avanzada; por otro, que laboraban sus campos con t¨¦cnicas modernas, que usaban cada vez menos mano de obra. La agricultura hab¨ªa cambiado mucho en pocas d¨¦cadas: innovaciones varias consegu¨ªan asegurar cultivos en tierras que antes no daban nada y multiplicar el rendimiento de las que s¨ª, mantener a unas y otras libres de las plagas conocidas y cosecharlas con instrumentos muy precisos.
Las semillas gen¨¦ticamente modificadas hab¨ªan sido decisivas en esos avances. Grandes corporaciones manten¨ªan su monopolio sobre ellas: era un caso in¨¦dito de propiedad privada de un modelo biol¨®gico, vida patentada ¡ªy provoc¨® debates encendidos. Muchos dijeron que el problema era que ese tipo de cultivos intensivos arruinaba las tierras; otros dec¨ªan que ese aumento de productividad era necesario para alimentar mejor a m¨¢s personas pero que lo grave era que un par de compa?¨ªas controlaran su uso ¡ªy lo retacearan a los campesinos m¨¢s pobres, provocando todo tipo de desastres. Esas diferencias materiales entre los agricultores tecnificados de los pa¨ªses ricos y los tradicionales de los pa¨ªses pobres se sumaban al hecho de que en los pa¨ªses m¨¢s ricos sus actividades sol¨ªan estar subsidiadas: as¨ª, los ricos produc¨ªan a precios mucho m¨¢s bajos que los pobres. Como los mercados se hab¨ªan globalizado, los pobres deb¨ªan competir contra esos precios reducidos por los subsidios; a menudo no pod¨ªan.
A¨²n as¨ª, en 2022 la agricultura todav¨ªa produc¨ªa la base de la alimentaci¨®n del mundo. Las dietas de la gran mayor¨ªa se basaban en unos pocos cultivos: arroz, trigo, ma¨ªz, papa. Y, a medida que un pa¨ªs se volv¨ªa m¨¢s rico, incoporaba m¨¢s prote¨ªnas animales: pollo, sobre todo, y tambi¨¦n cerdo y, en la cumbre, vaca (ver cap.8). Los alimentos se hac¨ªan igual que al principio de los tiempos: para tener carne de vaca criaban una vaca, para tener harina de trigo plantaban trigo ¡ªlo cual ocupaba y deterioraba buena parte de la superficie de la Tierra.
En esos d¨ªas se calculaba que, de los 106 millones de kil¨®metros cuadrados de tierra habitable del planeta, cerca de la mitad ¡ª48 millones¡ª se dedicaba a la agricultura. Casi todo el resto eran bosques y sabanas y solo el uno por ciento estaba urbanizado: m¨¢s de la mitad de la poblaci¨®n del mundo se amontonaba en un cent¨¦simo de su territorio.
El 23 por ciento de esas tierras agr¨ªcolas se usaba para plantar los cereales que alimentaban al planeta. El otro 77 por ciento, en cambio, se dedicaba a la ganader¨ªa: all¨ª pastaban ¡ªo se cultivaba comida para¡ª esos animales que las personas entonces se com¨ªan. Y, sin embargo, la agricultura solo supon¨ªa el 4 por ciento del PIB del mundo, o sea: 24 de cada 25 euros circulantes proven¨ªan de cualquier otra cosa. Lo cual, por supuesto, no se reflejaba en absoluto en las econom¨ªas individuales, donde la alimentaci¨®n supon¨ªa un porcentaje importante de los gastos ¡ªmayor cuanto m¨¢s pobre era el hogar.
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La otra actividad b¨¢sica para el mundo tal como estaba organizado entonces era la producci¨®n de energ¨ªa ¡ªnecesaria para mover los medios de transporte, producir electricidad, calentar y quemar, alimentar las m¨¢quinas.
