A esto se le llama triunfar
Hubo un tiempo en que la fama se pod¨ªa soportar desde el anonimato
Un domingo de principios de los a?os 50 del siglo pasado Camilo Jos¨¦ Cela acompa?aba a P¨ªo Baroja por la Gran V¨ªa de Madrid cuando por sus aceras el gent¨ªo que a media tarde iba a los cines y a los teatros hac¨ªa muy dif¨ªcil abrirse paso. P¨ªo Baroja era entonces un anciano que ten¨ªa un dise?o propio, la barbita blanca, la boina, la bufanda, el gab¨¢n, las botas gastadas. Cuenta Cela que en el trayecto que va desde Cibeles a la plaza de Espa?a, pr¨¢cticamente la traves¨ªa del coraz¨®n de la ciudad, ning¨²n peat¨®n volvi¨® la cabeza ni hizo el menor comentario. P¨ªo Baroja, un escritor que hab¨ªa publicado m¨¢s de cien novelas, no fue reconocido f¨ªsicamente por nadie.
Hubo un tiempo en que la fama se pod¨ªa soportar desde el anonimato. Los autores solo eran conocidos por la foto que aparec¨ªa en la solapa de sus libros o en un peri¨®dico a ra¨ªz de alg¨²n homenaje o evento literario en que se ve¨ªa a los contertulios arrumbados de pie en el fondo de un restaurante o a lo largo de las mesas llenas de botellas y de vasos. A pie de foto se pod¨ªa leer: ¡±Arriba, el tercero por la derecha, es Garc¨ªa Lorca, el quinto sentado a la izquierda es Alberti¡±. Esa imagen que con el tiempo se volv¨ªa amarilla creaba mitolog¨ªa en torno a un autor al que muy pocos hab¨ªan visto en carne mortal. En cambio, hoy su figura se ha abaratado debido a que los escritores est¨¢n obligados por las editoriales a participar en la promoci¨®n de su obra, se les puede ver con la lengua fuera por todos los aeropuertos, en todos los saraos y como parte del producto literario son devorados por los medios de comunicaci¨®n.
La vida de Miguel pod¨ªa dividirse en dos, antes y despu¨¦s de salir en televisi¨®n. Fue en 1977. Mientras era un joven an¨®nimo que so?aba con ser director de cine o escritor y toda su ambici¨®n terminaba arrastrando los zapatos por Madrid sin una direcci¨®n determinada, el portero de su finca apenas levantaba la cabeza cuando atravesaba el vest¨ªbulo. Ni siquiera respond¨ªa a sus saludos si se hab¨ªa demorado en darle alguna propina. Pero, he aqu¨ª que un d¨ªa rod¨® a su favor la bola de la fortuna y gan¨® un premio literario muy sonado en Madrid y al d¨ªa siguiente fue llevado a televisi¨®n espa?ola, la ¨²nica que hab¨ªa entonces y que ve¨ªan 20 millones de espa?oles, donde una pareja de periodistas muy populares, Yale y Tico Medina al alim¨®n, le hicieron una entrevista de 20 minutos. Esa misma tarde al volver a casa, en el momento de cruzar el vest¨ªbulo, el portero sali¨® alborozado de su garita para felicitarle, le dio un gran abrazo y exclam¨®: ¡°Acabo de verlo a usted en televisi¨®n¡±. Miguel le dijo que pasaba varias veces al d¨ªa por delante de sus ojos y ni siquiera le miraba. El portero dijo: ¡°Le miraba, pero no lo ve¨ªa. Ahora ya se qui¨¦n es usted de verdad. A partir de hoy, para los que quiera de m¨ª, aqu¨ª estoy¡±
En efecto, Miguel se hab¨ªa convertido en un tipo que hab¨ªa salido en televisi¨®n, un suceso que en aquel tiempo casi imprim¨ªa car¨¢cter, y a partir de ese momento comenz¨® a notar sus ventajas. Por ejemplo, aquella farmac¨¦utica tan estricta le vendi¨® por primera vez unas pastillas sin receta, en el restaurante donde sol¨ªa comer ten¨ªa siempre una mesa aunque no la hubiera reservado, y en el barrio era saludado por el verdulero, el pescadero, la estanquera, el due?o del bar, el cartero y su coche ten¨ªa cierta preferencia en el taller. Miguel fue llevado por la gente de la editorial por distintas ciudades de Espa?a para presentar la novela premiada.
Pronto se dio cuenta que m¨¢s importante que la obra era caer bien al p¨²blico y a los periodistas que le interrogaban, le fotografiaban, le exprim¨ªan con el bol¨ªgrafo en mano sin que les importaran las respuestas. A medida que pasaba el tiempo y los medios de comunicaci¨®n se multiplicaron hasta constituir un tupido paisaje de micr¨®fonos, pantallas y cables lleg¨® a pensar que su existencia era solo su apariencia. Y de la misma forma que hab¨ªa escritores a los que ¨¦l no leer¨ªa jam¨¢s solo porque no le gustaba su cara o por la idiotez que acababan de soltar en televisi¨®n o por el ego desproporcionado que ten¨ªan, lo mismo podr¨ªan pensar de ¨¦l otros lectores, de modo que lo primero que deber¨ªa hacer era cuidar su imagen.
Recuerda aquel momento de felicidad que sinti¨® el primer verano cuando en una sala de fiestas al aire libre de noche el presentador desde el escenario micr¨®fono en mano anunci¨®: ¡°Se encuentra con nosotros el escritor¡¡±. Y a continuaci¨®n pronunci¨® su nombre. Pens¨® que hab¨ªa llegado a la fama, pero no son¨® ning¨²n aplauso. Aquella noche Miguel se dio cuenta que ser escritor consist¨ªa en escribir, que este era un oficio como otro que hab¨ªa que hacer bien, como un alba?il, como un panadero. Publicar y ser le¨ªdo sin ser reconocido como Baroja en la Gran V¨ªa le parec¨ªa un sue?o feliz.
Babelia
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