R¨¦quiem por Martin Amis, un perro callejero
La periodista y escritora Laura Fern¨¢ndez evoca sus encuentros con el escritor brit¨¢nico, recientemente fallecido
En un enmoquetado hotel, el gran escritor fuma. Sostiene una revista, entorna los ojos fingiendo una lectura atenta y pregunta: ¡°?As¨ª?¡±. Es Xan Meo, y a la vez es Guy Clinch, y Keith Nearing, y sobre todo es Richard Tull, el escritor que una vez le dijo a su mujer, sentado a la mesa de la cocina, en un d¨ªa desesperadamente gris, que no le pidiese que se quedase s¨®lo con eso, que no le pidiese que se quedase s¨®lo con la vida. Su mujer estaba harta de que ninguna de sus novelas estuviese funcionando, y acababa de darle un ultim¨¢tum. Iba a tener que buscarse un empleo, iba a ...
En un enmoquetado hotel, el gran escritor fuma. Sostiene una revista, entorna los ojos fingiendo una lectura atenta y pregunta: ¡°?As¨ª?¡±. Es Xan Meo, y a la vez es Guy Clinch, y Keith Nearing, y sobre todo es Richard Tull, el escritor que una vez le dijo a su mujer, sentado a la mesa de la cocina, en un d¨ªa desesperadamente gris, que no le pidiese que se quedase s¨®lo con eso, que no le pidiese que se quedase s¨®lo con la vida. Su mujer estaba harta de que ninguna de sus novelas estuviese funcionando, y acababa de darle un ultim¨¢tum. Iba a tener que buscarse un empleo, iba a tener que dejar de escribir. Si hay un coraz¨®n, y es un coraz¨®n enorme, a ratos oscuro, ido, roto, siempre palpitante, en la obra de Martin Amis (que falleci¨® el s¨¢bado a los 73 a?os), el gran escritor, el gran estilista, el hombre que no mat¨® al padre sino que dej¨® que su poderosamente viva obra le aplastara, est¨¢ justo ah¨ª.
¡°As¨ª es perfecto¡±, dice la periodista que tambi¨¦n escribe pero sobre todo lee y que, alg¨²n d¨ªa, en un futuro entonces inimaginable, llevar¨¢ ese momento en la vida de Richard Tull como una armadura, y lo contendr¨¢ para siempre en todo lo que escriba. No lo har¨¢ con su nombre, sino con el de Keith Whitehead, su estramb¨®tico otro yo ¡ªel m¨¢s estramb¨®tico de todos¡ª en Ni?os muertos, una de esas novelas sin las que el mundo, al menos, su mundo, no ser¨ªa el mismo. No hay nada m¨¢s parecido a un escritor que otro escritor, se dice ella, y la necesidad de autocoleccionarse, de repartirse, de Amis, la necesidad de ser no uno sino a la vez todos sus personajes, est¨¢ ¨ªntimamente relacionada con las palabras de Tull, y con la idea de que la vida imaginada ser¨¢ siempre superior a la real. M¨¢s vasta, de aparentes infinitas posibilidades.
El gran escritor posa, distra¨ªdamente, con la revista, y es una revista musical, la revista en la que la entonces jovenc¨ªsima periodista ¡ªtiene tan s¨®lo 21 a?os y soy yo misma, la que esto escribe ahora¡ª publica cr¨ªticas de discos, y a partir de ese d¨ªa, entrevistas con escritores. Escritores que nunca jam¨¢s posar¨¢n para ella con la generosidad de aquel hombre que fue, como todo gran escritor, el ¨²nico soldado de una batalla perdida contra s¨ª mismo. Una batalla que, sin embargo, libr¨® apasionada, honda y l¨²dicamente hasta el final, rehabitando la tradici¨®n ¡ªSamuel Richardson, y la literatura er¨®ticamente puritana se deconstruyen en La viuda embarazada, y se reinventan en la obsesi¨®n no consumada de Nicola en Campos de Londres¡ª y electrizando, musculando, la literatura inglesa ¡ªy en lo que habr¨ªa en su a¨²n desconocido futuro¡ª a la vez: Dinero, Tren nocturno, Perro callejero.
Salta el flash de la vieja c¨¢mara digital ¡ªlos m¨®viles son entonces, a?o 2003, armatostes sin pantalla¡ª, y el gran escritor mira a c¨¢mara, frunce el ce?o, aparta el cigarrillo. En las novelas de Martin Amis, como en las de Tom Wolfe, piensa la periodista, los hombres son el sexo d¨¦bil. Y lo son de una forma m¨¢s cruel, menos ingenua, m¨¢s fr¨ªa y autodestructiva, menos norteamericana, m¨¢s inglesa que en las de aquel. Las mujeres saben siempre lo que quieren y se disponen a conseguirlo, cuando no simplemente son fuerzas de la naturaleza, como la detective Mike Hoolihan, una descarad¨ªsima bomba formal, lej¨ªsimos a¨²n de todo lo explorado por el noir desde entonces, un tour de force, como el que se impuso en la nabokoviana e imposible La flecha del tiempo: contar una historia al rev¨¦s, literalmente.
Cuando todo termina, la periodista sonr¨ªe, y el gran escritor tambi¨¦n, y se dan t¨ªmidamente la mano, y se dicen hasta otra, y no lo saben, pero volver¨¢n a verse otras veces, y en las dedicatorias de sus libros se escribir¨¢ una peque?a historia, y ella llegar¨¢ a pensar que todo aquello hab¨ªa sido y ser¨ªa para siempre, que ninguno de los dos iba a salir de aquel enmoquetado hotel jam¨¢s, porque no tendr¨ªa por qu¨¦ ocurrir si la vida estuviese imagin¨¢ndose a¨²n.
Y en parte es lo que ocurrir¨¢ cada vez que abra uno de sus libros. Volver¨¦ a toparme con Keith Talent en el Black Cross, y con Richard Tull en aquella cocina. Y con las distintas encarnaciones de su prima Lucy Partington, que fue brutalmente asesinada por una pareja de asesinos en serie. El escritor la echaba much¨ªsimo de menos, tanto que sol¨ªa mirar su fotograf¨ªa cuando escrib¨ªa. De ella dijo que estaba ¡°donde de verdad estamos cuando morimos, en el coraz¨®n de quienes nos recuerdan¡±. Nuestros corazones rebosan de ella, dijo tambi¨¦n. Hoy, rebosan de ti, querido Martin Amis.