El mundo, en esos d¨ªas, consum¨ªa unos 580 millones de terajoules al a?o. Un joule era una medida de energ¨ªa ¡ªla fuerza necesaria para producir un vatio durante un segundo o para elevar una manzana un metro¡ª y un terajoule era un mill¨®n de millones de joules: era, por ejemplo, la cantidad de energ¨ªa que necesitaba uno de aquellos aviones primitivos para cruzar el Atl¨¢ntico. O sea que el mundo consum¨ªa cada d¨ªa el equivalente a 1.720.000 vuelos intercontinentales o la energ¨ªa liberada por 22.000 bombas at¨®micas como aquella de Hiroshima. Aunque decir el mundo, ya sabemos, segu¨ªa siendo un abuso: el promedio mundial de consumo era de 55 gigajoules por persona por a?o; el promedio norteamericano era de 310, casi seis veces m¨¢s. Europa estaba, otra vez, en el medio: unos 160 gigajoules por cabeza.
En cualquier caso, el consumo global hab¨ªa crecido un 30 por ciento en las dos primeras d¨¦cadas del siglo y segu¨ªa creciendo, y m¨¢s del 84 por ciento de esa energ¨ªa todav¨ªa ven¨ªa de combustibles f¨®siles: carb¨®n, gas y, sobre todo, petr¨®leo. Alrededor del 7 por ciento se deb¨ªa a las centrales hidroel¨¦ctricas; un 4 por ciento a las nucleares, y otro 4 entre solares y e¨®licas.
A fines del siglo XX hab¨ªa habido un momento en que muchos analistas creyeron que aquellos combustibles f¨®siles se acabar¨ªan muy pronto: las reservas conocidas se agotaban. Los se?alaban, adem¨¢s, con toda raz¨®n, como el gran destructor del medio ambiente y el clamor por energ¨ªas ¡°limpias¡±, que no lo afectaran, aument¨®. Distintos sectores intentaban determinar cu¨¢l ser¨ªa el siguiente paradigma energ¨¦tico: qu¨¦ tipo de energ¨ªa dominar¨ªa el mundo en las d¨¦cadas siguientes. Quien lo controlara, por supuesto, controlar¨ªa tantas cosas: si el carb¨®n fue, en el siglo XIX, el combustible que marc¨® la hegemon¨ªa brit¨¢nica; si el petr¨®leo, en el XX, la norteamericana, la del siglo XXI estaba en plena discusi¨®n. Hab¨ªa lucha, sorda pero despiadada.
Hubo grupos de poder ¡ªsobre todo en Estados Unidos¡ª que quisieron recuperar la opci¨®n at¨®mica y usaron para eso el discurso ecologista: el nuclear ser¨ªa la ¨²nica alternativa posible al desastre ambiental de los combusibles f¨®siles. Un par de grandes accidentes abortaron la maniobra. La energ¨ªa nuclear no consegu¨ªa superar sus cat¨¢strofes peri¨®dicas: cada tanto, una central explotaba y mataba a muchos y polu¨ªa mucho m¨¢s. Menos notoria ¡ªpero muy sostenida¡ª era la cr¨ªtica a esas usinas como una forma extrema de concentraci¨®n del poder: si la electricidad proven¨ªa de una central at¨®mica, una sola persona controlaba el suministro de muchos millones. Y las energ¨ªas ¡°blandas¡± o ¡°verdes¡± ¡ªel sol o el viento, que eran limpias y descentralizadas¡ª ten¨ªan mejor prensa pero todav¨ªa estaban muy lejos de producir el flujo necesario para relevar a los f¨®siles.
(A fines de aquel a?o se produjo uno de esos quiebres que solo ser¨ªan plenamente reconocidos mucho tiempo despu¨¦s. Mientras la poblaci¨®n del mundo estaba entretenida con un torneo de f¨²tbol humano, un laboratorio californiano ¡ªen Estados Unidos¡ª anunci¨® que, por primera vez en la historia, una fusi¨®n nuclear hab¨ªa producido m¨¢s energ¨ªa que la necesaria para lograrla. O sea: que por primera vez en la historia el hombre hab¨ªa obtenido energ¨ªa fusionando ¨¢tomos de hidr¨®geno. Ahora es f¨¢cil de ver la importancia de ese descubrimiento. Entonces, aparentemente, no lo fue.)
