El juego de la ampliaci¨®n
Desde hace d¨ªas descubro en calles, novelas y pel¨ªculas, todas ya vistas o le¨ªdas, detalles que en su momento no percib¨ª
Esta ma?ana, he vuelto a ver The Imitation Game. Y he observado que, si en su momento me deslumbr¨® la interpretaci¨®n de Benedict Cumberbatch, no repar¨¦ en cambio para nada en la maestr¨ªa del guion de un tal Graham Moore. A veces, el tiempo permite ampliar las visiones o los juicios apresurados. Para su biopic sobre Alan Turing cre¨® Moore una tensa l¨ªnea argumental centrada en los ...
Esta ma?ana, he vuelto a ver The Imitation Game. Y he observado que, si en su momento me deslumbr¨® la interpretaci¨®n de Benedict Cumberbatch, no repar¨¦ en cambio para nada en la maestr¨ªa del guion de un tal Graham Moore. A veces, el tiempo permite ampliar las visiones o los juicios apresurados. Para su biopic sobre Alan Turing cre¨® Moore una tensa l¨ªnea argumental centrada en los constantes obst¨¢culos que encuentra un genio en su camino.
Juego a esto desde hace d¨ªas: descubro en calles, novelas y pel¨ªculas, todas ya vistas o le¨ªdas, detalles que en su momento no percib¨ª. Es como una especie de juego de la ampliaci¨®n. De ampliaci¨®n de lo visto y le¨ªdo en el pasado. Un juego feliz si uno lo ve como una buena forma para desorientar a la angustia excesiva del esp¨ªritu por nada. Y, aunque el juego se parece a releer un libro, revisitar una pel¨ªcula, o volver a pasar por una calle, la condici¨®n de ¨¦ste obliga a incorporar la b¨²squeda deliberada de ese punto escondido que, horas, d¨ªas, o a?os antes, provoc¨® una mirada tan insuficiente. En el fondo el juego es serio, porque obliga a preguntarse por qu¨¦ uno no vio seg¨²n qu¨¦. ?Lo vio a?os despu¨¦s porque su mente mejor¨® con los d¨ªas? ?O lo vio porque no puede ignorarse que lo visible es s¨®lo parte de lo invisible? ?O lo vio porque, a veces, en nuestros dorados prism¨¢ticos, el mundo toma la iniciativa de superarse a s¨ª mismo?
A media tarde, camino de la Maison de la Po¨¦sie, me he plantado en el barrio del Marais, siete a?os sin visitarlo, y me han parecido m¨¢s activas y locuaces que nunca las terrazas de la rue de Vieille-du-Temple. Siempre me hab¨ªa fascinado tanta locuacidad general, pero hoy no. ?Qu¨¦ puede haber pasado? Lo atribuyo en parte a mi impresi¨®n de que ¨²ltimamente hablamos en exceso y que los di¨¢logos son mon¨®logos, por no hablar del chorro abundante de la producci¨®n literaria actual que consigue que cueste saber cu¨¢ndo se convierten las palabras en palabra. Aun no s¨¦ c¨®mo ha sido que hoy mi visi¨®n (de futuro, dir¨ªa) se ha ampliado y he terminado viendo, en medio de la mara?a general de Vieille-du-Temple, una mesa aislada en la que se ve¨ªa a cuatro j¨®venes hier¨¢ticos, radicalmente mudos, claramente unos severos enemigos de la charlataner¨ªa.
?ltimamente hablamos en exceso y que los di¨¢logos son mon¨®logos¡±.
Por la noche, he hojeado un libro de entrevistas con George Steiner que cre¨ªa saberme de memoria, pero he dado con un episodio, el de Princeton, que desconoc¨ªa. Enseguida, desde que he sabido que Steiner lo consider¨® decisivo para su libro Lenguaje y silencio, he abordado el episodio. Hab¨ªa en ¨¦l una puerta abierta y un grupo de matem¨¢ticos que trabajaba en una pizarra a una velocidad vertiginosa, escribiendo con una tiza f¨®rmulas algebraicas topol¨®gicas. Eran japoneses, rusos, americanos. No compart¨ªan la misma lengua, pero se entend¨ªan en el silencio de sus pensamientos. Con la crisis de los di¨¢logos y tal como est¨¢ todo, me ha parecido una maravilla saber que hay todo tipo de comunicaciones fuera y m¨¢s all¨¢ de la palabra.