El esperpento
Deber¨ªamos cuidar m¨¢s a los artistas vivos y no solo hacerlo con limosnas, con alg¨²n que otro festival y de vez en cuando alg¨²n que otro premio
Y un d¨ªa volvemos a nacer. De manera inesperada, matamos la muerte. Eso ha hecho Bach, desaparecido durante casi cien a?os y que, de pronto, resurgiendo de la nada, agarrado, atrapado por los pu?os, es sacado fuera de la fosa, del olvido. Lo mismo ha ocurrido con Botticelli, dejado de lado durante siglos, tirado en la cuneta, hasta que algunos lo ...
Y un d¨ªa volvemos a nacer. De manera inesperada, matamos la muerte. Eso ha hecho Bach, desaparecido durante casi cien a?os y que, de pronto, resurgiendo de la nada, agarrado, atrapado por los pu?os, es sacado fuera de la fosa, del olvido. Lo mismo ha ocurrido con Botticelli, dejado de lado durante siglos, tirado en la cuneta, hasta que algunos lo han vuelto a despertar de entre los muertos y, de pronto, con nombre y apellido, se ha hecho inmortal.
El arte es lo ¨²nico que nos salva del olvido. De nada sirven las medallas ni las criptas, menos todav¨ªa los algoritmos o las criptos. Si no fuera por un bardo ciego, Aquiles no estar¨ªa todav¨ªa con nosotros. Los pr¨ªncipes pueden ocupar su lugar, subirse al trono, berrear en los parlamentos, pero de ellos no quedar¨¢ ni el ruido de sus cascabeles ni el tintineo de sus panderetas, no habr¨¢n durado m¨¢s que una mariposa en el jard¨ªn. Ya nadie recuerda qui¨¦n batallaba en los tiempos de Manrique o de Garcilaso, ni qui¨¦n reinaba en los de Vuillon o de Ronsard. Lorca se ha tragado de un bocado los apellidos de los que lo balearon. Y no importa que no demos con sus tumbas o que incluso dudemos que hayan existido: Homero, Cervantes, Shakespeare, siguen ah¨ª, m¨¢s vivos que nunca, en todos los colegios, en todos los escenarios.
Los patinetes el¨¦ctricos se quedar¨¢n en las calzadas, los coches voladores conseguir¨¢n despegar, pero todos ellos, en menos de un pu?ado de siglos, ser¨¢n objetos obsoletos. Ah¨ª, en el basurero, est¨¢n los casetes, las cafeteras, las carcasas de los m¨®viles, las tabletas, todos ellos cada vez m¨¢s ef¨ªmeros, ah¨ª estar¨¢n las redes, las nubes, todas las inteligencias artificiales, las que no sean de sangre, que no son ni de carne ni de hueso. Y, sin embargo, m¨¢s duraderos que las catedrales, que los monasterios, los sonetos, las sonatas, ellas, ah¨ª siguen, m¨¢s reales que nunca. Virgilio ha destronado a Augusto, Ant¨ªgona a Cre¨®n, Freund ha desbancado a todos los primeros ministros, y Bacon a todos los arzobispos. Los ingleses todav¨ªa tutean a Hamlet, y los espa?oles seguimos dudando eternamente si arrastrar nuestras vidas con Sancho o d¨¢rselas al Quijote, contra vientos y molinos.
En Francia ya nadie recuerda qui¨¦n ha sido presidente de la rep¨²blica en tiempos de Proust, como si se tratara de otra mariposa m¨¢s, clavada, espetada, en la madera del olvido. Si no fuera por Goya, la duquesa de Alba apenas valdr¨ªa para una telenovela, ni siquiera para un culebr¨®n. Y ah¨ª est¨¢n ellos, ilesos, tan panchos, los Nabokov con su cazamariposas, dando brincos por los montes, como si fueran todav¨ªa mozuelos, dejando mal parados, rajados, a todos los zares, todos ellos ahora diminutos, achicados, reventados por todas las reyertas de historia. Ellos ahora son apenas una coma, una verruga, en un rengl¨®n que ya no se acuerda de su papel en el guion, casi como si nunca se hubieran subido al escenario, a la leyenda del tiempo.
Y no creas que se necesite ser plet¨®rico. A veces eso pasa: una sola palabra suya basta, un mero, un escueto, pu?ado de versos, tipo a la tarde te examinar¨¢n en el amor, solo eso, y San Juan se sube a la cruz, trepa hacia la eternidad. Subiendo m¨¢s hacia el norte, en Delft, Vermeer ha sido m¨¢s que parco, casi bordeando lo taca?o, apenas medio centenar de obras, pero ah¨ª est¨¢ ¨¦l, tambi¨¦n, subido en lo m¨¢s alto del altar. Modigliani, con apenas veintisiete obras, se ha subido al podio de la eternidad. Poco ruido, y todav¨ªa menos nueces, ni pajares, ni palacios, pero ah¨ª est¨¢n ellos, por encima del barullo, de las broncas, de las estridencias, ah¨ª est¨¢n por los siglos de los siglos. A veces solo necesitas eso, un solo disparo, no m¨¢s, para dejarla tiesa, a la muerte, para que el olvido te olvide.
Deber¨ªamos tomar nota. Los nuevos mundos podr¨ªan bien borrar el viejo, el nuestro. Pero Europa, y con ella Espa?a, posee algo que perdura y que es m¨¢s que viejas piedras. Nosotros ya no dominamos el espacio, pero s¨ª todav¨ªa el tiempo. Tenemos los archivos, las catedrales, los libros. No importa que no buceemos por el ciberespacio, o visitemos todos los planetas a tiro de lapo. Deber¨ªamos cuidar m¨¢s a nuestros futuros monumentos, a los artistas que est¨¢n ahora, aqu¨ª, vivos, y no solo hacerlo con limosnas, con alg¨²n que otro festival, y de vez en cuando alg¨²n que otro un premio, una palmada en la espalda, para que nos dejen tranquilos, de una vez.
Tenemos alguna instituci¨®n cultural de primer nivel, como el Prado o el Reina Sof¨ªa, donde nuestros artistas vivos deber¨ªan tener m¨¢s cabida. Deber¨ªamos atrevernos, como lo hacen nuestros vecinos franceses, a hacer pol¨ªtica cultural de alto vuelo, es decir, colocar, por ejemplo, a un Pierre Soulages nacional en plena galer¨ªa del Louvre, al lado de los Giotto y todos los renacentistas, sin pesta?ear, sin dudar ni un instante, porque as¨ª estaban satelizando a uno de sus m¨¢ximos artistas vivos, colgando los ultranegros al lado de oros renacentistas. Deber¨ªamos darle cabida a la poes¨ªa, en una casa que fuera digna de Vicente Aleixandre, pero que ahora se cae a pedazos. A eso tambi¨¦n la literatura le ha dado un nombre: el esperpento.
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