Cuando la crisis petrolera de los ¨²ltimos a?os del siglo XX parec¨ªa decisiva, la t¨¦cnica, como tantas veces, trajo una soluci¨®n inesperada. Caprichos y vericuetos de la econom¨ªa: por su escasez, por sus dificultades, el precio del petr¨®leo hab¨ªa aumentado tanto que se volvi¨® rentable extraerlo de yacimientos mucho m¨¢s dif¨ªciles, m¨¢s caros de trabajar, que hasta entonces se hab¨ªan desde?ado. En muy poco tiempo se desarrollaron los mecanismos para extraer gas de esquisto, metano atrapado en capas de rocas a mucha profundidad, que los petroleros ¡°liberaban¡± rompiendo las piedras con chorros de agua a alt¨ªsima presi¨®n. Suena sucio y feo y probablemente lo fuera; en todo caso, despert¨® muchas reacciones y devolvi¨® a Estados Unidos a su lugar perdido de primer productor mundial de hidrocarburos y le permiti¨® depender menos de sus proveedores m¨¢s inc¨®modos ¡ªVenezuela, Ir¨¢n, Rusia, Arabia, Angola, entre otros. Los expertos pronto calcularon que, si se manten¨ªa un nivel constante de consumo, esos nuevos yacimientos aseguraban combustible para m¨¢s de dos siglos. Sabemos que no ser¨ªa el caso.
(Y aparec¨ªan, al mismo tiempo, nuevos minerales o, mejor: minerales que encontraron en las nuevas producciones una necesidad que nunca hab¨ªan tenido. El litio era el mejor ejemplo: con ¨¦l, el mundo tuvo la oportunidad de ver en tiempo real lo que pasaba cuando una nueva materia prima, que nunca nadie hab¨ªa apreciado, se volv¨ªa indispensable ¡ªpor el crecimiento de la demanda de bater¨ªas para los coches el¨¦ctricos (ver cap.17) y tantos otros aparatos. La batalla por el litio se volvi¨® furor. La encabezaba por supuesto China, que quer¨ªa mantener su dominio de la producci¨®n de bater¨ªas comprando el litio donde lo extrajeran e impidiendo que esos pa¨ªses productores pudieran procesarlo. Participaban, entre otros, Australia, que ten¨ªa la mitad de la extraccci¨®n mundial del mineral y quer¨ªa imponer sus empresas mineras all¨ª donde aparec¨ªan yacimientos; Chile y su nuevo gobierno de izquierda, que trataba de nacionalizar sus reservas, las mayores del mundo, y era atacado por las grandes mineras y amenazado ¡ªno van a saber c¨®mo hacer, no van a poder hacerlo, no van a tener cr¨¦dito¡ª; Bolivia que las nacionalizaba y lo hac¨ªa mal y no consegu¨ªa explotarlas; y cund¨ªa la discusi¨®n en cada pa¨ªs sobre c¨®mo hacer para no limitarse a extraerlo y entregarlo. El litio, en esos d¨ªas, era un buen resumen en vivo y en directo de lo que pasaba con las materias primas desde hac¨ªa siglos ¡ªy ser¨ªa, sabemos, otra oportunidad perdida de cambiar las reglas.)
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Algunos de los pa¨ªses m¨¢s ricos ¡ªEstados Unidos, China, Rusia¡ª dispon¨ªan de grandes reservas de materias primas pero, a¨²n as¨ª, eran los principales compradores de las del resto del mundo. Y otros pa¨ªses ricos ¡ªeuropeos, sobre todo¡ª no las ten¨ªan y no ten¨ªan m¨¢s remedio que comprarlas. Lo cual hac¨ªa que muchos pa¨ªses m¨¢s pobres vivieran de extraer y exportar materias ¡ªcomida, minerales, drogas. En estos pa¨ªses el origen de las fortunas no estaba ¡ªcomo pod¨ªa suceder en el capitalismo cl¨¢sico¡ª en la acumulaci¨®n de capitales y la invenci¨®n y fabricaci¨®n de objetos y necesidades nuevas (ver cap.16) y la explotaci¨®n intensiva de los trabajadores industriales y las maniobras comerciales y financieras, sino en el control de las fuentes de esas materias primas. All¨ª, entonces, el poder pol¨ªtico era decisivo: quien lo tuviera pod¨ªa conseguir o mantener la propiedad sobre esos campos, esas minas, esos pozos. Por eso, tambi¨¦n, esos sol¨ªan ser los pa¨ªses con m¨¢s conflicto, m¨¢s violencia (ver cap.22): el control del estado significaba de forma muy directa el control de la riqueza, y la pelea por ¨¦l era feroz.
