La carne de gallina
La inteligencia artificial no tiene coraz¨®n, se retuerce como un espad¨®n. Bifurca, se ampl¨ªa, se nos meter¨¢ en todos los huecos, todos los vac¨ªos que le dejemos. Por eso es urgente volver a habitar el mundo
Y entonces se nos pone la carne de gallina. De pronto, una mirada nos transforma en polvor¨ªn. Unas palabras nos transforman en erizos, el mundo se ti?e de p¨²rpura. En los labios nos queda puro tanino. La inteligencia artificial nunca se sale de sus casillas, no se enoja ni sonroja. Se queda en los surcos, nunca fuera de s¨ª misma.
Nunca sabr¨¢ lo que es una noche del coraz¨®n. Nunca ser¨¢ un hombre, o una mujer, alegr¨ªa. ...
Y entonces se nos pone la carne de gallina. De pronto, una mirada nos transforma en polvor¨ªn. Unas palabras nos transforman en erizos, el mundo se ti?e de p¨²rpura. En los labios nos queda puro tanino. La inteligencia artificial nunca se sale de sus casillas, no se enoja ni sonroja. Se queda en los surcos, nunca fuera de s¨ª misma.
Nunca sabr¨¢ lo que es una noche del coraz¨®n. Nunca ser¨¢ un hombre, o una mujer, alegr¨ªa. Christian Bobin, el poeta franc¨¦s, era rotundo: no existe la inteligencia artificial. Nunca veremos un amor artificial. Porque en el epicentro de la inteligencia no est¨¢n los datos, ni tampoco las combinaciones binarias: est¨¢ el amor.
Est¨¢ en lo que rescata lo min¨²sculo, en los m¨¢s que vivos, los que se han muerto y recordamos, a golpe de palabras. Y entonces llegan las epifan¨ªas, las catedrales, los pechos que se encienden como si fueran vidrieras, vitrales. Entras, por ejemplo, en la abad¨ªa de Conques, y nunca m¨¢s vuelves a salir de ella, porque la abad¨ªa se te queda dentro, para siempre. Se espeta en ti a cada recuerdo, incluso para quit¨¢rtela de encima, le escribes un libro, y lo llamas: la noche del coraz¨®n.
La inteligencia artificial habla, pero es sorda a esa noche. Tiene la fuerza de la gravedad, lo resuelve todo, a ca?onazos de datos. Pero no sabe nada de la breve levedad del ser. Nada de la espuma de las horas. No puede reproducir esa vibraci¨®n, eso escuece, cuando te topas con otro que te hace nacer al mundo. Lo ha dicho un franc¨¦s en una habitaci¨®n holandesa, cogito ergo sum. Pensar es dudar. Vivir es amar. La inteligencia artificial s¨®lo calcula, tiene nodos en vez de nudos. Le da a los dados, pero no ama, por lo tanto, no es inteligencia, s¨®lo art¨ªfice.
El primer pelda?o est¨¢ siempre en el coraz¨®n. A partir de ah¨ª nos erguimos. Nos levantamos en las cuevas, y luego nos subimos a las calaveras, hasta nos montamos en los cohetes. Pero aqu¨ª no hay s¨®lo inteligencia, pura raz¨®n, tambi¨¦n est¨¢ la pasi¨®n, la duda, todo lo que perdura, todo lo que se esfuma. La inteligencia artificial no tiene coraz¨®n, se retuerce como un espad¨®n, algo que tampoco es espada, ni arp¨®n. Bifurca, se ampl¨ªa, se nos meter¨¢ en todos los huecos, todos los vac¨ªos que le dejemos. Por eso es urgente volver a habitar el mundo. Todo se vuelve calculable, predecible, como si pudi¨¦ramos de repente encerrar lo absoluto, todo el infinito en datos, algoritmos. Como si todo fuera de repente controlable.
Y, sin embargo, algo se mueve. El estribillo de una canci¨®n. El color de un pa?uelo en el lienzo. Una escritura que se hace cabrona, que no te deja ya m¨¢s dormir en paz. Ese algo, ese nada, lo es todo. Es lo que nos pone la piel de gallina. Es lo que hace que cuando hacemos el amor ese menear no sea s¨®lo un trabajo de perros, canes que se comen la carne a bocados.
La miner¨ªa de los datos nos hace bajar a las entra?as, y ah¨ª, en la cueva, descubrirnos correlaciones, y las galer¨ªas proliferan al infinito. La inteligencia artificial trabaja en descubrir patrones, y lo hace aprendiendo del pasado, no sale del antes y del despu¨¦s, del uno y del cero. Resuelve enigmas, pinta como los maestros, incluso un d¨ªa nos devolver¨¢ la voz de Lorca. Pero nunca me pondr¨¢ la piel de gallina.