El comercio ¡ªla compra y venta de bienes de todo tipo, naturales y artificiales, s¨®lidos y l¨ªquidos, fabricados y extra¨ªdos, extraordinarios y ordinarios¡ª era, entonces, incesante. Ese movimiento alimentaba una aristocracia riqu¨ªsima constituida por los ¡°traders¡± ¡ªla traducci¨®n m¨¢s precisa ser¨ªa ¡°traficantes¡±¡ª de las grandes materias primas o ¡°commodities¡±: petr¨®leo, metales, alimentos. Su actividad era ejemplarmente improductiva: no extra¨ªan nada, no produc¨ªan nada, no fabricaban nada; solo compraban lo que otros extra¨ªan y se lo vend¨ªan a quienes lo usaban para algo ¡ªy ganaban fortunas. Compa?¨ªas como Cargill, Vitol, Glencore hab¨ªan empezado dedic¨¢ndose a un sector ¡ªcereal, crudo, minerales¡ª pero ya entonces se met¨ªan en todos, y los controlaban. Muy pocas empresas dominaban el mercado global. Solo cinco ¡°traficantes¡± manejaban un cuarto de la demanda mundial de petr¨®leo crudo y refinado, unos 24 millones de barriles diarios. Las siete mayores cerealeras controlaban la mitad de los granos y oleaginosas del planeta, y as¨ª de seguido. Eran compa?¨ªas muy tradicionalistas ¡ªGlencore, todav¨ªa en 2014, era la ¨²ltima del Top 100 brit¨¢nico que no contaba ninguna mujer en su directorio¡ª que evitaban, por principio, cualquier principio pol¨ªtico en sus negocios: compraban y vend¨ªan donde les conviniera, m¨¢s all¨¢ de cualquier otra cuesti¨®n. Hab¨ªan sido, curiosamente, grandes beneficiarias de la descolonizaci¨®n de mediados del siglo XX: se encontraron, sobre todo en ?frica, con una serie de gobiernos nuevos lo bastante fuertes como para querer m¨¢s dinero por sus materias primas y lo bastante d¨¦biles como para tener que aceptar las presiones de quienes pod¨ªan conseguirles esos precios. Estas empresas, que no ten¨ªan convicci¨®n fuera de la ganancia, aprovecharon el impulso nacionalista de esos a?os. Eran b¨¢sicamente opacas: el gran p¨²blico no las conoc¨ªa ¡ªy el peque?o tampoco. Y eran otra muestra de los efectos de la globalizaci¨®n: organizaciones que esquivaban el control de los estados de origen de sus due?os ¡ªnorteamericanos, ingleses, suizos¡ª y que, sobre todo, esquivaban pagar los impuestos que les habr¨ªan debido.
El comercio, por supuesto, tambi¨¦n aumentaba de muchas otras formas. En los 50 a?os anteriores la poblaci¨®n del mundo se hab¨ªa duplicado y su producci¨®n cuadruplicado, pero el comercio internacional se hab¨ªa multiplicado por treinta ¡ªy un cuarto de todo lo que se produc¨ªa entonces en el mundo se exportaba. (En ese lapso, el porcentaje de las exportaciones USA en el total mundial hab¨ªa pasado del 12 al 9 por ciento; las chinas, del 1 al 13 por ciento.)
Tres factores hab¨ªan sido decisivos en ese aumento global de las exportaciones: la multiplicaci¨®n de los objetos (ver cap.16), el crecimiento de una poblaci¨®n con poder de consumo (ver cap.1), el despliegue de innumerables barcos.
Los barcos parec¨ªan la forma m¨¢s antigua de transportar mercanc¨ªas: de hecho, hac¨ªa tres o cuatro mil a?os que el mundo comerciaba sobre el agua. Y sin embargo aquellos grandes barcos segu¨ªan siendo todav¨ªa, como en tiempos de Homero, la forma m¨¢s eficiente de llevar mucha carga lejos: el 90 por ciento del comercio mundial circulaba a trav¨¦s de las 50.000 naves que surcaban entonces los mares. Por eso la flota global no paraba de crecer, 2 o 3 por ciento cada a?o, tanto en n¨²mero de barcos como en su tonelaje. En aquel mundo el movimiento de los objetos y las materias primas ocupaba tanto esfuerzo, tanto gasto. Las personas no lo ten¨ªan presente, pero buena parte de lo que consum¨ªan, los objetos que usaban, la fruta que com¨ªan, el gas que los calentaba hab¨ªa cruzado oc¨¦anos.
Aquellos barcos colmaban las aguas, ensuciaban los cielos. Algunos med¨ªan m¨¢s de 300 metros de largo, algunos costaban como 10.000 coches medianos, algunos transportaban petr¨®leo en tanques y otros cereales o minerales secos y otros coches o m¨¢quinas enormes; los m¨¢s comunes eran los que llevaban esas cajas de metal llamadas containers o contenedores, que se hab¨ªan impuesto como la forma habitual de transportar mercader¨ªas: se calculaba que en cada momento unos 15 millones de contenedores se mov¨ªan por el mundo, con la carga m¨¢s variada que se pueda imaginar, desde frutas a televisores, de camisetas de f¨²tbol a drogas escondidas, de ruedas de coche a bonsais japoneses; cada tanto se descubr¨ªa alguno atiborrado de inmigrantes ilegales. Pero las mercanc¨ªas m¨¢s traficadas eran el petr¨®leo crudo y refinado y sus diversos derivados, seguidos de cerca por ordenadores varios ¡ªincluidos los de bolsillo que entonces llamaban tel¨¦fonos¡ª, y coches y camiones; detr¨¢s ven¨ªan las maquinarias de todo tipo, los infinitos pl¨¢sticos, las drogas medicinales, el oro, los diamantes, la sangre, el acero, los electrodom¨¦sticos. China, Estados Unidos y Europa concentraban, ellos solos, m¨¢s de un tercio de las operaciones.
Para la mayor¨ªa de los habitantes del planeta esos miles de barcos no exist¨ªan: eran una realidad ajena, distante, que no sol¨ªan tomar en cuenta; para m¨¢s de un mill¨®n de marineros eran su forma de vida. Sus puertos principales eran Shanghai, Singapur y Hong Kong en Asia, Los Angeles y Nueva York en Estados Unidos, Rotterdam y Hamburgo en Europa; sus constructores m¨¢s activos eran China, Jap¨®n y Corea. Y, curiosamente, en una ¨¦poca de control y vigilancia muy activos, todav¨ªa sufr¨ªan ataques de piratas: en 2020 fueron casi 200, la mayor¨ªa en Bab-el-Mandeb, cerca de Somalia, y en el estrecho de Malaca, entre Malasia e Indonesia.
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M¨¢s all¨¢ de esa explosi¨®n del comercio internacional, otro rasgo de la ¨¦poca fue el gran cambio en el comercio minorista: en la compra y venta de todos los d¨ªas. Hasta muy poco antes, la mayor¨ªa de esas transacciones estaba en manos de personas: casi todo lo que se vend¨ªa al por menor se vend¨ªa en tiendas especializadas en un rubro ¡ªdesde la carnicer¨ªa hasta la sombrerer¨ªa, pasando por todas las dem¨¢s¡ª, que sol¨ªan ser propiedad de un due?o o una familia que se ocupaban de ellas con ¡ªsi acaso¡ª la ayuda de unos pocos empleados.
Ese modelo empez¨® a debilitarse con las ¡°grandes tiendas¡± ¡ªo tiendas por departamentos¡ª, un invento anglo-franc¨¦s de fines del siglo XIX que los norteamericanos llevaron a su apogeo durante el siglo XX, cuando el resto del mundo lo imit¨®. Y, en el MundoRico, las tiendas unifamiliares terminaron de eclipsarse a fines de ese siglo, cuando un conjunto de grandes firmas se apoder¨® de cada segmento del mercado. Eran empresas poderosas ¡ªalgunas incluso fabricaban su mercader¨ªa¡ª que, por su posici¨®n dominante, pod¨ªan ofrecer precios mucho menores y, as¨ª, deshacerse de la peque?a competencia. Esas empresas se volvieron marcas que se repet¨ªan en todas las ciudades; esas marcas continuas se apropiaban del espacio y convert¨ªan todos los lugares en un mismo lugar: en sus tiendas se ofrec¨ªan las mismas cosas a los mismos precios, para beneficio de un mismo propietario. Era la versi¨®n minorista de la concentraci¨®n que se daba en todos los sectores.
(Esas grandes marcas globales intentaron que todos los mercados del mundo desearan sus productos; lo consiguieron, pero consiguieron tambi¨¦n que uno de los negocios m¨¢s florecientes del momento consistiera en imitarlos. Se calculaba que el comercio internacional de art¨ªculos falsificados mov¨ªa unos 500.000 millones de euros al a?o ¡ªno muy lejos del mercado mundial legal de armas, por ejemplo (ver cap.22). Los productos m¨¢s plagiados eran, en este orden, las zapatillas, las ropas, las carteras, los ordenadores de bolsillo, los relojes, los perfumes: estudios supon¨ªan que uno de cada diez eran falsos. Eran millones de objetos que imitaban en todo al original salvo en lo decisivo: la calidad de sus materiales y su fabricaci¨®n. Lo importante era el simulacro: que parecieran. El falso era el triunfo del relato sobre la realidad: personas que compraban algo que deb¨ªa distinguirse por su calidad pero se usaba para convertir a quien lo portaba en alguien de supuesta calidad. No importaba si el objeto en s¨ª era malo y duraba poco; lo que importaba era lo que comunicaba, lo que dec¨ªa sobre quien lo mostraba. Y era un triunfo ideol¨®gico fuerte: gracias a las falsificaciones, millones de personas aceptaban el liderazgo cultural de los m¨¢s ricos, intentaban parecer uno de ellos.)
Pero el comercio material, con tiendas y personas, recibi¨® a su vez su golpe con la aparici¨®n de las cadenas gigantes de distribuci¨®n basadas en la ¡°red¡± (ver cap.18): tanto la norteamericana, Amazon, como la china, Alibaba, estaban entonces entre las veinte empresas m¨¢s poderosas del mundo; el due?o de la primera, un comerciante llamado Jeffrey Preston Jorgensen (a) Jeff Bezos, resultaba cada tanto el hombre m¨¢s rico del planeta (ver cap.13). La raz¨®n de su ¨¦xito era que hab¨ªa puesto en marcha una gran red de distribuci¨®n de productos encargados por la inter-net. Era, otra vez, un intermediario que no produc¨ªa nada. Su modelo de negocios era simple: su empresa ofrec¨ªa en un mismo espacio virtual casi todo lo que alguien pod¨ªa ¡°necesitar¡±, con garant¨ªas de ¡ªrelativa¡ª calidad y la seguridad de que se lo llevar¨ªan donde quisiera en un plazo muy breve. La comodidad y la codicia se impusieron; la concentraci¨®n se volvi¨® aun mayor, millones de personas quedaron sin trabajo.
Con la irrupci¨®n de esas corporaciones, el comercio minorista perdi¨® su materialidad: no suced¨ªa en un lugar, no se tocaba. Se transform¨® en un hecho virtual y dej¨® de ser un intercambio entre dos particulares m¨¢s o menos equivalentes para volverse una relaci¨®n entre dos partes absolutamente desiguales: la gran corporaci¨®n y el individuo. Lo cual cambi¨® el significado de la compra: si siempre hab¨ªa sido un momento de contacto, de salir al espacio p¨²blico a ver y buscar y encontrarse con otros, en esos d¨ªas se convirti¨® en un proceso perfectamente individual, solitario, que cada cual emprend¨ªa frente a su pantalla, que no creaba ning¨²n v¨ªnculo social. El mundo disgregado se condensaba en ese gesto.
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El comercio crec¨ªa y crec¨ªa: era un ¡°servicio¡±. Por primera vez en la historia el sector m¨¢s importante de la econom¨ªa de los pa¨ªses ricos no era la producci¨®n sino eso que entonces se llamaba ¡°servicios¡±. La producci¨®n de materias primas hab¨ªa quedado relegada a los pa¨ªses m¨¢s pobres; la fabricaci¨®n de los objetos menos complejos, a los medianos; los m¨¢s sofisticados todav¨ªa se hac¨ªan en los pa¨ªses m¨¢s ricos, pero cuanto m¨¢s lo era un pa¨ªs m¨¢s peso ten¨ªa su sector ¡°servicios¡±.
Los servicios, dec¨ªan los que los defin¨ªan, eran todo lo que no se pod¨ªa guardar ni acumular: deb¨ªa producirse y consumirse al mismo tiempo. Los servicios eran lo que no creaba nada material en una ¨¦poca en que todav¨ªa hab¨ªa mucha materia: inclu¨ªan actividades tan diversas como la medicina, el entretenimiento, la ense?anza, el turismo, la protecci¨®n, los bancos y seguros, la comunicaci¨®n, la hosteler¨ªa, la hosteler¨ªa post-mortem, el derecho y el deporte, la prostituci¨®n y el periodismo y todo tipo de empleos p¨²blicos. Entre todas concentraban ¡ªen los viejos pa¨ªses ricos¡ª hasta el 80 por ciento de la econom¨ªa.
En esos d¨ªas, uno de los ¡°servicios¡± m¨¢s importantes era el turismo, que daba trabajo a multitudes y produc¨ªa alrededor del 10 por ciento del PIB mundial: 1.500 millones de viajes al a?o. El turismo era nuevo y era un s¨ªmbolo, si acaso, de esos tiempos: grandes masas de dinero y de personas en una actividad que solo produc¨ªa cierto bienestar transitorio, una actividad que hab¨ªa existido apenas durante buena parte de la historia ¡ªy que, sabemos, existi¨® poco tiempo.
El turismo ten¨ªa, dentro del esquema, una funci¨®n central: esos viajes breves, levemente ca¨®ticos, justificaban la sumisi¨®n del resto del a?o. Se consideraba ¡ªa menudo¡ª afortunado quien pod¨ªa reunir, en el a?o de trabajo, el dinero necesario para viajar dos o tres semanas a alg¨²n lugar m¨¢s o menos lejano y vivir en esos d¨ªas una vida absolutamente opuesta a su normalidad. Era la versi¨®n moderna de las saturnalias o los carnavales: unos d¨ªas en que los valores e imposiciones habituales se dejaban de lado para poder seguir cumpli¨¦ndolos el resto del a?o.
Mientras dur¨®, el turismo transform¨® el h¨¢bitat de los que no lo ejerc¨ªan: convirti¨® a las ciudades m¨¢s exitosas en caricaturas de s¨ª mismas, parques tem¨¢ticos que deb¨ªan adaptarse a todos los clich¨¦s que las pintaban para que los ¡°turistas¡± no salieran defraudados. Deb¨ªan subrayar esas particularidades y, al mismo tiempo, ofrecer una cantidad de servicios estandarizados ¡ªtipos de alojamientos, tipos de comidas, tipos de barber¨ªas o casas de modas o cervecer¨ªas o negocios de objetos in¨²tilmente cuquis¡ª que las volvieran f¨¢ciles, ¡°amigables¡±: la ilusi¨®n de la diferencia en un entorno c¨®modo.
El turismo masivo fue un ejemplo claro de costumbre ef¨ªmera, cruce de circunstancias: apareci¨® cuando los trabajadores legalizados del MundoRico ya dispon¨ªan de ese lapso ¡ªseg¨²n los pa¨ªses, entre 15 y 30 d¨ªas¡ª en que segu¨ªan cobrando sus salarios sin tener la obligaci¨®n de trabajar. Y floreci¨® cuando los transportes que lo permit¨ªan ya hab¨ªan logrado cierto desarrrollo y las realidades virtuales que lo suplantar¨ªan todav¨ªa no. Pero si el turismo sirve como ejemplo es porque nos muestra con toda claridad un rasgo de esa ¨¦poca: que, en la mayor¨ªa de los casos, los que m¨¢s sent¨ªan los efectos de una actividad no eran los que la practicaban sino precisamente los que no.
Y fue tambi¨¦n un ejemplo de otra tendencia fuerte: en ese rubro trabajaban millones de personas. Las ciudades se desnaturalizaban, se disgregaban, pero no pod¨ªan dejar de practicarlo por miedo a las grandes p¨¦rdidas de empleos. Era lo que pasaba con tantos trabajos (ver cap.15): solo serv¨ªan para que las personas que los hac¨ªan tuvieran algo que hacer, alg¨²n ingreso, opciones de supervivencia. Para que ganaran su dinero y, sobre todo, se lo hicieran ganar a sus patrones.